"Cada
vez que perdemos una especie, rompemos una cadena de la vida que ha
evolucionado durante 3.500 millones de años"
J.
McNeely
CUANDO
EL LEÓN MATA A LA GACELA
Sí,
nos gusta cuando la liebre logra escapar del lince a la carrera, o
cuando la ñu rechaza el ataque de la leona y salva a su cría. Es
un instinto vegano, empático, emo-lógico de protección y cuidado,
de amor y respeto profundo por la vida, lo más selecto y exquisito
de las neuronas fusiformes y Cubelli. No traicionamos a la naturaleza
en ese alívio que sentimos ante el animal que huye libre, frente al
predador frustrado, y no pensamos que pierde quizás su única última
oportunidad para la desesperada subsistencia de su cuerpo o de sus
cachorros. Porque la naturaleza no tiene un plan perfecto, y amamos
sus errores como sus aciertos, pero entendemos que se trata de
supervivencia y eficacia. No obstante, en ocasiones nos parece que
podemos intervenir en ella, aplicar un pensamiento vegano a todo y
salvar a toda costa.
Lo
cierto es que la naturaleza cuenta con las muertes de los animales,
en ella no hay basura - concepto artificiado por nuestra sucia
especie-, sino que cicla, yerra, pare más de lo que necesita y...
sacrifica el exceso, habida cuenta del número limitado de materia y
energías en el planeta. La naturaleza se reinventa y crea una
criatura o mil, reorganizando así la materia. Asume las
fluctuaciones cuando hay una multiplicación desmesurada o cuando se
extinguen paulatinamente (también a veces de modo natural) ciertas
especies. Los seres humanos somos la única especie que pretende
vivir sin cerrar ciclos, por eso, la naturaleza no nos necesita como
elementos activos, sino como pasivos, necesita que defequemos y
respetemos esos resíduos como parte orgánica de otra vida, necesita
que muramos y tratemos nuestro cuerpos como materia orgánica, y no
como otro modo de enviar co2 a la atmósfera. Los otros animales
llevan coexistiendo desde hace miles de millones de años con
minerales y organismos eucariotas y procariotas con una eficacia y
complejidad que estamos a décadas -si no siglos- de comprender. La
muerte y la vida siguen siendo los grandes temas.
La
taiga o bosque boreal posee siete millones kilómetros cuadrados y la
cuenca del Amazonas, 5,5 millones, son los pulmones del mundo, la
biomasa que albergan podría ser calculada en trillones de trillones
de toneladas. Una masa viva que muere y vuelve a vivir en otras
formas desde el orígen, desde los estromatolitos de 4000 millones de
años -la forma de vida conocida mas antigua-, hasta la actualidad,
mediante procesos de ciclado completamente diferentes, pero iguales
en muchos casos. La biomasa total de la tierra no se ha calculado, y
está formada probablemente por gúgoles de individuas animales y
vegetales, porque la feracidad de la vida supera todo cálculo
humano. Sí, lo que desconocemos es mucho más de lo que conocemos, y
en términos absolutos e incuestionables todos los seres vivos somos
y producimos biomasa.
Si
en algo nos pondremos de acuerdo es que nada hay mas prolífico
en el mundo que la naturaleza. Señora
de la vida y por supuesto de la muerte. La naturaleza es experta en
dar y en quitar. El animal
humano, arrogante y megalómano, sin embargo también
señorea,
pero
en
el
triste récord de la
muerte prematura. La
naturaleza da árboles
y los permite vivir 4000 años,
animales de hasta mil
quinientos años e incluso inmortales.
Los
animales ancianos morimos
para alimentar a otros organismos,
o para volver al humus
coloidal.
El animal
humano por
su lado, manda
a vacas embarazadas al matadero y allí
las
ejecutan para
sacarle con el resto de las visceras a su nonata ternera, y así
degollarla sobre las baldosas. El animal
humano hierve vivas a orugas de seda en sus propios capullos, muele
vivos o asfixia en bolsas de basura a cientos de millones de pollitos
de un día
de vida, y
basa
un sistema alimentario en el infanticidio de los pollos de gallina de
apenas una semanas de existencia,
lechones y recentales de todas las especies, porque aprecia su carne
melosa como de niña...
Como de bebe humano...
El animal
humano es infanticida, violador, pedófilo y asesino, con todas las
letras y con todo lo que duela esta aseveración. La dinámica
sistemática
y
numérica de
muerte prematura provocada
por el
animal
humano no es comparable a la de ningun otro animal.
Adolescencias
degolladas, crías
pulpificadas,
bebes desintestinadas,... no
hay capítulo de la crueldad humana que compita con
lo
que hacemos con el resto de animales en
el
ancho espectro de especies que sufren nuestra cultura, y a las cuales
interrumpimos sus
vidas
para aplacar la caprichosa
gula.
Nos
encanta decir que la Naturaleza es cruel, para
justificar nuestra propia crueldad sin
renunciar a los privilegios que ofrece el
destruirla. La culpa personal (y sobretodo
el esfuerzo que conlleva reconocerla y erradicarla de nuestro
comportamiento), es algo incómodo que tratamos de mantener alejado
de nosotras. Nos encanta que las demás sean malas, para desviar la
atención sobre nuestras responsabilidades. Somos una
subdesarrollada protoespecie en
constante estado de infantilidad irresponsable, pero
la evolución contemporánea de la cultura del diálogo y un
desarrollado discurso argumentístico sólo ha servido hasta la fecha
para justificar las barbaries de siempre, en una retórica cada vez
más tecnócrata y retorcida en el marco de la bulímia
patriarcapitalista. Nuestras
madres y abuelas se enamoraron del progreso
tecnológico y lo llamaron progreso a secas, por
la comodidad aparente que llevaba. Lo pagaron los árboles
y los ríos,
como todo el progreso que somos capaces de gestionar. Sin
embargo, nuestro deber de rebeldía
generacional (sin la cual no existe la
evolución), es cuestionarlo. Por eso hay que
decir no, al progreso de asfaltización de los prados, de su
autopistación y maderación del bosque global, de retroexcavadoras,
harversters y centrales atómicas. No al progreso de tierra
quemada y consumo de personas. No a la cloacación
de los océanos, no al maldito basuroceno.
No al progreso del maltrato y despilfarro
del agua. No a la esclavización y
ejecución de especies animales... Sí
al progreso de la ternura, el mimo y el cuidado. Sí
al progreso del diálogo
y el respeto. Sí
al progreso de conservación natural y detención natalista. Sí
al progreso de la humildad en las
relaciones y el consumo. Debemos
abandonar los territorios originales de
miles de especies, renunciar al modelo
macho de intervención e invasión colonialista.
La
lucha ecologista mainstream,
secuestrada por millares
de falsas ecologistas que asfixian a las individuas en cifras
o ratios, pretende que renunciar es un exceso. Las falsas
ecologistas, adornadas con flores amputadas y digiriendo esclavitud y
cadáveres, apoltronadas en los privilegios
de su profunda huella ecológica sobre el
planeta, tiene el mismo trabajo por hacer que las personas veganas
que creen en un mundo artificial y patriarcapitalista, donde todo
valga... menos aquello que ellas hayan
decidido que no vale.
La
portavoz de la empresa ecoterrorista
Monsanto
declaró
hace años que “la Naturaleza ha hecho bien su trabajo, pero es
hora de que la sustituyamos...”). Pocos
argumentos tan megalómanos como darle un codazo a la Naturaleza
tratando de sustituírla en sus funciones para paliar situaciones que
han sido provocadas precisamente
por
quien pretende enmendarlas. Llamando
ciencia a lo que ayer se llamaba dios y aceptando el riesgo de un
intervencionismo invasivo y paternalista con la Naturaleza, como la
visión mascotista -y por tanto especista- de cierto animalismo, que
confunde respeto con sobreprotección.
La
fama de la animación “Buscando a Nemo” en el 2003 produjo un
boom de niñas que rogaban a adultas que las compraran ejemplares de
pez payaso para sus peceras, llegando a saquear a razón de un millón
por año las poblaciones salvajes de esa especie. Se ha perdido el 50
% de los animales en las últimas décadas, el 80% de los mamíferos
terrestres, no por caza legal e ilegal -pero también- o por motivos
gastronómicos o lúdicos, sino por la pérdida de sus espacios, por
la intervención humana, con intenciones positiva o negativas, y el
expolio de sus terrenos de cría o alimentación, por la alteración
de los equilibrios naturales que favorecían sus existencia. Perdemos
las especies y ellas pierden sus culturas y son forzadas a caminos
evolutivos diferentes a los que las convienen. Seguimos sin reconocer
nuestra profunda ignorancia al respecto de métodos conservacionistas
más allá de un “dejar en paz” a la naturaleza. Decrecimiento,
decrecimiento, decrecimiento. Esa es la única vía, o extinguirnos
llevándonos antes por delante a millones de especies más. La única
intervención testada es, precisamente, no intervenir.
