La escritora neoyorkina Erica Jong dejó escrito que la violación sexual era considerada la mayor afrenta contra la mujer, única y exclusivamente debido a que era el patriarcado quien decidía la importancia de las vulneraciones; del mismo modo la virginidad era vituperada por el patriarcado como el mayor don de la hembra, y debido a ello en los años primeros del feminismo contemporáneo las feministas practicaban sexo como rito de iniciación a su liberación. Jong cuestionaba -acertadamente en mi opinión-, que lo peor era la violación sexual. Cualquier feminista sabe que eso no es cierto, no sólo porque simplemente asesinarla ya sería mucho peor, sino porque existen innumeras violaciones que se codifican en las mujeres durante sus vidas y en el cuerpo social, de un modo que puede resultar más traumatico y condicionante que una agresión de caracter sexual, debido por ejemplo a que dichas agresiones son permanentes, desde la cuna hasta la tumba. En cualquier caso la cultura de la violación que impera en la sociedad patriarcal exige muchos analisis sobre el uso de la violencia, bien sea gestual, verbal, legisativa, estructural, reglamental o de cualquier otra naturaleza.
Personalmente apruebo la violencia en casos lógicos, donde no aplicarla fuera menoscabo del bien personal y común. Es ilegal, pero también lo es que la policía y el ejército posean el mayor numero de violadoras y asesinas de todas las profesiones, así como un elevado índice de comportamientos fascistas. Entiendo, por ejemplo, que un jabalí mate al cazador que lo quiso matar, un oso a su domador o un toro al torero, o que una mujer a la que intenten violar, se defienda llegando a matar al violador. Es correcto, es bueno para otras mujeres e incluso es recomendable para la seguridad de la sociedad (ningún violador llega a redimirse), se llama Principio de Legítima Defensa. Una ley corrupta e incapaz como la que sufrimos en cada país del planeta no puede gestionar eficazmente todas las vulneraciones, sólo tratar las causas y castigar las consecuencias, en el más optimista de los casos. El sexismo es la peor discriminación entre humanas en el aspecto numérico, después del clasismo, claro.
Maltratar a otra persona se suele entender como violencia fisica, golpes, torturas, agresiones corporales... pero no es ni mucho menos (como en el citado análogo de la violación sexual) lo peor que puede pasarle a una persona. Un perro obligado a permanecer atado a una cadena o en un vallado diminuto con caseta, tiene un sufrimiento psicológico tal que puede hacerle enloquecer, autolesionarse o dejarse morir; un delfin encajonado en un parque acuatico, una niña encerrada o atada a su silla (como en ciertos orfanatos chinos) o un pajaro en una jaula (podría ser una gallina "ponedora"), representan para dichas personas no humanas una tortura mucho más intensa y lacerante que algún golpe circunstancial o una doma de miedo con fines de entrenamiento. La violencia pasiva, la que no se ejerce directamente, deja huellas más profundas, y es la violencia más usada en el mundo por ser la menos reconocida como violencia.
Sed, hambre, soledad, stress, terror, miedo, aislamiento, confinamiento, inmovilidad, aburrimiento, obligatoriedad de, agotamiento por cansancio... son torturas habituales en el mundo de las personas no humanas. La esclavitud, cualquier tipo de esclavitud, es una tortura feroz para las no humanas, dado que pierden lo más importante que tienen despues de su vida, la libertad, de la cual saben muchísimo más que nosotras, esclavas naturales del consumo, del trabajo, del verbo tener... Un comportamiento impreso en el código genetico de los animales como es el de la libertad, condición intrínseca e imprescindible para ser persona completa, es violado cuando otra persona decide por capricho quedársela. Los animales son genéticamente libres, no los hay nacidos domésticos. Poco importa si alguien alimenta regular y espléndidamente a un pez, si lo condena a una pecera, negándole la infinitud del oceano. No son golpes exteriores los que dañan a esa persona encerrada, sino interiores, mucho mas dolorosos.
