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jueves, 11 de febrero de 2021

ALLÁ ARRIBA NO HAY NADA

 

Me vais a disculpar de antemano, si no comparto el irracional entusiasmo colectivo por ¨la gran aventura humana¨; la vida de una musaraña me parece más preciosa que la de toda la historia de la literatura o las religiones. No, no me conmueve la arqueología, ni me importa la vida humana de hace miles de años, salvo como modo de volver a reintroducirla en nuestra cotidianeidad, en aras del decrecimiento. Dentro de esa línea de pensamiento ( avalada por los estragos causados a la naturaleza y a sus criaturas ), uno de los temas que me preocupan desde hace tiempo es el de la astronáutica, esa obsesión humana por saludar a los dioses que inventó, invadir otros planetas para destruírlos probablemente, o quizás dominar a otras especies extraterrestres. Los viajes espaciales están disfrazados por la letárgica megalomanía argumental de ¨traspasar nuestro propios límites¨ y otras tontunas, pero la realidad es que ya cinco empresas han anunciado que llevarfán a cabo turismo lunar en un futuro próximo comprendido entre hoy y el 2043. Perdón por la tristeza, pero empíricamente, nada más inteligente podemos esperar de nuestra bien cebada estupidez.


Me causaría somnolencia si no me causara espanto, saber que despilfarramos miles de millones de euros en envíar sondas a la búsqueda de agua a Marte, mientras cinco mi niñas mueren a diario por falta de agua potable, enviando cientos de satélites privados o de red 5G para comunicación humana, para que no derive más que en rapidez virtual a la hora de descargar porno o de mercadear con el planeta, sin ningún provecho para la ética o el desarrollo del humanismo -que es lo opuesto al antropocentrismo-.


La astronáutica no tiene nada de maravilloso. Existen misiles balísticos con objetivo de destruir satélites obsoletos, que dejan las tres capas orbitales (baja, cementerio y geoestacionaria), como un vertedero de millones de objetos y partículas plásticas y metálicas suspendidas, girando entorno al planeta. 8.000 toneladas de chatarra y detritos espaciales, ni más ni menos, rotando alrededor de la tierra, porque ya sabemos que donde llega el ser humano, llega su basura. Por accidentes y explosiones imprevistas también, partes de cohetes desprendidas, pinturas, y materiales de desecho de todo tipo, entran y se pulverizan en la atmósfera, lloviendo literalmente en forma de micropartículas sobre la superficie del planeta, con lo cual la ciencia ha concluído que toda la superficie terrestre, desde el Everest hasta las fosas Marianas, desiertos, tundras y bosques pluviales, por muy deshabitados de seres humanos que estén, contienen trizas diminutas de esa basura. Incluso allí donde no hemos llegado, llega nuestra basura. Durante la década de 1970 y 80 se lanzaron satélites con tecnología nuclear, y fragmentos de uranio y plutonio han caído sobre el planeta, sin lograr haber recuperado todos los restos radioactivos. Quedan unos 40 satélites de estas características nucleares, que suponen un peligro real de lluvia de material radioactivo. Por otro lado el secretismo sobre la existencia de satélites espía y otros experimentos militares con material radioactivo hace dificil el conocimiento de su número real. Simplemente, un día caerán, con un riesgo de consecuencias no calculadas, en su caída a la tierra.


Dentro de uno de esos miles de satélites lanzados murió, cocida viva, en 1957, tras una ñlarga agonía de 5 días, la famosa perrita Kudryavka, conocida como Laika, iniciando la carrera espacial militar, y a quien el mundo agradece su ¨sacrificio¨ con la misma hipocresía con que el mismo mundo agradecería a las judías que la medicina nazi -pretérita de la contemporánea-, experimentara con ellas, o que América agradeciera a la población negra secuestrada en África, para desarrollarse con su esclavitud. Nada de lo que enorgullecernos, como se ve.


Ranas, primates ( macacos rhesus, chimpancés, monos cynomolgus, monos ardilla y macacos de cola de cerdo), ratones, ardillas, peces, gatos, gusanos de la harina, gallipatos, tortugas, cucarachas, moscas de la fruta y otros insectos, arañas, conejos, incluso esperma de ratón con el que luego se fecundó a ratonas, fueron enviados al espacio con un destino incierto o una muerte segura. Obligados por la fuerza, tras entrenamientos monótonos y artificiales, desprovistos de su derecho natural intrínseco a la vida y a la libertad.

