Por
propia definición, el veganismo es una filosofía
eminentemente de izquierdas, pues es la máxima
expresión de la igualdad y la justicia. Por
primera vez
en el proceso civilizatorio global,
el veganismo rechaza
los orígenes
de la discriminación en su vórtice
más
nocivo y sustancial: la destrucción de la inocencia, la inercia de
la brutalidad y lo aleatorio de la injusticia.
El
especismo agrede por su
pura
inercia; la
domesticación-esclavización añade
a
esa
vulneración una
instrumentalización y mercantilización de las vidas y muertes de
las no humanas, como producto, o
bien inerme y
mobiliario. El
discurso de
cosificación de la vida permite un trato falto de escrúpulos,
como
el que tendríamos con un objeto, arguyendo
argumentos sustentados en el mito, no en la ciencia, y convirtiendo
al especismo en un religión dogmática
mortal, donde sólo cuenta el dinero. Es
por eso, que defender a las no humanas,
presenta una excepción en el carácter
de todas las luchas sociales, porque afecta
a personas que no pueden mostrarnos gratitud por sus vidas salvadas.
Aparte de la ética y la
recuperación medioambiental, el veganismo
no arroja un aparente beneficio
directo para la sociedad, a diferencia de la lucha feminista,
antiracista, por
el respeto a las opciones sexuales, o cualquier otra lucha, las
cuales sí dialogan e
ingieren directamente en el modelo de sociedad, existiendo un
bien inmediato y visible. De modo que lo
zurdo del veganismo radica precisamente en que elude todo tipo de
discriminación, intra y extraespecifica, y por
consiguiente, elimina
el fascismo estructural. El uso de
la violencia en legitima defensa es un comportamiento saludable y
lógico, pero el uso de la violencia aleatoria contra alguien, por
gustos individuales, apetito, avaricia o cualquier otra razón
similar, es un modus operandi tradicional de todas las derechas
históricas, caracterizadas por el
desprecio por la vida. Incluso podríamos
plantearnos si el fascismo es realmente un comportamiento aislado o
algo inherente a la naturaleza humana.
Lamentablemente,
hay personas que se denominan veganas y que practican diversas
discriminaciones tales como homofobia, racismo, sexismo o clasismo,
las cuales descalifican el carácter
altruista e igualitario del veganismo. Olvidando quizás
que somos animales y que entramos -junto a las otras especies
animales-, dentro de la esfera ética de
protección que trabajamos para todas. Si
saltamos la barrera de las especies para nuestra ambiciones
humanistas, con idéntica
razón debemos mimar a nuestra propia especie. Las personas llamadas
veganas que practican discriminación contra la propia especie, son
simplemente personas que practican una dieta vegana basada en la
exclusión de productos de origen animal, nada mas (y nada menos),
pero hay que diferenciarla
del veganismo.
La
dieta vegana es sólo eso, una dieta, que soluciona realmente
el 98 % de los asesinatos extraespecificos contra otros
animales, pero no soluciona en muchas ocasiones las fobias, odios,
marginaciones, indiferencias y faltas de escrúpulos
que las personas y los diseños politicos
mantienen contra ciertas individuas de nuestra propia especie.
¿Querríamos
llamar veganismo a una filosofía
que incluyera el desprecio por las personas homosexuales?.
¿Querríamos
aceptar siquiera un veganismo donde otras razas humanas no cupieran
en el modelo de sociedad?. No sólo no podemos aceptarlo desde un
punto de vista ético y de sentido común,
sino que no podemos permitirlo dado que otras personas en proceso de
veganización pueden entender el veganismo a esa
permisibilidad, una especie de misantropía.
No se trata de acumular más
adeptas a toda costa, sino de profundizar en la justicia y la
igualdad.
Si
no es de izquierdas, no es veganismo.
Se
suele decir que los peces o formas
de vida más
"básicas"
forman parte indisoluble de nuestro camino evolutivo, que nosotras
estamos más
avanzadas que ellos. Los fetos de humanos en su primer mes de vida
presentan bajo la cabeza una especie primitiva de agallas llamadas
bolsas faríngeas.
Ahí
se aprecia de
dónde procedemos todas las especies. El hecho de caminar a dos
patas, poseer respiración aerobia o exquisitos peinados de moda no
nos convierte en seres mas evolucionados. De hecho es bastante
lamentable que poseamos apéndice,
vello axilar, dedos en los pies, uñas,
pelo en la cabeza y otros residuos morfológicos, que manifiestan
nuestro primitivo proceso de cambio físico.
Ni siquiera en ese aspecto estamos desarrolladas.
Los
genes que hacen posible la existencia de una ¨cabeza¨
y un "resto del cuerpo" los heredamos
de los gusanos planos oceánicos,
hace cientos de millones de años
ellos ya lo poseían.
En lugar de emplear la
megalomanía
propia de un complejo de inferioridad, mejor
asumir
que ciertos animales, al no haber cambiado su
forma desde
hace millones de años
(medusas,
tiburones, cefalópodos...),
presentan mejores cualidades evolutivas que nosotras, una mejor
adaptación al medio, una ecología
de armonía
con su entorno y una plenitud vital más
desarrollada que la nuestra.
Somos
animales inestables, excesivamente blandos, frágiles
en lo psíquico
y lo físico,
tardamos en madurar y ser independientes, y
perecemos a
los
minimos cambios de condiciones vitales.