******************************************
La
definición oficial de la palabra Intervencionismo
define
la protección
del
medio ambiente y
la
búsqueda
de
una forma de explotación humana
sostenible
de
los recursos
naturales. Bastante
reformista, como vemos.
Aplicado
a un política animalista, sugiere la intervención humana en casos
de que los animales no humanos sufran inconvenientes, accidentes o
enfermedades que de modo individual o masivo, afecten a sus vidas e
integridades, lo cual alberga cierta simpatía lógica para quienes
abogamos por el
valor de cada individua, avalado en la
unicidad
de las personas animales, más allá de una lectura poblacional o
específica.
El
intervencionismo entra de modo organizado en el discurso
ambientalista, más allá de las puntuales acciones que mucha gente
hacemos cuando salvamos una vida encontrada herida, porque
es un instinto de comunidad opuesto al del egoismo.
Entra
en
acción, como
un modo de animalismo entendido desde el espectro vegano del
respeto a
la irrrepetibilidad
de cada persona.
Es tentador, es viable, es positivo. Sin
embargo,
actuar
entendiendo
lo racional como orden superior colisiona
una vez más con otro
“orden” que lleva miles de millones de años funcionando con
éxito, el de la Naturaleza, la
cual -recordemos- no es cruel ni maravillos, sino eficaz.
La
pregunta salta de inmediato: ¿es entonces la Naturaleza “ordenada”?
¿obedece a sus propias reglas o hace de ellas un códice, condición
sine
qua non
de su funcionamiento?. Pues
en
realidad no
sabemos -tampoco-
responder
con certeza, pero todo apunta a que sigue pautas y “anomalías” a
través de los eones, con
cambios
exponenciales
y regenerativos.
La
reacción de las materias y las energías así como los intereses y
asociaciones de todos los organismos vivos, desde bacterias
hasta grandes vertebrados
que -a pesar de las
cinco extinciones anteriores-, ha sabido recrearse a sí misma con
éxito una y otra vez.
En
el Ordovícico Superior, hace 443 millones de años una edad de hielo
acabó con el 60-70 % de todas las especies animales, entonces
oceánicas, se trataba de la Primera Gran Extinción. La Segunda
llegaría hace 360 millones de años, en el Devónico Superior (250
millones de años), la cual extinguió al 70 % de las especies. La
Tercera, en el Pérmico-Triásico y asociada a actividad volcánica
en Siberia, acabó con el 95 % de las especies, incluídos trilobites
e insectos gigantes. La del Triásico-Jurásico hace 200 millones de
años se llevó al 75 % de las especies, y dió paso a los
dinosaurios. Y la Quinta, en el Cretáceo-Terciario, un meteorito
caído en lo que ahora es México, junto a vulcanismo en lo que hoy
es India, extinguió a los dinosaurios y los amonitas, dando paso a
los mamíferos. Todas esas extinciones prehistóricas tuvieron en
común la accidentalidad y la geotectónica, en catástrofes masivas
de acción global repentina irremediable. Sin embargo -y llegamos al
punto crucial- la Sexta Extinción en la que estamos inmersas y somos
responsables, sucede en el Antropoceno con nuestra especie como
dominante y tóxica, por nuestra culpa y por motivos irracionales de
avaricia y falta de escrúpulos. La naturaleza está sufriendo un
ataque indiscriminado por activo y pasivo con consecuencias mortales.
Y
esa especie, la cual está acabando con cien mil millones de animales
cada año para cubrir su capricho monetario-gastronómico y su
vanidad, esa especie que extingue otras a un ritmo de 50.000 cada
año, esa especie... ¿es la más adecuada para diseñar programas
intervencionistas?. La pregunta se responde sola.
En
caso de intervención ¿quién llevaría a cabo la realización de
los proyectos de ayuda? ¿biólogas que catalogan especies
asesinándolas? ¿carnistas en especies consideradas como carne
también? ¿vivisectoras con una visión antropocéntrica de los
animales no humanos? ¿cazadoras que salvan, sólo para poder
disparar después? ¿expertas en ignorar que actuar sobre una especie
siempre arroja consecuencias imprevisibles y a veces desastrosas en
otras?. En el intervencionismo, como en toda actuación en terrenos
que desconocemos, existe el riesgo del ecologismo al uso, es decir,
del no ver, de desoir los lenguajes en que la naturaleza se comunica,
las asociaciones, los lazos a nivel biológico y bacterial o de otros
modos que descubrimos cuando el mal ya está hecho, tan insensato
como destruir las cepas de enfermedades que extinguen unos animales
para fortalecer a otras.
