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jueves, 29 de octubre de 2020

IN NOMINE MATER (Finalista en la convocatoria El porc de demà, 2020)

 

                                                     IN NOMINE MATER





Inmensa, sostenida en posición vertical por cinchas amarradas a la goma de la cinta franca, para evitar que se derrumbe, la cerda lo siente todo.


Incapaz de moverse, lo siente todo. El traqueteo suave las acuna, sus grasas ondulan al avance de su inmensidad, sobre los callos duros de sus protopiernas y de su vientre endurecido como la piel de los talones, mientras la conducen desde la nave paritorio a la de sacrificio y despiece, mediante unos transportadores de banda gruesa, empujados a su vez por potentes y silenciosos rodillos. Tras dos días de depurado digestivo y drenado intestinal, las cerdas llegan limpias a la zona de desintegración.


El aire hiede, dulcemente corrupto, a intestinos desnudados, a impudicia e inmundicia, a médulas seccionadas, a sangre densa y a alientos de grito. El aire apesta a grito, porque solo quien trabaja en esas plantas sabe que los gritos huelen, cuando se juntan por millones. Tras seis años pariendo alrededor de mil lechones -a quienes no sentían siquiera, ni olían, pues eran retirades inmediatamente por el personal operario-, la capacidad reproductora de las cerdas de reemplazo ha descendido al vector 21 (el estipulado 21 % de pérdida productiva), firmando su sentencia de carne. Las grandes madres, descomunales madres, con su tonelada de peso, son arrastradas como densas e inútiles naves escoradas al desguace, abarloadas babor con estribor, en procesiones graves, ante el túnel donde todo lo que concluye sucede, esperando su turno para perder aquello que la biología sigue insistiendo en denominar ¨su vida¨.


Pertenecen genéticamente a la subespecie de Sus escofra ssp. domestica, creada por el ser humano hace miles de años, pero se han modificado tanto sus organismos que bien podría considerársela otra subespecie gigante, aunque su material genético sea todavía compatible con los antiguos jabalíes, antes de que los extinguiéramos con la reducción drástica de sus hábitats, las pandemias previas al biocidio global, reguladas con exterminio de poblaciones, y la caza. En el lenguaje mercantil de la industria, las cerdas de cría y les asexuales lechones de engorde ya han pasado a ser UPP -Unidad de Producción Porcina-, elementos cárnicos provisionalmente vivos y consolidados, cuyas existencias biológicas serán interrumpidas para desestructurar sus cuerpos en porciones asequibles al comercio y consumo humano.


El complejo donde nacieron consiste en una hermética sucesión de naves de un kilómetro de longitud, en circuito cerrado y forma elíptica a vista aérea; con las diversas divisiones modulares consecutivas para un procesado que transforma el alimento básico y el agua, en carne. Se inicia con una entrada donde se descarga el grano y los nutrientes añadidos, y allí mismo se extrude el pienso hipercalórico. Ulteriormente se halla el laboratorio de procesado de hormonas de crecimiento, aceleradores de fibrosidad, así como los inyectables correspondientes a cade lechoncite, les cuales existen en la subplanta posterior. Allí son cebades por dispensadoras automáticas. Son lechones sin piernas, como sus madres, de huesos blandos e inútiles, sin rabo y sin orejas, modificades generación tras generación para minimizar lo inútil de sus cuerpos, maximizar la cantidad de carne y grasa y simplificar el despiece. Las condiciones vitales estériles de confinamiento en lo zona de cría les producen un ligero estrés premeditado, para que se traduzca en ingestión más rápida de alimento y un mayor engorde, mayores entrañas e hígados extraordinarios. Les cerdites nacen asexuales, solo algunes son estimulades eléctricamente e injertades para convertirles en hembras nulíparas o en algún macho productor de esperma, a quienes encerrarán en boxes termoestables para su explotación.


El resto de UPP primarias queda en las naves de crianza y cebe, pabellones de hasta 10 pisos de altura. Son como montones de carne ciegos por hibridación, que laten y palpitan y reaccionan muy sensiblemente, con una boca que ingiere pienso engordador casi sin descanso, y una vagina que excreta y produce cinco veces al año docenas de pequeños seres de carne, los cuales habrá que hinchar en dos meses para ser procesades. Concretamente, en 60 días, ni uno más ni uno menos. Los tiempos son exhaustivamente respetados, el mercado no espera. Las vaginas de las cerdas sufren prolapsos a menudo y se evisceran con frecuencia, por eso el sistema de monitoreo de las naves paritorio avisa por sensores a las 7 personas que componen la plantilla de la macromecanogranja de los partos, con la intención de evitar esos ¨accidentes¨, e introducir las vísceras de nuevo en sus cuerpos, aplicando algunos puntos de sutura de fraguado rápido. Las cerdas madre poseen huesos como cartílagos, para sintetizar después las gelatinas más eficazmente, sin despilfarros energéticos y en el mismo complejo.


Existen 50 complejos de estas características, modelo y diseño en todo el país, suficientes para abastecer la ingente demanda de carne barata de las poblaciones. El consumo de carne se ha multiplicado desde las últimas décadas debido al avance de la medicina para erradicar los linfomas, cánceres, riesgos vasculares y enfermedades víricas derivadas precisamente de su consumo, así como al perfeccionamiento de un protocolo inmediato de detención de pandemias que consiste, en su mayor medida, en tratar las UPP en ambientes estrictamente controlados, asépticos e inocuos. Pero aunque poseyeran piernas, las monumentales cerdas jamás siquiera lograrían el sueño de alzar su cuerpo sobre ellas sin partírselas de inmediato y provocarles infecciones y dolor.


El dolor, la asignatura pendiente de la cría industrial. La ciencia sigue intentado crear UPP inhibidas de sistema nervioso central, para evitar que los dolores y el estrés les hagan generar micotoxinas, fumonisinas y deoxinivalenol como respuesta inmunitaria, lo cual altera la calidad de la carne y descontenta al mercado. Las diseñadoras de la planta colaboran estrechamente con las ingenieras genéticas, personas instruidas socialmente para la tecnocracia de lograr un producto de usar y tirar, de mecanofacturado rápido, externalización de inconvenientes y rentabilización máxima de la mercancía, dilapidando la máxima cantidad de financiamiento estatal del Ministerio de Agricultura y Carne, con objeto de rentabilizar y aumentar los ingresos de las personas dueñas de las plantas.


Otra de las subplantas del complejo es la de tratado de residuos, los cuales ya no se desperdician como siempre sucedió, sino que son texturizados y deshidratados (el agua resultante se purifica filtrada por osmosis y destilación y se añade a la propia dieta de las UPP), para extrudirlos en gránulos de diverso uso, desde productos de higiene, productos del sector alimentario, pesticidas, abonos o biocombustible, dependiendo de sus componentes.


Deforestadas casi en su totalidad la Amazonía y la selva africana, la soja y el maíz transgénico autopolinizado ocupan la casi totalidad del suelo agrícola del planeta, gran parte del cual era un suelo forestal que la maquinaria destruyó para ello. Millones de toneladas de glifosato son rociados sobre esa soja que acidifica y desertiza la gleba donde se monocultiva. Millones de especies de animales y plantas desaparecieron, y parece que la Sexta Extinción ha alcanzado su cima. Incendios masivos han obligado a que ciertos días de la semana todas las ciudadanas del mundo -tanto las que se aglomeran en urbes, como las de poblaciones rurales satélites-, se vean obligadas a usar sus mascarillas los días en que el esmog les permite salir de casa. El cambio climático no es un tema de debate, es pura supervivencia a sus consecuencias. Ya no se cultivan apenas vegetales y hortalizas, solo los árboles frutales silvestres que han logrado sobrevivir y las pequeñas huertas de permacultura que alimentan a las escasas comunidades veganas. Todo lo demás son desiertos verdes de monocultivo intensivo. El mundo es estrictamente carnista, la carne ocupa el 99 % de la dieta humana. El carnismo ha triunfado, el hedonismo es la nueva religión, la egolatría es, finalmente, dios.


La gente más anciana recuerda: solo algo tan perverso como el capitalismo pudo cambiar el hecho de que el tiempo fuera oro, en lugar de vida. Errar no era un problema, ni siquiera persistir en errar, sino creer que errar era acertar. El color rojo de la carne y todos sus derivados tomaron los escaparates y las alacenas, desplazando al de los tomates, los rábanos o las sandías. Las preguntas que entonces se hacían ya no se hacen: si necesitamos la proteína animal para desarrollarnos... ¿para qué se la da a las enfermas terminales?, ¿por qué la recibe la gente en estado vegetativo?, ¿para qué la toma la gente anciana?, ¿para qué la consume la gente condenada a muerte? La carne colonizó las dietas del planeta. La libertad de los animales se convirtió en algo inversamente proporcional al número de esclavas que la hacían posible. Pero la libertad conseguida con esclavitud no es más que fascismo deudor, por el dolor y la muerte animal que ha costado la civilización... De nada sirvió el proselitismo vegano, contextualizado en el nuevo Orden Carnista como terrorismo social. Emparentadas a la tristeza, consanguíneas del pesimismo, superadas por la plenipotencialidad del crimen, las comunidades veganas han comprendido que una cosa es tener miedo, y otra vivir con él, pero que más que de quien odia, hay que cuidarse de quien teme.


El Orden Carnista ha integrado en la cotidianeidad las prerrogativas primordiales del capitalismo rentier. Ser productivas, el horror vacui económico, la presión interna por la prisa, el rendimiento optimizado..., la paz como enemiga. Conductas estrictamente económicas han pasado a ser nuestra la esencia de nuestra vida en todos sus ámbitos. No es que vivamos en un sistema capitalista, es que SOMOS el capitalismo. No hay un ÉL omnipotente, es la suma (en realidad, la pura resta) de nuestros poderes quien lo hace ubicuo. El Orden Carnista no surgió de un proyecto forzado por los grupos de interés, sino de la connivencia cotidiana para convertir a álguienes en algo, para carnificar sus vidas, para mercantilizar sus deseos. No cabe echar cómodamente la culpa al sistema, hay que cargársela a la total ausencia de pensamiento crítico y a la sórdida mediocridad del ego. El silencio ante el crimen se tornó confabulación con él.


Mientras tanto, por centenas cada día, por miles de toneladas cada día, lechones y madres concluyen sus ciclos productivos como minerales, enviados a la cadena distribuidora, a cada comercio, a cada casa, a cada nevera y a un precio ridículo. El ser humano ha logrado domesticar a la naturaleza, pese a que construya su suicidio, traspasado hace tiempo el punto de no retorno.


La carne es la respuesta antropológica al fin de la especie humana, como la respuesta al fin de la civilización de Rapa Nui, la pascuense polinesia, fue también el odio patriarcal, la avaricia, la guerra y la desertización ulterior, es decir, los sinónimos de la carne. La subdesarrollada incapacidad de resistir a su sabor trajo consigo la mecanización de la vida, la cosificación de las emociones, el triunfo de la infamia.


Es el futuro que ayer no supo detenerse.


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