Cuando me hice vegetariana hace veintidos años, la primera reacción furibunda de la gente más cercana fue insospechada. Me sorprendió desagradablemente. La mayoría de mis amistades y familiares se burlaron, se indignaron (?) y me decían que no era en serio. Ello suponía para ellas una traición a la tradición, una ofensa personal, un punto de inflexión en la inercia cultural, una perversión, una moda… una broma. Lo fueron aceptando con los años, y con su sublime tolerancia me permitieron ser lo que quería (sarcasmo). La mayoría de quienes me criticaban siguen comiendo carne, por lo tanto me he alejado de ellas, lógicamente. Sucedió lo mismo cuando cometí la afrenta de esterilizarme, lo cual suponía una nueva deslealtad al dogma de la reproducción, un escándalo que no entendía ni siquiera la gente más abierta y progresista que me rodeaba. Durante muchos años comprendí que la gente no se hiciera vegana o que no decidiera dejar de reproducirse, diciéndome a mí misma que era una decisión personal, y sólo personal. Los años y los hechos me han hecho cambiar de opinión.
El 15 de noviembre del año 2022 se anunció que la población humana había alcanzado la cifra de 8.000 millones. Sin duda ello había sucedido antes, por los cientos de miles de bebés no registrados que nacen en sitios ignotos, en tribus, en chabolas de pobreza paupérrima, y las miles de personas desaparecidas que no se dan por muertas, no importa demasiado la fecha. Somos un error de la naturaleza y sólo de nosotras dependemos no serlo.
Cierto es que, a nivel impacto medioambiental y consumo de energía y recursos, no es lo mismo una persona pobre de una aldea mozambiqueña que una persona de clase alta de Luxemburgo, pero sigue habiendo en ambos casos una gradacional invasión lineal y física -nada estadística sino presencial-, en el territorio que habiten, mayor o menor, y que desplaza a otras vidas. Una persona pobre del mundo empobrecido tendrá 10 hijas durante su vida, y la de Luxemburgo quizás no tendrá ninguna… y aún seguirá teniendo un impacto mayor en el medio, pero esas 10 personitas requerirán de 10 veces más espacio algún día, en un medio que se encoge, deforesta, reduce sus especies y se degrada. Por eso sucede también que en el planeta somos demasiadas, sin importar el poder adquisitivo ni el estilo de vida.
Las defensoras de los booms poblacionales de nuestra especie, sobretodo religiosas fanáticas a ultranza y profesionales de la esperanza como herramienta de construcción, ignoran flagrantemente que todos los sistemas políticos actuales en el mundo actúan contra el planeta. Comunismos, monarquías, dictaduras, pretendidas democracias, capitalismos… no existe ningún país autosuficiente y en armonía con el entorno, ni siquiera aquellos cuyas poblaciones se mantienen con poco crecimiento, porque cuando no es por número de habitantes, es por consumo exagerado de cosas innecesarias, así que siempre acaban expandiéndose las garras que todo lo arañan y todo lo depredan. No existe un sólo país que no sea ecocida de algún modo, bien sea para satisfacer una necesidad primaria básica o un capricho pasajero. Quizás Cuba, uno de los países de Abya Yala donde el estado de la naturaleza es el mejor del continente, podría ser una excepción, pero sigue exigiendo más terreno a medida que crece la población, tentada con la publicidad de un mundo ¨mejor¨ es decir, con mayor disponibilidad de recursos. Al pollo degollado le da igual si alimentó a una niña pobre, o acabó en un contenedor de una granja o un supermercado, para ser incinerado, o triturado y usado como abono. Los argumentos con que justificamos la casi totalidad de nuestras acciones no son sino burdo chantaje emocional y un insulto a la inteligencia.
