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viernes, 5 de junio de 2020

No lo llames amor





Hace años, en el turno de preguntas y aportes tras una charla en Kraków, una persona me preguntó qué pensaba del deseo que había desarrollado un delfín con su cuidadora en un delfinario estadounidense en el cual ensayaban con el cetáceo. Respondí que en una situación de estrés y confinamiento, las reacciones naturales de esa especie quedaban suspendidas, y que en libertad, ese animal no hubiera experimentado tal anhelo. Muchas respuestas conductuales de animales no humanos y humanos en confinamiento, carecen de validez científica si pretendemos con ellas establecer sus naturalezas. Son reacciones excepcionales en cautividad y casi inexistentes en libertad en individuas sanas.

En algunos territorios de Australia y en Hungría, el bestialismo el legal o no penado si no hay forzamiento. La posesión de porno zoofílico es legal en Alemania y Dinamarca, y en Canadá el sexo con animales sin penetración, es legal. Las legislaciones en general varían desde la no existencia de referentes jurídicos al respecto -Países Bajos-, hasta el ejemplo de Colombia, donde el sexo con animales es agravante en el maltrato animal. Líbano, España o USA carecen de una legislación específica y en la mayoría del resto de estados las penas oscílan entre las multas económicas y la pena de muerte.

Grupúsculos de personas y entidades sociales exigen en el mundo que ciertas parafilias como la zoofilia y la pedofilia sean reconocidas, y sus derechos eróticos respetados o al menos no criminalizados. La North American Man-Boy Association (NAMBLA), formada en USA en 1990 -y fírmemente rechazada por la comunidad LBGTQ+, que quede claro-, trata de que su filia por las menores sea comprendida y respetada, así como últimamente surge el Minor-Attracted Person (MAP) o movimiento de integración de personas pedófilas, con el mismo propósito. Valga subrayar desde el principio que si bien es cierto que existe una diferencia entre el deseo (pedofilia) y su realización material (pederastia), no se nos escapa que en una sociedad tan abyectamente mercantilista y banal como la que vivimos, no es difícil recurrir a redes que prostituyan animales, como el caso de la orangutana Pony en Borneo o perros labradores prostituídos por mafias en Europa, así como territorios donde la prostitución infantil esté muy extendida y sea muy barata. Por lo tanto, la tentación existe y su posibilidad de realizarla, también. Por no hablar de aquellos lugares y culturas donde los matrimonios infantiles están aceptados, aunque rechacen con cadena perpetua el bestialismo bajo las mismas leyes que condenan la homosexualidad, no por sensiblidad hacia los animales no humanos, sino por puro patriarcado homofóbico.

Pero una cosas son las leyes y otra la realidad, y la realidad es que basta con buscar en internet para encontrar sin dificultad material pornográfico de animales abusados y violados. Para encontrar material sobre pedofilia, hay que sumergirse en la deepweb, una subred virtual cifrada no indexada en los motores de búsqueda habituales, donde se encuentra de todo. DE TODO... De modo que aunque dichas filias en la teoría no supusieran una agresión directa a niñas o animales en su naturaleza, sí es posible encontrar material gráfico más o menos explícito de consumo, donde la atracción ya se materializa y donde se ha usado el chantaje, la fuerza bruta o las amenazas para lograr ese material visual.


¿Por qué consideramos que el bestialismo y la pedofilia están relacionados?. La zoofilia, como la pedofilia, son apetitos con mucho en común, no sólo por la falta de igualdad de elección y relación entre las individuas que la practican, sino porque consisten en la reducción de alguienes a algos, a meros juguetes de deseo, en una cosificación de las voluntades y una carnificación de seres vivos sintientes, considerando a los animales no humanos o a las niñas, recipientes sin más voluntad propia ni valor que el deseo de quien siente apetito por ellas. La vida sintiente, sin embargo, tiene sus intereses propios, y ninguna sociedad sana puede ser considerada bajo la idea de que vidas ajenas estén sujetas al capricho o la ¨necesidad, especialmente en los casos inicialmente mencionados. El sexo NO es un derecho, ni formal, ni jurídica, ni ética ni políticamente.

Los fetiches con objetos son inocuos, raros y absurdos a veces, pero no peligrosos en principio, al fín y al cabo una silla o un zapato de tacón de aguja no sufren. La necrofilia, donde no hay un sufrimiento físico desde el punto de vista de la sintiencia, representa sin embargo un menoscabo moral al cuerpo de sociedad, por el respeto natural que sentimos por las personas, incluso sin vida, por su mera forma, fruto de una asociación empática inmediata, la cual llega incluso a aparecer cuando damos una patada a un prototipo de perro-robot de última generación, con movimientos tan similares a los perros reales, que pese a que no sufren si los maltratamos, nuestro cerebro reptiliano siente que algo está mal cuando se hace. En todo caso las filias con personas sintientes no las podemos relegar al campo de la teoría, porque nunca quedan ahí, tarde o temprano y de algún modo, hay un sufrimiento directo de alguienes.

No existe algo así como el consentimiento en una relación zoofólica o pedofílica, una niña no tiene elementos de juicio, experiencia, valoración comparativa, deseo real, y muchas otras actitudes y consideraciones personales para aceptar en plenas facultades su vínculo sexual con una persona adulta, que sí lo tiene. De igual modo un animal encarcelado -la zoofilia se realiza exclusivamente con animales esclavos- no tiene escapatoria y sólo le queda la sumisión. Llegadas a este punto no cabe sino sacar en conclusión que el abuso sexual a animales no es peor que los abusos que se comete con ellos para extraerles leche, huevos o carne, meros caprichos, porque el consumo de proteína animal -como el sexo- TAMPOCO es un derecho, sino un crimen. El consentimiento, por otro lado, no vale de mucho cuando se tiene hambre en un país asiático y un turista ofrece diez dólares para tener sexo con una niña. La necesidad carece de escrúpulos. 
 
El sexo debe ser deseado para que podamos aceptarlo socialmente, y si no hay deseo, la persona que lo ¨consiente¨ debe ser madura y consciente de lo que hace, sin presiones ni condicionamientos. Del mismo modo, quien lo propone, como sujeta moral, debe ser consciente de su posición de privilegio con respecto a su ¨pareja sexual¨. Los movimientos en reconocimiento de la pedofilia o la zoofilia sólo pretende lavar su imagen y normalizar esa inclinación, ignorando o tratando condescendientemente la voluntad y el desarrollo de las vidas por la cuales sienten atracción. En realidad no las importan nada. Y tales parafilias no tienen nada que ver con la homosexualidad u otras inclinaciones afectivas, donde prima el deseo común y la complicidad en el placer mutuo.
Somos animales tristemente disfrazados de la fantasía de que no lo somos. Y cuando -acuciadas por la evidencia- nos denominamos animales, siempre es esa versión brutal y tosca, ridícula o criminal incluso, con la cual pretendemos caracterizar al resto de la fauna, para mimar así nuestro delirio de grandeza y apaciguar nuestros complejos. En lugar de buscar en ellos su pureza y su inocencia, su austeridad y su sencillez. La zoofilia o la pedofilia contienen elementos de humillación personal y ajena, así como el excitante tabú de lo prohibido, actos rechazados por la sociedad, de ahí una parte de la excitación que producen. Esa ¨animalidad¨, enfocada desde la perspectiva peyorativa.
Infringimos tormento a las más débiles como si esa misma vulneración no causara un daño idéntico en nuestro cuerpo. Las negamos el espacio libre o las vidas plenas, como si ignoráramos que ese espacio y esa vida son asuntos imprescindibles para no enloquecer y morir en vida. Hemos suspendido las asignaturas de biología y biocentrismo, viviendo en la tierra con leyes de fuera de la tierra, inhumanas, antibióticas, y lo hemos hecho con pésimas calificaciones, sin aprobar por más que repitamos curso una y otra vez. Deberíamos pasarnos el resto de la vida intentando aprender, aunque sólo fuera un poquito, de la suprema mirada del zorro, de la delicadeza paradisíaca de las moscas, del deslizarse orfebre de los peces... porque ellas viven las intensas vidas que un día decidimos negarnos a vivir. Deberíamos abrir las manos para liberarlos y liberarnos del peso de la culpa y del odio con el que nos golpearon hasta dejar de ser niñas, para asimismo dejar de violar -con esa doctrina de chantaje y mala educación- a nuestras propias niñas.










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