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lunes, 8 de enero de 2024

PROMETEO INFAME

 

¨Un lugar manchado de oscuridad pura¨. Dante Aliguieri



Un animal nunca hace imbecilidades, salvo el humano, genética y exclusivamente diseñado para ello. Cada año en ciertas diferentes fechas señaladas de diferentes culturas en diferentes países, el ser humano realiza otra de sus numerosas estupideces rituales. Ese vacío interior tosco y espeso de su idiotez le crea un silencio incómodo, existiendo incluso el riesgo de llegar a ser consciente de su mediocridad. Para ahuyentar ese silencio de manera que no se convierta en pensamiento o diálogo interior, las personas más afectadas deciden que es buena idea usar fuegos artificiales. El estruendo exterior sustituye al vacío interior. La inmensa mayoría de esas personas son hombres, cobardes que necesitan demostrar su cobarde masculinidad haciendo ruido. Los fuegos artificiales son el sustituto, la válvula de escape en tiempos de paz, de la guerra, que es donde los hombres cobardes pueden explotar al máximo sus imbéciles capacidades. Sintetizando: cuanto más imbécil se es, más fuegos artificiales se usan.


El rango auditivo del ser humano es de 20 kHz, el de los insectos que mejor oyen llega a 300 kHz, y los perros alcanzan a escuchar hasta 3 o 4 veces más que nosotras. A partir del rango de 75-80 decibelios, comienza el daño al oído humano, sin embargo la pirotecnia emite sonidos de hasta 190 decibelios. La OMS recomienda que las adultas no se expongan a más de 140 decibelios de presión sonora máxima, y las niñas a 120. Hoy día 1000 millones de personas se hallan en riesgo de pérdida de audición permanente, una amenaza que aumenta pronunciadamente tanto en explosiones pirotécnicas en suelo, como en el cielo. Esa agresión auditiva puede provocar en la infancia problemas con el aprendizaje del lenguaje, que está condicionado por la calidad de su audición. Se pierden los conceptos gramaticales, el significado de palabras, fijación, integración social y su consiguiente baja de autoestima. La otorragia, el sangrado del oido causada por el desgarro de la membrana timpánica debida a explosiones son causa de pérdida auditiva, y el modo de manifestarse son trastornos en equilibrio, mareos, temblores y sensación de debilidad. Otra consecuencia de los sonidos fuertes de los fuegos artificiales es el tinnitus, o pitido en uno o los dos oídos.


Cuando yo tenía 8 años de edad, alguien explotó un petardo justo al lado de mi oído, el resultado fueron dos operaciones de injerto en los tímpanos, conozco el tema, es un dolor insoportable, constante, que no deja dormir ni vivir y con el cual lloraba todo el tiempo. La sociedad actual es un ruido constante, cuando no un abanico de estruendos de todo tipo. Se prevé que para 2050 haya 2500 millones de personas con pérdidas auditivas, y que unos 700 millones quieran rehabilitación. En personas con TEA (espectro autista), por su hipersensibilidad a estímulos violentos, la pirotecnia produce miedo, estrés, nerviosismo, irritabilidad, ansiedad, e incluso llegan a las autolesiones. Estas personas no pueden controlar ni comprender ese ataque, son víctimas de una agresión gratuíta y cruel.

 

Del mismo modo, los animales no humanos encerrados en casas, en albergues, en zoos, en cualquiera de los espacios de semilibertad o esclavitud a los que les sometemos, no pueden escapar, no entienden cómo escapar. La pirotecnia es para los animales, lo que los bombardeos israelíes para las niñas de Palestina, una súbita interrupción traumática de sus vidas, y pueden interpretarlo como un riesgo mortal inminente. Miles de animales son asesinados cada año por estas prácticas criminales bajo forma de divertimento. Se acurrrucan en rincones, debajo de camas, escarban en el suelo buscando esconderse, hasta destrozarse las uñas, automutilándose incluso, mordiéndose las patas, saltando al vacío por ventanas y balcones, acuchillándose con los cristales, empalándose vivos en verjas metálicas, muriendo aterrorizados y desquiciados. Las faunas de la ciudad, especialmente aves, caen infartadas por centenares por las calles, estrelladas contra las paredes en sus desorientados vuelos, con los tímpanos reventados. La fauna salvaje corre aterrorizada tratando de salvar sus vidas y caen en barrancos, se hunden en lagos y pantanos, se parten la nuca, se lanzan contra los automóviles en las carreteras. Enloquecen. Los gatos pueden convulsionar, golpearse con objetos, dañarse física y psicológicamente para siempre. En los perros puede provocar pérdida total de audición (escuchan hasta un 225 % más que nosotras, como otros mamíferos), su grado de tolerancia al ruido es de 85 decibelios solamente. Son habituales en ellos los fallos cardíacos durante las celebraciones pirotécnicas, un biocidio anual cuya única justificación es la economía de mercado.


Los dos grupos de explosivos artificiales existentes son los llamados Explosivos Altos, que abarcan un 65% de la producción (industria minera y bélica, es decir, destrucción de la naturaleza y destrucción humana), y los Explosivos Bajos (pirotecnia) con un 45% del grueso. Este último grupo supone una economía de alrededor de 30.000 millones de dólares. Cada año en el mundo se consumen medio millón de toneladas de materiales detonantes lúdicos. No es ni siquiera crucial, y aunque de ella viven algunas poblaciones, no conllevaría nada catastrófico si desaparecieran.


Independientemente de la contaminación acústica más violenta, también existe la de componentes y la de luminosidad. Los fuegos artificiales son 100 % química, básicamente nitratos, aminas y peróxidos. Los gases venenosos de los explosivos detonados contribuyen a la lluvia ácida, los gases de efecto invernadero y debilitan la capa de ozono, así como retrasan los ciclos pluviales. Los cohetes liberan toneladas de carbono negro, nitroglicerína, clorato de potasio, titanio, sodio, estroncio, bario, cobre, azúfre y partículas de pólvora a alturas entre 15 y 40 km del suelo. Todas esas sustancias pueden ser respiradas o entrar en los ojos, o contaminar tierras y aguas, agudizando enfermedades respiratorias, desencadenando afecciones cardiovasculares y reducciones de las funciones pulmonares.


Cada año la fabricación, distribución, almacenamiento y uso de pirotecnia causa cientos de muertas y cientos de miles de heridas. Quemaduras de distintos grados, amputaciones, pérdidas irreversibles de dedos, manos enteras, ojos, sorderas. En el 2014 14 trabajadoras chinas murieron en Nanyang (en todo el país según datos oficiales del gobierno, se calculan unas 400 muertes anuales), en el 2001 en Lima murieron 447 personas en un incendio en un centro comercial, provocado por fuegos artificiales. En Perm (Rusia) 156 personas murieron en una discoteca incendiada por petardos. 111 muertas en Paravur (India) en una explosión de un depósito de pirotecnia en 2016, en una discoteca de West Warmick en EEUU murieron 100 personas en el 2003… La lista de accidentes es larguísima, las mutilaciones de por vida, horrendas y traumáticas, los daños anímicos, emocionales, familiares, y un coste de miles de millones al erario público en materia de sanidad y desperfectos en mobiliario urbano o bienes particulares, a contribuyentes que no queremos que estas cosas sucedan. Simplemente no se puede prever exactamente la trayectoria ni el lugar de explosión de un cohete, lo aleatorio de las chispas ni qué materiales inflamables encontrará a su paso, por no hablar de los defectos de fabricación. Cientos de incendios suceden cada año por estas prácticas infantiles y burdas, bosques enteros, parques... a lo cual hay que añadirle el factor humano, la falibilidad, el uso de pirotecnia y alcohol al mismo tiempo, o la simple torpeza inherente a nuestra especie...