Desde que el ser humano inventó a dios, o un primer protoboceto de él, ha existido una dinámica de creación artificial de respuestas que suplieran nuestra ignorancia sobre el origen de las cosas y la vida, o apaciguaran nuestro miedo -propio de animales presa-, en todos los campos que el ser humano habita. Responder a cuestiones simples o complejas no es importante, sino el modo en que lo hacemos y en el arte de hacer pervivir dichas respuestas hasta que son sustituidas por otras en aquello que llamamos ciencia. Desarrollamos inventos destinados a someter a la naturaleza y adaptar el medio a nosotras, en lugar de hacer lo que el resto de las especies: adaptarse. A esa dominación la llamamos ser inteligentes.
Los conceptos y definiciones de violencia son dictados desde los grupos de interés y por la esclavitud colectiva. Una jueza que coma carne jamás podrá dictar sentencias sobre maltrato animal con conocimiento. Ya no hace falta ejecutar niñas en progroms o ahorcar perros por la calle, ahora tenemos el ostracismo, la benignidad juzgando a los sacerdotes pedófilos impunes en el seno de la iglesia católica, la indiferencia ante los mataderos celosamente escondidos de cualquier mirada, la permisibilidad de los crímenes, la duda de si quien agrede pueda tener razón haciéndolo, en lugar de posicionarse con la víctima. Es tal el miedo a “la violencia”, que la sociedad ha codificado el chantaje, criticando la autodefensa, herramienta indispensable para no ser engranajes al servicio de una inoperante institución mayor, corrupta por extensión y por humanidad. La indiferencia es violencia, no debemos perdonar nada, ni ser perdonadas. Si hay víctimas, hay violencia, sea en una granja, una sacristía, un senado o en las relaciones entre personas. Las condenas a mujeres que mataron a sus violadores son la torpe respuesta de la ley, a la constatación de que su labor es inútil. Es el macho licenciado atajando la respuesta lógica de la desesperación femenina, el triunfo del fascismo macho cubriendo sus errores y glorificando su supremacía. Las sociedades no avanzarán mientras los atentados sangrientos de grupos extremistas sean considerados terrorismo, y lo que sucede en los mataderos "ley de vida", porque consideremos que la violencia es sólo aquello que incomoda nuestra zona de confort
Hubo que salvar judías en aquella infame europa, como ahora se salvan palestinas de la violencia de las descencientes de las supervivientes del genocidio nazi. Sin duda hubo que esconderlas, salvarlas, en bodegas y pajares, en bosques y grutas y almacenes, en cuadras, en habitaciones secretas tras tabiques falsos, bajo entarimados, en buhardillas... Cada una, cada niña, cada anciana, durante años, alimentarlas con lo poco que hubiera, con chuscos o mondas de patata a veces. Pero también se debieron volar puentes, boicotear maquinarias, echarle arena a los depósitos de gasolina, minar nidos de ametralladora, dinamitar polvorines, mojar municiones, lanzarse al sabotaje día y noche desgastando el robusto ímpetu del horror.... No olvidemos NUNCA que el nazismo terminó gracias al uso de la violencia. Esto no es una metáfora, hay que entender la violencia para denominarla.
