A mediados del pasado octubre, dos activistas de la plataforma ¨Just stop oil!¨ derramaron unos botes de sopa enlatada sobre el cristal de la obra Los Girasoles, de Van Gogh, en el National Gallery de Londres. Protestaban contra la quema mundial de combustibles fósiles (4250 millones de toneladas métricas anuales) que está acelerando la contaminación de la atmósfera, el cambio climático, el colapso térmico y un sinfin de desastres naturales derivados, desde fugas de crudo en los océanos, hasta infraestructuras invasivas, desigualdad humana, extinción de tribus originarias, ecocidio y genocidio animal, por todo lo que supone la superestructura de extracción/abastecimiento. El cuadro del museo no resultó dañado, sólo se trataba de llamar la atención en medios, igual que hacen activistas feministas en México, pintando con pintura monumentos patriarcales. Por supuesto las dos activistas británicas hicieron ruido mediático, y por supuesto no faltó el balbuceo de quienes llamaron vandalismo al modo de protestar. Sucede igual en las protestas feministas mexicanas, hay quien considera que es más reprobable manchar unos edificios públicos, que el hecho de que se viole, secuestre, mutile, prostituya y ejecute a miles de mujeres cada año, sólo en aquel país. Desde su sofá, todo el mundo sabe juzgar y decir cómo deben hacerse las cosas.
Soy artista desde que tengo memoria, amo muchas de las disciplinas artísticas, y gozo con la estética, el discurso y la intención del arte, pero por mí podrían quemar todas las obras de Van Gogh (ya una mera mercancía capitalista para la sociedad) y de todas las artistas del mundo, si ello supusiera detener la dinámica ecocida humana. No nos va a servir de mucho la Gioconda o el Peine de los Vientos, cuando las temperaturas asciendan hasta que el aire se haga irrespirable, las cosechas se calcinen, el nivel del mar anegue ciudades y billones de personas humanas y no humanas, mueran cada semana por culpa de la crisis ecológica que YA está sucediendo.
Sin pretender entrar en valoraciones comparativas, los 4000 millones de años de la vida terrestre han sido sometidos a cinco extinciones conocidas, en la última de la que datan registros fósiles perecieron, junto a millones de especies, los dinosaurios. Durante esta Sexta se extinguen cada año decenas de miles de especies ni siquiera llegadas a documentar. La buena noticia es que, si todo va como nos está gustando que vaya, nuestra especie perecerá. Quedarán algunas individuas con cualidades adaptativas más fuertes, pero no las suficientes para mantenernos funcionalmente, así que esta sexta, sí, será la de nuestra maravillosa extinción. Me preocupa bastante, que esta nuestra suerte será también la de millones de otras especies, cuyas exigencias bióticas son similares a las que nos permiten vivir, y que arrastraremos a nuestra tumba. Lo positivo del tema es que florecerán otras especies, mutarán las supervivientes, y la vida seguirá en este precioso planeta de agua. No es el fin, el ser humano no está capacitado para extinguirlo todo, hay organismos que sobreviven a las más letales armas que inventamos, así que el drama sólo será por las que no lo logren.
El antropoceno es una era fascista de apropiación del planeta como coto de caza y capricho en beneficio de una única especie, la cual decide también sobre la vida y la muerte de miles de millones de animales. La industria ganadera es directamente culpable de este cambio climático, aportando el 24 % del problema de gases de efecto invernadero, más incluso que el consumo de petróleo, lo cual no elude el hecho de que una hora de viaje en jet privado supone tanto co2 como el producido por una vaca durante toda su vida. La megalomanía suicida humana, insisto, no me preocuparía si no fuera por la cantidad de individuas de otras especies, ecosistemas completos, especies únicas como cada una, que desapareceremos en ese proceso. hasta que la tierra sea, felizmente, liberada de este virus al cual pertenecemos.
