Mientras empiezo a escribir estas líneas, millones de metros cúbicos de agua, barro, materia orgánica de todo tipo, árboles, coches, material de construcción, plásticos, residuos tóxicos, letrinas, animales y plantas arrancadas del suelo y todo tipo de basura humana son arrastradas enloquecida y gravitacionalmente por las inundaciones en el sur de Polonia. La necesidad humana de construir asentamientos cerca del agua -y usarla también como alcantarilla- ha degenerado en construir al lado suyo, incluso dentro del agua, sin garantías ni seguridad ante cualquier accidente. El agua es vida, pero sabe ser muerte. Un desastre humano pero sobretodo medioambiental, en tanto esas masas de agua poderosas erosionan superficies terrestres ricas en flora y fauna, con sistemas micorrizales complejos, vegetación acuática con décadas -si no siglos- de antigüedad, anegan madrigueras y arrasan con todo cuanto hay a su paso... Los cadáveres de millones de animales formarán parte de la gran masa orgánica perdida, millones de individuas muertas. Algunas de ellas no irán río abajo, están muriendo atadas a la legendaria imbecilidad de la gente palurda que todavía encadena a los perros. Gatos enclaustrados, cuyas cuidadoras olvidaron o dejaron para que murieran sin importarlas demasiado, desesperados, maullando a nadie, suplicando una ayuda que nunca llegará. Cerdos, vacas, caballos, conejos, gallinas, pavos… incapaces de escapar de las cárceles en las que el sadismo humano en pleno siglo XXI, encierra para descuartizarlos y comérselos, en el marco de ese indescriptiblemente repugnante estado de guerra que llamamos ¨explotación animal¨. Imágenes de cerdos aterrorizados flotando, nadando hasta agotar su fuerzas y hundirse irremediablemente, sin ser salvados porque el seguro económico compensará a las granjeras.
El agua corre libre. Han talado millones de árboles por la zona, en otro de los masivos ecocidios que se cometen habitualmente en el país y en todo el planeta. Kilómetos y kilómetros de espacios preparados para recibir un cierto exceso de lluvias, han desaparecido por mano humana. La esponja de musgo y gruesa capa vegetativa capaz de tragarse miles de litros en minutos ha sido reemplazada por la codicia irreflexiva del hormigón. El agua corre libre. La vegetación que tanto oxígeno, suelo, vida animal y sistema bidireccional vertical en el ciclo del agua aporta, ha sido eliminada para hacer restaurantes y carreteras, nuevas viviendas. El agua corre libre, llevándose todo lo que encuentra. La naturaleza responde y lo hace con vigor. Fusilaron a los castores que construían naturales presas para que las riadas fueran menos trágicas o inexistentes incluso. Los casi 150.000 castores del 2020 fueron empezados a ser considerados una plaga por esa misma gentuza que encadena a sus perros, y los mataron por miles a balazos, a palos, en la fiesta sangrienta del patriarcado, cantando las excelencias del sabor de su carne. Los cazadores celebran sus miserables orgías de tripas y tendones amputados. El agua corre libre, sin dueña, como es el agua. Polonia es el último tramo de la gran llanura que nace en Siberia, un país de pocos accidentes geográficos montañosos, si tuviera una orografía similar a otros países, las inundaciones se cobrarían millones de animales y ecosistemas cada año. En todas partes del mundo se talan árboles de puntos cruciales, colinas, taludes, veredas, bosques inclinados… y la lluvia no se detiene, avanza, se abre paso a cuerpo, se atropella a sí misma, gana velocidad y temperamento, haciéndose un puño imparable que derriba edificios como papel.
Antes de la 2ª Guerra Mundial, la población judía se contaba en 15,3 millones de seres humanos, después de todos los pogroms y genocidios eslavos antijudíos y la gran matanza nazi, su población se vió reducida en 6 millones, pero con las décadas posteriores y el boom natalista que sucede sociológicamente tras cada desastre humano, se ha recuperado hasta recuperar la demografía de 1933. Podemos concluir que Treblinka, los asesinatos rusos, polacos, ucranianos, etc. contra la población judía, la ayudaron a sanear, fortalecer y hacer crecer mas fuerte, así que a ellos deberíamos agradecer cuánto hicieron por el pueblo judío… Dicho de este modo suena provocativo, así lo pretendo, ridículo, absolutamente imbécil y a todas luces criminal, pero es el argumento que emplea la Dirección de Bosques Polacos -corrupta y avariciosa, sin conciencia ecológica alguna- cuando justifica la tala masiva a escala nacional de un BILLÓN de árboles anuales, aludiendo que los repone plantando pequeños retoños, los cuales en 50 años volverán a ser sacrificados para la economía del régimen ecocida polaco, un gobierno cuyo apellido Conservador es reduccionista; de un conservadurismo sólo aplicable a considerar a la mujer una versión menor del hombre sin derechos sanitarios completos, al colectivo LBGTQ+ unas apestadas, a cualquier raza no blanca, prescindible, o enemiga a cualquier religión -o falta de ella- no católica. El porcentaje de bosque aumenta después de la tala como la población judía aumentó después del genocidio. Todo muy lógico, claro… La lógica del fascismo.
Que se trasplanten tres veces más árboles de los que se talan convierte a Polonia en un campo de cultivo, no el vergel de biodiversidad del que se jactan cuando afirman que más del 30 % del territorio polaco es bosque. Un zoo no es una isla de biodiversidad, sino una cárcel, y lo mismo una granja de árboles constantemente asediados, mutilados, fumigados, no es un bosque, sino una factoría de madera, así como millones de hectáreas de soja transgénica para engordar el ganado polaco no es sinó un desierto verde de acidificación y muerte lenta. Es un insulto a la inteligencia y a la noción más básica de ecología llamar ¨desarrollo sostenible¨ esa escala ⅓ de plantación: un árbol de 50 o 100 años jamás puede ser sustituído en sus propiedades bióticas por 3, 10 o incluso 50 pequeños retoños, por no recordar que un porcentaje de ellos no prosperará. Y no pueden sustituirlos porque hay muchos otros factores más allá de la miope lectura que la Dirección de Bosques aplica, tasando la importancia del árbol en las toneladas de madera que puedan mercadear ejecutándolo. Hay nidos de aves en ellos, de insectos, de reptiles, de mamíferos, hay decenas de especies que habitan un árbol maduro y que no lo hacen en retoños de 1, 5 o 10 años incluso. Hay interacciones de micelios que tardan décadas o siglos en tejer su maravillosa red subterránea. Recientes estudios científicos muestran que las raíces de los árboles más fuertes son capaces de acercarse a ejemplares más debilitados, conectarse a sus raíces y radículas y alimentarlos durante años, mantenerlos vivos en un estado de altruismo y generosidad que nada envidiaría al de cualquier animal, incluso de nuestra especie en los casos de altruismo existentes, que son menos de los que nos gusta pensar, como especie egocéntrica y narcisista que somos.
Habida cuenta que un roble puede vivir 2000 años si se le deja en paz, un abedul 120 años, o un pino 400 años, podemos calcular con vértigo la inmensa vitalidad y el valiosísimo proyecto biológico que es un árbol. La lectura reduccionista de su valor en peso de madera es la misma que se aplica a los animales carnificándolos, convirtiendo caminos evolutivos de decenas de millones de años e individuas únicas e irrepetibles en cachos de carne al peso. La mirada humana a cuanto vive. La mirada del violador a su víctima.
En el año 2015 Polonia exportaba 185.000 toneladas de madera y en el período 2019-2023 exportó 14,3 millones de toneladas. La cantidad actual es de 2,2 millones de toneladas anuales. Menciono sólo la cantidad para exportar, a la cual hay que sumar el consumo interno nacional de madera. El régimen ecocida polaco ha instalado un trono totalitario de sierras mecánicas y harvesters de hambrientas bocas en los jóvenes y los viejos bosques capaces de convertir un árbol en madera en cuestión de segundos. Sin misericordia se han talado miles de árboles de las veredas de carreteras bajo la idiotez de que son un peligro para el tráfico. Un gobierno ecocida que lo único que tiene de conservador es su asiento en el parlamento y sus cuentas corrientes, bien conservadas. Están vendiendo el país a trozos. La relación entre una persona patriota y su patria es la misma que la de un proxeneta y su prostituta, algo para servir a su interés económico. Las banderas dan dinero.
