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viernes, 27 de marzo de 2020

CUANDO EL LEÓN MATA A LA GACELA

"Cada vez que perdemos una especie, rompemos una cadena de la vida que ha evolucionado durante 3.500 millones de años"
J. McNeely


CUANDO EL LEÓN MATA A LA GACELA


Sí, nos gusta cuando la liebre logra escapar del lince a la carrera, o cuando la ñu rechaza el ataque de la leona y salva a su cría. Es un instinto vegano, empático, emo-lógico de protección y cuidado, de amor y respeto profundo por la vida, lo más selecto y exquisito de las neuronas fusiformes y Cubelli. No traicionamos a la naturaleza en ese alívio que sentimos ante el animal que huye libre, frente al predador frustrado, y no pensamos que pierde quizás su única última oportunidad para la desesperada subsistencia de su cuerpo o de sus cachorros. Porque la naturaleza no tiene un plan perfecto, y amamos sus errores como sus aciertos, pero entendemos que se trata de supervivencia y eficacia. No obstante, en ocasiones nos parece que podemos intervenir en ella, aplicar un pensamiento vegano a todo y salvar a toda costa.

Lo cierto es que la naturaleza cuenta con las muertes de los animales, en ella no hay basura - concepto artificiado por nuestra sucia especie-, sino que cicla, yerra, pare más de lo que necesita y... sacrifica el exceso, habida cuenta del número limitado de materia y energías en el planeta. La naturaleza se reinventa y crea una criatura o mil, reorganizando así la materia. Asume las fluctuaciones cuando hay una multiplicación desmesurada o cuando se extinguen paulatinamente (también a veces de modo natural) ciertas especies. Los seres humanos somos la única especie que pretende vivir sin cerrar ciclos, por eso, la naturaleza no nos necesita como elementos activos, sino como pasivos, necesita que defequemos y respetemos esos resíduos como parte orgánica de otra vida, necesita que muramos y tratemos nuestro cuerpos como materia orgánica, y no como otro modo de enviar co2 a la atmósfera. Los otros animales llevan coexistiendo desde hace miles de millones de años con minerales y organismos eucariotas y procariotas con una eficacia y complejidad que estamos a décadas -si no siglos- de comprender. La muerte y la vida siguen siendo los grandes temas.

La taiga o bosque boreal posee siete millones kilómetros cuadrados y la cuenca del Amazonas, 5,5 millones, son los pulmones del mundo, la biomasa que albergan podría ser calculada en trillones de trillones de toneladas. Una masa viva que muere y vuelve a vivir en otras formas desde el orígen, desde los estromatolitos de 4000 millones de años -la forma de vida conocida mas antigua-, hasta la actualidad, mediante procesos de ciclado completamente diferentes, pero iguales en muchos casos. La biomasa total de la tierra no se ha calculado, y está formada probablemente por gúgoles de individuas animales y vegetales, porque la feracidad de la vida supera todo cálculo humano. Sí, lo que desconocemos es mucho más de lo que conocemos, y en términos absolutos e incuestionables todos los seres vivos somos y producimos biomasa.

Si en algo nos pondremos de acuerdo es que nada hay mas prolífico en el mundo que la naturaleza. Señora de la vida y por supuesto de la muerte. La naturaleza es experta en dar y en quitar. El animal humano, arrogante y megalómano, sin embargo también señorea, pero en el triste récord de la muerte prematura. La naturaleza da árboles y los permite vivir 4000 años, animales de hasta mil quinientos años e incluso inmortales. Los animales ancianos morimos para alimentar a otros organismos, o para volver al humus coloidal. El animal humano por su lado, manda a vacas embarazadas al matadero y allí las ejecutan para sacarle con el resto de las visceras a su nonata ternera, y así degollarla sobre las baldosas. El animal humano hierve vivas a orugas de seda en sus propios capullos, muele vivos o asfixia en bolsas de basura a cientos de millones de pollitos de un día de vida, y basa un sistema alimentario en el infanticidio de los pollos de gallina de apenas una semanas de existencia, lechones y recentales de todas las especies, porque aprecia su carne melosa como de niña... Como de bebe humano... El animal humano es infanticida, violador, pedófilo y asesino, con todas las letras y con todo lo que duela esta aseveración. La dinámica sistemática y numérica de muerte prematura provocada por el animal humano no es comparable a la de ningun otro animal. Adolescencias degolladas, crías pulpificadas, bebes desintestinadas,... no hay capítulo de la crueldad humana que compita con lo que hacemos con el resto de animales en el ancho espectro de especies que sufren nuestra cultura, y a las cuales interrumpimos sus vidas para aplacar la caprichosa gula.

