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miércoles, 20 de abril de 2022

BASTARÍA SABER AMAR


¿Para limpiar mierda de gato y andar siempre con ropa sucia? ¿Para palear estiércol y hacer rodar balas de paja y heno demasiados grandes? ¿Para cargar sacos de grano de 30 kilos? ¿Para desvelarse por un pollo apático? ¿Para llorar cada pérdida como la primera? ¿Para correr de aquí para allá, madrugar, trabajar en labores ingratas, atada a una casa? ¿Para gastar lo ahorrado y lo ganado? ¿Para no comprarse cosas, viajar o tener vida social?… ¿Para eso cuidas animales?.


Sí, exactamente para eso… y para sentir el corazón se ensancha, llovido por la dicha, escuchando la sinfonía de los pollos que ya no estan condenados a carne, diciendo mil mensajes con voces dulcísimas. Para estremecerme con el ronroneo primordial de un gato que se acurruca en mi sobaco al dormirnos, para deleitarme con los gruñiditos de placer de un perro rescatado del asco cuando rasco su nuca. Para que un animal grandote y calentito piafe suave mientras apoya su enorme cabeza en mi hombro diciendo ¨confío en ti¨. Por el placer de no escuchar más de la cuenta las absolutas basuras de la civilización, para que la mirada de una oveja que jamás será degollada me traspase de parte a parte, para que sus suspiros en mi mano me rediman. Para que un cabrito chupe mi dedo y me sonría despreocupado y feliz, para acariciar plumas, para sentir profundamente el camino perdido al cual regreso, a la niña que fuí, saludándome contenta de que no me anegué demasiado en la horrible sociedad humana. Para que suenen con menos fuerza los aullidos que provocó mi gula, para que callen aquellos chillidos, para ensayar algún tipo de expiamiento. Para arrancarle a la máquina fascista un puñado de inocentes y aprender de nuevo sus antiquísimos idiomas, puros y primitivos, salvajes como el bosque adentro. Para desviarme de la dinámica social de la muerte prematura, para renunciar y reaprenderme, para que todo tenga sentido. Para eso salvo animales, porque no da dinero, porque sólo sirve para la vida, y nada menos. Para detener la inercia de la brutalidad. Para que todo recupere su sentido.


Y en todo ello, la tristeza dolorosa de la conciencia de que nuestras hijas de otras especies, un día, morirán. Probablemente antes que nosotras, pero incluso si sucediera después, también nos entristece ese hecho. Entonces ¿cuántos años de sus vidas serían satisfactorios para que esa tristeza no nos invadiera? ¿50? ¿100? ¿1000?. La respuesta es ¨siempre¨. Que nunca murieran, eso nos satisfacería. La muerte de quien amamos tiene como objetivo golpear nuestra fragilidad, hermosearnos, y recordarnos la propia muerte. Y ello se debe al amor, por encima de toda expectativa, el amor, irracional, por encima de la vida incluso, y que resiste la lógica de la finitud biológica. La perfección del amor consiste en que no cree en la muerte, y ese es su principal poder. Si la vida es un apellido, el amor es el nombre.


Si pudiera repetir mi vida no cambiaria demasiado, besaría más eso sí. Así cuando comimos carroña proveniente de alguienes que no quisieron ser ejecutados, o sus jugos y menstruaciones exprimidos durante esas dolorosísimas vidas, abogábamos en nuestra defensa a la tradición, la cultura, la costumbre, o cualquier otro absurdo pretexto sustentado en el comportamiento colectivo, en lugar de asumir la valentía que supone enfrentarse a la responsabilidad personal de toda acción u omisión. Porque dicha responsabilidad implica perder privilegios gastronómicos. Podemos dejar de hacerlo inmediatamente, como cuando la doctora nos dice que dejemos de fumar porque tenemos los pulmones cancerados y dejamos de hacerlo. Podemos pero no queremos, y ninguneamos a las voces de la conciencia para poder seguir disfrutando del resultado de la tortura, la esclavitud, el asesinato y la infamia. El capitalismo crea deseos, fácilmente desechables por el pensamiento crítico, pero el capitalismo somos cada una de nosotras. Todo lo que pensemos del capitalismo, lo pensamos de nosotras. La mentira sólo triunfa entre la gente cuando esta quiere ser mentida.


La vida es muy corta, díces, hay que disfrutarla...aunque para ello acortes la vida de otras. La madre de las bombas, millones de animales destruidos por ella, para el control de los recursos, para tus vacaciones anuales, para tu gastronomía tropical. La vida es muy corta, hay que disfrutarla. Tratar a personas no humanas como carne y flujos, a la gente como cosas que llevan tu dinero, tus votos, como afines a tu fe, o como carne para sexo... La vida es muy corta, y la crisis de valores es la misma que la del neolítico. La vida es muy corta. Hay que disfrutarla. Disfruta... vive... consume... Cuando digas que la gente es imbécil recuerda que las demás te incluyen en ese análisis. La vida es muy corta, entonces mata, tortura, esclaviza. Consume cosas, consume agonía, consume gente. Que la vida es muy corta para no recibir aplausos por ella. Pero el aplauso degrada a la persona, porque la sumerge en la sugerencia de que dicha alabanza es objetiva o acaso merecida, no siendo esta más que la exteriorización circunstancial de un gusto. La persona que pretende crecer debe sacudirse los laureles, y hacer caso omiso a dicho agasajo, de las loas y los oropeles, por muy bien intencionados que lleguen, agradeciendo por el contrario su tiempo personal prestado. Contra toda regla gramatical, esperanza no proviene del verbo esperar, sino del verbo luchar.



El mejor cosmético rejuvenecedor es el pensamiento crítico. Para rejuvenecer, lo mejor es la actitud. El físico siempre se degrada, pero los actos que derivan de una mente abierta son jóvenes hasta el último día. La conciencia del activismo crítico incluso consigo mismo, debe combinar la fehaciencia inquebrantable en el fin de las injusticias, con el pensamiento de la derrota previa, dentro del cual lo que se hacemos puede suponer apenas un grano de arena. La esperanza es una fe estéril al borde de la renuncia, cuando se apela a la nada. Se lucha por asuntos justos y posibles, mientras que la fe y la esperanza pertenecen a lo utópico, la antítesis de la lucha, ferozmente tangible y abarcable.


Que el león comar carne no nos obliga fisiológicamente a ello, ni a tener sus pulgas ni a matar a los cachorros de otra família. Lo mismo que nuestra animalidad no nos obliga a dormir bocaabajo como murciélagos. La animalidad es recurrente, versátil, bipolar, nos conviene usarla para justificar nuestras atrocidades, pero también separarnos de ella, para justificar otras, específicamente humanas. Las excusas baratas del omnivorismo supuesto del ser humano topan de bruces con la realidad de que no nos sienta bien la proteína animal, y que nuestra fisiología se asemeja a la del cerdo -animal que precisamente asesinamos para descuartizarlo y devorarlo-, pero no caminamos a cuatro patas en horizontal como él, ni sudamos como él ni tenemos su longevidad, genética o cultura. La animalidad es única en cada especie, nada nos obliga a copiar costumbres de otras. A ello añadimos la ética propia de animales sin escrúpulos que han decidido construir sus sociedades teniéndolos. La carne es la unidad disgregada de alguien que sufrió lo inimaginable y murió para satisfacer un placer efímero, y sucede lo mismo con la leche y los huevos. Que no nos importe el sufrimiento ajeno para satisfacer esa pulsión hedonista nos sitúa a la altura de los violadores, quienes no reparan en la voluntad de sus víctimas porque prefieren satisfacer a toda costa su pulsión sexual y su deseo de dominación. La monstruización de Hitler y de las nazis es otra falacia en la dinámica de la banalización del mal. Suponemos infantilmente que asesinas, violadoras, pederastas, caníbales u otras anomalías en la construcción de una sociedad sin víctimas, deben ser enfermas de mirada aviesa, feas a jornada completa, deformes caricaturas de ser humano, gente aparentemente sospechosa... Necesitamos esa segregación física para poder separar visualmente sin errores QUÉ es el bien y QUÉ el mal. Pero la falta de escrúpulos no tiene rostro, sino acto. Los actos correctos no justifican los incorrectos y no se exteriorizan en una sonrisa afable o un aspecto atractivo, en maneras corteses o sensibilidad manifiesta, pero selectiva. La sociedad está compuesta por violaciones domésticas, asesinatos pasivos, carnificación de la vida, cosificación de las personas humanas y no humanas, elusión de responsabilidades, confusión de lo indecente en actos masivos y despenalización de la culpa en un supuesto sistema que no es otra cosa que el sistema que apoyamos con nuestra acción y omisión. El trabajo de mejoría colectiva es personal, íntimo e implacable, empieza en una y se proyecta al colectivo. Somos la suma de los cambios ajenos, también


