LA CABEZA DE UN CERDO
En el marco de las protestas desencadenadas tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco de Minneapolis, donde miles de protestantes iniciaron una revuelta de rechazo a la política de velado supremacismo racial en Estados Unidos, una fotografía se hizo viral. En ella, una persona manifestante negra portaba en brazos la cabeza de un cerdo, concretamente su cara, despellejada y simbolizando la vieja comparación de que la policía son esos animales. Aunque se matan a más de 200 personas afroamericanas cada año por violencia policial, la asociación degradante de animales con conductas humanas negativas sigue siendo errónea y especista. La imagen de la cabeza del cerdo es desagradable, chocante, terrible, y no tardó en ser objeto de repulsa por la comunidad vegana. La horrible imagen -una solamente, por otro lado, entre miles de otras más relevantes y documentales sobre las protestas-, fue suficiente para que se alzaran las voces de quienes tienen dinero para consumir hamburguesas veganas de símil cárnico, contra ¨esa gente¨ que come trozos horrendos de animales, los más baratos y desagradables a la vista, en lugar del cosmético y elegante filete, que aparenta alejar de la culpa a quien lo come. Ese rechazo contenía verdad, pero también algo de clasismo, trasladando un mensaje críptico de que ¨las negras comen esas cosas¨. De este modo, si ¨las negras comen esas cosas¨, la conclusión derivada por extrapolación, es que su revuelta es inmoral. Absurdos, como vemos, los juicios del privilegio...
Los saqueos en tiendas y supermercados durante la mencionada revuelta también fueron motivo de crítica, pero al fín y al cabo, son la reacción lógica de una poblacion empobrecida por la desigualdad (que genera la población enriquecida a su costa), y sometida sin embargo a la misma presión capitalista por el consumo, frustrándola por no poder lograrlo. De modo que juzgar esos saqueos, no deja de ser una nueva forma de decir también ¨la revuelta es inmoral¨, y mirar hacia otro lado, como siempre, sin análisis ni pensamiento crítico, descontextualizando, mirando el árbol que no deja ver el bosque.
Hace algún tiempo una organización latinoamericana por los derechos de los animales no humanos osó organizar una semana de vigilias por las trabajadoras de los mataderos de todo el mundo que no querían ir a trabajar por el riesgo de contagio de covid19. Los mataderos han sido un foco importante de infección mientras el consumo de carne durante el confinamiento se duplicó en algunos países, y por las condiciones laborales de las cuales poco se habla, pero que de las que hay mucha documentación, desde el clásico The Jungle, del periodista Upton Sinclair en 1906, hasta el muy recomendable libro ¨En la esclavitud del matadero¨ de la socióloga polaca Ilona Rabizo, editado en 2018. Depresiones, suicidios, amputaciones, trabajo mal pagado y sucio, peligroso a veces, desagradable, humillante y sin cualificación, llevado a cabo por la gente sin estudios.
Las
vigilias veganas consisten en acercarse a despedir a los animales en
el camión que los entra al matadero para su ejecución,
acariciarlos, intentar darles consuelo, agua y transmitirles una
sensación de confianza. Es una acción simbólica, como la mayoría
de manifestaciones y proselitismo vegano, basadas en la visualización
de los problemas y la concienciación desde la población civil hacia
la población civil. Esas vigilias, a priori, podrían ser
consideradas bienestarismo, porque pretenden sólo confortar a los
animales. De hecho, según la gerencia de esos negocios, muchos
entran más tranquilos en las salas de la muerte. Es simbólico, pero
como mínimo las vigilias sirven para llevar a medios y la opinión
pública, imágenes que la industria fascista de la carne esconde,
por lo nauseabundo que resulta a la gente ver cómo se convierte a
alguien en nada, una costumbre demasiado horrorosa y frecuente que
suele causar malestar en quienes buscan en sus embutidos o sus trozos
de queso, una versión amable de gastronomía.
Me sorprendió, sin embargo, que la protesta animalista contra esta vigilia en solidaridad con las trabajadoras fuera descarnada y furibunda, muchas veganas se rasgaban las vestiduras linchando a quienes las apoyábamos estratégica e interseccionalmente. Eran gritos típicos de un movimiento inmaduro políticamente y que -lamentablemente- todavía no ve el prisma completo del problema del especismo, ni considera que nosotras seamos animales (!!). Centrándose en las actrices que tratan directamente a los animales para convertirlos en cosas, pero sin mencionar siquiera que esa gente tan sólo facilita la carne que la mayoría come, y que sin ellas, no existirían los asesinatos. El sindrome de las soluciones rápidas que deriva en la burda resolución ¨Sin matarifes no habría mataderos¨, no deja de ser un infantil placebo, dado que esas personas que ejecutan el trabajo de convertir a alguienes en algos podrían ser sustituídas por máquinas (de hecho la tendencia a la mecanización del trabajo existe en todas las ramas) y ese movimiento inmaduro que actúa desde la redes sociales y poco más, no tendría en quién canalizar su por otro lado natural odio y su lógico rechazo a la industria. El problema es otro, más allá, más profundo, aunque una vez más la forma parece haberse adueñado del discurso del contenido.