Pero ¨hay que salvar el planeta¨, dice la gente, como si ¨el planeta¨ fuera allá, en otro lugar ensoñado, en los bosques pluviales o los profundos océanos. Aman ¨el planeta¨ como la gente carnista ama a los animales, refiriéndose a aquellos privilegiados que consideran dignos de su amor. Donan dinero para ¨salvar el planeta¨ a organizaciones cuya mayoría de ingresos se despilfarran en sueldos, viajes, burocracia, eventos y mil prescindibles más, se compran camisetas que digan ¨salvad el planeta¨ mientras echan por el desagüe lejía ecocida, se toman selfies con modernos teléfonos en sus vacaciones a cualquier lugar gentrificado por el colonizador turismo. Salvemos el planeta, dicen, como si el planeta fuera otro planeta y no este donde viven, los parques de su barrio, los bosques de su entorno, la fauna que sobrevive a la presión de una sociedad expansionista y canibal. Un bebé más, para el cual se talará otro bosque para hacer las dos toneladas de pañales que usará, dejando un terreno yermo donde edificarán su piso de mañana. Hay que salvar el planeta, lloriquean, mientras consumen y consumen, viajando lejos, viviendo en la superabundancia, en el exceso de recursos, malgastando energía, deshechando sin cesar los embalajes de sus compras, sus plásticos que ya vuelan hacia los fondos del mar y los estómagos de los peces, mascando a esos peces y carne que arruinó millones de hectáreas de cultivos para cebar a los animales… Hay que salvar al planeta, dicen, y yo pregunto ¿de quién?, ¿de quién, sino de ellas, hay que salvar al planeta?
Los desiertos avanzan, los incendios avanzan, provocados por ganaderos en busca de pastos y espacio para la carne del carnismo, calcinan millones de hectáreas de árboles en el sur de Abya Yala, en los alóctonos bosques de pino y eucalipto de Portugal, verdaderos recipientes de gasolina que se encienden casi por autocombustión. Miles de millones de animales, muchos más de los que la gula humana ejecuta, mueren horriblemente, de asfixia, de hipertermia, con los pelajes y las plumas ardientes, convertidos en ascuas, en teas inflamadas que corren humeando sin dirección, chillando de dolor hasta caer muertos, durante minutos, horas, días, y hasta semanas después de haber concluído las llamas. Construimos en cauces de ríos y mares, o edificamos retenes artificiales para el agua en lugar de dejar ese trabajo a quien desde hace millones de años lo hace con orfebre meticulosidad y eficiencia: los animales, los árboles, la vida en su conjunto, que colaboran con la naturaleza -y no contra ella, como nosotras- para realizar su mágica simbiosis en equilibrio y armonía.
El mundo no esta muriendo, el mundo está siendo asesinado, premeditadamente, con la estupidez que nos caracteriza. Los árboles están en el planeta desde hace millones de años, regulándo el clima, afirmando suelos, dando techo y pan a todas, sin pedir a cambio nada más que los dejemos en paz.
Acabo estas lineas enfurecidas mientras por la ventana escucho, como cada año, la grave nana del ciervo en la turbera. Su bellísimo canto de berrea, misterioso y profundo, alegre y convocatorio, como una extensión del bosque que reverbera y vuelve en un eco que se riza a la vegetación, y se enlaza con los troncos y la humedad de la noche. Un canto de victoria, un animal enmarentado al bosque, parte y todo de él, unidad y comunidad. Pero llegará mañana y seguiré escuchando un día más en el fondo del bosque, como un epitafio, la labor criminal y constante de las motosierras.
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