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jueves, 9 de marzo de 2023

RAZONES Y PALABRAS


En el proselitismo en defensa de los animales no humanos existe un discurso muy desarrollado y equilibrado, que abarca todos los aspectos que implican manifestarse en contra de su explotación y muerte. Desde perspectivas éticas, filosóficas, políticas, económicas... a medioambientales o sanitarias. Todos los campos del diálogo son cubiertos con una sobradamente eficaz capacidad analítica y de exposición, irrebatible en la mayoría de los casos. Especialmente en las últimas décadas, el pensamiento y la acción social del veganismo, así como la exactitud demoledora de la narrativa argumental en desfavor del consumo de productos de origen animal y uso de animales para cualquier actividad humana, ha superado los ámbitos de la mera simbología o testimonialidad para tener su propio espacio en el círculo de la toma de decisiones sociales, incluso al más alto nivel académico, calando en el colectivo, llegando al mercado, a la política o los círculos de cátedra docente. En definitiva, a todos los aspectos de la vida social humana de todas las culturas. Sigue trabajándose arduamente el modo de llegar a cada vez más personas, para persuadirlas de no (ab)usar animales no humanos, con tanta vehemencia y sensatez como se hace con el animal humano, atendiendo siempre a sus diferencias, pero afirmando sus similitudes. Y -lo más importante- el veganismo no solapa ni convalida las luchas humanas, sino que se solidariza con ellas, las suma a un mundo más justo y las incluye en su esfera de empatía, justicia e igualdad.


En toda esa discursiva nunca faltan millones de retrasadas morales, que simplemente opinan ¨a mí me gusta la carne¨, como si el gusto personal de quien, por ejemplo, viola y mata mujeres tuviera alguna relevancia en los derechos de las mujeres. Realmente dichas personas están convencidas de que el mundo gira entorno al hecho -a su juicio relevantísimo- de si algo las gusta o no. Ese es el nivel de simplicidad estulta en cierta parte de la sociedad que se resista a avanzar. Es para esas personas que existen las leyes contra los delitos y crímenes humanos e incluso la nívea legislación referente a los animales no humanos. Leyes, reconozcámoslo, que no pasan de establecer ritos ¨oscurantistas¨ o ¨bienestaristas¨ como el aturdimiento previo de los animales, el trato amable antes de ejecutarlos o incluso una cría y engorde tan publicitariamente suave y cómoda que casi genera ganas de ser animal, por lo dulce y paradisíaco que lo presentan. Métodos cosméticos diseñados para satisfacer la conciencia social, pero nunca para defender realmente los intereses de los animales no humanos. Los animales sólo tienen su vida y su libertad, y se los arrebatamos por placer. No hay nada necesario en explotar animales, todo puede ser sustituible, y si no puede ser sustituído, simplemente, debemos renunciar a ello.


El discurso en la casi totalidad de los debates, no es de modo sino de forma. El veganismo no pretende remodelar lo existente, sino abolirlo, por eso cualquier discusión social que pretenda una mínima seriedad, se ve amenazada por el especismo a convertirse en un balbuceo que blinde su derecho a discriminar a animales no humanos, aludiendo a tradiciones, costumbres, estudios nutricionales inconcluyentes y privilegios que, en el caso del consumo gastronómico, podrían reducirse al mero sabor, único motivo por el cual la gente consume vidas animales y sus licuados. Las mentes especistas de todos los ámbitos intelectuales apenas llegan a la conclusión de que hay que ¨tratar mejor a las esclavas¨, resolución la cual, desde el punto de vista de las esclavas y del veganismo, es inaceptable. La crueldad ¨innecesaria¨ contra los animales no humanos es el refugio para seguir comiendo carne asesinada humanitariamente o esclavizada según los mejores estándares (una jaula de oro sigue siendo jaula), es decir, eufemísticamente lo mismo de siempre, pero con el agravante que a medida que esos ¨estándares humanitarios¨ se hacen más pretenciosos, las cifras de animales ejecutados sobrepasan en proporción al de la población humana. Uno de los más inmensos fracasos de la cultura del cuidado a la cual la evolución humana exige dirigirse es, ante la pregunta de cómo preferiríamos ser matadas, si lenta y dolorosamente o rápida e indoloramente, elegir la segunda opción, en lugar de escoger NO ser matadas.


Nunca antes el genocidio contra los animales no humanos estuvo tan instalado, mecanizado, humanizado y cosificado como ahora, de modo que ninguno de los avances contra el maltratro animal (incluyendo, por supuestísimo, el consumo de productos de orígen animal) ha funcionado en su beneficio, sino únicamente en el del lavado de conciencia de quienes nunca pensaron en deja de matar y torturar. La ley blinda la tortura y la muerte. Si existiera el infierno y los animales al morir fueran allá, no estarían peor que aquí. La Tierra tiene una metástasis llamada Human. Lo único difícil del veganismo no es cargar con la culpa y la vergüenza acumulada una vez despertamos acerca de lo que hicimos, al fin y al cabo no elegimos explotar animales, sino que nos fue dado por una educación, presión e inercia social falta de escrúpulos, lo dificil no es cambiar algunos hábitos -eso es fácil si se tiene una vida y no una adicción-, ni siquiera hacer activismo, sino esa rabia, esa sensación de profunda estupidez por parte de la gente que se ríe del veganismo. Y no, no somos iguales a esa gente sólo porque antes también explotáramos a los animales, no somos iguales porque en su momento no nos burlábamos de quien tomó antes que nosotras esa decisión, ni tratamos con veleidad, hipocresía o sarcasmo esa tragedia. Quien hace el mal es ignorante, y la ignorancia es el camino de toda sabiduría, quien hace el mal, persiste en él, y se enorgullece de hacerlo, es sólamente una pobre imbécil.


Me causa inquietud la gente que dice amar o gustarla a los animales. Consideramos en nuestra cultura un monstruo, alguien que mate y ase a un perro o un gato, sin dejar de salivar a quien haga lo mismo con un bebé de pollo o un cerdito. No me fío de quien dice amar a los animales, no sólo porque las palabras nada signifiquen sin los actos, sino porque esas afirmaciones suelen esconder letra pequeña. La necesidad de decir sustituye a la de hacer, y la casi totalidad de esa gente que dice amar a los animales, en realidad ama sólo a algunos animales, mientras a otros se los come o los esclaviza. Sucede igual con todas las discriminaciones, donde la gente, amando a un grupo y rechazando a otro, hablan de sí mismas en positivo, por lo que aman, y no por lo que desprecian. Muchos dictadores se hacían fotos acariciando niñas o perros.


Por otra parte no creo que la gente odie a los cerdos o las vacas y pollos que se comen, ni siquiera los desprecian ni los sienten inferiores, nadie nace queriendo matar, ni construye por sí misma un discurso excluyente, necesita pretexto, excusas, ayuda para poder justificar su doble moral. Hay algo mecánico, rutinario, irracional en el hecho de explotarlos y comer sus cadáveres, un uso de la inteligencia dañina para acorralar y encerrar a alguien inocente como una niña, un uso basto y tosco de la fuerza bruta. Por supuesto el sabor, motivo fundamental del carnismo y en la cima de todo argumento, es el motor principal, pero puede y será batido por la realidad de los símiles actuales de carnes o quesos vegetales, algunos idénticos a los sabores originales. La gente simplemente paga para conseguir su producto, su placer gastronómico, y el trabajo sucio a nivel físico y moral, lo dejan a quienes A) no tienen escrúpulos, o B) inhiben su empatía para poder ganar dinero. Por eso, esa distancia real entre el cuchillo que degüella y el estofado de cordero, ese elegante crimen, donde nada malo parece suceder en el plato, es lo que genera en la gente la convicción de que ama a los animales. En realidad es fácil amar a una vaca de ojos grandes, puros y húmedos, o a un pollo bebé de extrema fragilidad, pero no es ético pagar para que destruyan a quien se ama, no se descuartiza a quien se ama, y mucho menos nos comemos el cuerpo muerto de quienes amamos. Quien ama a los animales, no puede triturar con los dientes sus cadáveres.