Las regulaciones existentes en materia de limitación de uso o restricción en ciertas áreas son debidas a la proporcionalidad de la brutalidad y la poca conciencia de la población donde se ha aplicado la ley, pero igualmente, sistemáticamente, todas se incumplen. La pirotecnia supone una invasión innecesaria y muy agresiva del espacio auditivo y visual común, sin permiso previo, una violación, incluso el aire se impregna de sabores y olores que para muchas personas humanas resulta desagradable, y ciertamente para la mayoría de mamíferos y aves, cuyo sentido olfativo es mucho más desarrollado.


La pirotecnia es una agresión real contra la cultura del cuidado, pero ¿en qué momento a una agresión la podemos llamar guerra? ¿Cuando se defiende un bando? ¿Cuando pelean ambos bandos? ¿Cuando hay muchas víctimas?¿Cuando se arrasa con todo?. El ser humano mantiene una guerra abierta y unilateral con la naturaleza y sus habitantes. La sociedad es un entramado de personas que tejen necesidades y posibilidades, que interactúan. Lo hacen para sí mismas, claro, pero sobretodo para las demás, para el buen funcionamiento de la comunidad, que no es sólo la individualidad de cada una, sino la colectividad de todas. No se puede ser egocentrista en una sociedad que sobrevive por cooperación y mutuo acuerdo. La humana es una especie fascista que sólo parece entender los conceptos Orden y Castigo, por lo tanto yo abogaré por la prohibición total e incondicional del uso de fuegos artificiales, siempre, sin importarme lo arraigado que estén en las culturas, las tradiciones o las costumbres. El mal es mucho más poderoso que el bien, porque carece de freno moral, códigos, límites o estrategias previas. El mal actua con destrucción aleatoria y la destrucción, por propio modo de operar convulso, resulta mucho más fácil que la construcción o el cuidado, que precisan inteligencia emocional, método y noción de comunidad. En una sociedad donde claramente el mal triunfa no queda sino concluir que lo hace por la pereza de las personas a conducirse hacia la bondad, más trabajosa y necesitada de cooperación para resultados visibles.


Albert Camus decía que la libertad más absoluta es la de matar. Cualquier persona con la cabeza mínimamente amueblada sabe que carece del derecho a matar inocentes, así que el veganismo es el único camino contra el derecho a dañar. Pero todas las libertades que el fascismo ha ido conquistando década a década, milenio a milenio, masacrando a millones de víctimas aleatorias, evidencian visualmente que el concepto de libertad, en manos de una especie corrupta, sólo y siempre será fascismo. Nada hay más hermoso que la libertad, y nada más dificil que pronunciar su nombre sin que alguien muera por su culpa. La libertad de unas no debe solapar la de otras. Deben iniciarse campañas locales de abolición de compra-venta de material pirotécnico, presionando a las autoridades locales y generando leyes nacionales. No regular -que no funciona-, sino abolir. Deben boicotearse los establecimientos que comercien con ese género, aunque algunos de ellos ya se han negado a vender por ética esos productos. La cantidad de daños que causa el uso de fuegos artificiales es mucho mayor que la satisfacción ridícula de usarlos. Este incendio debe apagarse.


Cuenta la mitología clásica que Prometeo robó el fuego a Zeus para regalárselo a las siempre fatuas y caprichosas humanas. Un fuego desarrollista, pirómano, incendiario, destructor de la vida. Ese Prometeo infame pagó por ello siendo atado por cadenas a una roca, mientras un águila le devoraba diariamente el hígado, símbolo de su humanidad, que le crecía a diario, para de nuevo ser comido. Aquel fuego robado sigue ardiendo en la industria armamentística patriarcal, que asesina a millones de animales humanos y no humanos cada día. El fuego, ya no símbolo de cariño y calor, de luz y seguridad, sino de destrucción y crimen.

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