La explotación de las personas no humanas abarca todo el espectro de las civilizaciones humanas, sólo variando la cifra de víctimas en función del manejo. Entre los muchos e inverosímiles (ab)usos cometidos contra ellas tenemos, desde el testado de la simple agua del grifo, hasta entretenimientos culturales como arrojar animales al agua llamándolo tradición. En todos los países existen costumbres, justificaciones, hábitos y modos de considerar a los animales no humanos nuestros esclavos, y lo que en unos casos consideramos aberrante, en otros los hemos normalizado. La misma necesidad real existe entre comer carne de un animal, como la de torturarlo en una fiesta popular para diversión. Ninguna. No hay diferencias además para los animales, ellos tienen su status por debajo de los seres humanos. Mucha gente carnista, sin embargo, halla distancia moral entre consumir un cadáver o regodearse previamente con su muerte, osando llamar salvajes o bárbaras ciertas prácticas, pero respetando aquellas suyas propias que -por cercanía-, les resultan aceptables o asumibles, bien se trate de consumir carne de pollo y no de perro, o de escandalizarse por destruir la voluntad de un animal en un circo, pero ver bien su uso como animal guía para humanas invidentes. Y este es el tema que quiero abordar.
El dilema de los perros-guía levanta ampollas, dividiendo incluso a la gente que está totalmente en conta del especismo, por considerar una fuerza mayor la independencia y movilidad de una ciega, por encima de los intereses de un perro. Los límites existen tanto como los pretextos para utilizar animales, especialmente alguienes tan asociados a la humanidad como son los perros, una subespecie seleccionada del lobo (pero genéticamente lobo, con todo lo que ello conlleva), cuyo mundo sensitivo y emocional es más desarrollado que el de los seres humanos.
La historia de los perros usados para guiar invidencias humanas ya se documentaron en pinturas del año 79 d.c., en las excavaciones de Pompeya, o en pergaminos chinos del año 1200. En 1780 el hospital «Les Quinze-Vingts» de ciegos, en París, inició un programa de entrenamiento de perros para asistencia a humanas invidentes, y en 1788, Josef Riesinger en Viena logró entrenar eficazmente al primero, para su uso personal. Pero no fue hasta los numerosísimos casos de ceguera por armas químicas en soldados durante la I Guerra Mundial europea, que comenzaran a ser entrenados masivamente perros para su cometido de guiar esas cegueras. En esa época comenzó oficialmente esta práctica contemporánea.
Los perros de servicio a humanas invidentes o deficientes visuales, sufren un proceso previo de doma minucioso, donde se les inhiben sus tendencias naturales a interactuar con el mundo, convirtiéndolos por imposición en agentes pasivos de sus propias vidas. Los olores, los estímulos, otros perros, la vida en su amplitud, les es negada metódica e insistentemente, porque su único fin es guiar a la ¨usuaria. Son herramientas para un servicio, un producto circunstancialmente vivo. Para empezar se seleccionan razas e individuos que se adecúen a la labor a la que serán designados, escogiéndolos por su docilidad y sumisión, así como su grado de sociabilidad, y que se irá estimulando durante el año previo al entrenamiento que convivan con una familia humana, obligada a marcar en el animal ciertas pautas.
Si bien se comenzó con los pastores alemanes, otras razas como labradores o goldenes retriever y flats coated, se adaptaban mejor a esa funcionalidad. Se les reproduce en centros de cría para abastecimiento, donde pasarán el mayor tiempo posible con sus madres (que paren una y otra vez, como en un criadero de perros para mascotismo racista), con el objetivo de que impronten a los cachorros las mismas pautas de sumisión en que ellas fueron educadas o por las que fueron seleccionadas. La primera fase de su entrenamiento comienza a las 4 semanas de vida, observando sus capacidades personales mediante tests de comportamiento individual, y enseñándoles rutinas horarias de sueño y alimentación (bajo señal de silbato), inculcándole la voluntad de agradar, así como obediencia a órdenes sencillas y hacer sus necesidades fisiológicas -también sólo bajo una orden-, siendo desechados aquellos con displasia u otras enfermedades motrices, miedos personales como estruendos o escaleras mecánicas.
