Hace
años, en el turno de preguntas y aportes tras una charla en Kraków,
una persona me preguntó qué pensaba del deseo que había
desarrollado un delfín con su cuidadora en un delfinario
estadounidense en
el cual ensayaban
con el cetáceo.
Respondí que en una situación de estrés
y confinamiento,
las reacciones naturales de esa especie quedaban suspendidas, y que
en libertad, ese animal no hubiera experimentado tal anhelo.
Muchas respuestas conductuales de animales no humanos y humanos en
confinamiento, carecen de validez científica si pretendemos con
ellas establecer sus naturalezas. Son
reacciones excepcionales en cautividad y
casi inexistentes en libertad en individuas
sanas.
En
algunos territorios de Australia y en Hungría, el bestialismo el
legal o no penado
si no hay forzamiento. La
posesión de porno zoofílico es legal en Alemania y Dinamarca, y
en Canadá el sexo con animales sin penetración, es legal. Las
legislaciones en general varían desde la no existencia de
referentes jurídicos al respecto -Países
Bajos-, hasta el ejemplo de Colombia,
donde el sexo con animales es agravante en el maltrato animal.
Líbano, España o
USA carecen de
una legislación específica y en la mayoría del resto de estados
las penas oscílan
entre las multas
económicas y la
pena de muerte.
Grupúsculos
de personas
y entidades sociales exigen en el mundo que ciertas
parafilias como
la zoofilia y la pedofilia sean
reconocidas, y
sus derechos eróticos
respetados o al
menos no
criminalizados. La North American Man-Boy Association (NAMBLA),
formada en USA en 1990 -y
fírmemente
rechazada por la
comunidad LBGTQ+,
que
quede claro-,
trata de que su filia por las menores sea comprendida
y respetada, así
como últimamente
surge el Minor-Attracted
Person
(MAP)
o
movimiento de integración
de personas pedófilas, con
el mismo propósito.
Valga
subrayar desde el principio que si
bien es cierto que existe una diferencia entre el deseo (pedofilia) y
su realización material (pederastia), no se nos escapa que en una
sociedad tan abyectamente mercantilista y
banal como
la que vivimos, no es difícil recurrir
a
redes que prostituyan
animales, como el caso de la orangutana Pony
en
Borneo o perros labradores prostituídos
por mafias en
Europa, así
como
territorios
donde la prostitución infantil esté
muy extendida y sea
muy barata. Por
lo tanto, la tentación existe
y
su posibilidad de realizarla, también.
Por no hablar de aquellos lugares
y culturas
donde los matrimonios infantiles están aceptados, aunque
rechacen
con cadena perpetua el bestialismo bajo las mismas leyes que condenan
la homosexualidad, no
por sensiblidad hacia los animales no humanos,
sino
por puro patriarcado homofóbico.
Pero
una cosas son las leyes y otra la realidad, y la realidad es que
basta con buscar en internet para encontrar sin dificultad material
pornográfico de animales abusados y violados. Para encontrar
material sobre pedofilia, hay que sumergirse en la deepweb, una
subred virtual cifrada no indexada en los motores de búsqueda
habituales, donde se encuentra de todo. DE TODO... De modo que aunque
dichas filias en la teoría no supusieran una agresión directa a
niñas o animales en su naturaleza, sí es posible encontrar material
gráfico más o menos explícito de consumo, donde la atracción ya
se materializa y donde se ha usado el chantaje, la fuerza bruta o las
amenazas para lograr ese material visual.
¿Por
qué consideramos que el bestialismo y la pedofilia están
relacionados?. La zoofilia, como la pedofilia,
son apetitos
con mucho en común, no sólo por la falta
de igualdad de elección y relación entre
las individuas que la practican, sino porque consisten
en la reducción de alguienes a algos, a meros
juguetes de deseo, en una cosificación de
las voluntades y una carnificación de
seres vivos sintientes, considerando a los
animales no humanos
o a las niñas, recipientes sin más
voluntad propia ni valor que
el deseo de quien siente apetito por ellas.
La vida sintiente, sin embargo,
tiene sus intereses propios, y ninguna sociedad sana puede ser
considerada bajo la idea de que vidas ajenas estén sujetas al
capricho o la ¨necesidad, especialmente en
los casos inicialmente mencionados. El sexo NO es un derecho, ni
formal, ni jurídica, ni ética ni políticamente.
Los
fetiches con objetos son inocuos, raros
y absurdos a veces, pero no
peligrosos en
principio,
al fín y al cabo una
silla o un zapato
de tacón de
aguja no sufren.
La
necrofilia, donde
no hay un sufrimiento físico desde el punto de vista de la
sintiencia, representa sin
embargo un
menoscabo moral al cuerpo de sociedad, por
el respeto natural que sentimos por las personas, incluso
sin vida, por
su mera forma, fruto de una asociación empática inmediata, la cual
llega incluso a aparecer cuando damos una patada a un prototipo
de perro-robot
de
última generación,
con movimientos tan similares a los perros reales, que pese a que no
sufren si los maltratamos, nuestro
cerebro reptiliano siente
que algo está mal cuando
se hace.
En todo caso las
filias con personas sintientes no las
podemos relegar al campo de la teoría, porque nunca quedan
ahí, tarde
o temprano y
de algún modo, hay
un sufrimiento directo de alguienes.
No
existe algo así como
el consentimiento en una relación zoofólica o pedofílica,
una niña no tiene elementos de juicio, experiencia, valoración
comparativa, deseo real, y muchas otras actitudes y consideraciones
personales para aceptar en plenas facultades su vínculo sexual con
una persona adulta, que
sí lo tiene. De
igual modo un animal encarcelado -la zoofilia se realiza
exclusivamente con animales esclavos- no tiene escapatoria y sólo le
queda la sumisión. Llegadas
a este punto
no
cabe sino sacar en conclusión que el
abuso sexual a animales no
es peor que los abusos que se comete con ellos
para extraerles
leche, huevos o carne, meros caprichos, porque el consumo de proteína
animal -como el sexo- TAMPOCO es un derecho, sino un crimen.
El consentimiento, por
otro lado,
no vale de
mucho
cuando se
tiene
hambre en
un país asiático y
un turista
ofrece
diez dólares para tener
sexo con
una niña.
La
necesidad carece de escrúpulos.
El
sexo debe ser deseado para que podamos aceptarlo socialmente, y si no
hay deseo, la persona que lo ¨consiente¨ debe ser madura y
consciente de
lo que hace, sin presiones ni condicionamientos. Del
mismo modo,
quien lo propone, como sujeta moral, debe ser consciente de su
posición de privilegio con
respecto a su ¨pareja sexual¨.
Los
movimientos en reconocimiento de la pedofilia o la zoofilia sólo
pretende lavar su imagen y normalizar esa
inclinación, ignorando o tratando condescendientemente la voluntad y
el desarrollo de las vidas por
la cuales sienten atracción.
En
realidad no las importan nada.
Y
tales parafilias no tienen nada
que ver con la homosexualidad u otras inclinaciones afectivas, donde
prima el deseo común y
la complicidad en el placer mutuo.
Somos
animales tristemente disfrazados de la fantasía de que no lo somos.
Y cuando -acuciadas por la evidencia- nos denominamos animales,
siempre es esa versión brutal y tosca, ridícula o criminal incluso,
con la cual pretendemos caracterizar al resto de la fauna, para mimar
así nuestro delirio de grandeza y apaciguar nuestros complejos. En
lugar de buscar
en ellos su
pureza y su inocencia, su austeridad y su sencillez. La
zoofilia o la pedofilia contienen elementos de humillación personal
y ajena, así como el excitante tabú de lo prohibido,
actos rechazados por la sociedad, de ahí una parte de la excitación
que producen. Esa
¨animalidad¨, enfocada
desde
la perspectiva peyorativa.
Infringimos
tormento a las más débiles como si esa
misma vulneración no causara un daño idéntico en nuestro
cuerpo. Las
negamos el espacio libre o las vidas plenas, como si ignoráramos que
ese espacio y esa vida son asuntos imprescindibles para no enloquecer
y morir en vida. Hemos suspendido las asignaturas de biología y
biocentrismo, viviendo en la tierra con leyes de
fuera de la tierra, inhumanas,
antibióticas, y lo hemos hecho con pésimas calificaciones,
sin aprobar por más que repitamos curso una y otra vez. Deberíamos
pasarnos el resto de la vida intentando aprender, aunque sólo fuera
un poquito, de la suprema mirada del zorro, de la delicadeza
paradisíaca de las moscas, del deslizarse orfebre de los peces...
porque ellas
viven las intensas vidas que un día decidimos
negarnos
a vivir. Deberíamos abrir las manos para liberarlos y liberarnos del
peso de la culpa y del odio con el que nos golpearon hasta dejar de
ser niñas, para asimismo dejar de violar
-con esa doctrina de
chantaje y mala educación- a nuestras propias
niñas.
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