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martes, 22 de marzo de 2022

LA ECONOMÍA DE LAS AVES



La locura fértil de la vida hace sus exhibiciones con una imponencia sublime. La vida es una alarde de creatividad sin precedentes. En el campo colindante a La Casa de las Ranas, los mil gansos salvajes de anteayer, se doblaron ayer y se han triplicado esta mañana. Bandadas del oeste y suroeste, llegadas de España, de Grecia, Malta, África..., definitivamente regresadas de sus miles de kilómetros de vuelo firme en migraciones exteriores e interiores anuales, saturan el cielo con sus voces preciosas. Se llaman, se convocan, se reclaman, se reconocen, se buscan, se alegran de haber sobrevivido al viaje y a la inclemencia climática o los depredadores. Las hembras se inquietan con la voz de la tierra exigiéndolas empollar. Jóvenes y adultas, alzan de pronto el vuelo a un código inaudible, y un enjambre espectacular ondula en el cielo como un mar pardo colmado de la fiebre de vivir. Dan ganas de llorar. Quien ha tocado la belleza en estado puro, ya ha entendido el sentido de la vida. Y de la muerte. Amo tantísimo la vida, que todo lo que la vulnere es mi enemigo. Soy, toda yo, amígdalas, centro de emociones.


Los lugares que queremos visitar son como las personas que quisiéramos conocer: mero especular. En vivo suelen decepcionar, y no por su culpa, sino por nuestro fantasioso error de cálculo. Vivimos siempre en los lugares donde fuímos felices, sean casas, gentes, paisajes o emociones. Somos aquella dicha que rozamos, aquel instante de plenitud, aquel amor sentido profundo, y a menudo sobrevivimos sólo por ese recuerdo, cuando las fuerzas o los desencantos nos quieren derribar, aunque la memoria de que supimos ser felices no da de beber, no consuela, para revitalizar a la persona extremadamente sedienta, lo mejor es el agua sencilla, la simple y humilde agua del poderoso hecho de estar vivas.


Todo lo que atente a la vida es mi enemiga, La democracia, por ejemplo, que consiste en decidir en manos de qué psicópatas con ínfulas megalómanas estaremos. Hay 16 guerras bilaterales en el mundo, ahora, en este momento, más las guerras civiles y otros contextos bélicos, todas ellas atentan contra la vida. La tecnocracia, el progreso industrial, la ambición, la cosificación animal, la destrucción de la naturaleza o cualquier de los mil modos que tenemos de estropearlo todo. A la pregunta global que habría que hacer al ser humano ¨¿podéis dejar de hacer el imbécil?¨, la respuesta global es ¨no, no sabemos¨. El quid del consumo global, de la adicción a las compras y el placebo de lo innecesario, no es más que la incapacidad creativa de la gente, es decir, inutilidad de crear sus ocios y estímulos, o solventar problemas, a menudo sencillos. Cuanto menos sabes hacer, más dependiente eres de las demás, o del dinero para lograrlo. La adicción a las ofertas parte del principio de dependencia a cosas que no somos capaces de conseguir por nosotras mismas. ¿Cómo es posible que haya tantas millones de personas trabajando en labores inútiles, prescindibles, ornamentales o que simplemente mantienen un sistema enfermo, contra la verdad biocentrista de la economía de recursos, la optimización de esfuerzos y la austeridad?. Nos quejamos de lo banal de la sociedad, pero todas queremos trabajar descansadamente, sin esfuerzos y cobrando lo máximo, …para poder despilfarrarlo o pagar abusivos alquileres y servicios. El caso es que, ciertamente el mundo no se acabaría si millones de personas perdieran sus empleos. ¿De dónde surge, entonces tantísima riqueza?: de la naturaleza, del expolio a sus criaturas. Todo cuanto gastamos, usamos y tenemos, surge de abrirle el vientre a la tierra, amputarle sus montañas, desecar sus aguas subterráneas, polucionar sus océanos, masacrar a billones de animales, exprimirlos, e intoxicar o talar sus plantas e interrumpir ciclos evolutivos multimillonarios extinguiendo especies. Por lo tanto, ser extremadamente moderada en el usufructo de las materias y las energías -extraídas, repito, con enormes costes ecocidas-, es el mejor principio de comportamiento humano, la ley primera de la ética.