Nada me aburre más que la vida que tuve. Nada me desinteresa más que la que tendré. Nada me apasiona más que la vida que tengo. Soy sólo porque soy ahora, y entiendo el veganismo como una superioridad de orden moral que beneficia a terceros. Alguien que no mate bebés siempre será moralmente superior a alguien que sí lo haga. No hay que temer hablar de niveles éticos, porque precisamente de eso va la cultura del cuidado contra la cultura de la violación, y sólo separando causas y consecuencias, podemos avanzar con normas comunes de construcción igualitaria. Quien no trata a las demás con respeto, se degrada y pierde legitimidad a la hora de establecer normas morales de convivencia, y la sociedad ya tiene ciertos mecanismos de represión, coerción o aislamiento debido a que reconoce ciertas conductas como peligrosas para el colectivo. No son los mecanismos ideales, ni mucho menos, hay que trabajar la educación y la concienciación por encima que la tosca reacción del castigo, pero teniendo presente que la confianza tiene límites. Por ello no dejaríamos a nuestras hijas en un centro escolar regentado por una pederasta declarada, por ejemplo. La superioridad moral del veganismo existe, aunque tenga efectos no deseados como la egolatría de considerarse con más derechos en general con respecto a las personas que explotan, torturan, violan y asesinan animales. Quienes señalan esa superioridad como algo a ocultar por mera estrategia, en cierto modo tratan con lasitud dicho genocídio, con una distancia moral basada en la cercanía y afecto con quienes participan en él, es decir, en base a un chantaje emocional, que es el arma preferida de la gente opresora. Desde la superioridad moral del veganismo, con las herramientas que nos obliga a aprender a usar, la mejor estrategia es tender puentes para que quienes están donde las veganas alguna vez estuvimos, crucen decididamente. El veganismo es un escalón hacia el humanismo, hacia su credibilidad como especie.



Gente que espera el autobús en la madrugada para ir a un alienante trabajo, viendo cómo pasa un camión cargado de cerdos al matadero. Hay una enorme diferencia entre su esclavitud voluntaria con la ejecución forzada de un animal que jamás escogería el tipo de vida que tiene quien escoge sacrificar su vida para obtener cosas materiales, incluyendo ese dinero con que comprará el cadáver de esos cerdos descuartizados.


Quiero besar sin culpa, comer sin víctimas, vivir sin tener que pedir perdón por errores ajenos y enmendar los míos. Elijo vivir sin dios y morir enfadada de que el precioso viaje terminó. Elijo no tener dios, elijo la vida. Quiero ver crecer la hierba, soprendida, como si fuera algo excepcional porque lo es.


Son apenas dos palabras, sin las cuales no sé amar. Si las dices aparezco, si no... ni mi sombra verás. No es arrogancia, ni intolerancia, ni soberbia, la verdad es cara y la libertad duele como la luz repentina. La noche y la mentira no son para mí. He visto demasiado, sé demasiado. Los he visto morir. Son apenas dos palabras, dos llaves para mis puertas, y el viento corre enloquecido por todas las estancias. Son dos palabras que sólo querré escuchar de ti:soy vegana, por los animales”.

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