La realidad es que hay muchas realidades distintas, enfoques y matices, y el veganismo contemporáneo, proselitista y blanco, ha adoptado un discurso económico y excluyente basado en dietas veganas de lejanía, precocinadas, plastificadas, petrolificadas, capitalizadas, ignorando ese veganismo lógico y ecológico de la austeridad, del NO como medio de lucha. La triste realidad de muchísimas personas que sólo tienen el trabajo en la industria animal, o la prostitución o el delito -y en todo caso la precaridad económica-, no es contemplado por el veganismo blanco, en la cima de la pirámide, disfrutando del enriquecimiento logrado con empobrecimiento de los países, a los cuales tan ¨honradamente¨ robamos.
La sociedad teme equiparar éticamente la vida humana con la de los demás animales, del mismo modo que los machos temen el feminismo, creyendo que las mujeres les harán... lo que ellos hacen a las mujeres. La resistencia a aceptar que los animales no humanos poseen derecho universal a vivir libres y no ser dañados por la especie humana, surge del mismo miedo a perder privilegios que siente una persona fascista ante la exigencia de derechos fundamentales para aquella gente contra la que su fantasiosa supremacía considera inferiores. El especismo es la forma más cruel y numérica de fascismo. Vivimos en sociedades fascistas, de violencia gratuíta, de traumas, complejos, frustraciones y egolatrías derivadas a violencia. Desde la violencia de un silencio hasta la de un disparo en la cabeza. La gente quiere salvar el planeta siempre y cuando ello no suponga cambios que consideren sustanciales en su modo de vida, quiere amar a los animales en la medida en que ese amor no requiera dejar de comérselos. Y para todo ello ha evolucionado argumentalmente únicamente en beneficio de sus privilegios.
Es un mito que la gente que asesina odia a sus víctimas y de que es un sentimiento propio de monstruas humanas con infinita capacidad de mal. Es un error fomentar ese concepto, porque en realidad muchos crímenes no suceden por odio, sino por banalidad del mal. Simplemente, hay unos objetivos como que alguien estorba o posee un dinero que otra alguien quiere. El proceso de lograr ciertos productos también pasa por esa banalización del mal, desde aquellos conseguidos en regimen de esclavitud humana, a la gente carnista siguiendo una linea de acción discriminativa pasiva, paralela a la discriminación activa de quien mata y consigue carne donde había una vida. No odian a los animales, simplemente quieren conseguir su trozo de capricho, pero el ¨solamente como queso¨ significa que un bebé será degollado y una madre exprimida, luego violada, desprovista de su bebé de nuevo, exprimida, violada, en bucle hasta el agotamiento. Entonces será convertida en carne. El queso es sólo una forma de carne.
No hay angustia mayor que la que sufre la familia de la gente desaparecida. Desaparecidas por terrorismo machista, por dictaduras genocidas, por secuestros para comercio de órganos y prostitución... Cuando la vida de alguien no vale nada y sencillamente se la roban sin dejar huella ni razón, deja tras de si un mundo de interrogantes. No hay cosa peor que no saber, que no tener un cuerpo aunque sea inerte, que disipe las dudas y sepamos a qué atenernos, si llorar o buscar, como las familias de 140.000 fusiladas durante la guerra por el regimen franquista en España, que siguen, 80 años después, pidiendo a un gobierno esencialmente franquista, exhumar los huesos de sus abuelas y familiares. Ese es el día a día de los animales no humanos, que desaparecen un día para sus familias (especialmente los criados en regimen extensivo o ¨ecológico¨), para ser despojos comestibles, y nada puede justificar el daño físico de la persona secuestrada y la devastación emocional de quien la echa de menos. Hemos creado una sociedad tosca de injusticia y privilegio a costa de otras alguienes, las noches se amalgaman de chillidos de animales asustados, de seres humanos encogidos en su desesperanza y su absoluta falta de opciones, nuestra sociedad es un proyecto basto de desigualdad sangrante, mientras los únicos sueños de la gente son poder estar encima de las demás, ser depredadoras y no presas. Sueños de ambición, como si poseer nos hiciera felices, sueños de adornan sus vidas con chucherías que cuestan dolor y sufrimiento. Contra ese proyecto perverso, exclusivo, excluyente y ególatra, urge la renuncia, el decrecimiento, la humildad y la conciencia de que si alguien tiene de más es sólo porque alguien tiene de menos. La justicia debe ser global, pero también debe ser individual, empieza en cada persona, en cada una de nosotras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario