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lunes, 1 de julio de 2024

EL VEGANISMO TIENE LA RAZÓN

 

Una de las expresiones lingüisticas más extendidas por la historia humana de los idiomas y en cada rincón del planeta es ¨tratar a alguien como a un animal¨. Todas la conocemos, no precisa explicación. La expresión no tiene matices, no colinda ni relativiza hacia adjetivos como buen trato a un animal o mal trato, es unidireccional e inequívoca; tratar a una persona humana como a una persona no humana siempre implica hacerlo con degradación, degeneración, humillación, tortura, crimen, desprecio, odio y conculcacion absoluta de cualquier posible derecho. Ello no sólo afecta a las sociedades contemporáneas, sino que incluye la hipocresía de pueblos antiguos como mongoles, inuits o tribus originarias amazónicas -entre muchísimos otros fenotipos culturales-, que abogan por inventar algún tipo de ritual para exculparse sus asesinatos y lavar su conciencia. Bien sea liberar el alma del animal devorando sus mutilaciones (bodhisattvas budistas o inuits), untar su hocico en la sangre del corazón todavia caliente del animal recién ejecutado (tribus mongolas), la ¨tristeza¨ de las tribus Mbenga (peyorativamente denominadas ¨pigmeas¨) cuando matan a un elefante, ceremonias de purificación y agradecimiento antes de las descuartización de las presas (cazadores africanos), agradecer a la tierra por ¨el don recibido¨, los métodos kosher o halal de asesinato de asesinato apropiado, o incluso esos cazadores de la racista Europa, que se pintan el rostro con la sangre caliente del animal ejecutado como rito de iniciación en sus carrera de crímenes impunes. Algunos cazadores europeos cortan los testículos del cadáver -un clarísimo ejemplo de psicopatía patriarcal (homónimo) para comérselos en señal de recibimiento de su valor. Todos esos casos y muchos otros pretenden dispersar la gravedad del hecho, apaciguando cualquier posible sensación de culpa, para poder seguir haciéndolo. Es decir, seguir ¨tratando a los animales como a animales¨


En las Islas Feroe, junto a Dinamarca, cuyos habitantes provienen de los romantizados vikingos (que en esencia no eran más que bandas armadas de asesinos y violadores), se comete desde 1584 el Grindadràp o matanza anual de 250 a 1400 calderones o ballenas piloto para proveer de carne a su habitantes, cuyo 83 % apoya este genocidio. La matanza forma parte de su tradición, a la cual aluden defendiéndola cuando se les critica, y en la cual participan niñas, que aprenden desde bien pequeñas a jugar con los cuerpos decapitados de los cetáceos, a cosificarlos juguetizándolos. No más alejada de la idea de justificar la barbarie con la tradición tenemos a España, un país retrasado en temas de animalismo donde su repugnancia estrella es la corrida de toros, la ejecución pública de 6 toros por corrida, mientras una caterva de enajenadas ancianas hediendo a naftalina grita ¨!olé!¨ cada vez que el toro es acuchillado, ensartado, burlado y asesinado, y que premia al torero por su ¨buena matanza¨ entregándole el rabo o las orejas, mutiladas con el toro a menudo aún vivo. La lenta agonía y muerte de un animal, que sería prohibida de inmediato por vulnerar todas y cada una de las leyes de derecho animal existentes, tiene una excepción en la hipocresía española, siendo financiada con dinero público y de la UE (sí, Polonia financia la corrida), y esos cientos de millones de euros anuales son el único motivo por el cual sobrevive. Pero en España la corrida no es ni de lejos el único modo que sus habitantes tienen de ¨tratar a los animales¨, sus costumbres de colgar piernas secas de cerdos en los bares (existen 87000 explotaciones y 4000 de ellas son macrogranjas donde se ceban y matan a 34 millones de animales anualmente), hervir caracoles vivos, abandonar perros de caza ¨viejos¨ atados con alambre a un poste o con un palo atado en la boca para que mueran lentamente de hambre y sed, poner bolas de fuego en cuerno de toros, atarlos con cuerdas para divertirse, acosarlos a caballo,... son sólo algunos de sus cientos de aberraciones, y por las cuales pediría el boicot absoluto al turismo hacia ese país.


Polonia, como cualquier otro territorio donde viva gente, también tiene infamia y crímenes contra los animales de los cuales avergonzarse. Albergues de perros sobresaturados, paletos que matan a sus perros de soledad y enfermedades al dejarlos atados a cadenas incluso a temperaturas bajo cero, la matanza brutal en todo el país de peces, no sólo las 6 millones de carpas en Nochebuena, sino cada semana en miles de mercados de forma legal o ilegal, con la tradicional polaca lenta asfixia de estos animales sin voz audible. Polonia también recompensa a sus ¨amadísimos¨ caballos tras una vida de explotación, encierro y duro ¨trabajo¨, descuartizándolos para el consumo japonés o italiano de su carne. Un 10% de esa carne se destina a alimentar a animales carnívoros de los parques zoológicos polacos. O esos ¨amados¨ caballos que los zafios montañeses explotan en Morskie Oko para acarrear a miles de vagas y estúpidas turistas, tan ¨amantes de la naturaleza¨ como las conductoras de quads arrollándolo todo en los bosques. En la plaza mayor de Kraków, en este momento que escribo, someten a los equinos al agotamiento, exponiéndolos al sol del verano y acortando sus vidas con esa tortura. No pocos caballos en Polonia se desploman agotados y rotos por el sobreesfuerzo a que los condena un pueblo que se jacta de amar a ¨sus¨ caballos...


En todo caso y retomando, ¨tratar a una humana como a un animal¨ (otra dislexia de un lenguaje, que nos separa de la animalidad) es algo popular, sabido, no hay educación que pueda informar sobre algo que ya se sabe, mucho más ahora que la información está en redes, en las calles, en los medios informativos. La educación sólo sirve para señalar, para tratar de avergonzar a quien comete crímenes contra los animales y a quien los financia, consiente y es cómplice de ellos. El verdadero animalismo consiste en prohibir taxativamente la tortura y la muerte de los animales, lamentablemente de un modo paulatino, porque la gente sólo aprende por repetición y no abandonarán ciertos hábitos hasta que las demás lo hagan. Así de autosuficiente y crítica es la gente.

 



Sabemos cómo sabemos. El proceso de aprendizaje humano es lineal, metódico, con un raciocinio torpe que halla obstáculos en la rutina del error y que llama conclusiones a la aburrida consecuencialidad de un suceso, olvidando conscientemente que en ciencia el cuestionamiento es crucial y que la mayoría de conclusiones no son sino pasos, estadios de otras conclusiones más concluyentes. Aprendemos por errores, e incluso los aciertos convocan a errores. En cambio los demás animales están bendecidos por la benignidad del instinto, que es el peyorativo modo supremacista humano de no reconocer la inteligencia animal, del mismo modo que el colonialismo blanco europeo llama artesanía al arte de tribus originarias. Sí, con desprecio, con soberbia, con humanidad.


Sabemos que sabemos, y fuera de esa sapiencia -no siempre acompañada de sabiduría-, útil sólo para torturarnos y asesinarnos, así como torturar y asesinar a la naturaleza y a las compañeras de viaje evolutivo, no sabemos nada. No desarrollamos la intuición, tropezamos cien veces con la misma piedra, y cien más con otra de diferente color y forma. Somos estúpidas y menores, no por ignorancia, sino por persistencia ignorante en dañar con nuestro concepto de inteligencia, canon de nada. Reniego de la inteligencia humana, y sé que es pedante y absurdo hacerlo porque trastabilleo con ella torpemente antes de actuar. Me declaro incapaz para esa maravilla de predecir la lluvia, uno de los dones más preciosos de muchas especies animales, entre otros millones de ellos.


Sabemos, pensamos (cartesianamente) que es pensando que existimos, pero Descartes mutilaba y destrozaba vidas que aullaban de agonía mientras él reía para sus fascistas experimentos, exactamente iguales a los que llevaba a cabo Mengele, con menos fama pero igual excrementicia falta de escrúpulos. Los experimentos de Mengele, tan útiles a la medicina contemporánea, por mano de las corporaciones que financiaban sus torturas, forman parte intrínseca de la infamia del saber humano. Sabemos, qué arrogancia de saber. Llamamos inteligencia a construir bombas de racimo, leyes para encarcelar a la gente más desfavorecida, a periodistas demasiado amantes de la verdad, para mantener a las pobres dentro de las cárceles y a las ricas siempre fuera. Llamamos inteligencia a las 430 millones de toneladas de plástico anuales que fabricamos y usamos, que acaban desintegrándose en microplásticos tan diminutos que los tenemos en cada centímetro del planeta, en hortalizas, en nuestros propios órganos ya. La felicidad que da el plástico.


Pero la naturaleza no está sometida al uso o intereses que tengamos sobre ella. Su belleza, su importancia, su valor, es ser para sí misma en tanto las demás lo seamos para nosotras y para ella. Su mérito no es unilateral ni unívoco, existe en lo que la rodea y viceversa. Si sólo una de las partes sale beneficiada, entonces es explotación. Nuestra relación con la naturaleza es la del campesinado moderno, proxenetismo de hábitats para exprimirlos, esclavistas de miles de millones de animales que son tratados como animales, tanto si es a escala industrial como en pequeñas explotaciones.


Otra de las evidencias de nuestro ¨trato a los animales como a animales¨ sería por ejemplo, que todas las películas e historias de terror del cine basan su trama en que alguna persona humana hace a otras lo que se hace cada segundo con miles de animales. Método a cuál más carnicero y enfermizo, las más inimaginables vejaciones, dolorosísimas torturas psíquicas y físicas, en las cuales la gente prefiere no pensar. Es lógico no hacerlo para no enloquecer de misericordia e impotencia, pero paradójicamente también es el mecanismo para poder seguir haciéndolo sin cargos de conciencia. Lo que no se piensa, no se siente.


El capitalismo suele representarse con un obeso señor con chistera a menudo con aspecto de cerdo (50 millones de ejecuciones al año, una de las grandes víctimas del capitalismo), pero el éxito del sistema se basa precisamente en no aparentar ser así, como un animal considerado repugnante. Las personas más capitalistas del mundo son esteticonormales, cotidianas, pobres, mediocres, sin esperanza. Desnudas de todo atributo, las personas capitalistas sólo tienen una cosa: su avaricia, mientras que los cerdos tienen un comportamiento ejemplar y pacífico si los observamos fuera del prejuicio. Un prejuicio necesario por tra parte para construir nuestra cosmovisión supremacista de la naturaleza y sus habitantes, pormenorizados en la normalización de unas características falsas, similares a las que el régimen nazi usó con su propaganda y sus ¨estudios científicos¨ sobre la idiosincrasia ¨mezquina, malvada e inferior¨ del pueblo judío. No me cansaré nunca de repetirlo: la gente carnista vendrían a ser nazis, y los animales, sus judías.


Los argumentos éticos, morales, intelectuales, ecológicos, legislativos, iusnaturalistas, biocentristas, científicos, políticos y filosóficos utilizados por el veganismo para querer urgentemente detener la desquiciada masacre de billones de vidas -y que son las mismas que para querer detener la extinción de una sola vida- derivan en un postulado social e histórico irrefutable: el veganismo tiene la razón. No hay argumento común, fuera de un ego desproporcionado y sanguíneamente antropocéntrico, para considerar a los animales no humanos menos dignos de un trato similar al humano.Y no hablamos de la igualdad barata de ir a votar, a conciertos, escribir libros o crear arte, acciones humanas (con sus correspondencias en el mundo animal), sino de garantizar en la teoría y en la práctica los tres pilares fundamentales del derecho animal: su vida, su libertad y su integridad física. Exactamente los mismos que los nuestros.

jueves, 6 de junio de 2024

SI ES AMOR, SE LLAMA PERRO

Mi humana se está volviendo muy agresiva, me insulta y me pega cuando la acaricio. Y mea en un recipiente para luego echar agua y no dejar olor, para que otras no pueden identificarla, es perverso. Constantemente me ignora, su proceso adaptativo no está siendo como debería, al fín y al cabo la compré para que se comportara como a mí me apetece. Mi casa, mi humana, mis reglas, es lo justo. Deberé llevarla a una educadora para que corrija todas sus imperfecciones, o al menos las más desagradables… Eso, o la dejaré en una cuneta o a las puertas de un albergue, inventándome cualquier excusa.


Así sonaría un perro que hablara de quien lo cuida si empleara la lógica especista humana. Pero un perro no es mezquino, y sobretodo, no es un mueble, por lo tanto establece vínculos retroactivos con otros animales y especialmente con los de su manada. Cuando cuidamos un perro estamos en una manada, llena de ventajas y responsabilidades, como cualquier familia. Un perro que no anhela permanecer junto a la humana que lo alimenta y protege es un perro sin vínculo, que no reconoce la manada, un perro herido psíquicamente. Los perros son animales profundamente grupales, como las humanas, por dependencia, por necesidad biológica pero antetodo por amor. El amor de los perros, su voluntad y capacidad de lazo es algo extraordinario, como las gallinas, los cerdos, las vacas, muchos peces y aves, si nos esforzáramos en comunicarnos y respetarlas. Si algo no va bien con la coexistencia, si hay miedo, desconfianza, duda… entonces el perro no amará estar junto a la humana con la cual vive. No es al perro a quien ¨hay que trabajar¨, sino la humana debe esforzarse en construir y fortalecer la unión. Sí, como en una relación humana, no hay más misterio. No es el perro quien necesita educación, sino que la humana necesita amar.