La extinción humana sucederá previsiblemente del siguiente modo: las ciudades serán anegadas en agua, vegetadas o enterradas en arena. Todo lo material que no pueda disolverse a largo plazo, como microplasticos o isotopos radioactivos, será cubierto por materia orgánica o arena. Habrá explosiones nucleares en cadena y muchas especies desaparecerán, otras se adaptarán a la radioactividad temporal (como sucede ahora en la zona de exclusión de 30 kms entorno a Chernobil), y muchas saldrán del aislamiento al que las relegó la antropopresión. La temperatura descenderá sin nuestra ingerencia, y poco a poco, milenio a milenio, se generarán nuevas formas de vida. Es muy hermoso, y sin embargo también podría existir un escenario en el cual pervivamos, pero ese escenario va a significar indiscutiblemente renunciar al mundo tal y como lo conocemos.
Por mi parte, que se acabe ¨el mundo tal como lo conocemos¨, me parece estupendo. El dogma consumista debe ser erradicado, la industrialización debe detenerse y el capitalismo, como la organización terrorista más letal de la historia de este planeta, entregar sus armas y rendirse. Ello no signficará caos y apocalipsis, sólo renuncia a todas esas chucherías consideradas esenciales hoy por presión social, y que ayer no usábamos y vivíamos igual, mejor incluso.
Protestar o gritar a las dueñas del mundo que detengan la máquina es absurdo, más allá de lo simbólico -como el acto de la muchachas del National Gallery-, porque somos cada una de nosotras, en mayor o menor medida, culpables. Nosotras y sólo nosotras. Quienes destruyen y contaminan directamente lo hacen gracias a nuestra demanda en nuestras compras cotidianas. El placebo de una vida plena basada en consumir -y que no hace sino retroalimentar nuestra frustración- urge revertirse. Es ingenuo pensar que quienes están haciendo incalculables fortunas con el expolio a la naturaleza, la esclavitud y muerte animal y la sumisión mercader humana, vayan a frenar en sus dinámicas. Nada funciona porque sí. La mayoría de gobernantes sienten asco, indiferencia y desprecio por sus pueblos.
Vivimos en un mundo minusválido, insostenible y que se autolesiona a diario. El diseño de las poblaciones está cada vez más sujeto al fluído del petróleo barato. Las distancias no existen para quien quiere ir a un centro comercial en la periferia de la ciudad, trabajar cada día a 50 kms de su casa, acudir un concierto de música en otro país, comer proteína animal o comprar la última novedad de lo que sea en el mercado: para todo hace falta gran consumo de combustible. Sociedades yonquis de la energía barata, esclavas del petróleo, no podrían soportar el decrecimiento sin colapsar. En ese lugar están, por voluntad propia y porque ¨todo el mundo lo hace¨, la gente ni siquiera sabe sembrar y cosechar judías o patatas, pero conocen todas las técnicas de selfies habidas y por haber.
Todos los fascismos del mundo han surgido de la pretendida voluntad de un bien común. La gente sólamente es ecologista cuando no tiene dinero para dejar de serlo, por eso el enriquecimiento económico siempre revierte en más consumo, más ecocidio, más violaciones de espacios naturales. La fantasía de que una ciencia tan omnipotente y resolutiva como el dios al cual sustituye, vaya a solucionar nuestros problemas, olvida el hecho de que la ciencia es humana, por tanto falible, por tanto parcial y sujeta a ambiciones personales, como la del genetista ruso Ivanov en 1926, inseminando a mujeres rusas con esperma de chimpancé. La ciencia se ocupa de lo que es rentable, no de lo que es necesario, porque la ciencia es esencialmente ego.
Los 8000 millones de años de la vida del sol generaron masas inmensas de humus, petróleo, bolsas de gas de millones de toneladas… y todo ello lo estamos quemando y volatilizándolo a la atmósfera, es ingenuo pensar que esos billones de toneladas expelidos de la quema de todo tipo de combustibles desde la Revolución Industrial, no hayan causado estragos en el aire. Un ejemplo de ello es la capa de ozono rajada que la emisión de Co2 provocó.
