Es una bebé, trastabillea insegura, mira todo tratando de entender, de buscar comida, calor, refugio. En su mente primitiva y pura sigue habiendo una necesidad de madre, más allá de ahí todo es caos. Es una bebé, el fragmento más frágil de la vida animal recién lanzada al mundo. Estira sus musculitos, agita sus aletas, camina o vuela a duras penas sobre sus huesitos y espinitas. Huele todo y todo es nuevo. Las bebés están diseñadas morfológicamente para generar compasión, incuso entre miles de especies diferentes. Nadie normal daña bebés, las tira a la basura, se las come, las estrella contra el suelo, como hace nuestra especie, a menos que sea depredadora natural. Pero ello no sucede en nuestra especie, oportunista recolectora y eventualmente depredadora cultural por aprendizaje, no por instinto. Matamos bebés por sadismo.
Hace unos meses murió mi madre, y cuando ello sucede se rompe el cordón umbilical que nos une a ellas. Nunca antes. Tengas 1 o 90 años, el sonido de la palabra mamá significa lo mismo, activa las mismas partes telúricas de nuestra corteza cerebral, generadas en aquel estadio larvario de quienes somos, cuando no sabíamos que sabíamos, antes de la conciencia, antes de una primera noción del yo, antes del universo de los sentidos. Todavía tardaré décadas en comprender la dimensión de lo que ocurre cuando muere una madre, pero no hablaré de ello. Somos mamíferas, y proporcionalmente pasamos un tiempo de vida muy superior a la media dependientes exclusivamente de ella, aunque los primeros seis años de vida son aquellos en los que los acontecimientos, los vínculos que nos suceden y cómo lo hacen se convierten en determinantes para el resto de nuestra existencia.
En La Casa de las Ranas la maternidad es importante. Las yeguas Wisia y Olga, madre e hija, escaparon y llegaron juntas, y vivirán y morirán juntas, el vínculo no se romperá. Sol, el cordero, nació en esta casa cuando su madre Maya decidió que su hijo nacería libre, escapando del lugar donde estaba antes. La mayoría de gansos, gallinas y gallos nacieron sin madre, a la muerta luz de la incubadora donde las obligaron a nacer, orfanadas del calor, la voz y los cuidados propios de sus madres, y las criamos juntas, en una sola bandada, hasta que las características propias de su especie nos obligaron a separarlas unos metros, pero siguen viéndose, escuchándose, reconociéndose. Son conscientes de ser naufrágios en un océano de sinmadres, pero les queda el consuelo de la comunidad. Las gansas este año han querido empollar sin conseguirlo, las permitiremos el año que viene tener al menos un pollo para que experimenten la maternidad. Hay que esterilizar a los animales que conviven con nosotras, por decencia, porque fueron tratados como excedentes de una superpoblación, porque son las privilegiadas que rescatamos de una máquina fascista especista, y no pueden reproducirse en un mundo colapsado e inseguro para ellas, pero al mismo tiempo, también decidimos unilateralmente sus espacios, sus dietas y sus vidas, las controlamos reproductivamente -a la inversa de lo que hacen las mercaderes, para multiplicarlas-, así que queremos darlas la oportunidad de experimentar ese instinto antiguo de la crianza, como madres y como bandada. Una sola vez. Que escuchen desde el mismo momento de quebrar la cascara del huevo, el piído que traduce la palabra mamá.
La sociedad humana es esencialmente infanticida. Estamos sometidas a las reglas culturales, entrenadas para ser productivas, adoctrinadas para no conocer la libertad fuera del sistema, mediocremente escolarizadas para ser obreras y consumidoras. Desde el momento mismo de nacer, la violencia obstetrícia convierte a cada bebé en una pieza de coleccionista. Arrancada de su madre agotada del parto, para ser medida, pesada, de mano en mano, lo cual supone un trauma crucial en sus vidas. El latido de mamá, sentido veinticuatro horas al día, única seguridad absoluta junto al calor y la humedad, de repente de convierten en frío, sequía y silencio. El corazón de mamá ya no golpea, la bebé no sabe, no entiende, y algunas entran en una fase de muerte preventiva asociada a la idea de que los cambios bruscos significan el fín. Cada bebé debería permanecer al nacer junto a su madre, desobedeciendo todos y cada uno de los consejos de pediatras psicópatas, familiares ignorantes y consejeras. No dejar llorar a una niña es también maltrato, ninguna bebé llora por nada.