Soy antinatalista, pero no importan mis motivos personales, sino los argumentos ecológicos que están implorando a nuestra especie que detenga su pulsión reproductiva, que deje de procrear, multiplicarse y exigir más y más. Y que, si procrea, forme y eduque a seres humanos sin avaricia, porque el ecologismo es el lujo de la gente pobre, el cual abandona en cuanto tiene un poco más de dinero, de modo que siempre depende de la actitud. Antes de tener bebés hay que meditarlo un tiempo, yo recomendaría, unos 40 años, hasta que se agote nuestra edad fértil. No es que no sean necesarios más seres humanos, es que son contraproducentes. Ni siquiera importa si con una repartición igualitaria de la riqueza, podríamos ser incluso más población, tarde o temprano, al ritmo procreativo actual, habiendo exterminado todas las especies salvajes y urbanizado todo el espacio posible, no cabremos. Lo infinito no cabe en lo finito.
El veganismo es innegociable, un imponderable AHORA de la dinámica social mundial, por ética sobretodo, pero también por los 15.000 litros de aga que precisa un filete o la contaminación de acuíferos por purines a razón de millones de toneladas anuales, o la acidificación de la tierra y la deforestación para plantar comida para los animales (problemas que no soluciona el simple vegetarianismo), pero el veganismo como argumento de oro contra el despilfarro y el ecocidio no es suficiente, ni siquiera dejar de viajar y consumir como si el planeta pudiera soportar la inmensa depredación de nuestro estilo de vida sería suficiente: debemos dejar de generar nuevas depredadoras.
La esclavitud laboral voluntaria (derivada del exceso de población y la mecanización y feminización del trabajo tradicional), la explotación ejercida contra otras, muchos crímenes, muchos sueños rotos, han sido justificados con el comodín sagrado de las hijas a mantener. Las hijas parecen ser el razonamiento estrella con el cual finalizar cualquier debate, concluir cualquier pretexto o dar por sentado que la presencia de hijas hará enmudecer cualquier crítica y justificar cualquier comportamiento ecocida. Por las hijas hacemos lo que haga falta, e incluso lo que no hace falta. Mujeres especialmente, -pero también hombres-, sometidas a la presión social de la reproducción, restringen el sentido de sus vidas para genuflexarse a la servidumbre al rol social e incluso pretendidamente natural de producir nuevos especímenes humanos a toda costa, cambiando miseria por bienestar. Creadoras de mano de obra barata y consumidoras para la máquina trituradora, leales acólitas de la religión homosapiens, han cubierto los milenios y las culturas, con una idea supremacista de que las nuestras dominarán a las demás, nuestra tribu por encima de las otras tribus, nuestra raza y clase, por encima de las demás. Nuestra especie como reina del universo. Las guerras demográficas, las dictaduras azuzando a las mujeres a parir más y más, las resistencias demográficas, la demografía usada para excitar los más virulentos nacionalismos, acaba siendo sólo una granja de producción de carne fresca para sustituir a la carne muerta en las guerras. Carne de cañón, carne humana para el antropófago proyecto de civilización al uso. No seres humanos críticos, no calidad humana, sino cantidad.
Tener hijas es como comprar mascotas, el capricho de la posesión y la exclusividad sobre un ser vivo que no pidió ser. La experiencia de la maternidad es importante y excepcional, sí, pero es algo individual, no aporta nada, salvo a quien la experimenta. Todas las pulsiones personales deben armonizar con el mundo, no colisionar, no invadir, especialmente a la hora de traer a alguien de modo unilateral y ególatra. Por otra parte, nadie sabe si esa hija será algún día mortal para otras personas, a las cuales se carga con esa amenaza, si matará animales con sus hábitos, si ayudará a destruir todavía más la tierra. Se nos vende la esperanza de cada ser humano como un abanico de posibilidades, con el discurso humanista disfrazando un burdo antropocentrismo, pero estamos viendo que la ¨gran aventura humana¨ hace aguas por todas partes del barco y nos estamos hundiendo, arrastrando a la extinción a 50.000 especies cada año y degradando el planeta. El ser humano es prescindible para la biosfera, así que, sabiendo eso, parir es un acto supremacista del ego sobre el medio ambiente, de imposición de nuestros deseos contra el medio ambiente y contra otras personas humanas y no humanas.
Según la Organización Sarvodaya Sramadana, de Sri Lanka, la igualdad social es satisfacer con garantías los requisitos básicos de una buena vida para todas las personas, y estos serían:
-Medio ambiente limpio
-Acceso adecuado a agua limpia
-Cantidad mínima de ropa
-Una dieta adecuada y equilibrada
-Hogar sencillo
-Atención médica básica
-Herramientas de comunicación básicas
-Acceso mínimo de energía
-Educación universal
-Satisfacción de necesidades culturales y espirituales personales
En un mundo de clara desigualdad, donde billones de personas adolecen de esas condiciones vitales básicas, biocéntricas y fundamentales, que hacen de su vida mera supervivencia y deterioro, urge replantear las prioridades civilizatorias. Especialmente en el llamado ¨primer mundo¨, donde la gente suele tener de más a costa de que otras tengan de menos. Ese ¨primer mundo¨ orgulloso de su control poblacional, pero cuyo despilfarro y masivo genocidio contra los animales no humanos supera con creces el de países ¨en vías de desarrollo¨ (es decir, de destrucción). Por poner un ejemplo, en Polonia se sacrifican 860 millones de animales al año para 38 millones de personas, mientras que en Etiopía, 100 millones de animales son sacrificados, para una población de 120 millones. Otro caso de despropósito social son las viudas en India, que son tratadas como intocables, dejan de existir para las familias, acusadas de haber matado a sus maridos y de traer mala suerte. Sobreviven mendigando con 50 cts de euro al día y son tratadas como invisibles, como escoria, como zombies sociales. Desde que se prohibió quemarlas vivas en la pira junto a su marido muerto -porque no valen nada sin el hombre, en una sociedad que las casa a los 6 años de edad muchas veces-, son cuidadas por organizaciones no gubernamentales. Su valor como seres humanos es el de parir, una vez dejan de poder, dejan de valer. Millones de niñas y mujeres son violadas cada año y secuestradas, porque la mujer no es valiosa en la India. Una sociedad machista profundamente y -oh, sorpresa- profundamente religiosa, que cuenta con más de 1400 millones de personas.
Las más empozoñadas relaciones son aquellas concebidas en el odio a algo o alguien, y no en el afecto. Lo mismo sucede con los bebés traídas al mundo por aburrimiento, por pretender salvar parejas, por presión social… un tipo de violencia contra la infancia. La violencia creada por el ser humano, es miles de veces superior a su capacidad para sobrevivir a ella. El estado natural del ser humano es el crimen, e incluso la historia de la agricultura que nos permitió medrar, supone el punto de inflexión hacia la más devastadora esclavitud, tortura y muerte para los animales. Cuando el ecocidio humano, su mera presencialidad y comportamiento, mata más animales que la propia explotacion animal global, es hora de replantearnos la dinámica social. Y del mismo modo que la sobrepoblación de perros, gatos o palomas debe solucionarse con métodos éticos regresivos no letales, el procedimiento con la sobrepoblación humana debe ser igual de cariñoso y respetuoso, pero con voluntad de solventarse y decrecer.
Crezcamos sólo en la medida que nuestras piernas sostengan nuestro peso, vivamos armónicamente con el entorno y nuestro vecindario animal, dejemos de pensar la tierra como un coto de caza, como una proveedora de caprichos, no seamos invasivas con el espacio común, cooperemos con la naturaleza, decrezcamos en todos los sentidos, hagámonos pequeñas e imperceptibles, austeras y humildes. Intentemos tomar poquito y dar mucho, dejar una huella deleble y un planeta en mejor estado de como lo encontramos. Intentemos, en la medida de lo imposible, ser árboles.
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