Rysiu nació a finales de los años 50, en la aldea de K., en el voivodato de la Cuyavia-Pomerania polaca. En el lugar todo el mundo comentaba y sabía que era hijo incestuoso de las relaciones forzadas de W. y su hija H., la cual abandonó a su hijo y la aldea a los pocos días de parir, podemos imaginarnos por qué, si contextualizamos la época. Rysiu nació como cada bebé, inocente y vulnerable, así que, pese a contar con el amor de las siete hermanas y la madre de H., no así contaba con el de su padre biológico y al mismo tiempo abuelo W., alcohólico, como cientos de miles en Polonia, que lo pegaba y maltrataba. Rysiu era alegre y pasaba mucho tiempo en el canal con otro hermano de H., nadando, y con el cual dormía cuando su padre común bebía más de lo habitual y los mandaba a dormir al pesebre con el resto de animales, vacas, caballos, cerdos y gallinas. W. consideraba que no merecía vivir entre humanas ni ser amado, así que le despojaba de su condición humana y lo condenó a su derecho a poseer vidas. En invierno se arropaban con paja y en verano, dormían en los entarimados. W. odiaba profundamente a Rysiu, quizás porque su existencia le recordaba quién era él, lo que hizo, y el hecho de que su hija abandonara la casa, así que lo relegaba a una vida propia de animales. Cuentan que una vez, encolerizado y ebrio, puso a Rysiu sobre el tocón de árbol donde cortaban madera y decapitaban gallinas, alzó su hacha y la dejó caer junto a su cabeza. No llegó a matarlo, sólo quiso que sintiera terror. Es el terror que sufren las gallinas en el campo, el que reservamos a los animales que explotamos, el terror primitivo y legítimo del animal frágil y que aparece en contacto con los seres humanos.
Cuando Rysiu cumplió 10 u 11 años, su madre H., que vivía en la ciudad, ya casada y con dos hijas, lo vino a buscar. Siempre pensó en él, pero no supo cómo enfrentarse a un padre violador y violento. Rysiu pudo vivir unos meses una vida casi normal, logró ser feliz. Al año de su nueva vida, en una excursión con la escuela a las orillas del Vístula, Rysiu se ahogó, pese a saber nadar muy bien, quizás alguna corriente del gran río se lo llevó.
Me contó varias veces esta historia tristísima una vecina suya que conoció a Rysiu, e incluso la enseñó a nadar. Una historia de desapego y brutalidad, y siempre me hacía reflexionar sobre el hecho de que el trato que reservamos a los animales es perfecta y fácilmente extrapolable a nuestras propias congéneres. Millones de Rysius, ahora, en el mundo, están siendo tratados como animales, porque el trato que damos a los animales es el de desprecio, odio, violencia y asco, independientemente de que los utilicemos o no para comerlos, exprimirlos, despellejarlos o desgastar sus fuerzas en trabajos o habilidades que nos son beneficiosas. La historia del ser humano es la historia de trillones y trillones de animales explotados, ellos acarrean en sus espaldas sin su consentimiento todos los logros de las civilizaciones de los que estamos tan orgullosos. Animales que duermen en la suciedad, como Rysiu, como las millones de nadies, gente esclava del capitalismo y de los países enriquecidos a costa de los empobrecidos, que con sus cuerpos alimentan la máquina insaciable de la avaricia, la vanidad, la gula o la soberbia de una especie menor, la nuestra.
En la historia del catolicismo no han faltado las burlas con que sometían -además de mil otros modos-, las misiones evangelizadoras contra nativas de otras tierras, despreciando sus dioses paganos, la lluvia, el sol o incluso la adoración a las vacas como se hacía en la India. Ese trato supremacista, eurocentrista, clasista, xenófobo, racista… en fin, colonizador, que han sufrido y sufren todavía cientos de millones de personas en el mundo, se basa en postulados falsos, dando por ciertas creencias erróneas y miopes, como por ejemplo la idea de que hay un color de piel o una orientación seual mejor que potra, como por ejemplo la existencia de un dios, como por ejemplo el derecho a someter en el nombre de ese dios inventado, o como por ejemplo, el estatus de superioridad del ser humano respecto al resto de animales. Ninguna otra especie animal se cree superior a otra, sólo la humana, y sólo la humana teje sus civilizaciones en base a ese fanatismo fundamentalista y criminal, hasta el punto de considerar a todos los animales inferiores, a algunos carnificables, a otros asquerosos, a otros estorbos, y a todos, esclavos de su voluntad.
Romeo y Julieta fue una historia de violencia familiar contra dos niñas obligadas a matarse cuando les negaron el amor adolescente, nacido quizás contra la tiranía de las adultas. Blancanieves tenía 14 años y el príncipe 31, es un cuento de pedofilia… La historia de la literatura infantil sobretodo se basa a menudo en casos reales horrendos, historias de terror que se dulcificaron y con las cuales mentimos a las más pequeñas, hablándolas de amor romántico y sometimiento, roles jerárquicos, heterosexualidad y, como no, la idea perpetuada desde la infancia, de que los animales sirven para tal o cual cosa, potenciando la mentira sobre los valores que inventamos para ellos. La obsesión compulsiva del ser humano por la mentira, sólo se comprende con la obsesión personal de creer, e incluso creerse, cualquier mentira. Mentimos para lograr privilegios, para evitar castigos, por entretenimiento, por placer sádico, pero sobretodo para entrar en la dinámica de creernos cualquier cosa. Así, nos conviene pensar que la vaca es tonta, para no asumir ninguna responsabilidad por esclavizarla y matarla, o usar el capacitismo de despreciar a la gente analfabeta, asociándola a ser tonta, y poder reducirla a trabajadoras.
En su naturaleza muchos animales usan el disfraz para fingir ser más atractivos, o peligrosos, inocentes... de lo que son sin disfraz. Colores, plumajes, verticalidad, erizado de pelos, tender emboscadas, llorar, fingir minusvalías o heridas, engañar para comer o lograr favores…, Para ello se requiere pensamiento abstracto, noción bidireccional y multidireccional de futuro, presente e incluso pasado, para prever, conciencia de sí mismos, de las demás y de interacción premeditada. Pura teoría de la mente. Lamentablemente, en este campo de la mentira nadie puede competir con el ser humano, que en esencia es engaño, la mayoría de las veces por placer, no por necesidad. La trama de falsías generadas en su vida por cada ser humano es un ejercício perverso conscientes de ello. El ser humano miente y se miente en una constante dinámica social, pretendiendo aparentar lo que no es, disfrutar con el sufrimiento, o sacrificando su propia vida a cumplir las expectativas de otras individuas. El ser humano miente para fingir edades que no tiene, capacidades de las cuales carece, e incluso derechos que no le pertenecen. A la suma individual, colectiva e interaccion de ambas de esas mentiras constantes lo llamamos civilización y cultura.
El mito de la proteína animal como necesaria para vivir, por ejemplo, no es más que otra mentira para defender el privilegio sabroso de consumirla. Si los gobiernos dejaran de financiar la producción de proteína animal, miles de millones despilfarrados en todo el proceso de esa mentira sabrosa, el precio de la carne sería insostenible para la gran mayoría de los bolsillos. Para apaciguar la conciencia decimos amar a unos animales para no sentirnos monstruas insensibles masacrando a otros. Es lo que llamo el ¨Fenómeno Nietzscheano¨.
El 3 de enero de 1889, Friedrich Nietzsche vió cómo en la calle un cochero maltrataba a su caballo, y sin pensarlo, lo abrazó, mostrando un acto de empatía lógica que fue motor de muchas analogías antiespecistas, filosóficas y literarias, incluso del portentoso film del más portentoso Bela Tarr ¨El Caballo de Turín¨. Nos gusta pensar que ese filósofo había comprendido el dolor del animal, pero ello no evitó que siguiera consumiendo sus trozos y sus jugos. La metáfora de la persona sufriente que no es capaz de renunciar a lo que provoca ese sufrimiento -la consideración de los animales esclavos, o en ese caso concreto, el equino como fuerza tractora-, es otra gran falacia de la vida de fingimiento humana, que no quiere desprenderse de su derecho a poseer vidas, pero no quiere ser juzgada por ello. El fenómeno nietzscheano consiste en respetar y sentir profunda y real compasión por unos animales y por otros no. No sólo es la cultura y la educación, sino que existen fobias personales racionales o irracionales., además de la distancia física con el crimen. Bastaría con aplicar una pricipio básico de sentido común, entender que el hambre de vivir es la reacción espontánea y proporcional a la conciencia de la muerte y que amar la vida no es amar sólo la de cada una.
¨Somos animales, por eso comemos carne¨, cuántas veces escuché eso, pero no las convenía elegir ser vaca y comer hierba, o escarabajo pelotero y comer excrementos, sino que escogieron ser león para excusar su gusto por la carne. La carne es un suceso social, un objeto de superioridad, un modo de despersonalizar a una persona, troceándola, una metáfora de dominación sobre la naturaleza. El especismo es la creencia de que un colibrí es más valioso que un pollo, y ello equivale a decir que la raza blanca es más valiosa que la negra, la aria que la judía o el hombre que la mujer. Una doctrina supremacista como las demás, en resumen. El hombre es el proxeneta de la tierra, su red mundial de trata, encierro, secuestro, expoliación, explotación y exterminio de vidas es ubícua. Esa prostitución también debe ser abolida. El especismo es el profundo pavor de la gente, a reconocer que no somos superiores a las demás especies. El especismo es, en realidad, especifobia, las personas especistas buscan en la naturaleza lo horrendo o cruel de ella, según su lectura, para poder justificar su propia extrema crueldad. Cuanto más sangrante y doloroso sea un evento o circunstancia natural, tanto más legitimadas se sienten para hacer cosas peores, contra los animales, contra los ecosistemas, e incluso contra el propio ser humano.
Sólo hay dos caminos posibles: dañar a los animales o no dañarlos, y no es válido el argumento de la antigüedad de ese daño. La tradición es una cultura retrógrada, basada en la repetición en el tiempo de un evento no necesariamente positivo o neutro. La caza, las corridas de toros, la ablación, el matrimonio infantil, la cría de animales, el alquiler o venta de personas, la reproducción humana, los nacionalismos… son tradiciones masculinas cuyo nexo común son la falta de escrúpulos y la discriminación. Tradición es una palabra profundamente sospechosa en sí, y no puede ser usada en ningún debate serio.
El proceso global de cultura de la violaciñón debe ser revertido. La perversidad de considerar otras vidas a nuestro servicio debe concluir. Planear la vida de una persona, hasta el punto de violar a su madre para poder poseer esa vida nacida, encerrarla en un cuarto oscuro y pestilente, cebarla con intención de que crezca grande y pesada y, antes de que llegue su adolescencia, incluso en la propia niñez, degollarla, desangrarla y descuartizarla, es una de las más delirantes historias de terror conocidas, y sucede cada día. Un proceso lento y premeditado, nada casual, nada accidental, y que si sucediera contra un ser humano, nos parecería monstruoso, sádico y psicopático hasta extremos insoportables, pero como se trata de un cerdo, nos parece normal, divertido e incluso participamos en mascar sus mutilaciones alegremente, como si no hubiera sufrido lo indecible, como si todo ese proceso de asesinato fuera correcto sólo por ser legal.
¨Dios ha muerto¨, escribió Nieschtze, murió sin haber nacido, murió sin existir. Miles de millones adoran a sus deidades inexistentes, riéndose de quien adora a la lluvia o a una vaca. Ah, amiga, pero la vaca, al menos, sabemos que existe. Y la vaca, como Rysiu, porque existe, tienen derecho a vivir.
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