Para llegar a ser un verdadero hombre hay que hacer pum pum. Saber hacer pum pum otorga crédito, a los hombres y ante los hombres, de su valor, aunque en realidad sólo sea vulgar temeridad y adrenalina batida con testosterona. Los hombres enseñan a sus cachorros a hacer pum pum, mientras las mujeres y las niñas cuidan la casa y sonríen cuando los hombres que hacen pum pum vuelven a casa con una pobre víctima colgando del cinturón o atada al coche. Aunque hoy día hay muchas mujeres que hacen pum pum y se sienten felices de poder ser hombres que hacen pum pum. Hacer pum pum es bueno y tradicional porque lo bueno y tradicional lo deciden los hombres que hacen pum pum. En todas las sociedades hacer pum pum es respetable y respetado, porque los códices sociales los han escrito siempre los hombres, y cuanto más hacían pum pum esos hombres, tanto más serios e importantes eran los códices que redactaban. Si vis pace parabellum, decretaron los hombres que hacían pum pum, por eso hay decenas de guerras en este mismo instante, explosiones deliciosas a oídos de los hombres que gustan de hacer pum pum, edificios destruidos, animales masacrados, seres humanos desmembrados, terrenos minados. tragedias y catástrofes en todo el mundo y cada período histórico, atentados terroristas contra la biosfera, contra la esencia de la vida, debidos simplemente al nauseabundo gusto por hacer pum pum.
Llaman caza a hacer pum pum, llaman política exterior a hacer pum pum, llaman diversión pirotécnica a hacer pum pum, a delinear fronteras con el sagrado postulado del tuyo-mío, garantizando futuros pum pum por conflictos en esas líneas.
El Pum pum Sapiens...
Cada día, en algún lugar del mundo mueren o son heridas personas humanas disparadas por hombres que hacen el pum pum de la caza (varias a la semana, sólo en españa). Millones de animales, cada día, son presas del pum pum. Ciclistas, excursionistas, buscadoras de setas, paseantes, conductoras de coches, son alcanzadas también por balas y perdigones ¨perdidos¨ que las matan incluso. Nada más democrático que las balas. Los hombres que hacen pum pum con o sin licencia de hacer pum pum, matan incluso guardas forestales. Ningún grupo terroristas ni banda armada organizada ha provocado en la historia tantos asesinatos como los provocados por la caza. A veces los hombres que hacen pum pum se matan entre ellos, y a eso lo podríamos denominar control poblacional, pero a menudo las víctimas son niñas. Señores que hacéis pum pum: las niñas son sagradas, A menudo los hombres que hacen pum pum con o sin licencia, matan a sus propias hijas, entonces lo llaman accidente. Pero la propia caza ya es un accidente premeditado, son los hombres que hacen pum pum, los accidentes de la vida. Los verdaderos hombres hacen pum pum, encienden petardos y cohetes, educan a sus hijos a hacerlo, para que se conviertan un día en verdaderos hombres de hacer pum pum. Alcoholizados durante las partidas de caza, o drogados durante la guerra o en acciones antidisturbio de la policía, para exhaltar su enfermiza pasión por la violencia, el hombre que hace pum pum adora aumentar su locura con sustancias narcóticas. Pensar que las muertes humanas durante cacerías son accidentes es como lanzar una pelota, que nos rebote en la cara y culpar de ello a la pared
Cazar no requiere aptitudes. Matar a un animal es tan sencillo como violar a una niña, lo puede hacer cualquiera sin escrúpulos, con la fuerza bruta o un arma que supla toda estrategia o talento. Para cazar sólo se requiere una condición: ser absolutamente nauseabundo y gustar de hacer pum pum. Sobra decir que las licencias para hacer pum pum, las expiden hombres amantes de hacer pum pum, por lo tanto es habitual que el amiguismo, los níveos o inexistentes exámenes de facultades físicas otorguen licencias de modo aleatorio.
La caza no tiene nada que ver con el amor a la naturaleza. Se ama o se disfruta la naturaleza respetándola y agradeciéndola que exista. Destruir, asesinar y descuartizar lo que se ama, no es amor, sino patología. Millones de hombres han ido a la cárcel por entender así el amor, millones de mujeres lo han sufrido y sufren en este momento. Por eso ningún sentido común que se precie puede establecer disimilitudes entre el furtivismo y la caza con licencia, son lo mismo. La legalidad cinegética sólo es protegida porque supone un ingreso de impuestos para un estado especista, de ahí su principal importancia, dado que la regulación poblacional de especies no es más que una fantasía delirante que cualquier perona que conozca el campo y la caza puede desmentir. Para los animales, ser ejecutados con un papel que lo decrete o sin él, no tiene desemejanza, es lo mismo que asesinar a alguien que pasa por la calle en tiempos de paz o en tiempos de guerra, crímenes legales y crímenes ilegales. Injustificables. Luego están las 800 granjas de animales para caza en España, bien sean jabalíes y perdices, leones en Sudáfrica o montañas de comida dejada en el bosque cerca de las torres de caza, para facilitar las ejecuciones, en Polonia. Los hombres que hacen pum pum desde torres de caza son francotiradores, cobardes y perezosos.
Los hombres que hacen pum pum son conocidos por su cobardía y por su pereza. Son sus signos identitarios, además de la estupidez. Por eso en muchos países usan perros para ello. Sin armas y perros, los hombres que hacen pum pum se reducen a su tamaño real: mediocres fardos humano sólo útiles para cazar las bandejas de carne de los supermercados, la catarsis de la pereza y la inutilidad.
El ser humano olvidó, que el que el perro fuera su mejor amigo, debia ser recíproco, por eso en España se está implementando una ley que protege a los perros explotado como mascotas, pero pretende excluir a los perros explotados en caza, los cuales son, en ese país, abandonados cada año a razón de 50.000. Tirados a pozos, apalizados hasta la muerte, disparados en la cabeza, abandonados con un alambre atado al cuello en un árbol en el monte, con el hocico precintado para que muera de hambre,… la riqueza de torturas y crueldades extremas de los cazadores españoles es digna de película de terror. Caza es terror. Caza es terrorismo.
Por el bien de la sociedad, de la biodiversidad, de la cultura del cuidado. Por el bien de la salud mental de las personas, debemos dejar de mimar a los hombres que hacen pum pum, estrafalarios delincuentes amparados en falsos discursos de tradición y balbuceos culturales. La tradición es una cultura retrasada, basada en la repetición en el tiempo de un suceso no necesariamente positivo o neutro. La caza, las corridas de toros, la ablación, el matrimonio infantil, la cría de animales, el alquiler o venta de personas, la reproducción humana, los nacionalismos… son tradiciones masculinas cuyo nexo común es la falta de escrúpulos y la discriminación. Tradición es una palabra extremadamente sospechosa en sí, y no puede ser usada en ningún debate serio. Por el bien de la naturaleza, debemos prohibir la caza y tratar psicológicamente a todos los hombres que hacen pum pum.
Bajo el pretexto de ¨lo natural¨, las escenas de caza de animales en la naturaleza, son la obsesión pornográfica de los onanistas de la violencia. La lectura de la naturaleza también debe reescribirse, dejando atrás el darwinismo social, la idea supremacista de que lo grande y fuerte tiene más derechos que lo pequeño y frágil, base filosófica de los hombres que hacen pum pum.
En 1990 Bogdan Łyszkiewicz, un cantante polaco, escribió ¨Wolność kocham i rozumiem¨ (Amo y entiendo la libertad). Durante muchos años creí, por la profundidad de ese verso, que no se trataba sólo de un texto de canción, sino un protocolo burocrático, un juramento de alguna institución. Es una frase tremendamente crítica y compleja, porque amar la libertad exige entender la de todas, no sólo la nuestra, y sucede igual con la vida. No puede amarse la vida asesinándola. No puede pretender decirse que amas a los animales si te los comes, si no entiendes que su vida y su libertad son tan valiosas como la de cada una. Amar exige comprender la universalidad del amor y del respeto a lo amado.
Los derechos fundamentales de los animales no humanos se basan en los mismos preceptos que los del animal humano, exactamente los mismos. Las declaraciones universales de ambos coinciden en lo esencial en varios artículos y parágrafos. Si bien los derechos humanos, por la complejidad de nuestra especie, requieren afinar más las exigencias respecto a cada individua, debido a su características personales, ello es también incluso perfectamente extrapolable a las diferencias sobre derechos fundamentales entre, por ejemplo, un tiburón y un primate arborícola, dado que sus características son diferentes y sus necesidades básicas, también.
Vulnerar los derechos de un cerdo porque no habla, sino que se comunica sin lenguaje humano, es igual de injusto que vulnerar los derechos de una persona humana muda, o transgredir los derechos de un pollo por su indefensión, es igual de ilegítimo que vulnerar los de un bebé humano, por esa fragilidad, precisamente. Por tanto, la negación de derechos fundamentales a los animales no humanos, -sean cuales sean los pretextos que inventemos para hacerlo-, cumple todas las prerrogativas y modus operandi del fascismo aplicado contra humanas, en cualquier época y contexto histórico. Vulnerar los derechos de los demás animales es ilegítimo, abusivo y criminal. Fascista, en suma.
Denominar Antropoceno a la época que nuestro planeta sufre actualmente, resulta un tanto ampuloso e incluso podría sonar hasta digno, a oídos de las gentes supremacistas de especie y especialmente de los hombres a quienes gusta hacer pum pum. Idiotas han habido siempre, desde el principio de nuestra carrera evolutiva, pero jamás antes habían tenido tanto poder de ingerencia en el medio, tanta mecanicidad y medios y tanta tecnología para sacrificar a la naturaleza en el altar de la avaricia, con tanta crueldad e irraciocinio. La era de las idiotas está alcanzando sus máximas cotas -las tomará cuando nos extingamos-, de manera que creo que podríamos llamar a esta época, en lugar de Antropoceno, Idiotoceno.
Matamos a los animales cuando queremos comer, vestir, experimentar. Matamos a los animales cuando no queremos que ocupen el espacio que decidimos nuestro, los matamos por el miedo que nos causan, por envidia, matamos cuando nos aburrimos, cuando queremos reírnos. Matamos animales en todo momento, para celebrar, para lamentar, para que le suceda algo a nuestras vidas, aunque ello signifique sacrificar otras, matamos animales por inercia banal, como un ritual de supremacía en la tosca demostración de quién manda. No amamos la libertad y la vida, no las entendemos, sino sólo, egoístamente, nuestra libertad, nuestra vida o, en el más generoso de los casos, los de nuestra especie. Toda la historia humana ha sido sustentada y enriquecida materialmente, con las vidas, el dolor y el sufrimiento de octillones y octillones de animales. Es hora de comprender el amor y la vida, es hora de detener el genocidio.
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