En los estudios realizados para comprender a otras especies animales mediante el método de interactuación, siempre obligamos a los animales a emplear un lenguaje que nos sea comprensible, verbal o de signos. Los perros aprenden todos y cada uno de los 7100 idiomas humanos, pero nosotras seguimos sin entender sus gestos, vocalizaciones, miradas, movimientos... Esa inferioridad intelectual muestra que somos inútiles fuera de nuestro terreno, incluso con nuestras herramientas. Aunque eso no debe extrañarnos, porque el babel mundial de mutua comprensión humana, incluso en lenguaje materno, es abrumador, lo cual sólo lleva a concluir que no sólo los perros son inteligentes, sino que lo son en casi todos los casos mucho más que nosotras. Tal es el amor que el perro nos profesa, que aprende nuestro idioma. Tal es nuestro amor, que le correspondemos queriéndolo dominar.



Los perros son animales de manada, por su genética lupus. Saben vivir en soledad, como el lobo solitario, pero la sufren. Encadenar a un perro es un delito en algunos países, pero es un crimen siempre contra él, incapaz de leer mensajes y ser leído en los suyos, incapaz de ser, sin poder ser en las demás. Expuesto en una azotea reducida, atado con cadena a una caseta o suelto en un terreno fabril, para vigilancia. Incluso con mucho espacio disponible, comida y agua suficiente…. pero solo, el perro sufre. Los perros sufren estando solos en casa, por eso se alegran tantísimo cuando volvemos. El perro no quiere estar solo, ama la compañía de quien les cuida y alimenta. Aprendieron que la clave del amor es la presencia, más que la intensidad, y eso atañe también a nuestra especie. Los perros necesitan presencialidad, interactuar, física pura, noción de comunidad, complicidad… para realizarse psíquicamente. Un perro solo es un perro que sufre, por eso el perro apaleado y amputado, el que muere en una pelea organizada por mafias, sigue moviendo la cola a su torturador, porque lo cuidó antes de condenarlo. Hay algo inhumano en el perro, pero sobretodo muy humano. No es una creación genética, pero sí conductual, que emparenta a las sociedades lobunas con las humanas.


El perro es el animal más humano que existe. Pensar que el animal improntado, codificado, acostumbrado a nuestra presencia y tal vez feliz en ocasiones con ella, es un esclavo voluntario que conoce ventajas y riesgos de nuestra compañía, que es plenamente consciente de su rol, o que se somete, acepta su destino no huyendo, es como culpar a la niña violada por sus familiares, de que no huya pudiendo, acusada de que disfruta con ello o que incluso lo busca. La idea social de que todo cuanto hacemos o deseamos es fruto sólo de influencias previas, y no del desarrollo de una iniciativa personal, evoca un error de lectura en la evolución humana. Somos animales sociales, de conductas mecánicas aprehendidas, pero también somos casi tan creativas como el resto de animales, y capaces de llegar a sus conclusiones. La normalización de algo tan nauseabundo y falso como la ¨domesticación¨ de los animales es el culmen del desquicio del supremacismo humano.


Parir, como comprar un perro, es un capricho fruto de un impulso primitivo en su sentido más nefasto. Pero para adoptar animales no sólo debería ser obligatorio chipar, sino hacer examen de cuidado responsable y monitorear las condiciones de vida que tendrá el animal. Además debería depositarse una fianza para cubrir los gastos de posibles escapadas o daños causados por accidentes o irresponsabilidad. Sé bien que ello dificultaría las adopciones (cuya frivolidad en otorgarla a gente incapaz de cuidar un cactus se debe a la masificación del abandono), lo sé, pero de eso se trata, de colapsar al gobierno y forzarle a prohibir preventivamente la cría y venta de animales, único problema de la superpoblación, la masificación y el abandono.


Cuando adoptas a un perro rompes la cadena de infortunios y desencantos que sufrió… y que sufriste. Cuando llegas a amarlo el perro con cada lametón rejuvenece tu corazón, envejecido por el contacto humano. El fracaso de la racionalidad humana se manifiesta en la gestión de la muerte, por ejemplo. Sabemos de ella, nos educan en nuestra finitud desde bien pequeñas, incluso las iglesias han hecho de ella su más mimado fetiche y su chantaje para las vivas, prometiendo la mentira de otra vida tras esta. Comprendemos perfectamente todos los procesos vitales que nos hacen posibles, con una seguridad 100% de que un día cesarán y moriremos, no importa cuánto vivamos: moriremos. Y sin embargo no somos capaces de asumirlo, especialmente en la muerte de quienes amamos. El ser humano gusta de autoproclamarse Homo sapiens, la más inteligente de las especies, pero no somos más que sacos de emociones, emocionalidad pura. Por las emociones matamos y morimos y vivimos, lloramos, odiamos, condenamos, torturamos y acariciamos. De tal ubicuidad es nuestro mundo sensorial, afectivo y emocional, y tanto descubrimos en el resto de faunas su inteligencia superior -medida de otro modo, en otros parámetros fuera de la comparativa con nuestro cerebro- que pienso que deberíamos cambiar nuestro nombre por Homo Emocionalis. El raciocinio tiene demasiados límites. Somos una especie muy limitada.


No empleo el término animalitos, como no empleo negritas, mujercitas u homosexualitos. La razón es obvia. La educación infantil es similar a la canina o la doma de los animales en el circo, un sistema de premio y castigo, de golosina o látigo, de acción-reacción, destinado a destruir voluntades y someter a las víctimas a los intereses de quienes las poseen. El 5 % de las mentiras que contamos a las niñas son para protegerlas, el otro 95 %, para domesticarlas. Por otro lado un perro reactivo puede serlo por una contusión o un dolor constante que lo haga irascible y no se curan ¨educándolo¨ sino tratándolo adecuadamente con medicinas u operaciones si hiciera falta. Puede haber sufrido traumas en la infancia, como los seres humanos, y entonces necesitará confianza, no órdenes.


Los perros no necesitan doma, ni forman parte de la clase trabajadora. No tienen contrato de trabajo, ni más derechos que los que la personas que los esclaviza quiera otorgarles. No pueden negarse, se les obliga una y otra vez al estrés y al miedo, al agotamiento y a la muerte. Son esclavos y nada más que ESCLAVOS. Ningún animal ¨trabaja¨ para el ser humano, son secuestrados y explotados. La domesticación e hibridación de especies animales me recuerda a una escena de la película Misery, cuando una enloquecida Annie Wilkes rompe los pies de Paul Sheldon para que no huya y poder cuidarlo, la tenencia animal exige debilitar y artificializar a los animales para que sólo puedan sobrevivir bajo auspicio humano. Jamás antes en la historia los animales habían sido mejor tratados, con sacrificios más indoloros y con reglas de bienestar tan costosas para quien los criaba, pero jamás antes sus vidas habían sido tan cortas y la cantidad de ellos tan exagerada. No nos merecemos a los animales, de un modo u otro no sabemos sino torturarlos, incomodarlos, explotarlos para satisfacer nuestra visión de los cuidados y las relaciones. Muy rara vez una relación de un animal no humano con otro humano es igualitaria, estando supeditada a nuestras circunstancias, con las cuales obligamos a los animales a hacer o no hacer. Un perro en una casa, encerrado durante horas, desatendido de estímulos, solo, se aburre, además si hay un incendio, está sentenciado a morir asfixiado, como un bebé en la misma situación. No somos capaces de garantizar vidas plenas a los animales, sino sustitutos baratos de vida, como suelen ser nuestras propias vidas. Todo cuanto se dijo y dice en detrimento de los animales no humanos, se dijo -y se dice- de las mujeres, los pueblos indígenas o cualquier otro grupo social menospreciado. Todo cuanto se dice o dijo discriminatoriamente de los animales no humanos por la ciencia, fue desmentido sistemáticamente por la propia ciencia, e incluso por esa incongruente, ridícula y denigrante amalgama de tonterías llamada ¨opinión pública¨. La similitud de nuestra especie con las demás es incuestionable, en personalidad, individualidad, deseo de vivir, variopintas inteligencias no menos desarrolladas que la nuestra (no somos el patrón intelectual de nada), miedos, alegrías, tristezas y necesidad de cooperacion pacífica. Podemos regresar a una convivencia pacífica con la naturaleza, trabajando con ella y no contra ella, pero ese estado de gracia no sucederá por voluntad individual, sino colectiva, con cambios de leyes, con prohibiciones globales y castigos, del mismo modo que se prohiben las vulneraciones de los derechos humanos. La educación es crucial, pero insuficiente.