Una sociedad que proclama que todo está en venta, hace creer realmente que todo se soluciona con dinero. Sorprende desagradablemente la cantidad de miles de esclavas afroamericanas que estaban en contra de abolir la esclavitud en Estados Unidos, aterrorizadas con la idea de no tener una casa y un plato de comida una vez fueran ciudadanas liberadas. Y de cuántas miles de presas de los campos nazis estaban convencidas de que el trabajo las haría libres, o que si se portaban bien, no las matarían. Soprende saber cuántas millones de personas piensan que el mercado libre es libertad, que el capitalismo es sensato, que el trabajo dignifica al ser humano, o que una mujer vestida provocativamente atrae a los violadores. Nuestra cárcel es nuestro miedo.


Uno de los signos identitarios más elocuentes de la adolescencia y juventud, es el hambre de novedades. Se abre un mundo lleno de ofertas y posibilidades en todos los campos y para todos los gustos, después de una época de sencillez estimulativa como es la niñez. Con el tiempo y la madurez, nos apercibimos de que no son importantes una vez se han experimentado, son emociones de segunda, y sin embargo queremos disfrutar de ese perpetuo estado en lo que llamamos el Síndrome de Peter Pan, lleno de tentaciones inverosímiles, huecas a fuerza de previsibles, para saciarnos con ellas, fantaseando con haber hallado el elixir de la eterna juventud energética. La vida es mucho más simple que la obsesión juvenil, mero mundo exterior, la madurez exige vida interior, acorde con el estado del cuerpo, que alcanza una insostenible catarsis en esa época inmatura.Y es en ese antojo de la juventud perpetua, donde el capitalismo ha encontrado su caudal más fecundo, ofreciendo todo tipo de chucherías que aparentan conectarnos, pero que sólo nos distraen de los verdaderos retos, problemas, y responsabilidades sociales que exige la vida y la sociedad. La posibilidad de ser eternamente jóvenes es el más propicio producto del mercado, y está vinculado a la compulsa constante adquisición de bienes, como tristes sustitutos de las emociones perdidas, o jamás encontradas, las cuales -por nuestra propia finitud específica-, acabarán repitiéndose, volviéndose predecibles y al cabo, tediosas. Viajar, como si el viaje no debiera ser interior principalmente, consumir todo tipo de entretenimientos enlatados -que no hacen sino anular nuestra creatividad individual-, sumergirnos en episodios de purpurina y luces estroboscópicas veniales, que evidencian nuestro fracaso como seres reales, capaces de autosuficiencia, y de reinventarnos sin los artificios que los estudios de ventas de las empresas nos tienen preparados. La gente se ha convertido en agujeros ciegos donde ir echando todos los escombros recién fabricados, las ruinas de una civilización que agoniza. Una civilización de plástico, que duerme su sueño sobre el agotado depósito de energía que 300 millones de años de luz solar dejó bajo tierra en formas de petróleo.


Consumir es lo contrario de vivir. La gente que cree no tener obligaciones morales, obliga a las que sabemos que las tenemos, a trabajar el doble. Por cada sinfonía pastoral con que quieras justificar la vida humana, yo te mostraré dos treblinkas. Contra el ecocidio sólo cabe el egocidio. Esterilizarse, por ejemplo, no significa no cuidar hijas, sino desistir de que estas sean obligatoriamente biológicas. Significa resistir a la presión social antropólatra que nos reduce a seres reproductivos, y defenderse también de la tiranía de la fisiología. Esterilizarse puede significar por ejemplo, tener tiempo, energía y recursos para cuidar y hacerse cargo de hijas que alguien consideró rechazables, y que pueblan calles, basurales y orfanatos del mundo, o incluso tratadas de ejecutables. Y hablo tanto de las humanas no queridas, como las no humanas que la miopía especista considera cosas. Esterilizarse, en un mundo sobresaturado de este virus llamado ser humano, es un acto de valentía, justicia, sentido común y criterio.


Uno de los principales problemas de la sociedad es pretender que todo la gente tenga niveles económicos por encima de las posibilidades del planeta. Mejores sueldos, compras más baratas, ayudas económicas…. todo parece solucionarse con dinero, y es precisamente el consumo derivado de la posesión de dinero lo que está destruyendo el planeta y matando a trillones de personas humanas y no humanas. La solución no es expoliar cada vez más recursos y personas y matar cada vez más seres vivos para tener cada vez más dinero, ya sabemos qué hace la gente con dinero: tonterías, más grandes cuanto más dinero se tiene. La solución es reducir las expectativas y plantear economías de pervivencia digna, sin alardes, excesos ni caprichos innecesarios, los cebos del capitalismo. Cuando alguien tiene de más alguien tiene de menos, y para que todas tengan de más, alguien va a pagar por ello, generalmente la naturaleza y sus seres, indefensos ante la avarícia.


¨Es sorprendente el poco tiempo que lleva retirarse del mundo¨, la frase de Jeremy Irons al final de la pelicula Herida se clavó hace 30 años en mi cabeza. Renunciar a todo lo posible, llevar una vida austera, alejada del gentío y sus idioteces, es parte del camino. Hubo un punto de la infancia en que toda la corrupción de la sociedad, las adultas y sus miserias complejos, frustraciones y traumas, nos partieron en mil. Por ¨nuestro bien¨, decían, como si su modelo de felicidad debiera ser el nuestro. La corrupción que comenzó cuando nos pusieron en la boca el primer alimento que era un trozo de otra persona, o sus zumos extraídos con dolor y esclavitud, normalizando que había animales de primera y de segunda clase, como quien segrega por razas, por géneros o o por nacionalidades.


Un nuevo mundo empieza y acaba en una misma, hay que volver a ese lugar donde eramos originales y no las fotocopias baratas en que nos convierten. Basta con reconocernos, retomar esa senda de sencillez y no competitividad. Hacer una silla o intercambiarla por algo que sepamos hacer, y saber que nos sentaremos en ella el resto de nuestras vidas, y que quizás otras la hereden, porque es un silla bien hecha. No codiciar, no envidiar, no querer ser las demás, ni poseer como modo de ser. Ser felices con un cuenco de patatas hervidas y un vaso de agua. Nada que pueda ser comprado nos libera. Simplemente practicar vidas para ser vividas, no para usar y tirar en la doctrina imperante. Reconocer la manada, pero no extraviarse en sus miedos y basuras. Si no protestas, consientes. Si no dejas de participar, tu complicidad es tan sucia como el crimen.


Tratar la involución humana con la idea representativa de que volvemos al mono original, y que eso es degradante, es especista. Igualmente decir que los hombres acosadores son unos cerdos. El humor o las comparaciones con animales de nuestras bajas pasiones, no sólo los denigra, sino que es erróneo. La diferencia sustancial entre activistas por los derechos animales no humanos y activistas por los derechos humanos, es que las segundas pueden ver y ven realizada justicia a sus protestas en muchas ocasiones, las activistas veganas, no. No veremos el fin de la explotación animal, aunque sí veremos caer las corridas de toros, el circo con animales, el testado con animales y otras batallas, pero el grueso del genocidio, que abarca al 98 % de las víctimas, los animales ejecutados y exprimidos para el capricho de la gula, no lo veremos caer. Algún día, no lejano, esa depredación inenarrable e inmisericorde concluirá, pero no durante nuestras vidas. No nos pidáis comprensión para vuestro derecho a matar, ni a vuestras tradiciones, es el viejo fascismo y no queremos ya ese mundo tan humano, tan patriarcal y falto de escrúpulos. Acarreamos una sangrante herida, un insoportable sinvivir que nos obliga a no ser normales como quien verduguea, y a no normalizar el crimen por muy milenario que sea. Esto no va de elecciones personales, sino de ejecuciones aleatorias y de culura del asesinato.


A los gansos del campo les podríamos preguntar ¿cómo preferirías morir, rápida e indoloramente, o lenta y agónicamente?, Ellos contestarían: NO morir. Y eso precisamente es el veganismo ¿tan raro parece?.

 


 

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