En
breve gestionará la sociedad aquella infancia que creció jugando
con la
moda de los dinosaurios.
Sospecho
que, al
integrarlos en su imaginario y
su emocionario, pudieron
normalizar
también que los animales extintos son divertidos, que
la extinción no es tan mala y que se puede sobrevivir
en ella. La
extinción, como la muerte, sólo es mala cuando sucede a las demás.
Ese
es el triunfo del neoliberalismo en pleno
antropoceno.
La
naturaleza no es machista, ni fascista, sino neutra, no obedece a una
interpetación, ni a la miope capacidad de juicio humana, inapta por
su condición parásita, para definir bueno o malo. Sólo sigue
patrones de pervivencia y eficacia. Comparar a un animal atrapado en
el hielo con un ser humano en la misma situación no es lícito,
porque los animales viven en su medio original, y nosotras hemos
construído nuestro artificio, creando de esa artificialidad un
bienestar. No se trata de salvar a un corzo atrapado en el hielo como
si fuera un ser humano -que lo haríamos a nivel individual, sin
duda-, sino plantearse si el supuesto NO especismo de salvar a ese
corzo es realmente especismo cuando ignoramos a todos los animales
que vivirán con su cadáver. En este momento están muriendo de
causas naturaleza millones de animales, y todas esas muertes son
necesarias al ciclo de la vida.
Cuando
se talan
los árboles, se altera
el ph de la tierra, se tocan sistemas radiculares y fúngicos
establecidos a
veces durante
milenios.
Cuando
se erradica una planta de
un ecosistema,
el sistema se desequilibra, y lo pagan también
los animales que viven en ese lugar, en
ese equilibrio
y no otro inventado por nuestra inteligencia subdesarrrollada. Cuando
se mueven animales a nuestro capricho, se rompen cadenas, cuando se
eliminan o se añaden faunas, se alteran relaciones antiguas
que
están porque funcionan, no porque sea indiferente su presencia.
Llevamos estropeando todo desde hace cientos de miles de años, pero
especialmente desde la Revolución Industrial
La
violencia natural se incrementará exponencialmente tanto, cuanto más
limitados sean los recursos de que dispongan los animales no humanos
cuando nosotras expropiamos sus territorios. Más presión humana,
más tensión, más violencia... El escenario ideal para que el ser
humano venga a ¨salvar¨, con la metodología que lo caracteriza...
Sobran palabras a cómo nos está yendo gracias a los métodos
paliativos de la crisis ecológica planetaria, agravada hasta la
masiva extinción de especies.
Ayudar
por ayudar. No sólo a humanas, no en el nombre de dios, no porque la
ley obligue, no porque el intelecto lo sugiera. Ayudar por ayudar,
porque el corazón tiene sus exigencias. No todo puede ser decidido
por el pensamiento. El amor, la bondad, el deseo de paz o el mero
altruismo no cuantificable... ellos van a construir otro mundo menos
mercantilista. El precio de una vida humana es
incalculable, como la del ratón, pero la
naturaleza no es un campo de batalla como presenta el mundo leído
por los jerarcas machos, existe depredación, lentas muertes de
inanición, parasitismo, competitividad, inviernos crudos y veranos
tórridos letales, pero también la madre de león marino devorando
el saco amniótico de su recién nacida, el cuidado grupal de las
crías de muchas especies, la amistad, el amor, la cooperación, la
simbiosis, la sinergia, el comensalismo,
los pájaros tomando baños de arena, la devoción del macho de
pinguïno emperador ayunando tres meses sin moverse con su huevo, las
gacelas emborrachándose a proposito con fruta demasiado madura, las
nutrias jugando con el barro y la lluvia, la felicidad de las
hermanas suricatas persiguiéndose, la pasión de los salmones
desobedeciendo la corriente, el mimo a
sus frezas de la
madre pulpo, las estrategias de engaño de la sepia, los bailes de
cortejo de cientos de aves canoras, … el
verdadero sentido de la vida, el esplendor de la naturaleza, allá
donde nuestra especie no pretende que pueda sustituírla.
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