¨Ir hacia los animales significa ir hacia nuestro verdadero hogar¨
Johannes V. Jensen
Sucedió hace un par de años, durante un campeonato en Springfield (USA) de carruaje con caballos, uno de los caballos enloqueció y echó a correr sin control, arrastrando y despedazando el carro en su carrera. Algo se rompió en su cabeza y no quiso obedecer, ni a los lazos, ni a quienes intentaban detenerlo, que embestía sin dejar de galopar, en círculos, llegando siempre al lugar de donde había escapado. Una escena dantesca, muy similar al fragmento del libro ¨ Noventa y tres¨, de Victor Hugo, cuando un cañón de un barco se libera de sus retenes y bambolea liberado por la cubierta, arrasando con todo. El caballo no era agresivo, simplemente corría para salvar su vida, para detener la tortura a la que era sometido. No tenía adónde ir… Asimismo sucede con todos los animales del mundo, incapaces de escapar, porque en todos los puntos cardinales los amenaza el ser humano. El mundo para ellos es un coto de caza, una granja de cría en aparente libertad… hasta que se cruzan con la bala del pseudohumano.
El león mata a la gacela y nos parece cruel, de modo que justificamos nuestra crueldad intrínseca comparándola con esa conducta, la blanqueamos. Pero el león no cría gacelas, ni las encierra, viola, roba a sus hijas y las degüella, no se cree dueño de sus vidas y sus muertes, ni alimenta su ego y su privilegio supremacista comparándose con el leopardo. El león no deseca las amputaciones de sus víctimas, ni las hace sufrir durante años encerradas. Esa brutalidad sistémica es únicamente humana, inédita en cualquiera de las otras 30 millones de especies animales, una pequeña porción de las cuales mata por necesidad vital insustituible. Nos escandalizan las barbaries cometidas por el ser humano contra el ser humano, desconectándolas por conveniencia de las cometidas contra los otros animales, porque nos supondría la conclusión de que para detener unas, es preciso detener otras. Y a todo ese cúmulo de despropósitos, demencias, equizofrenias, psicopatías y genocidios, lo llamamos inteligencia. Aunque no es la inteligencia, ni siquiera la habilidad tecnológica o el pulgar oponible, la clave de la dominación humana del mundo, sino su falta de escrúpulos. Esa falla actúa contra el resto de fauna, la naturaleza y contra nuestra propia especie. A la gente que nos tratara como la gente trata a los animales ¿ con qué palabra racional la definiríamos?. Probablemente usaríamos monstruos, criminales o asesinas, en el más benévolo de los casos.
De quien humaniza a los animales, se indigna sólo aquella gente quien cree que la especie humana no lo es. Porque es obvio que descendemos del mono, al humano. Y cada vez más hondo. No existen animales domésticos, sino sólo sometidos, por la única especie -esa sí- naturalmente esclava. Qué expectativas podemos albergar en una especie cuya máxima preocupación es tener una muerte rápida...
Si se hiciera un experimento sobre aptitudes con herramientas desconocidas a humanas, tal como se hacen con otros animales, los resultados nos dejarían en nuestro lugar de torpeza. Y es que verdugaje es verdugaje, lo ejerza alguien supremacista o una víctima discriminada. Es cierto que el contexto y las circunstancias personales son esenciales, pero la naturaleza de los actos fascistas es siempre la misma.
Una de las más desgarradoras traiciones que se les hacen a las hijas es enseñarlas a alimentar y cuidar un animal, generar vínculos con él, y luego ejecutarlo para comerlo o abandonarlo o matarlo cuando envejece. Procedemos de esa educación excrementícia, de esa escoria abominable. Era y sigue siendo lo habitual, como lo habitual es que existan esas execrables versiones de ser humano y que, justamente, sus hijas se venguen tarde o temprano de ellas. Por lo contrario, existen numerosos estudios sobre mejoría psíquica y física en gente que cuida animales, incluso plantas, porque nos conectan con la naturaleza y ofrecen una alternativa de confianza al artificio civilizatorio.
