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jueves, 22 de julio de 2021

VEROSÍMILES ANTE LA HISTORIA






En el discurso del ecologismo mainstream, dedicado a decirle cosas bonitas y cómodas a la sociedad, y no verdades o propuestas de cambios eficaces, aparece la reducción del consumo de carne como medida contra el calentamiento global. Un ecologismo depredador, que no suelta su presa de proteína animal para no perder adeptas, funciona bajo palabras redundantes como tradición, sostenibilidad o ganadería extensiva. Menos carne y de mejor calidad, dicen. Un discurso de ecologismo barato, simple, ególatra, como iremos viendo al contrastar datos. Hace 40 años ese discurso hubiera tenido sentido (siempre en ámbitos ecologistas, no en los antiespecistas), hoy es absurdo, dado que durante esos 40 años hemos triplicado la cifra de animales no humanos explotados (60.000 millones, cifras oficiales, y sin miedo añadiría un 20 % más, no contabilizados), y duplicado la cifra de carnistas en el planeta, así como, lógicamente, la cantidad de suelo cultivable, despilfarro de agua y sobreexplotación de océanos, para obtener proteína animal. A todo ello se suman los desastres naturales en forma de tifones, huracanes, inundaciones, olas de calor infernal, acidificación de gleba y otros modos que tiene la naturaleza de decirnos que la tenemos harta, y que va a eliminarnos. Si bien las catástrofes naturales suelen transformarse en prosperidad biótica, también es cierto que eliminará a millones de especies animales y vegetales, porque ese es el precio de nuestra -casi diría, deseada-, extinción.


Resulta paradójico que la ganadería extensiva, realmente, necesite más hectáreas de cultivo que la intensiva, a nivel de superficie y a nivel biológico. La cantidad de vegetales, en tierra cultivable, que necesita cualquier animal llamado ¨de consumo¨ es siempre la misma por la relación de transformación celular, pero un animal que se mueva en amplio espacio quema más calorías y, por tanto, necesita más kilos de nutriente para conseguir el mismo peso en carne, que uno encerrado, sin poder moverse, sólo dedicado a ceba. Paradoja similar sucede con las ciudades, que, desde un punto de vista de energía y recursos, son más ecológicas que la vida rural, más extensiva y con más impacto en los ecosistemas. 100 personas viviendo verticalmente en un bloque de pisos necesitan 1000 m² de suelo, pero viviendo en el campo, diez veces más, y ello también atañe a la energía que consumen esas personas. Somos la especie viva más invasiva existente, así que optimizar nuestras necesidades, reducir consumo y espacio con un modo de vida gregario austero es la clave de la supervivencia y la coexistencia.


El reducir el consumo de carne es una medida que llega con retraso, no sirve de nada. Ni siquiera el vegetarianismo es útil ya, ahora, porque no sólo no frenamos en su día, sino que aceleramos el consumo, y ahora hay que asumir las consecuencias de ese exceso. La propuesta seria es el veganismo, nada más que veganismo, y no sólo eso, también debe ser de proximidad y temporalidad, cualquier otra proposición no es sino ponerle tiritas a la gangrena. Las vindicaciones de los feminismos, la historia de la literatura, las ciencias y las artes, los avances en materia ética... nada valdrá nada cuando las biocondiciones que hacen posible nuestra existencia, colapsen y nos muramos masivamente, tras un tiempo de degradacion irreversible. No nos extinguiremos todas, claro, siempre habrá privilegiadas o más resistentes que sobrevivan. El decrecimiento es un imperativo, no una opción, el veganismo racional y ecológico, el fin del capitalismo. Todo ello, y mucho más, es el modo de detener las deudas y empezar a subsanarlas. Ahora tocamos la lira mientras Roma arde. Pero bastaría dejar de consumir para ver caer toda la estructura


