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lunes, 21 de febrero de 2022

GRITOS Y SILENCIOS

Las vacas mugen, los peces callan. Con las ubres repletas de leche que ningún ternero se apresta a mamar, las vacas gritan ese dolor de venas hinchadas, hasta que la granjera hace una pausa en el destripado del bebé, y las ordeña. El doble mugido de la vaca también reclama a su hija, descuartizada y carnificada un año más. Otra hija perdida… Los peces en cambio, callan, y su silencio no es menos expresivo, todo su cuerpo colapsa, la tortura de la cubierta del barco donde se asfixian aplastados por miles, por toneladas de otros peces, que les clavan sus crestas dorsales encrespadas por el terror y se convulsionan asfixiándose, revolcándose en la más lenta de las muertes provocadas por el ser humano a los animales. Los peces no tienen cuerdas vocales, de otro modo cada barco de pesca, cada anzuelo, serían una insoportable cacofonía de chillidos de desesperación.


Habrá muchos modos de relatar estos y otros sucesos, dicen que hago llorar a la gente, y quizás este no sea el más asertivo de los modos de describir, pero la evidencia de la sangre y de las lágrimas no dejan lugar a dudas, no hay eufemismos dialectales, ni parábolas verbales, ni malabarismos semánticos que suplan el peso de la realidad. El sufrimiento de la vaca existe, y de algún modo hay que llegar a la conciencia de quien no quiere ver las fotos o videos del animal en ese estado de desgracia. Por eso lo describo.


Somos animales sensibles, como los peces o las vacas, así que es lógico y recomendable comparar nuestros dolores a las mismas agresiones, así como lógico es comparar nuestros placeres y disfrutes, nuestro apego a la vida y nuestra necesidades básicas. Las diferencias entre animales humanos y animales no humanos son sólo simbólicas, en esencia somos iguales, como iguales son las personas heteronormativas, a las homosexuales que desprecian sólo porque sufren de pánico homosexual. Toda la estructura diferencial excluyente se sostiene apenas en la fantasía paranóica sin escrúpulos de quien agrede, esos argumentos no soportan el más mínimo debate serio, y la discriminación se realiza por la fuerza bruta y la impiedad, por las más abyectas pasiones, por los más nauseabundos impulsos. Si nos escandaliza el genocidio nazi, pero no el animal, es que no hemos aprendido nada del fascismo. Absolutamente nada.


Cuidar animales es hermoso, pero también duro: ellos suelen vivir menos que nosotras. Cómo gestionar la muerte natural o prematura de quienes amamos es algo de lo que podemos hablar mucho sin tener ni idea, todavía mi padre cogiéndome de la mano en aquel hospital pocos días antes de morir y suplicándome ¨quiero vivir¨ me duele lo indecible. No han pasado esos 20 años, parece que haya sucedido esta mañana. Nadie debería recibir tal deuda. He visto morir a unos cuantos animales amados, en mis brazos algunos de ellos, y sólo sabe una acariciarles el momento, cuando la medicina ya no da para más y se declara incapaz. Una sabe que nada sobre ese trance trágico puede enseñar a esos seres absolutamente maravillosos, -sobradamente mejores que nosotras-, de modo que ensayamos acompañarles y darles calor, rogándoles que se queden con nosotras un poco más, que no nos dejen tan solas, como burdo sucedáneo tanatológico. El animal puede morir mejor o peor, pero no evita a una se la quede en la piel la memoria de su muerte. Es sorprendente cómo puede alguien soportar tanto dolor y no romperse, y seguir acogiendo, un animal tras otro, en el ciclo de vida y muerte habitual en los santuarios para animales y en casas particulares. No, no te acostumbras, quedas llena de dolorcitos interiores que a veces se llevan la respiración y dejan llanto. No puede una acostumbrarse a la muerte, porque ello nos convertiría en auténticas seres humanas, lo peor, como sabemos. Siento todavía el peso en las manos de todos los animales que enterré a una insaciable tierra que espera nuestro cadáver, y sigo sin tener ni idea de cómo detener ese daño, así que lo que hago es dejarlo doler, encogerme en esos momentos en que el mordisco es más firme, y esperar que pase la ola sin ahogarnos demasiado. Toda la historia de la filosofía no consuela la simple muerte de un pajarito. Es lo que podríamos llamar, sencillamente, tener corazón.


La única no tan relevante diferencia entre carnismo y vegetarianismo, es que el primero no tiene reparos en comer el cadáver de un animal al cual torturó y explotó durante toda su vida de miseria y encierro, y el segundo, sí. Cuestión de formas, solamente. En un mundo de consumo, donde todo está en compra-venta, no extraña que los animales y la gente, también seamos productos de usar y tirar


El día del paleolítico en que una o varias protohumanas decidieron por placer cazar un animal y comérselo, y usar fuego para cocinarlo, ese día empezó la crisis ecocida actual, así como la tecnocracia que la hace posible. No hemos cambiado la intención, sólo las herramientas y, con ellas, las cifras de víctimas. La suma exponencial de caprichos y egolatrías, multiplicada por la capacidad destructiva desarrollada durante miles de años ha sido ampliada al número de personas que componemos este cáncer metastásico llamado humanidad. Siempre fuímos nocivas a la naturaleza, siempre. Matamos a los animales mediante el mismo método que el pederasta caza o se comete femicidio: con fuerza bruta, engaños y falta de escrúpulos. No hay argumentos detrás, salvo un primitivo ¨Me gusta¨. El gusto por la carne procede del mismo origen que los crímenes sexuales.


No como carne humana por la misma razón que no como pollos o no violo niñas. Es tan evidente, que lo absurdo es que no se entienda. Tener una infancia ¨rodeada de animales¨, no garantiza empatía por ellos. Las famílias de la mayoría de esas personas los usan para el trabajo, cuidar la casa o llenar sus estómagos. Nada de empatía hay en ello. ¿Con qué legitimidad y verosimilitud habla de los animales, alguien que mastica sus cadáveres?.



Según Wikipedia, ¨el Iusnaturalismo o derecho natural, es una doctrina ética y jurídica que postula la existencia de derechos fundamentados o determinados en la naturaleza humana. Propugna la existencia de un conjunto de derechos universales, anteriores, superiores e independientes al derecho escrito, al derecho positivo y al derecho consuetudinari


Tras el genocidio nazi, en 1948 se ublicó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en cuyos artículos del 3 al 11, se ¨establecen derechos fundamentales de las personas: derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad¨, y de modo similar se expresa el artículo primero de la Declaración Universal de los Derechos del Animal (no humano), diciendo ¨todos los animales nacen iguales ante la vida y la tienen los mismos derechos a la existencia¨, aunque el apartado b del artículo 3 aplica la visión especista del ser humano diciendo ¨si la muerte de un animal es necesaria, debe ser instantánea, indolora y no generadora de angustia. Ese derecho natural iusnaturalista aplica el sentido común cuando afirmamos que dichas declaraciones no son otorgadas a partir de sí mismas, es decir, que los derechos no son tales sólo desde el momento en el cual son reconocidos, sino que ese reconocimiento, simplemente recoge formalmente algo que ya existía desde la misma concepción de ser humano, y que incluso ha sido redactado y aplicado en numerosos códices de otras civilizaciones previas. Asimismo, los derechos de los animales no humanos a la vida, la libertad y la inviolabilidad, existen asociados a su propia existencia, al biocentrismo. Los animales no necesitan ante la vida el derecho a vivir, porque ya lo tienen, sólo ante la conducta fascista de nuestra especie que postuló en su desfavir, y es contra esa conducta es que luchamos por ellos. Pero la misma especie que apellidó a la orca ¨asesina, al lobo ¨despiadado¨, a la rata ¨inmunda¨ y al cerdo ¨asqueroso¨, es quien se apela a sí misma como ¨racional¨. Un chiste.


Consumir productos de origen animal e indignarse por el cambio climático, es como votar a Hitler y escandalizarse de Auschwitz. El fascismo es la más absoluta falta de creatividad a la hora de resolver conflictos, y es tán fácil que casi podríamos decir que se realiza sólo. ¿Podríamos imaginar que una empresaria firmara simbólicamente, en nombre de una trabajadora, un contrato imaginario, el cual la trabajadora no ha visto, leído ni aceptado sus condiciones cosificantes, donde la obliga a ser explotada como se considere oportuno, manteniéndola retenida en un espacio reducido a cambio de unas compensaciones meramente supervivenciales y una vida de sumisión forzada y servidumbre?. Llamar a los animales ¨clase trabajadora¨ o considerar que siquiera remotamente realizan trabajos de motu propio, es el modo más rastrero de normalizar la esclavitud. NO, el trabajo asalariado, la combustión de la propia vida por dinero o recompensas, es una actividad exclusivamente humana, los otros animales están muy por encima de todo ello, y sólo realizan esas funciones por la fuerza bruta y la violencia. Así, el veganismo surge del empático estupor de comprender que la relación de fascismo contra los demás animales no es sino extensión y conclusión de las conductas fascistas y discriminatorias contra y entre otros seres humanos. Clasismo, racismo, sexismo o especismo parten de la necesidad de asumir a otras personas como inferiores y sumisas a los intereses de quienes las explotan, con consecuencias de miles de millones de víctimas. Emocionalidad aparte, la base teórica del veganismo es política pura, y politica pura es oprimir, así como pura politica es renunciar a hacerlo. Ni la teoría (porque somos animales también), ni la práctica (porque vivimos en sociedades humanas plurales) del veganismo, conculca en modo alguno las obligaciones éticas y sociales para con los demás seres humanos. No hay un código penal y civil exclusivo y preferente para la gente vegana. El veganismo no convalida ninguna asignatura, del mismo modo que las anarquistas no tienen bula para destruir la naturaleza por el hecho de entender de un modo más profundo la libertad, ni una feminista debe tener especial consideración si ha violado a una niña. Nada sustituye nada, venimos a un mundo con deudas, y sin ningún derecho a vulneración por activo o pasivo, de derechos fundamentales.


Gritos y silencios, de esos materiales está hecha la matanza animal global. La pulpación, licuación y carnificación de miles de millones de seres vivos cada año, a cada segundo. Las vacas gritan, los peces callan, los pollos guturan y los cerdos chillan. El signo identitario de la humanidad desde la perspectiva evolutiva ética exige revertir tanto dolor y tanta muerte.


Tenemos el inmenso privilegio de compartir época, espacio planetario y circunstancias bióticas con seres increíbles y maravillosos. No intentemos estar a su altura de pureza, no lo lograremos, pero sí deconstruyamos nuestras necesidades, para no dañarlos. Son nuestro más primitivo puente con la vida.

 

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