Toda opinión que blinde un privilegio, es propaganda. Ninguna opresión es lo suficientemente repugnante, hasta que no tiene detrás un ¨estudio científico¨que la avale. Si por alguna remota razón pretendemos que todo este sistema de superabundancia en que nos revolcamos, con lujos considerados primera necesidad, crimen considerado historia y profunda futilidad tomada como cultura, con tan enormes e irreversibles costes medioambientales, animales y humanos, no va a desembocar tarde o temprano en violencia reactiva y colapso contra este estilo de vida y nuestra propia especie, es que, simplemente, somos más ingenuas de lo que nos podemos permitir. La megalomanía del ser humano es tal que incluso fantasea con su inmortalidad, sea en el arte, en sus genes o en la especie. Y tanta egolatría no puede soportar la idea de su simple finitud, destinada a desvanecerse en un materia y energía que -provenida de otros cuerpos- volverá irremediablemente a conformar otros organismos. Los distintos dioses no son sino la torpe balbuceo argumental a la eternidad de la potencia y la sustancia, la chuchería consuelo para las miserables megalómanas que se llaman a sí mismas, en modo superlativo, seres pensantes.
No amamos a los animales sólo por darles alimento, cobijo y asistencia veterinaria, eso es como poner gasolina y aceite al coche, o llevarlo al taller, algo básico y mecánico para que no se detengan. Amar a los animales no es ni siquiera subir sus fotos a las redes, y mucho menos lo es, disfrazarlos ridiculamente, usarlos como juguete para soportar soledades o reírse de sus situaciones de apuros o estrés. Se ama a los animales cuando consideramos sus vidas igual de valiosos que las de gente que amamos. Cuando sufres si sufren, cuando te mueres un poco si se mueren, o cuando no son simplemente una chuchería, un rol en tu vida, un complemento. Se ama a los animales, únicamente cuando sabes QUÉ es amar. Y amar a los animales pasa inexorablemente por no explotarlos.
Lo único dificil de ser vegana es tratar de perdonarnos por no haberlo sido antes, el resto es facilísimo, basta con no creerse dios. Quien no practica el veganismo, no tiene legitimidad para hablar de defensa animal. Detrás de un fusilamiento hay una bala, y detrás un fusil y detrás una persona. Detrás de esa persona hay otras que apoyan y animan ese asesinato, o lo normalizan. Ningún crimen existe por sí solo. La culpa judeocristiana ha sido sustituída por la exculpación de la banalidad del mal contemporánea. Tras la sensación normal de culpa por comer animales, existe la exculpación del ¨ya estaba muerto¨, como si ese cadáver no fuera a ser sustituído -una vez comido- por otro asesinato. Del mismo modo que se viaja en avión -con la huella de carbono resultante-, aludiendo que igualmente el avión iba a volar con nuestro asiento vacío si no comprábamos el billete. Y cuando no hay argumentos, entonces se usa el ¨todo el mundo lo hace¨. Sería como violar a la mujer violada sólo porque ya lo han hecho.
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Por un poro del asfalto se atascaron a la par, una semilla y una gota de lluvia, el gérmen de la eclosión se hizo tallo y leñoso, y el poro, tímida grieta: Un puño de raíces abrió una mano hacia arriba y otra hacia abajo y el gris rompió definitivamente. En rugosidades de hormigón armado, en intersticios de muretes, en oxidaciones de farolas, en recovecos de cámaras acorazadas, en cada lugar donde llegue el agua y un rayito de sol, Ocurre por todas partes, a cada momento, nada construído por humanas es perdurable sin mantenimiento, la naturaleza quiere lo suyo y manda huracanes y octillones de semillitas u ootecas. Somos ridículas ínfulas con ilusión de permanencia, fantasiosos tristes soliloquios. Sólo queda la energía y la materia que mutan, y todas las vidas que salvemos durante esta estancia. Nuestra evolución moral nos susurra en los millones de idiomas de la naturaleza, perdimos el camino, es hora de volver a casa.
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