 



El coste económico en desfavor de esos sectores sociales del cuidado de la vida más descuidados por la administración, eleva a más de 3000 millones de dólares el presupuesto anual de USA para la Nasa. Cada año. A ese derroche, sumar las 15 toneladas de combustible por segundo que cuesta despegar un cohete de 110 metros de altura y 3300 toneladas de peso como el Saturno V, cuyo viaje costó más de 2 millones de litros de queroseno, además de cientos de miles de hidrógeno y oxígeno líquido, convirtiendo los viajes espaciales -desde los de supuesta investigación, hasta los meros transportes de satélites comerciales, o el inminente turismo espacial-, en una fuente de contaminación. Por no olvidar el carácter militar de la carrera aeroespacial, en defensa de supuestas fantasiosas y ficticias invasiones extraterrestres, así como de agresión o presión belicista contra otros territorios. El viejo cuento podrido de los machos jugando a matar que tanto conocemos.


El riesgo de la contaminación biológica de otros planetas (y del nuestro propio por microorganismos externos que prosperan en condiciones extremas), también supone una responsabilidad ética que empieza a denominarse como Ética Cosmocentrista. Vida sintetica y el posible descubrimiento de una biosfera paralela a la que conocemos, forman parte también del reto ético biológico que supone la astronáutica, y el principio de cautela antes de entrar en terrenos completamente desconocidos y peligrosos.


El programa SETI (Search for ExtraTerrestrial Inteligence), pretende rastrear el cielo con desarrollados telescopios radioastronómicos en busca de señales de vida y tecnología, y con él se abre un nuevo debate acerca de legitimidad de hacerlo. Si hacemos retrospección de nuestra historia al respecto de la relación con otras civilizaciones de las cuales no sabíamos, enseguida descubrimos las consecuencias nefastas colonialistas a las que nos han habituado la ciencia y la conquista. Cada vez que alguien exploraba, otra alguien desaparecía, porque las ci vilizaciones no coexisten, siempre son y han sido fagocitadas. Por otra parte es ridículo pensar que no existen muchísimos otros planetas habitados, y que sólo nosotras -que nos creemos tan excepcionales-, habitamos el universo. Las células eucariotas, con material hereditario y Adn propio, así como organismos resistentes a condiciones bióticas diferentes y opuestas a la nuestra, evidencian que la vida es posible en cualquier otro lugar donde nosotras no podríamos pervivir, cerciorando la hipótesis de la panspermia, donde la vida existe de uno u otro modo en todo el universo, como mínimo a escala microbiana. No podemos pretender buscar vida desconocida fuera el planeta mientras descuidamos tan brutalmente la que conocemos, sin desprender que nuestra naturaleza violadora hará lo mismo con otras vidas no humanas, de igual modo que hacemos a los demás animales aquí y ahora, en lo que supone el mayor genocidio registrado cometido por el ser humano. Es inmoral, es infame, es petulante. Lo desconocido nos da miedo, y solemos matar lo que no comprendemos o tememos, así como esclavizamos sin escrúpulos lo que queremos dominar. Teniendo como tenemos, una actitud horrible con nuestra propia especie y con nuestras coterráneas, lo más lógico y previsibe es conjeturar esa agresividad con otras vidas.


Las carreras espaciales están financiadas por los países más depredadores e invasivos, con grandes problemas estructurales de totalitarismos, conculcación de derechos humanos y especismo. La exploración física del espacio y el desarrollo tecnológico no son nada si previamente no sabemos manejar y proteger la vida que conocemos. Allá arriba no hay nada para nosotras, las estrellas o las circunstanciales alineaciones planetarias no ejercen un efecto importante sobre el planeta más allá de las mareas, el magnetismo lunar y las lluvias constantes de meteroritos. La vida que importa está en la tierra, al alcance de los pies y las manos, en el agua que bebemos, los alimentos que nos nutren y el aire que 13 veces por minuto, nos permite cantar y contar. La minimalización del impacto material de nuestro tránsito por el planeta es una muestra de respeto por las demás y por el entorno. Allá arriba no hay nada más importante que lo que hay aquí abajo.


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