El predador más letal del planeta es el Hombre de Negocios. La pregunta no es por qué el fenómeno Greta Thunberg se escandaliza de ese mundo tóxico que la gente que turistea, explota animales, usa recipientes de usar y tirar o cientos de comportamientos diarios más, están dejando como herencia; la cuestión es por qué unánimemente el resto de gente no se alza, ¿viven en otro planeta? al fin y al cabo se trata de sus futuros y sus presentes, el de sus hijas. ¿Quién solventará la situación? ¿el ¨milagro¨ de la ciencia? ¿el postureo de la extinción humana? ¿el virus que todo lo arregla?. ¿Quien las hará ser responsables de sí mismas, y adultas funcionales?. A esas ciegas que encogen los hombros y siguen con esos hábitos ecocidas no las importa la lenta extinción de los koalas, los osos polares o miles de especies más cada año, del mismo modo que a otras no las importa la vida de un cerdo, y del mismo modo que a otras no las importa la opresión masculina, la homofobia o el racismo. Quien no escucha música, cree que quien la baila, está loca.


Si preguntamos qué función biótica cumple nuestra especie, del mismo modo que estudiamos cuál es la del resto de animales, la respuesta es que somos bastante prescindibles. Si preguntamos qué daños causa nuestras especie, del mismo modo que vemos cuáles podrían causar las demás especies, las respuesta es que somos nefastas. Una de las fantasías más delirantes y aposentadas de la gente es la idea neoliberal de que con su dinero pueden hacer lo que quieran. No importa el sueldo, si lo ha ganado ¨con el sudor de su frente¨, la gente pretende tener derecho a gastarlo como la de la gana, y ese axioma se ha grabado a fuego en la cotidianeidad. Olvidan -en su claro privilegio frente a la situación real de ese mundo, donde quien tiene de más es porque otra alguien tiene de menos-, que esa riqueza proviene del colonialismo, las prácticas ecocidas, la explotación animal y la esclavitud, propagando el mismo sistema capitalista profundo, abogando por más y más ganancias y bienes de consumo, huyendo de la natural humildad en el consumo. Una austeridad imprescindible por otra parte, en plena Sexta Extinción, con un encogimiento paulatino global de ecosistemas, desertización de tierras y océanos, la mayo cifra de animales carnificados y cosificados de la historia humana, y una división abismal entre gente enriquecida a costa de gente empobrecida.


La segunda acción más ecologista que hace el ser humano es morirse, la primera es una inacción: no nacer. Nuestra existencia en la inmensa mayoría de ocasiones es destructiva, habida cuenta de que no convivimos con la naturaleza y sus vidas, sino que las parasitamos, así que no existir es lo más biocentrista que podemos ofrecer. Pero estamos vivas, y queremos seguir estándolo, es lógico dado que la vida es un fin en sí mismo. Para vivir ecológicamente, entonces, debemos acercarnos en nuestro día a día, a lo más cercano a estar muertas, que es, insisto, la perfección. Decrecimiento, renuncia, vidas sencillas con nuestro entorno inmediato y un pensamiento crítico para rechazar todas las chucherías del capitalismo genocida. Hablamos mucho del veganismo como modo de ecología profunda, pero más lo sería la dieta cruda y frugívora, por ejemplo, alejándonos de ese nicho económico de comida vegana empaquetada de mil modos, de lejanía y atemporalidad. La movilidad lograda con la extracción y quema de combustibles de inmenso coste mediambiental y extinción de expecies, ha conseguido que una ciudadana del primer mundo queme más energía diariamente que una ciudadana normal -sensata y no desarrollada capitalistamente-, en un año. La gente viaja en un mes lo que hace 100 años se viajaba en toda la vida, para satisfacer la ambición de una sociedad adicta al consumo y que, por más que se inyecte su droga, jamás logrará calmar el dolor, superar la enfermedad ni dejar su dependencia, porque jamás el veneno fue la medicina. Cada caloría de alimento cuesta 8 calorías de combustible fósil. Y esa fuente se está acabando.

La solución no es buscar nuevas fuentes, sino cuestionar el modelo de consumo. En este mundo indecente y ecocida, donde nadie toma más decisiones por minuto que los animales salvajes, condenados a evitar toda infraestructura humana, carreteras, torres de alta tensión, balsas, zanjas, canales de riego, alambradas, aspas de aeroturbinas, segadoras, cepos, cebos envenenados... trampas en definitiva, para las cuales la evolución aún no previno una huída eficaz del mismo modo que quien las construye no repara en las consecuencias, y que asesina a miles de millones de ellos cada año. Acosados también por cazadores, que han convertido los espacios salvajes en cotos de caza y granjas cinegéticas, muros de ejecución para sus fusilamientos. O la antropopresión urbanística que suma -a una población humana desquiciadamente elevada en número y exigencias energético/materiales- el derecho a vivir en más de una vivienda o a relajarse en millones de hectáreas de edificaciones dedicadas al ocio y el turismo. El progreso económico es ecocida, genocida y devastador, y para defender ese ¨progreso¨ hablamos de lo positivo de haber logrado vencer a las enfermedades o prolongar la media de vida, aunque sea solamente para un porcentaje de población mundial, escogido jerárquicamente.


Yo comía carne cruda. Untaba mantequilla en tostada y ponía pechugas enteras de pollo y me las comía, o longanizas crudas. Comía todo tipo de carnes, hervía caracoles vivos a fuego lento, o cangrejos, pescaba con caña y mataba yo misma los peces, o comía un día entero sólo pan y lapas crudas arrancadas de la roca, aunque me encanta cocinar. Era capaz de ir a un buffet libre y comer nueve platos llenos de todo. Todo ello disfrutando mientras tanto de la naturaleza, fotografiando animales salvajes por las montañas y fascinada por la etología, disociando unas especies de otras. Un día asocié y me dí cuenta de que la carne era mentira, la carne eran las mutilaciones de seres idénticos a mí en las ganas de vivir y en la desgana de sufrir. Dejé de comer carne de un día para otro. Explico todo esto para quienes me cuentan el cuento de lo rica que es la carne y de lo que me pierdo. La paz ganada, y la vergüenza por quien fui, no me la quita nadie. Explotar a los animales, humanas incluídas, es execrable. El ¨nadie es perfecta¨ es el pretexto más aburrido para no renunciar a los privilegios ni a erradicar nuestras imperfecciones. Si yo pude dejar la proteína animal, cualquiera puede. No podríamos sobrevivir en otro planeta conocido, ni en colonias espaciales o lunares, sin acabar degradándonos genética y morfológicamente. Estamos atadas indisolublemente a este planeta, como millones de especies, no hay plan B viable ni probable. De modo que sólo queda cuidarlo, aunque sea por egolatría.


Los animales no humanos siguen ocupando en el victimario, aquel lugar que llenan y llenaron los seres humanos, esto en realidad no va de especies, sino de fascismo intrínseco a la humanidad. Millones de personas humanas son ejecutadas cada año por el racismo, la aporofobia, la xenofobia, el sexismo o la homofobia, para satisfacer los caprichos mentales y la supremacía -por activo y pasivo-, de otras. Cada año, millones, aún en contra de las leyes, la moral y la ética de los países. Los animales no humanos son, sin embargo, víctimas legales y útiles, cometiendo contra ellos peores bajezas y manipulaciones que con los humanos, con notable diferencia cualitativa y cuantitativa.



Desde el prisma de la ética, e incluso de la moral, de la justicia, la sensatez y la honestidad, no podemos seguir manteniéndolos en ese estatus de inferioridad. Por ellos pero también por nosotras, como proyecto social de especie. Las matanzas discriminadas deben detenerse, si pretendemos ser verosímiles ante la historia y ante nuestros propios ojos.


Alguna vez pensé que Ciorán era inteligente en su pesimismo, pero ahora creo que era un tonto antibiótico, normalizando los suicidios y la muerte, mientras vivió hasta los 84 y porque no pudo vivir más. Se pasó la vida mercadeando con el desasosiego, valiente farsante. Hoy día, contra el pesimismo, sólo vale el acto. Hay que cambiar el mundo y ello empieza en cada una, dejando de justificar nuestro exceso y despilfarro, y dejando de criminalizar a la naturaleza y a la gente pobre. Ciorán está afortunadamente muerta, es tiempo de vivir y de luchar por la vida, la tuya, la mía, la de todas.




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