Una antigua amiga del pueblo me contaba que su madre al nacer la dejó el primer mes de vida en el piso de arriba, sóla, mientras el resto de la familia (dos hermanas incluidas) hacían vida en la parte inferior de la cocina. La madre la explicaba que no paraba de llorar, así que ella subía a darla de mamar y a asegurarse de que todo estaba bien. Mi amiga lloraba porque quería sobrevivir. Hoy día eso estaría prohibidísimo, pero relata la necesidad imperativa de madre de toda bebé.
A los animales llamados de consumo se les atribuye la inteligencia de una humana de 3 años, pero su mundo sensorial es idéntico, si no mayor que el nuestro. Romper el corazón de un perro abandonándolo o maltratándolo es como romper el corazón de una niña. La cría de animales se basa sistemáticamente en la explotación de la maternidad animal -el más puro y desgarrador patriarcado- y en el infanticidio de las crías, ejecutadas prematuramente para el mercado. Nadie puede decir que ama la vida si para vivirla necesita matar. Las madres vaca enloquecen cuando se llevan a sus terneras, las yeguas dejan de comer, las cerdas entristecen mientras sus pequeñas son llevadas al proceso de carnificación infanticida que les tienen preparado.
Es porque no confiamos en la bondad de la gente que existen el código civil y penal, siempre insuficientes, interpretables y falibles por estar redactados y aplicados por seres humanos, pero que evidencia que no podemos dejar en manos del buen corazón de la gente el trato a personas vulnerables. Y por ese principio de desconfianza lógico si tenemos en cuenta la naturaleza sádica de nuestra especie, es que las leyes deben ser más duras contra la tenencia animal, que no es un pacto laboral empresaria.trabajadora, o social como los matrimonios, o comercial como entre vendedora-clienta, sino que se sustenta en la voluntad de poseer a otra persona que no puede protestar. La esclavitud. El caso es paralelo a la tenencia de niñas, monitoreada debido a los millones de casos de maltrato, crueldad y asesinato cometidos por madres y padres. Por eso no se pide por favor dejar de explotar animales, violar niñas o apalear mendigas. Ningún imperativo ético no se pide como favor.
Unas ordenanzas sobre ¨derechos animales¨ que se limiten a la mezquina garantía de que los animales sean ¨adecuadamente alimentados, con disponibilidad de agua potable y asistencia veterinaria¨ no distan en absoluto de unos hipotéticos Derechos Universales del Automóvil, y de la consecuente intrínseca obligatoriedad de sus dueñas de abastecerlos con combustible adecuado a su motor, lubricación apropiada y revisiones mecánicas básicas para poder seguir rodando. Ninguno de los derechos ¨animales¨ en cualquier país del planeta contemplan su emocionalidad, su cultura, sus espacios originales como modo de desarrollo personal y colectivo así como el libre camino evolutivo que interrumpimos secuestrándolos, el respeto a su sociabilidad o su introversión y muchísimas más innegociables de su personalidad específica. Los derechos para los animales, todos y cada uno de los existentes -otorgados tras mucho pelear contra la tacañería habitual del esclavismo-, son creados como modo de perpetuar la tenencia animal, la esclavitud profunda y la cosificación. No existe ni lo más remotamente parecido al bienestar animal en los derechos animales, porque han sido creados por una especie para otra sin consulta ni debate con ella. Al resultar imposibles tales diálogos, lo más justo y correcto debería ser dejar a los animales en paz, liberarlos absolutamente de la cárcel de nuestros deseos y necesidades, caprichos y necedades, paulatinamente, con políticas de liberación que no incluyan el más mínimo interés humano. Mientras las intenciones