 



La mayoría de empresas distribuidoras de alimentos están apostando por la alternativa vegetal, incluso aquellas que comercian exclusivamente con productos de origen animal. Es capitalismo (una afirmación nada gratuíta o venial, porque es precisamente el capitalismo el responsable de la inconmensurable cifra de animales exterminados cada año), pero es al parecer, el único veganismo que la gente parece dispuesta a comprender. Este cambio no ha venido sólo, no hubiera sido posible sin la inquebrantable y apasionada labor de cientos de miles de activistas por el mundo, motor real de estos cambios que, aunque estén sucediendo mucho más lentamente de lo que anhelamos, y con muchos ¨peros¨ y disgustos, está calando en la sociedad definitivamente, a juzgar por su visibilización… y también por las absolutas tonterías opinadas contra él.


El veganismo es racional, el veganismo tiene razón, y la razón no se regala como un caramelo a una niña que llora para comprar su silencio. La razón no es gratis ni conveniente, hay quien sufre con la verdad y hay quien sufre sin ella, pero la razón no es una carta de presentación, un menú a la carta, ni un traje a medida, existen los hechos o no existen. Y los hechos son que los animales tienen personalidad, conciencia, derechos naturales (iusnaturalismo) no arrebatables ni negociables y cualquier movimiento u opinión encaminado a negar esos hechos es fascista porque supone aplastar a seres conscientes y sintientes, aunque sea con la connivencia de la ley y la costumbre. El supremacismo de considerar a alguien asesinable es una paranoia delirante, con la particularidad de que cuando sucede con seres humanos lo que hacemos a los animales no humanos, lo llamamos crimen. Los derechos son exactamente los mismos, sólo cambia el recipiente beneficiario de ellos.


No existe una fuerza extraordinaria en la autodestrucción, somos animales violentos, procedemos de la violencia que emerge del miedo cuando de él no emerge parálisis. El miedo, base de todas las agresiones proyectadas, es también el de las agresiones con las cuales nos atacamos a nosotras mismas, como las de todos los animales sometidos a presión o amenaza. La destrucción del entorno, de otras vidas y de la nuestra propia, procede de una dinámica vital intrínsecamente humana, que no varía sino en la diversificación de los modos en que se realiza, hasta llegar a una violencia desligada de la propia naturaleza de la vida y su mantenimiento. La violencia física, la verbal, las jornadas de trabajo, las reglas sociales irracionales, las creencias falsas o no contrastadas, la soledad involuntaria, el culto a los aspectos y a los roles... y un largo etcétera de violencias de todo tipo e intensidad con que agredimos al mundo y nos agredimos sólo cesará cuando comprendamos la vida, cuya única regla es vivirla.


La cosa es muy sencilla, las veganas amamos la vida, las carnistas aman sus propias vidas. Cuando se abraza a un animal, se abraza a la naturaleza entera. Cuando se llora con él o por él, se llora por todo el daño que cometimos contra ellos, pidiéndoles en vano un perdón que los animales ni la naturaleza están en condiciones de otorgar. Los animales no pueden perdonarnos, no saben o no quieren, se concentran en sobrevivirnos. Por ellos sólo podemos abandonar el fascismo que nos enseñaron al educarnos a considerarlos nuestros. Dejar de usarlos, exprimirlos, sacar sus cuerpos de nuestra dieta, rechazar la doctrina supremacista que nos satisface. No hay modo amable ni humanitario de robar sus flujos o mutilaciones, no nos pertenecen, simplemente. Despertemos la compasión, la empatía, la cercanía inmensa entre los animales no humanos y los humanos, idénticos en dolor, celebración del deseo de vivir, y voluntad de ello.

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