Mi humana se está volviendo muy agresiva, me insulta y me pega cuando la acaricio. Y mea en un recipiente para luego echar agua y no dejar olor, para que otras no pueden identificarla, es perverso. Constantemente me ignora, su proceso adaptativo no está siendo como debería, al fín y al cabo la compré para que se comportara como a mí me apetece. Mi casa, mi humana, mis reglas, es lo justo. Deberé llevarla a una educadora para que corrija todas sus imperfecciones, o al menos las más desagradables… Eso, o la dejaré en una cuneta o a las puertas de un albergue, inventándome cualquier excusa.
Así sonaría un perro que hablara de quien lo cuida si empleara la lógica especista humana. Pero un perro no es mezquino, y sobretodo, no es un mueble, por lo tanto establece vínculos retroactivos con otros animales y especialmente con los de su manada. Cuando cuidamos un perro estamos en una manada, llena de ventajas y responsabilidades, como cualquier familia. Un perro que no anhela permanecer junto a la humana que lo alimenta y protege es un perro sin vínculo, que no reconoce la manada, un perro herido psíquicamente. Los perros son animales profundamente grupales, como las humanas, por dependencia, por necesidad biológica pero antetodo por amor. El amor de los perros, su voluntad y capacidad de lazo es algo extraordinario, como las gallinas, los cerdos, las vacas, muchos peces y aves, si nos esforzáramos en comunicarnos y respetarlas. Si algo no va bien con la coexistencia, si hay miedo, desconfianza, duda… entonces el perro no amará estar junto a la humana con la cual vive. No es al perro a quien ¨hay que trabajar¨, sino la humana debe esforzarse en construir y fortalecer la unión. Sí, como en una relación humana, no hay más misterio. No es el perro quien necesita educación, sino que la humana necesita amar.
En los estudios realizados para comprender a otras especies animales mediante el método de interactuación, siempre obligamos a los animales a emplear un lenguaje que nos sea comprensible, verbal o de signos. Los perros aprenden todos y cada uno de los 7100 idiomas humanos, pero nosotras seguimos sin entender sus gestos, vocalizaciones, miradas, movimientos... Esa inferioridad intelectual muestra que somos inútiles fuera de nuestro terreno, incluso con nuestras herramientas. Aunque eso no debe extrañarnos, porque el babel mundial de mutua comprensión humana, incluso en lenguaje materno, es abrumador, lo cual sólo lleva a concluir que no sólo los perros son inteligentes, sino que lo son en casi todos los casos mucho más que nosotras. Tal es el amor que el perro nos profesa, que aprende nuestro idioma. Tal es nuestro amor, que le correspondemos queriéndolo dominar.
Los perros son animales de manada, por su genética lupus. Saben vivir en soledad, como el lobo solitario, pero la sufren. Encadenar a un perro es un delito en algunos países, pero es un crimen siempre contra él, incapaz de leer mensajes y ser leído en los suyos, incapaz de ser, sin poder ser en las demás. Expuesto en una azotea reducida, atado con cadena a una caseta o suelto en un terreno fabril, para vigilancia. Incluso con mucho espacio disponible, comida y agua suficiente…. pero solo, el perro sufre. Los perros sufren estando solos en casa, por eso se alegran tantísimo cuando volvemos. El perro no quiere estar solo, ama la compañía de quien les cuida y alimenta. Aprendieron que la clave del amor es la presencia, más que la intensidad, y eso atañe también a nuestra especie. Los perros necesitan presencialidad, interactuar, física pura, noción de comunidad, complicidad… para realizarse psíquicamente. Un perro solo es un perro que sufre, por eso el perro apaleado y amputado, el que muere en una pelea organizada por mafias, sigue moviendo la cola a su torturador, porque lo cuidó antes de condenarlo. Hay algo inhumano en el perro, pero sobretodo muy humano. No es una creación genética, pero sí conductual, que emparenta a las sociedades lobunas con las humanas.