y los intereses humanos medien a la hora de hablar y legislar sobre los animales, no seguirán siendo sino derechos exclusivamente humanos. Y para ello hagámos este experimento: en toda declaración, manifiesto o ley sobre Derechos Animales, cambiemos Animales por Humanas, y decididamos si nos parecerían justas. Seguro que no. La propia Declaración Universal sobre Derechos Animales de 1978 contempla su ejecución. El hecho de que los debates sobre derechos animales cuestionen sólo el índice de su sufrimiento aceptable ya delata la absoluta impiedad e injusticia con que hablamos sobre ello. Cuestionar un estabulamiento cómodo o una muerte rápida e indolora es aplicar nuestros intereses a sus vidas, sin tener en cuenta que su concepto de vida y libertad no se parecen en absoluto a las nuestras, de modo que se hace desde la ignorancia y el desprecio. ¿Son eso derechos animales?. Claro que no, son derechos humanos aplicados a un tema cualquiera basándose en la premisa del dominio, con unas intenciones de supuesta mejora para ellos en cuanto a la incuestionable tenencia, uso y disfrute de sus vidas y sus muertes, sin cargos de conciencia al respecto.
¿Por qué crimen cometido habremos sentenciado a los animales a la terrible condena del infanticidio, de la inhumanidad en la humanidad?. Sísifos acarreando piedras eternamente, Prometeos encadenados y mutilados diariamente, Jesuses crucificados en la propia cruz que cargaron... Comer carne es un superlativo del ego, pero también el vegetarianismo es la falsa ilusión de hacer ¨algo bueno por los animales¨, cuando ese ¨algo¨ no es otra cosa más que prolongar sus vidas de tortura y sufrimiento físico y psíquico, meses, años de agonía, siendo niñas todavía, para acabar igual, colgados desangrándose en el matadero.
Los animales no son mis amigos, cómo voy a ser amigo de un tiburón blanco o de un león, son peligrosos para mí, pero los amo y los respeto sin necesidad de que sean mis amigos. Por ello siempre estaré del lado del animal y de la tierra, ello me supuso y supondrá romper con todo lo que me ataba a mi vida anterior. Una vez das de verdad el paso, te das cuenta lo fácil que es, pero al mismo tiempo de cuánto cuesta a la mayoría de gente que te rodeaba dar ese simple y sencillo paso. Ese esfuerzo que no quieren hacer, evidencia el abismo que mediaba realmente entre nosotras. Todo el mundo quiere cambiar sin que los cambios las supongan cambio alguno, más allá de algún alegato aislado y cosmético.
Estar del lado del animal y de su tierra, su aire y su agua, exige renuncias importantes, que no cuestan nada si se aplica el raciocinio, el respeto y el amor, pero que parecen imposibles si seguimos aplicando en nuestras conductas el dominante fascismo del ego. Liberándonos del ego como centro del universo, comprendiendo y sintiendo lo que nos rodea y su comunidad, descifrando qué acciones la dañan y destruyen, sencillamente dejamos de hacerlo. Dejar de hacer es una estrategia que requiere menos esfuerzo que hacer, menos energía. Estamos aquí para vivir, todas en igualdad de derechos, para deleitarnos de esta ocasión única de la vida. Nacimos de diferentes madres y respiramos diferente, pero todo sigue siendo igual en el deseo de existir. Es la misma fuerza primitiva y original, el mismo latido primero, la misma genuina potencia llena de curiosidad y novedades, de experimentación del alrededor, de disfrutar de olores y sabores.
No importa la forma que el deseo de la vida haya tomado, sea trucha, pollo, polilla, cerdo o vaca, la pulsión por la vida es la misma. Es llegar a este viaje vocalizando la palabra mágica que lo inicia y lo concluye, el verbo alfa y omega al tiempo, la palabra mamá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario