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martes, 22 de febrero de 2022

LA ERA DE LOS CHENILES

Hace unos años, yendo por la carretera comarcal del pueblo, mi tio nos mostró un coche que iba delante nuestro, muy lento, llevando en el cristal trasero la pegatina de un jabalí, donde se enorgullecía de ser cazador. Rodaba tan despacio, nos explicó mi tio, porque no veía tres en un burro, su vista era muy limitada debido a su avanzada edad, y conducía cada día una veintena de kilómetros a su granja de cerdos, para alimentarlos. También iba de caza a veces. Con su licencia actualizada. Eso suele pasar en los pueblos de españa, psicotécnicos que aprobarían asesinos en serie y pruebas que dan por aptas a personas claramente mermadas, cuando no directamente amiguismo. La ilegalidad de la caza es algo evidente en muchos casos. Por lo visto, los paletos tiene que entretenerse en algo, antes machacaban a sus hijas, o violaban a sus mujeres, mientras no hubiera una buena guerra civil para poder echar su mierda en aspersión, y en tiempos de paz, pues tiran cabras de campanarios, acosan hasta el infarto a toros o revientan animales a cartuchazos. Palurdos, en todas partes.


También tengo familia cercana que custodian para un señorito, miles de hectáreas donde incluso el emérito iba a cazar cuando no iba de putas, después de alguno de sus numerosos robos. Sé de lo que hablo, españa es tierra de nadie, es decir, de los cazadores. No se sabe exactamente cuántos animales se matan cada año en españa, primero por falsedad documental, segundo por mentiras, tercero porque muchas piezas mueren sin cobrarse y cuarto porque hay cientos de miles de muertes que jamás sucedieron. Pero sucedieron. Urogallos (al cual están a punto de extinguir), conejos, liebres, faisanes, perdices, codornices, y hasta 24 especies suman los más de 20 millones de animales ejecutados de modo legal anualmente en españa, por dar una cifra oficial. La masacre ilegal que conlleva la legal, con cebos envenenados, trampas, lazos, cepos y otras técnicas de ejecución cuya crueldad sería la envidia de los soldados nazis, no se contabiliza, pero ahí está. Cinco mil toneladas de plomo dejan los ecologistas de los cazadores y su amor y su respeto tan particular por la naturaleza, que ya han llevado a punto de extinción a varias especies. Rapaces y depredadoras, como zorros, meloncillos, tejones, águilas, halcones, buhos, y muchos otros, premeditadamente, porque les roban SUS piezas de caza. Plomo, que si se prohibiera sólo solucionaría el 25 % del problema, pero ahí sigue, contaminando aguas freáticas, humedales y ríos.


Tampoco se sabe el censo de animales, porque se hace a ojo, a bulto, con pautas de avistamiento y ya, pero por esos censos se determinan cuántos animales se permiten cazar. Así que, en primera y última instancia, los cazadores deciden cuánto cazan, lo que les sale de los cojones, porque de eso va la caza. Y si se quedan cortos y no han eyaculado todos sus cartuchos, para eso están las más de 800 granjas de cría. Los animales criados y cebados, soltados en la naturaleza, si sobreviven a su falta de cultura del entorno y sus conocimientos de supervivencia, son ejecutados -aquí no hay caza, sólo fusilamiento, dada su mansedumbre y confianza-, para satisfacer egos. Miguel Delibes, hoy, hubiera abandonado su escopeta.


Hay cazadores que encuentran romántico que sus perros inmovilicen a un jabalí, y degollarlo con su cuchillo, que es muy poético y muy hermoso a su parecer, ocultando en tal lectura de belleza, algún trauma infantil, violencia parental o alguna otra psicopatía peligrosa. España el segundo país europeo en licencias, después de Francia, con 3 millones de armas legales pero miles cazan ilegalmente, es la diferencia entre un asesinato improcedente, o el procedente derivado de las guerras, o del asesinato de un cerdo criado en macrogranja o en campito. El mismo crimen. Porque la caza es una actividad terrorista criminal, llevada a cabo por bandas armadas. La caza es, y que se alcen las ampollas, terrorismo de estado. ETA era una aficionada, comparada con el rastro de dolor, sangre humana y mierda que deja tras de sí la caza.


