Mientras crece densamente en la tarde la posibilidad del chubasco, me siento a descansar unos minutos en la escalera de madera del porche, tras acabar las paredes de barro y paja del pesebre. Wisia se acerca lentamente, al paso hueco de sus cascos, buscando como siempre un chusco de pan seco que aparezca mágicamente de mis manos. No lo encuentra, pero apoya dulce su inmensa cabeza en mi hombro izquierdo, y rasco su mandíbula por debajo, con mi propia cabeza. Suspira, y dobla su rodilla, que también rasco, hasta que se acerca Olga y deja que la mese sus crines. El momento es una suculencia de paces de día nublado, el momento es complicidad.
Una tardenoche de agosto aparecieron Wisia y Olga en casa, dos yeguas ponys, las metimos en el vallado para pernoctar, sin saber de dónde habían venido. Eran confiadas y contactables, y por la mañana, cuando salieron por la puerta del pesebre que aún estaba haciendo, supe que querían quizás quedarse. Eran esclavas, como todos los animales del mundo, en este caso de una persona vecina que criaba peces para vender sus cuerpos muertos, y habían escapado, enfadándola una vez más. Fuímos preguntando hasta que dimos con ella, y dijo que vendría a buscarlas, y que si queríamos comprarlas... Quería vender su terreno, con la casa y las infrastructuras, porque tenía 74 años y se quería jubilar. Intentamos convencerla de que en casa no comprábamos animales, pero que tenía la oportunidad de dejarla en buenas manos, que no serían explotadas y las cuidaríamos bien, pero nos dijo que las vendería a otra compradora que las quería para que sus nietas las montaran como diversión. Millones de caballos y burros en el mundo son utilizados para arrastrar pesos, transporte, en ferias y rodeos, deformando sus columnas vertebrales, destruyéndolas poco a poco, hasta que colapsan, como las que mueren tirando los carros para turistas subdesarrolladas éticamente, en Morskie Oko, Kraków, New York, Mallorca o cualquier lugar del mundo desde que nuestra especie señaló a los equinos como animales de tiro y como carne, cuando son inútiles para el esfuerzo, En el mercado equino de Skaryszew, el precio de la vida es su peso, y acaban colgando de los ganchos del matadero.
Ante el discurso de cómo matar animales, la liberación animal pregunta el por qué hacerlo. En realidad, y con ánimo de provocar, podría decir que la cria industrial de animales es más compasiva que la cria extensiva, por ejemplo el cerdo que se mata cada año en una casa rural. Los animales de granja industrial no tiene esperanzas ni presuposición de que les espera algo malo, llevan vidas de horror y son extremadamenbte conscientes de ello. El criado en casa, con nombre, espacio y una vida relativamente cómoda -o siempre más confortable que uno en factoría-, ignora la traición que se le avecina, hasta tal punto que confía, establece relaciones afectivas con quien lo ceba, y quien un día, sin previo aviso ni intencionalidad aparente, lo degüella. Eso pasa por ser un comportamiento ecológico y compasivo, pero es psicópata, enfermo, como el hombre que mata a sus hijas, como el cura que viola a las niñas de su parroquia, aprovechando su indefensión, su vulnerabilidad y su familiaridad con ellas. La cría extensiva jamás debiera ser una alternativa a la industrial. Desarrollamos la compasión y el altruísmo como bienes sociales, precisamente porque la tónica general es la contraria, la indiferencia y la crueldad son la base de las sociedades. No permanecer indiferente frente al crimen y la injusticia no dignifica ni heroifica, simplemente nos hace adultas funcionales en sociedades comunes.
Tras varias conversaciones con la ¨dueña legal¨ de Wisia y Olga, no cedió las yeguas y nos vimos obligadas a pagar por ellas. No era una suma demasiado alta, pero era el acto moral de comprar animales lo que nos mortificó y, aunque una amiga pagó la mitad, seguía siendo comerciar con vidas que no nos pertenecían. Los derechos son como los masajes, todo la gente los quiere pero poca gente es generosa dándolos. Las llamamos Wisia (por Szymborska), y a su hija Olga (por Tokarczuk), y ahora están en La Casa de las Ranas. No saben nada del dinero que costaron, en manos de una palurda anciana con ningún código moral. No serán montadas, no arrastrarán pesos, no llevarán arneses, y ampliaremos el vallado para que puedan galopar y ser, simplemente ser, caballos.
Como la luz necesita de la oscuridad para poder ser, el saber necesitar el ignorar. Nada existe sin su comparación opuesta. Los absolutos, por ota parte, son meras referencias, poco usuales, dado que la inmensa mayoria de cosas y seres nos hallamos en espacios intermedios de penumbras y creencias, usando solamente los absolutos como direcciones donde ir o a qué eludir. La barbarie humana se mide en unidades de miedo, porque el bosque acaba allá donde el ser humano empieza.
En muchos países, animales que aquí consideramos salvajes, son considerados domésticos. En otros se comen los que nosotras cuidamos y de otros se hacen deidades, mientras aquí los fumigamos. Los caballos empezaron a ser esclavizados hace 4000 años en Kazajistán, tras cazarlos desde hace 30.000 años, aunque existieran sobre la tierra desde el Eoceno, hace 55 millones de años. Esa ha sido la labor sistemática del ser humano, manosear especies con caminos evolutivos cientos de veces más largos que la nuestra, y confirmando que somos el peor virus habido sobre el planeta El status de los animales depende de la cultura y del capricho de cada persona o grupo social. De cada persona depende si alguien podrá vivir o no, y la especie es sólo una circunstancia. Las leyes son escritas por gente banal y estulta, primitiva, las costumbres -desde entrenar un elefante hasta educar a un perro- son la base del fascismo.
Tras cada imagen horrorosa sobre explotación animal hay un millón que jamás vemos. El camino es lograr una sociedad donde no existan animales bajo tutela humana, ni criados, ni explotados. Única y excepcionalmente estaríamos obligadas a cuidar a aquellos animales que por sus características o minusvalías sí lo necesiten. Por el contrario, llevamos a las niñas al matadero de la inocencia, a domesticar a la escuela, a crucificarlas en nuestra patéticas enseñanzas, con la fantasía de que se conviertan en nosotras o de que saber leer las hará libres, empujándolas como calcetines límpios en nuestros estrechísimos cajoncitos de cultura. El concepto de libertad no existe en el ser humano, salvo muy contados casos, porque la base de la esclavitud es el miedo. Y no hay dios más aboluto que él. Siento un absoluto desprecio por todo lo que rodea a las civilizaciones y su discurso antropocentrista entorno a la tenencia animal. Vamos a suponer que -como defiende la gente que los monta- al caballo le gusta correr con alguien encima de su columna vertebral. ¿Realmente le gusta más que libre y sin carga ¿Le gusta siempre o sólo cuando él decide y no cuando a quien lo monta la apetece? ¿con cualquier persona?. Las preguntas son tan lógicas como las respuestas y todas apuntan a que -a juzgar por las muertes ¨accidentales¨ por coces, mordiscos o cornadas-, estamos muy lejos de poder llamar a cualquier animal algo así como ¨doméstico¨, y mucho menos a esa maravilla cuadrúpeda llamada caballo. La crueldad es el fruto primogénito entre el miedo y la banalidad.
Las lágrimas de dicha son el lenguaje más elocuente del cuerpo para agradecer la vida. Enfrentar el veganismo como valía moral y motor de cambio social, supone enfrentarse a la sima de las propias emociones, tristeza, alegría, paz, dolor, odio,.. al vértigo que nos supone que la conciencia del dolor ajeno sea un espejo de la conciencia del nuestro, y que la muerte de las demás contornee la propia. Un animal no humano muriéndose de ancianidad no es menos trágico que un animal humano haciéndolo, es el ciclo natural y así debe ser, pero para justificar la muerte prematura es preciso hacer malabarismos mentales, a veces en extremo complicados, para escurrir el bulto de nuestra emocionalidad, señora absoluta de la pasión humana. Los animales no nos dieron nunca nada, siempre se lo quitamos. No nos deben nada, ni en nada nos son imprescindibles, más allá de lo puramente pasivo biótico. Que el respeto a los animales pase por la ganancia que de ellos hacemos, que su valor sea tan monetario y ególatra, sólo nos acusa de mercaderes. Porque el cuidado de la tierra ha degenerado en monetización y explotación, la única religión que podría interesarme sería aquella que trazara un dogma de animalidad, considerando a los animales no humanos como seres referencia en libertad y arte de vivir. Una doctrina donde no les otorgarámos valores humanos. La humanidad y sus virtudes no son prioritarias, es preciso recurrir a algo más alto, al bosque por ejemplo, como objetivo.
Ciertas personas son como un perfume en el aire, que tiende a ocupar el máximo espacio en la habitación de nuestros pensamientos, y aunque el amor sufre con las expectativas, el extraordinario poder de lo sencillo y cotidiano empuja con su lucidez los actos cotidianos. Si queremos ser libres debemos liberar, si queremos vivir, debemos dejar de matar. Los caballos relinchan, piafan, se ríen y se restriegan contra el suelo, el mundo que queramos para nosotras, es el mismo que ellos se merecen, no una pistola de aturdimiento en el matadero ni un destino de cadenas. No ser radical contra el crimen, también es radicalidad, por su complicidad
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