Al cabo de un año, empiezan a ser entrenados en firme, de 4 meses a 2 años, en las tareas de encontrar puertas, uso de transporte público, escaleras, sillas, bancos,… y a comportarse de ¨modo ejemplar¨, es decir, no molestar, no separarse de la humana, no dar tirones, caminar en línea recta y a la velocidad de la humana, no interactuar con otros perros, no oler orines de otros perros, no saludar, no salirse de su ruta, asegurarse de que ¨los instintos de caza, protección y guarda están totalmente anulados¨ y un largo etcétera de mandamientos que lo convierten en lo que es, una mera máquina de servir a alguien. El arnés que lo une a la humana debe estar en tensión, para que sienta la presencia y dominio de la mano en todo momento, pero sin exceso, porque demasiada presión ha llegado a causar problemas de espalda en los perros, aumento de su estrés y de los errores cometidos, o dificultar el control sobre el animal, que debe ser constante.
Sus vidas han sido canceladas y quedan supeditadas a las necesidades de un ser humano, y no pueden ser acariciados por nadie más que por su ¨dueña¨, así como sólo ella puede hablarle u ofrecerle comida. Si lo pegan, no muerde, no se defiende, es sumiso.
Si bien los perros no suelen venderse, sí existe remuneración compensativa y otras retribuciones públicas o privadas que legitiman el comercio con esos animales en algunos países. Se entrenan también a perros que aporta la gente, con unas condiciones mínimas y la misma exigencia de que sean dóciles, hasta que se ¨gradúan¨ de sus estudios y pueden ser entregados a las personas solicitantes. El valor de estos animales es su trabajo, no existen para sí mismos, no son considerados individuos de pleno derecho, sino que se utiliza para ellos eufemismos asociativos como ¨binomios¨ o ¨tándems¨ con la persona a la que sirven, porque son parte indisoluble y forzada de otra persona, esperando sentadas durante jornadas de trabajo o estudio completas, de seis u ocho horas. Su disponibilidad debe ser la necesidad de su dueña, siempre dispuestos, con tareas realizadas de forma ¨automática¨ o a las órdenes de su ¨dueña¨. Son, resumiendo, esclavos, durante todos los años que sean utilizados -hasta 12-, ininterrumpidamente. Si bien no se recomienda que se usen más de 8 años porque pierden facultades para su cometido, no por compasión ni benevolencia. Puede quedarse con su ¨dueña¨ el resto de su vida, si lo desea la humana, o llevarlo al centro de cría donde nació, o pasar a una familia adoptiva. El perro será reemplazado por otro más joven, con su misma vida decomisada.
Perros que asisten a personas sordas o con dificultad de movilidad, con espectro de autismo, de alerta médica, buscadores de droga, perros ¨policía¨, soldados, perros guardianes, perros detectores de explosivos, de minas, perros usados en experimentación, vivisección o dogoterapia,… La lista de perros forzados al servicio humano delatan que incluso aquel que se considera ¨el mejor amigo del ser humano¨, el que mayor status tiene en nuestra cultura occidental, sigue siendo un esclavo sujeto a las decisiones del ser superior bípedo que lo posee. Para un perro, ser explotado o matado para comida o para la ¨ciencia¨, viene a ser lo mismo. Cuando las fronteras entre lo aceptable y lo rechazable las dibuja quien oprime, y no quien sufre, entonces carecen de fundamento y consideración
En robótica, ya existen dispositivos como el Orcam MyEye que permite a personas invidentes leer libros, pantallas o superficies planas, reconocimiento facial, códigos de barras e incluso artículos personales y colores, o el gadget Theia de guía virtual, que cumple idénticas funciones que un perro. También los bastones con sensores, e incluso la ayuda de otro ser humano, dentro de la cultura del cuidado y ofreciendo un puesto cualificado de trabajo, son algunas de las alternativas al uso de animales para invidentes. De hecho muchas de esas personas renuncian al uso de perros, por compasión y empatía, porque nadie debe pagar con su vida la vida de otra.
Para concluir, añadir que, desde un punto de vista ético, las altervalías no justifican discriminaciones, ni atenúan responsabilidad, ni otorgan el derecho a someter otras personas sintientes. Las personas con altercapacidades, siguen siendo agentes morales, con sus derechos íntegros pero también con obligaciones éticas, merecedoras de toda aquella ayuda disponible que no suponga la esclavitud, la dominación ni el secuestro de otros seres sintientes con sus mismas ganas de vivir y ser felices.
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