Los accidentes de caza, tan previsibles como asociar un arma de fuego a un ser humano, los asesinatos por arma de caza son previsibles, las amenazas a población civil, incluso a agentes de la ley, son diarias. Energúmenos sedientos de muerte. La caza provoca cada día alguna víctima en españa, a veces mortales. La caza es terrorismo, y como tal debe ser tratada. Cada hora alguien mata o hiere en el mundo a otro ser humano practicando caza, en feudos de muerte, en los campos de concentración más o menos grandes, vallados o no vallados, que suponen el territorio español, donde cada día se vulneran flagrantemente las distancias de seguridad, las normas de disparo, los objetivos. Es imposible regular algo que conlleve la asociación arma-ser humano.


Si te horroriza la idea de que alguien entre en tu casa mientras comes o duermes y te mate de un disparo, ya entiendes que estemos en contra de la caza. No es tán difícil, hasta las imbéciles lo entienden, si quieren. La casa de los animales es invadida cada día, son ofensivas bélicas y asedios persistentes. Los daños animales derivados de alimentarse de los cultivos humanos, son una milésima parte de lo que hace la industria, los químicos, o la propia actividad cinegética en los campos, basureando, ruideando, llenando de plomo el campo, convertido en un campo de batalla contra civiles también, por hombres cobardes que combaten su miedo siendo temerarios y amenazando. Cuanto más cobardes son, más temen al buen lobo. La caza es tan signo identitario de españa como los campeonatos de sorber flanes o de lanzamiento de hueso de oliva. Cosas de paletos.

No es de extrañar que la caza sea muy política, todo buen facha es cazador, lo cual no quita que haya cazadores de esa izquierda lacia, populista y charanguera que pulula por españa, y no me refiero sólo a los socialistas, que son derecha y les apestan las manos a cal viva y a otan.


Una vez pregunté a una familiar cercana, ya anciana, qué hacía el rey, para qué servía, y me contesto que no sabía, que ¨sus cosas de rey¨. La misma pregunta podemos hacer con la caza, nadie sabe nada, algunas repiten los balbuceos de la propaganda nacionalcinegética de la escuela Goebbels, pero nadie sabe nada. Sus cosas de cazadores hacen. Dejar sin hijos a sus madres, eso, a menudo.


Otro tema son los perros.


De mi infancia en el pueblo recuerdo los perros ahorcados por pastores y cazadores. Eso ya no se hace allí, parece ser, o se hace de otro modo, pero la esencia de esas personas es la misma. Los perros se precipitan en barrancos durante monterías, se hieren gravemente. se rompen las patas o son ensartados por cuernas de ciervo o colmillos de jabalí, destripándolos de tal náusea que los cazadores los ejecutan ¨para que no sufran¨. Porque un perro es un amigo, pero no tan amigo.



Cada año se abandonan en la península misérrima 12.000 perros usados para cazar. Podencos, bretones, pointers, bracos, grifones, por miles, cada año saturan refugios y casas particulares, deshechados por aquellos ¨buenos y cariñosos cazadores¨ a los que ya no sirven. Otros los abandonan colgando de una cuerda por el cuello, les meten palos en la boca para que mueran de hambre, los arrojan vivos a pozos moridero, los palean o hachan hasta morir, por no gastarse ni un cartucho, pero siguen llamándose amorosos, por sí mismos y por la gentuza que los defiende cuando les llamamos asesinos. Ya ves, fingen tener sentimientos… Los galgos, sin embargo, son los más usados, de los 200.000 galgueros registrados, cada uno explota a una media de 10 perros, que se amontonan en zulos y cheniles, en jaulas alfombradas de excrementos, expuestos a las heladas y a los infiernos de agosto.


La era de los cheniles sustituyó a la de las cavernas. De infecto agujero a infecto agujero, pasan la vida los perros, como millones de otros animales, cuando el ser humano decidió comenzar ese proceso de confinamiento, secuestro, tortura, explotación y destrucción cultural llamado con soberbia engolada domesticación. La primera noción de esclavitud humana, que luego revertiría en la suya propia. Detrás de cada gran persona hay gente que la apoyó. Lo mismo que detrás de cada criminal.


¿Cuánto tiempo más vamos a delegar el cuidado de los animales a la buena voluntad, buen hacer y respeto de las cuidadoras? Han pasado milenios desde que empezamos a jugar a la domesticación del resto de faunas, suficiente tiempo para saber cómo hacerlo bien, con bienestar y de modo que el animal no sufra, y sin embargo cada día, miles de millones de animales, en granjas, en laboratorios, en cheniles, en cuadras, en casas privadas, en acuarios… sufren una lenta agonia y la soledad de la muerte en vida. Ahora, en este momento, seguimos siendo unas absolutas miserables con las demás animales y entre nosotras. Hay algo podrido en nuestra especie, pero ya que insistimos en no extinguirnos de inmediato, lo mínimo que podemos hacer es reconocer que no somos capaces de hacernos responsables de nadie más que de nuestro propio culo, e incluso eso lo hacemos penosamente, siempre robándonos, matándonos, violándonos, convirtiendo las vidas de la gente en traumas a perpetuidad. No somos capaces de garantizar el absoluto bienestar de los animales, explotándolos, o sin hacerlo. Nos inventamos su bienestar, llamamos mal menor a sobrellevar las consecuencias, en lugar de erradicar las causas que nos obligaron a ocuparnos de ese bienestar. Si hubiera un incendio en el piso donde dejamos a los animales en custodia para ir a trabajar u otros asuntos, el humo los mataría, mientras nosotras seguimos convencidas de que los hemos salvado... Es triste, pero no estamos preparadas para sustituir a nadie, lo máximo, a hacer una chapuza. Los animales deben ser libres, jamás podremos ofrecer nada mínimamente sucedáneo de esa libertad. Incluso en los casos en que esos animales no pueden valerse por sí mismos, seguiremos ofreciéndoles cuidados compasivos a la medida de su minusvalía o menoscabo. La mayor crisis humanitaria es la humanidad.


Aún con todo, los perros usados para caza no juegan, sus relaciones son muy limitadas, encierro, día de caza -y quizás de morir-, encierro, hasta que envejezcan y sean echados a un pozo. Los más afortunados tendán una carícia a la semana y algo de comida, pero no mucha, porque deben ir hambrientos a ¨la faena¨, que el hambre agudiza el ingenio. Habrá excepciones, habrá quienes los tengan hasta su muerte, pero la inmensa mayoría malviven en pudrideros. Esa es la realidad del perro y de la caza.




                                                              **




Caminando por el monte encuentro un cráneo que me parece de perro pequeño. Me pregunto cómo murió ese animal, si sufrió, si fue disparado o se derrumbó de agotamiento, si lo mataron por estorbar, si tuvo una muerte rápida o vagó durante semanas agonizando. La conjetura, la duda, el remordimiento lógico derivado de un mundo donde los animales están tan constante y duramente asediados. Me pregunto cuánto a nuestro alrededor conspira contra la igualdad, la paz y la belleza… Entonces todo se clarifica, entiendo que amar a los animales es mucho más lógico y sensato que amar a los seres humanos. El respeto debe ser para ambos, pero el amor es un terreno sagrado, no para cualquiera.


La era de los cheniles debe concluír, el uso de animales debe concluír, la barbarie que cometemos contra ellos, en cualquiera de sus especies, debe concluír. Nada justifica ni justificó el uso de animales, pero la barbarie sucede aquí, nos atrevemos a juzgar a países que se comen a los perros, mientras aquí se tratan como a simple basura. La caza debe desaparecer, y con ella, debemos liberar espacios secuestrados por el ser humano para sus megalómanas construcciones, sus autopistas y su antropolatría. Abandonando este estilo de vida íntimamente emparentado con la muerte.






































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