Existe una relación muy intrínsecamente humana, la que surge entre la déspota y la sierva. Las relaciones de poder, de jerarquía, de sumisión voluntaria, suelen ser más ricas en matices y nos ayudan a comprender la mezquina naturaleza humana, feliz de poder obedecer. La necesidad de manada para sobrevivir, ha degenerado en un vínculo tóxico que, de algún modo, genera endorfinas y serotoninas en ambas partes, en quien disfruta humillando y en quien ama ser despreciada. La gente que pega a un perro, con fines pedagógicos o punitivos y se sorprende de que este muerda es la misma fascista que no entiende la rebelión de los pueblos. La mal llamada ¨educación canina¨ no es, como debería, que los perros nos enseñen a ser nobles, austeros, amorosos y maravillosos, sino otra de las mentiras del especismo: la doma circense de animales para enseñarles los truquitos que nos satisfagan y diviertan. Creemos que nuestra cultura es ideal para los perros.


Para qué quiero amigas, si adopté un perro. Para qué quiero televisión. Para qué quiero las mentiras humanas, si tengo la verdad del perro. De qué me sirven las fiestas, si mi fiesta ladra. Por qué confiar en la mediocridad de la gente, si gozo la excepcionalidad del can. Cuándo un ser humano fue tan noble como el hocico que se pega a mí. Por qué debo temer las tormentas, si mi perro las amaina. Qué tan grande es el mundo, si su mundo es lo más grande. No hay oscuridad posible mientras haya un perro que duerme al lado. Por quién debo votar, si el mejor candidato lame mi mejilla. Cuántos problemas son realmente trágicos, si con él los comparto. Qué espectáculo es más verídico que su mirada. Qué suavidad más benévola que su pelaje. Qué miedo más poderoso que el de perderle.


Hay un antes y un después en la vida del ser humano, podríamos haberlo denominado amor, pero preferimos llamarlo perro.

lunes, 8 de enero de 2024

PROMETEO INFAME

 

¨Un lugar manchado de oscuridad pura¨. Dante Aliguieri



Un animal nunca hace imbecilidades, salvo el humano, genética y exclusivamente diseñado para ello. Cada año en ciertas diferentes fechas señaladas de diferentes culturas en diferentes países, el ser humano realiza otra de sus numerosas estupideces rituales. Ese vacío interior tosco y espeso de su idiotez le crea un silencio incómodo, existiendo incluso el riesgo de llegar a ser consciente de su mediocridad. Para ahuyentar ese silencio de manera que no se convierta en pensamiento o diálogo interior, las personas más afectadas deciden que es buena idea usar fuegos artificiales. El estruendo exterior sustituye al vacío interior. La inmensa mayoría de esas personas son hombres, cobardes que necesitan demostrar su cobarde masculinidad haciendo ruido. Los fuegos artificiales son el sustituto, la válvula de escape en tiempos de paz, de la guerra, que es donde los hombres cobardes pueden explotar al máximo sus imbéciles capacidades. Sintetizando: cuanto más imbécil se es, más fuegos artificiales se usan.


El rango auditivo del ser humano es de 20 kHz, el de los insectos que mejor oyen llega a 300 kHz, y los perros alcanzan a escuchar hasta 3 o 4 veces más que nosotras. A partir del rango de 75-80 decibelios, comienza el daño al oído humano, sin embargo la pirotecnia emite sonidos de hasta 190 decibelios. La OMS recomienda que las adultas no se expongan a más de 140 decibelios de presión sonora máxima, y las niñas a 120. Hoy día 1000 millones de personas se hallan en riesgo de pérdida de audición permanente, una amenaza que aumenta pronunciadamente tanto en explosiones pirotécnicas en suelo, como en el cielo. Esa agresión auditiva puede provocar en la infancia problemas con el aprendizaje del lenguaje, que está condicionado por la calidad de su audición. Se pierden los conceptos gramaticales, el significado de palabras, fijación, integración social y su consiguiente baja de autoestima. La otorragia, el sangrado del oido causada por el desgarro de la membrana timpánica debida a explosiones son causa de pérdida auditiva, y el modo de manifestarse son trastornos en equilibrio, mareos, temblores y sensación de debilidad. Otra consecuencia de los sonidos fuertes de los fuegos artificiales es el tinnitus, o pitido en uno o los dos oídos.


Cuando yo tenía 8 años de edad, alguien explotó un petardo justo al lado de mi oído, el resultado fueron dos operaciones de injerto en los tímpanos, conozco el tema, es un dolor insoportable, constante, que no deja dormir ni vivir y con el cual lloraba todo el tiempo. La sociedad actual es un ruido constante, cuando no un abanico de estruendos de todo tipo. Se prevé que para 2050 haya 2500 millones de personas con pérdidas auditivas, y que unos 700 millones quieran rehabilitación. En personas con TEA (espectro autista), por su hipersensibilidad a estímulos violentos, la pirotecnia produce miedo, estrés, nerviosismo, irritabilidad, ansiedad, e incluso llegan a las autolesiones. Estas personas no pueden controlar ni comprender ese ataque, son víctimas de una agresión gratuíta y cruel.

 

Del mismo modo, los animales no humanos encerrados en casas, en albergues, en zoos, en cualquiera de los espacios de semilibertad o esclavitud a los que les sometemos, no pueden escapar, no entienden cómo escapar. La pirotecnia es para los animales, lo que los bombardeos israelíes para las niñas de Palestina, una súbita interrupción traumática de sus vidas, y pueden interpretarlo como un riesgo mortal inminente. Miles de animales son asesinados cada año por estas prácticas criminales bajo forma de divertimento. Se acurrrucan en rincones, debajo de camas, escarban en el suelo buscando esconderse, hasta destrozarse las uñas, automutilándose incluso, mordiéndose las patas, saltando al vacío por ventanas y balcones, acuchillándose con los cristales, empalándose vivos en verjas metálicas, muriendo aterrorizados y desquiciados. Las faunas de la ciudad, especialmente aves, caen infartadas por centenares por las calles, estrelladas contra las paredes en sus desorientados vuelos, con los tímpanos reventados. La fauna salvaje corre aterrorizada tratando de salvar sus vidas y caen en barrancos, se hunden en lagos y pantanos, se parten la nuca, se lanzan contra los automóviles en las carreteras. Enloquecen. Los gatos pueden convulsionar, golpearse con objetos, dañarse física y psicológicamente para siempre. En los perros puede provocar pérdida total de audición (escuchan hasta un 225 % más que nosotras, como otros mamíferos), su grado de tolerancia al ruido es de 85 decibelios solamente. Son habituales en ellos los fallos cardíacos durante las celebraciones pirotécnicas, un biocidio anual cuya única justificación es la economía de mercado.


Los dos grupos de explosivos artificiales existentes son los llamados Explosivos Altos, que abarcan un 65% de la producción (industria minera y bélica, es decir, destrucción de la naturaleza y destrucción humana), y los Explosivos Bajos (pirotecnia) con un 45% del grueso. Este último grupo supone una economía de alrededor de 30.000 millones de dólares. Cada año en el mundo se consumen medio millón de toneladas de materiales detonantes lúdicos. No es ni siquiera crucial, y aunque de ella viven algunas poblaciones, no conllevaría nada catastrófico si desaparecieran.


Independientemente de la contaminación acústica más violenta, también existe la de componentes y la de luminosidad. Los fuegos artificiales son 100 % química, básicamente nitratos, aminas y peróxidos. Los gases venenosos de los explosivos detonados contribuyen a la lluvia ácida, los gases de efecto invernadero y debilitan la capa de ozono, así como retrasan los ciclos pluviales. Los cohetes liberan toneladas de carbono negro, nitroglicerína, clorato de potasio, titanio, sodio, estroncio, bario, cobre, azúfre y partículas de pólvora a alturas entre 15 y 40 km del suelo. Todas esas sustancias pueden ser respiradas o entrar en los ojos, o contaminar tierras y aguas, agudizando enfermedades respiratorias, desencadenando afecciones cardiovasculares y reducciones de las funciones pulmonares.


Cada año la fabricación, distribución, almacenamiento y uso de pirotecnia causa cientos de muertas y cientos de miles de heridas. Quemaduras de distintos grados, amputaciones, pérdidas irreversibles de dedos, manos enteras, ojos, sorderas. En el 2014 14 trabajadoras chinas murieron en Nanyang (en todo el país según datos oficiales del gobierno, se calculan unas 400 muertes anuales), en el 2001 en Lima murieron 447 personas en un incendio en un centro comercial, provocado por fuegos artificiales. En Perm (Rusia) 156 personas murieron en una discoteca incendiada por petardos. 111 muertas en Paravur (India) en una explosión de un depósito de pirotecnia en 2016, en una discoteca de West Warmick en EEUU murieron 100 personas en el 2003… La lista de accidentes es larguísima, las mutilaciones de por vida, horrendas y traumáticas, los daños anímicos, emocionales, familiares, y un coste de miles de millones al erario público en materia de sanidad y desperfectos en mobiliario urbano o bienes particulares, a contribuyentes que no queremos que estas cosas sucedan. Simplemente no se puede prever exactamente la trayectoria ni el lugar de explosión de un cohete, lo aleatorio de las chispas ni qué materiales inflamables encontrará a su paso, por no hablar de los defectos de fabricación. Cientos de incendios suceden cada año por estas prácticas infantiles y burdas, bosques enteros, parques... a lo cual hay que añadirle el factor humano, la falibilidad, el uso de pirotecnia y alcohol al mismo tiempo, o la simple torpeza inherente a nuestra especie...


Las regulaciones existentes en materia de limitación de uso o restricción en ciertas áreas son debidas a la proporcionalidad de la brutalidad y la poca conciencia de la población donde se ha aplicado la ley, pero igualmente, sistemáticamente, todas se incumplen. La pirotecnia supone una invasión innecesaria y muy agresiva del espacio auditivo y visual común, sin permiso previo, una violación, incluso el aire se impregna de sabores y olores que para muchas personas humanas resulta desagradable, y ciertamente para la mayoría de mamíferos y aves, cuyo sentido olfativo es mucho más desarrollado.


La pirotecnia es una agresión real contra la cultura del cuidado, pero ¿en qué momento a una agresión la podemos llamar guerra? ¿Cuando se defiende un bando? ¿Cuando pelean ambos bandos? ¿Cuando hay muchas víctimas?¿Cuando se arrasa con todo?. El ser humano mantiene una guerra abierta y unilateral con la naturaleza y sus habitantes. La sociedad es un entramado de personas que tejen necesidades y posibilidades, que interactúan. Lo hacen para sí mismas, claro, pero sobretodo para las demás, para el buen funcionamiento de la comunidad, que no es sólo la individualidad de cada una, sino la colectividad de todas. No se puede ser egocentrista en una sociedad que sobrevive por cooperación y mutuo acuerdo. La humana es una especie fascista que sólo parece entender los conceptos Orden y Castigo, por lo tanto yo abogaré por la prohibición total e incondicional del uso de fuegos artificiales, siempre, sin importarme lo arraigado que estén en las culturas, las tradiciones o las costumbres. El mal es mucho más poderoso que el bien, porque carece de freno moral, códigos, límites o estrategias previas. El mal actua con destrucción aleatoria y la destrucción, por propio modo de operar convulso, resulta mucho más fácil que la construcción o el cuidado, que precisan inteligencia emocional, método y noción de comunidad. En una sociedad donde claramente el mal triunfa no queda sino concluir que lo hace por la pereza de las personas a conducirse hacia la bondad, más trabajosa y necesitada de cooperación para resultados visibles.


Albert Camus decía que la libertad más absoluta es la de matar. Cualquier persona con la cabeza mínimamente amueblada sabe que carece del derecho a matar inocentes, así que el veganismo es el único camino contra el derecho a dañar. Pero todas las libertades que el fascismo ha ido conquistando década a década, milenio a milenio, masacrando a millones de víctimas aleatorias, evidencian visualmente que el concepto de libertad, en manos de una especie corrupta, sólo y siempre será fascismo. Nada hay más hermoso que la libertad, y nada más dificil que pronunciar su nombre sin que alguien muera por su culpa. La libertad de unas no debe solapar la de otras. Deben iniciarse campañas locales de abolición de compra-venta de material pirotécnico, presionando a las autoridades locales y generando leyes nacionales. No regular -que no funciona-, sino abolir. Deben boicotearse los establecimientos que comercien con ese género, aunque algunos de ellos ya se han negado a vender por ética esos productos. La cantidad de daños que causa el uso de fuegos artificiales es mucho mayor que la satisfacción ridícula de usarlos. Este incendio debe apagarse.


Cuenta la mitología clásica que Prometeo robó el fuego a Zeus para regalárselo a las siempre fatuas y caprichosas humanas. Un fuego desarrollista, pirómano, incendiario, destructor de la vida. Ese Prometeo infame pagó por ello siendo atado por cadenas a una roca, mientras un águila le devoraba diariamente el hígado, símbolo de su humanidad, que le crecía a diario, para de nuevo ser comido. Aquel fuego robado sigue ardiendo en la industria armamentística patriarcal, que asesina a millones de animales humanos y no humanos cada día. El fuego, ya no símbolo de cariño y calor, de luz y seguridad, sino de destrucción y crimen.