En la lucha por los derechos de cualquier grupo discriminado, la contra a esos derechos ha utilizado siempre estrategias de desprestigio y desvirtuación, aludiendo a alguna característica fictícia o fuera de contexto para cuestionar la legitimidad de las reivindicaciones. De este modo el alto porcentaje de adicción al crack en la población afroamericana en USA, así como sus altas tasas de delincuencia (vinculada a su empobrecimiento, consecuencia directa del racismo), es usada por la gente racista para negarlas igualdad, permitiendo a sus fuerzas del orden ejecutarlas. Los supuestos ataques de histeria, una emocionalidad desorbitada, volubilidad, permanente estado de infantilismo o la fantasiosa existencia de una figura llamada “feminazi”, son subterfugios machistas que pretenden eludir las responsabilidades y la deuda histórica de la sociedad en favor de las mujeres. Igualmente en el campo del lenguaje, despreciar a alguien comparándola con un burro (tonta), con un perro (mezquina y poco valiosa), un cerdo o una rata (sucias o desagradables) entran en esa dinámica de difamación y descrédito de los derechos fundamentales de los animales no humanos. La historia del fascismo está llena de esos ejemplos y siempre, ineludiblemente, usan y abusan de esa metodología falsa en su mensaje. La violencia semántica, etimológica, gramatical que, al denominar, normaliza.
No es cierto que ¨el mundo sea de la gente valiente¨, el mundo es de todas, y la agresividad por los recursos y las oportunidades puntuales, que excluyan a las personas más dubitativas o menos insolentes, es un ejemplo de injustícia social, copia exacta de nuestra conducta contra la naturaleza y sus habitantes, la depredación insaciable, la ley bruta. Codificar que hay que abrirse paso a codazos y pisar sobre las demás para subir y salvarse es reconocer que Hitler ganó la guerra dejando una escuela de depredadoras. Es reconocer que mejor llevar uniforme que salir por la chimenea del crematorio del campo. Es reconocer que el humanismo siempre va a perder. La violencia como método de resolución de conflictos. La violencia intrafamiliar. Violencia por todas partes. La lucha por un mundo respirable consiste en primer lugar en la lucha contra una misma, contra el coqueteo de la falta de escrúpulos y ética a la hora de lograr objetivos, cuestionando nuestros privilegios ante todas las víctimas, y no sólo ante aquellas que decidamos que lo son, porque no afectan a nuestros privilegios y deseos. Proclamar la justícia es escuchar cien veces antes de decir una. Un acto de humildad y equidistancia, no consistente en escupir nuestra sabiduría (porque delata arrogancia ególatra), sino en echar semillas, asentar conceptos en un marco ancho de pensamiento crítico. Luchar es la tristeza de saber que nuestras vidas estarán dedicadas a ello, sin resultados aparentes y pese a ese sacrificio, no dejar de sonreir, ni de amar. Ni de luchar. Luchar es hacer de la propia vida una barricada contra la inercia de la brutalidad, contra el egoísmo parásito de los bienes colectivos y las voluntades ajenas.
El mismo freno moral que inhibe la pulsión de la gente por violar sexualmente a alguien que las atraiga, es el que se emplea para no explotar ni comer animales, por mucho que nos pueda atraer hacerlo. La gente come carne porque la gente come carne, y aunque esta afirmación parezca una obviedad redundante, se trata en el fondo de un principio primario de comunidad, donde los hábitos se practican por imitación. Si la gente, entonces, violara niñas, la gente violaría niñas, como algo normal, que incluso sería aceptado por las niñas, por inercia sumisa, sin un deseo de ser violadas pero bajo penas de exclusión social, como ha sucedido y sucede a las mujeres en la historia del patriarcado. El uso de la fuerza bruta para satisfacer un deseo que involucre inhibir el deseo o los intereses de otra persona, es igual de deleznable si se trata de alguien de nuestra especie o de un cerdo, un pollo o un pez. La argumentación con que tratamos de explicar y justificar todas nuestras acciones, desde las más inocentes hasta las más repugnantes, deja de tener valor cuando para estas acciones usamos la violencia, y no la lógica. Por eso no ha que confiar demasiado en la capacidad de raciocinio de la gente, ni en su mayoría de edad mientras votan o exigen sus derechos a violar y violentar a otras.
Procedemos de cientos de miles de años de inercia de brutalidad y violencia, somos genéticamente violencia, no va a ser fácil, pero sí es imprescindible. Es hora ya de detener esa dinámica. Es hora de dialogar.
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