Somos una protoespecie con canciones de verano, cerveza fresquita y
granjas de cría
de visones. En otras situaciones mucho más
trágicas
somos -además-
una especie que se cree con algún
tipo de derecho a cebar,
someter, dominar, aplastar, aniquilar, torturar y asesinar (entre
cientos de otras vulneraciones) a seres de otras especies,
balbuceando argumento de intelectualidad y volumen cerebral, pero
usando la irracional
fuerza
bruta,
el
engaño
y la mezquindad para lograrlo.
La historia de la humanidad es la de la
impunidad del crimen.
El
especismo es una enfermedad contagiosa de transmisión cultural y
comportamiento viral. Se reproduce por sistema generacional, y
desarrolla inmunidad a los ataques del sentido común, con defensas
tan agresivas como suicidas. El especismo
es el origen de la mayoria de las agresiones del ser humano contra el
ser humano, porque no cuestiona el abuso contra las inocentes y lo
establece como norma, como modelo económico, como rito.
Vivimos
a un mundo injusto, se
siguen violando sexualmente a niñas,
pero está
deleznado en el debate social y está
penado por la ley, algo es algo, y dichas prácticas
quedan en la náusea
del anonimato o son detenidas con éxito,
salvaguardando a las inocentes. Pero
ningún
triunfo de los derechos humanos y no humanos, ningún
avance ético,
ha sido conseguido sin luchar. Ni el poder ni la crueldad regalan
nada, hay que exigirlo, día
a día.
La libertad de expresión, la libertad de acción, la benevolencia de
las conductas, las
políticas comunes, los
espacios de diálogo...
Todo ello ha sido peleado por predecesoras a nosotras, y nosotras
mismas disfrutamos de un espacio social relativamente respirable
gracias a ellas, al
menos en Europa.
La ética
es inconformista, tiene exigencias muy concretas, siempre quiere más
y es justo que así
sea. Los tiempos avanzan, descubrimos a las víctimas
que nos hablan de sus vulneraciones, descubrimos la injusticia de un
mundo a la medida del patriarcado porque las mujeres hablan.
Deshilamos
la marginación sutil de las personas discapacitadas, porque
verbalizan y nos
incriminamos
a
su malestar. Iluminamos la barbarie contra las no humanas porque las
estamos comprendiendo, por vez primera en la historia, de
un modo masivo y porque jamás antes la crueldad tomó tamaño y
cifras tan horrendas.
La voz de las ¨sin
voz¨
habla elocuente y nos grita cosas terribles, nos suplica la paz
incondicional, nos preguntan con sus ojos en midriasis, con su dolor
milenario, con sus gemidos inconfundibles ¨¿Por
qué
nos estáis
haciendo esto?¨.
Y por primera vez en nuestra historia, las personas no humanas les
prestamos la voz. Aunque nuestra
respuesta es balbuceante, entre el mito, la leyenda y la caricatura,
e invariablemente desemboca en la respuesta brutal del "Porque
podemos". La falta de
escrúpulos
y la violencia aplicada contra las no humanas coloca a nuestra
especie en un nivel muy inferior al de la más
ínfima de las criaturas, que no mata para
placer, sino para poder sobrevivir, que no se deleita en la tortura,
que no rentabiliza la esclavitud, que no se divierte con la agonía...
En todos esos sucesos, el ser humano vence
en mezquindad a cualquiera de las demás
faunas, incluso al sí mismo primigenio,
porque jamás
antes mecanizamos tanto la discriminación y el exterminio como hoy
en día.
No es que estemos locas
siendo tan generosas con la dignidad y los
intereses de los animales no humanos, sólo somos justas. En
todo caso no más locas que quien habla con las bebés humanas de
seis meses, sin una necesidad imperativa de reciprocidad, sino por el
mero placer de expresarse, pero refugiándose en la más que
científica hipótesis de que nos entiendan, si no el mensaje, sí
sin duda las intenciones. El impulso de comunicarse con una persona
no humana en idiomas verbales, supone una gran ventaja con respecto a
hacerlo con una humana, porque se cimienta en la lucidez de saber que
no nos va a engañar, como sucede a
menudo con las humanas. Nuestra especie es característicamente
falsa y mentirosa, envolviendo toda su vida en comportamientos,
aspectos y actitudes con doble intención, desde la granjera que
alimenta y asiste veterinariamente a una no humana para explotarla y
ejecutarla, hasta una masa social que actúa en función de modas.
Tratar de entablar comunicación con personas no humanas es,
precisamente, el intento firme de no volverse locas. Ante un clima de
degradación, un escenario de mentiras y ante el guión de pocas
honestidades, lo menos patológico, lo más saludable, es buscar el
diálogo allá donde no es un absurdo intercambio de poses y
expectativas. Allá donde hablan elocuentemente las miradas. No
encontraremos ahí más inocencia que en la
sencillez, la del perro que baja la cabeza y se tumba a nuestro
costado para que lo rasquemos, la del pájaro que nos roba migas
del almuerzo sin arrepentimiento, impelido por su pura hambre,
la del gato que da y recibe calor en nuestro
regazo. En dinámicas compatibles y
no competibles
Si
a la ética que aplicamos para quienes nos rodean, la permitimos el
lujo circunstancial de relajarse ¿por qué quienes nos rodean no
podrían permitirse ese lujo o desliz para con nosotras?. Si
ignoramos la petición de ayuda de las demás, estamos justamente
expuestas a que las demás desoigan equitativamente nuestras
súplicas en situaciones de apuro. Si violamos de acción o
pensamiento a las demás, es lógico pensar que las demás lo hagan,
por desconfianza, por descrédito, por venganza, por simple maldad o
por justicia.
El deseo de justicia
es de izquierdas, es un posicionamiento político antijerárquico,
igualitario. El veganismo es gérmen de igualdad. El
veganismo es sólo el principio.
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