Los idiomas son el variado registro con que la gente dice, de modo diferente, las mismas estupideces de siempre. El macho humano tiende a ocupar un espacio directamente proporcional a sus complejos y miedos. Vivimos una época sórdida donde teniendo acceso a herramientas de cambio, nos dejamos arrastrar por la corriente como cadáveres. No nos golpea una imagen, un verso, una frase, sabiendo que contiene claves de revolución interior (ineludibles para dirigirnos a la colectiva), preferimos tratarla como parte de la cultura del espectáculo. Teniendo corazón y cerebro, elegimos usar el dinero. Entre plantar árboles o renunciar al sistema, preferimos culpar a ¨la sociedad¨ y seguir con la cultura del suicidio específico... Pero somos esencialmente animales vulnerables, no podemos escapar de la avalancha de endorfinas que puede provocarnos un perro que se frota con nuestra mano, un ave besando a otra ave, la germinación de las semillas, la lluvia, la probabilidad del beso perfecto, la vida que es feliz sólo viviendo y la que nos habita dentro de la piel, dentro del cuerpo que es todo lo que tenemos. Pudiendo elegir vivir desnudas, hipotecamos nuestras vidas para comprar tristes harapos de moda. Cuantas más luces en navidad, menos en el cerebro.
Quien quiere ayudar, busca cómo. Quien no quiere, busca excusas. La reducción de consumo de carne, los productos tropicales orgánicos y fairtrade, las chapucillas del mercado verde, no son más que tiritas contra la gangrena, futiles bengalas en la noche que crece.... Todos esos métodos pueden ser asumibles por la gente normal y corriente, la que no piensa mucho y la cuesta llegar a niveles de compromiso bajo. Pero la gente a quien importa el planeta, la gente comprometida, con pensamiento crítico e intenciones de cambio real, debe abrazar el veganismo de temporada y cercanía, la austeridad, la renuncia, la valía de las cosas sencillas y los valores humanos. La sociedad se pervirtió en el momento de preguntarse si algo era rentable, en lugar de si era necesario.
A la primavera polaca precede una estación que no existe. No es, pero sucede como algo más importante que la propia primavera, lo que llamamos la preprimavera. Es algo así como los susurros discretos de los almendros en flor en España, que con su rosa y blanco anuncian la inminencia del verde. La preprimavera polaca habla con voz del tusílago, que crece en el beige de la hierba seca del año anterior, la campanilla de invierno asomando a menudo incluso entre la nieve, los capullos algodonosos de la inflorescencia del sauce… sutiles guiños, como notas que anteceden a la sinfonía del calor. Es tan clamorosa esta época -que no estación-, que en Polonia la gente decora sus casas con ramitas de sauce, para que esa preprimavera, mensajera del fín del invierno, inunde las emociones. Yo nunca había cortado ramitas de sauce, porque no hace falta cortar la vida, pero al meterlas en un frasco con agua, echan raíces, y luego las planto por el campo, para multiplicar los sauces. Ese es uno de los caminos, nada más que eso, plantar árboles y verlos crecer. Una vida sencilla, sin altibajos, sin deseos de novedades. Escapar de la mediocridad humana y trabajar sólo para vivir. En fín, llevar una vida plena, lejos de la civilización y sus espejismos, su refulgente mentira y su aparatoso fingir. No se trata de en qué fecha las científicas ecologistas determinen el punto de no retorno, se trata de que para miles de especies ese punto ya llegó. No se trata de que los gobiernos ¨hagan algo¨, ellos harán lo que nuestra actitud diga. Los gusanos que nos comerán no tienen ni raza, ni patria, ni clase. Sólo hambre.
Y en definitiva, la situación es la siguiente, si decidimos no preocuparnos y actuar en consecuencia, si no hacemos algo RADICAL por el planeta, el planeta lo hará con nosotras.
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