El perro es el animal más humano que existe. Pensar que el animal improntado, codificado, acostumbrado a nuestra presencia y tal vez feliz en ocasiones con ella, es un esclavo voluntario que conoce ventajas y riesgos de nuestra compañía, que es plenamente consciente de su rol, o que se somete, acepta su destino no huyendo, es como culpar a la niña violada por sus familiares, de que no huya pudiendo, acusada de que disfruta con ello o que incluso lo busca. La idea social de que todo cuanto hacemos o deseamos es fruto sólo de influencias previas, y no del desarrollo de una iniciativa personal, evoca un error de lectura en la evolución humana. Somos animales sociales, de conductas mecánicas aprehendidas, pero también somos casi tan creativas como el resto de animales, y capaces de llegar a sus conclusiones. La normalización de algo tan nauseabundo y falso como la ¨domesticación¨ de los animales es el culmen del desquicio del supremacismo humano.
Parir, como comprar un perro, es un capricho fruto de un impulso primitivo en su sentido más nefasto. Pero para adoptar animales no sólo debería ser obligatorio chipar, sino hacer examen de cuidado responsable y monitorear las condiciones de vida que tendrá el animal. Además debería depositarse una fianza para cubrir los gastos de posibles escapadas o daños causados por accidentes o irresponsabilidad. Sé bien que ello dificultaría las adopciones (cuya frivolidad en otorgarla a gente incapaz de cuidar un cactus se debe a la masificación del abandono), lo sé, pero de eso se trata, de colapsar al gobierno y forzarle a prohibir preventivamente la cría y venta de animales, único problema de la superpoblación, la masificación y el abandono.
Cuando adoptas a un perro rompes la cadena de infortunios y desencantos que sufrió… y que sufriste. Cuando llegas a amarlo el perro con cada lametón rejuvenece tu corazón, envejecido por el contacto humano. El fracaso de la racionalidad humana se manifiesta en la gestión de la muerte, por ejemplo. Sabemos de ella, nos educan en nuestra finitud desde bien pequeñas, incluso las iglesias han hecho de ella su más mimado fetiche y su chantaje para las vivas, prometiendo la mentira de otra vida tras esta. Comprendemos perfectamente todos los procesos vitales que nos hacen posibles, con una seguridad 100% de que un día cesarán y moriremos, no importa cuánto vivamos: moriremos. Y sin embargo no somos capaces de asumirlo, especialmente en la muerte de quienes amamos. El ser humano gusta de autoproclamarse Homo sapiens, la más inteligente de las especies, pero no somos más que sacos de emociones, emocionalidad pura. Por las emociones matamos y morimos y vivimos, lloramos, odiamos, condenamos, torturamos y acariciamos. De tal ubicuidad es nuestro mundo sensorial, afectivo y emocional, y tanto descubrimos en el resto de faunas su inteligencia superior -medida de otro modo, en otros parámetros fuera de la comparativa con nuestro cerebro- que pienso que deberíamos cambiar nuestro nombre por Homo Emocionalis. El raciocinio tiene demasiados límites. Somos una especie muy limitada.
No empleo el término animalitos, como no empleo negritas, mujercitas u homosexualitos. La razón es obvia. La educación infantil es similar a la canina o la doma de los animales en el circo, un sistema de premio y castigo, de golosina o látigo, de acción-reacción, destinado a destruir voluntades y someter a las víctimas a los intereses de quienes las poseen. El 5 % de las mentiras que contamos a las niñas son para protegerlas, el otro 95 %, para domesticarlas. Por otro lado un perro reactivo puede serlo por una contusión o un dolor constante que lo haga irascible y no se curan ¨educándolo¨ sino tratándolo adecuadamente con medicinas u operaciones si hiciera falta. Puede haber sufrido traumas en la infancia, como los seres humanos, y entonces necesitará confianza, no órdenes.
Los perros no necesitan doma, ni forman parte de la clase trabajadora. No tienen contrato de trabajo, ni más derechos que los que la personas que los esclaviza quiera otorgarles. No pueden negarse, se les obliga una y otra vez al estrés y al miedo, al agotamiento y a la muerte. Son esclavos y nada más que ESCLAVOS. Ningún animal ¨trabaja¨ para el ser humano, son secuestrados y explotados. La domesticación e hibridación de especies animales me recuerda a una escena de la película Misery, cuando una enloquecida Annie Wilkes rompe los pies de Paul Sheldon para que no huya y poder cuidarlo, la tenencia animal exige debilitar y artificializar a los animales para que sólo puedan sobrevivir bajo auspicio humano. Jamás antes en la historia los animales habían sido mejor tratados, con sacrificios más indoloros y con reglas de bienestar tan costosas para quien los criaba, pero jamás antes sus vidas habían sido tan cortas y la cantidad de ellos tan exagerada. No nos merecemos a los animales, de un modo u otro no sabemos sino torturarlos, incomodarlos, explotarlos para satisfacer nuestra visión de los cuidados y las relaciones. Muy rara vez una relación de un animal no humano con otro humano es igualitaria, estando supeditada a nuestras circunstancias, con las cuales obligamos a los animales a hacer o no hacer. Un perro en una casa, encerrado durante horas, desatendido de estímulos, solo, se aburre, además si hay un incendio, está sentenciado a morir asfixiado, como un bebé en la misma situación. No somos capaces de garantizar vidas plenas a los animales, sino sustitutos baratos de vida, como suelen ser nuestras propias vidas. Todo cuanto se dijo y dice en detrimento de los animales no humanos, se dijo -y se dice- de las mujeres, los pueblos indígenas o cualquier otro grupo social menospreciado. Todo cuanto se dice o dijo discriminatoriamente de los animales no humanos por la ciencia, fue desmentido sistemáticamente por la propia ciencia, e incluso por esa incongruente, ridícula y denigrante amalgama de tonterías llamada ¨opinión pública¨. La similitud de nuestra especie con las demás es incuestionable, en personalidad, individualidad, deseo de vivir, variopintas inteligencias no menos desarrolladas que la nuestra (no somos el patrón intelectual de nada), miedos, alegrías, tristezas y necesidad de cooperacion pacífica. Podemos regresar a una convivencia pacífica con la naturaleza, trabajando con ella y no contra ella, pero ese estado de gracia no sucederá por voluntad individual, sino colectiva, con cambios de leyes, con prohibiciones globales y castigos, del mismo modo que se prohiben las vulneraciones de los derechos humanos. La educación es crucial, pero insuficiente.
Existe una relación muy intrínsecamente humana, la que surge entre la déspota y la sierva. Las relaciones de poder, de jerarquía, de sumisión voluntaria, suelen ser más ricas en matices y nos ayudan a comprender la mezquina naturaleza humana, feliz de poder obedecer. La necesidad de manada para sobrevivir, ha degenerado en un vínculo tóxico que, de algún modo, genera endorfinas y serotoninas en ambas partes, en quien disfruta humillando y en quien ama ser despreciada. La gente que pega a un perro, con fines pedagógicos o punitivos y se sorprende de que este muerda es la misma fascista que no entiende la rebelión de los pueblos. La mal llamada ¨educación canina¨ no es, como debería, que los perros nos enseñen a ser nobles, austeros, amorosos y maravillosos, sino otra de las mentiras del especismo: la doma circense de animales para enseñarles los truquitos que nos satisfagan y diviertan. Creemos que nuestra cultura es ideal para los perros.
Para qué quiero amigas, si adopté un perro. Para qué quiero televisión. Para qué quiero las mentiras humanas, si tengo la verdad del perro. De qué me sirven las fiestas, si mi fiesta ladra. Por qué confiar en la mediocridad de la gente, si gozo la excepcionalidad del can. Cuándo un ser humano fue tan noble como el hocico que se pega a mí. Por qué debo temer las tormentas, si mi perro las amaina. Qué tan grande es el mundo, si su mundo es lo más grande. No hay oscuridad posible mientras haya un perro que duerme al lado. Por quién debo votar, si el mejor candidato lame mi mejilla. Cuántos problemas son realmente trágicos, si con él los comparto. Qué espectáculo es más verídico que su mirada. Qué suavidad más benévola que su pelaje. Qué miedo más poderoso que el de perderle.
Hay un antes y un después en la vida del ser humano, podríamos haberlo denominado amor, pero preferimos llamarlo perro.
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