Nos encanta decir que la Naturaleza es cruel, para justificar nuestra propia crueldad sin renunciar a los privilegios que ofrece el destruirla. La culpa personal (y sobretodo el esfuerzo que conlleva reconocerla y erradicarla de nuestro comportamiento), es algo incómodo que tratamos de mantener alejado de nosotras. Nos encanta que las demás sean malas, para desviar la atención sobre nuestras responsabilidades. Somos una subdesarrollada protoespecie en constante estado de infantilidad irresponsable, pero la evolución contemporánea de la cultura del diálogo y un desarrollado discurso argumentístico sólo ha servido hasta la fecha para justificar las barbaries de siempre, en una retórica cada vez más tecnócrata y retorcida en el marco de la bulímia patriarcapitalista. Nuestras madres y abuelas se enamoraron del progreso tecnológico y lo llamaron progreso a secas, por la comodidad aparente que llevaba. Lo pagaron los árboles y los ríos, como todo el progreso que somos capaces de gestionar. Sin embargo, nuestro deber de rebeldía generacional (sin la cual no existe la evolución), es cuestionarlo. Por eso hay que decir no, al progreso de asfaltización de los prados, de su autopistación y maderación del bosque global, de retroexcavadoras, harversters y centrales atómicas. No al progreso de tierra quemada y consumo de personas. No a la cloacación de los océanos, no al maldito basuroceno. No al progreso del maltrato y despilfarro del agua. No a la esclavización y ejecución de especies animales... Sí al progreso de la ternura, el mimo y el cuidado. Sí al progreso del diálogo y el respeto. Sí al progreso de conservación natural y detención natalista. Sí al progreso de la humildad en las relaciones y el consumo. Debemos abandonar los territorios originales de miles de especies, renunciar al modelo macho de intervención e invasión colonialista.

La lucha ecologista mainstream, secuestrada por millares de falsas ecologistas que asfixian a las individuas en cifras o ratios, pretende que renunciar es un exceso. Las falsas ecologistas, adornadas con flores amputadas y digiriendo esclavitud y cadáveres, apoltronadas en los privilegios de su profunda huella ecológica sobre el planeta, tiene el mismo trabajo por hacer que las personas veganas que creen en un mundo artificial y patriarcapitalista, donde todo valga... menos aquello que ellas hayan decidido que no vale. La portavoz de la empresa ecoterrorista Monsanto declaró hace años que “la Naturaleza ha hecho bien su trabajo, pero es hora de que la sustituyamos...”). Pocos argumentos tan megalómanos como darle un codazo a la Naturaleza tratando de sustituírla en sus funciones para paliar situaciones que han sido provocadas precisamente por quien pretende enmendarlas. Llamando ciencia a lo que ayer se llamaba dios y aceptando el riesgo de un intervencionismo invasivo y paternalista con la Naturaleza, como la visión mascotista -y por tanto especista- de cierto animalismo, que confunde respeto con sobreprotección.



La fama de la animación “Buscando a Nemo” en el 2003 produjo un boom de niñas que rogaban a adultas que las compraran ejemplares de pez payaso para sus peceras, llegando a saquear a razón de un millón por año las poblaciones salvajes de esa especie. Se ha perdido el 50 % de los animales en las últimas décadas, el 80% de los mamíferos terrestres, no por caza legal e ilegal -pero también- o por motivos gastronómicos o lúdicos, sino por la pérdida de sus espacios, por la intervención humana, con intenciones positiva o negativas, y el expolio de sus terrenos de cría o alimentación, por la alteración de los equilibrios naturales que favorecían sus existencia. Perdemos las especies y ellas pierden sus culturas y son forzadas a caminos evolutivos diferentes a los que las convienen. Seguimos sin reconocer nuestra profunda ignorancia al respecto de métodos conservacionistas más allá de un “dejar en paz” a la naturaleza. Decrecimiento, decrecimiento, decrecimiento. Esa es la única vía, o extinguirnos llevándonos antes por delante a millones de especies más. La única intervención testada es, precisamente, no intervenir.


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La definición oficial de la palabra Intervencionismo define la protección del medio ambiente y la búsqueda de una forma de explotación humana sostenible de los recursos naturales. Bastante reformista, como vemos. Aplicado a un política animalista, sugiere la intervención humana en casos de que los animales no humanos sufran inconvenientes, accidentes o enfermedades que de modo individual o masivo, afecten a sus vidas e integridades, lo cual alberga cierta simpatía lógica para quienes abogamos por el valor de cada individua, avalado en la unicidad de las personas animales, más allá de una lectura poblacional o específica.

El intervencionismo entra de modo organizado en el discurso ambientalista, más allá de las puntuales acciones que mucha gente hacemos cuando salvamos una vida encontrada herida, porque es un instinto de comunidad opuesto al del egoismo. Entra en acción, como un modo de animalismo entendido desde el espectro vegano del respeto a la irrrepetibilidad de cada persona. Es tentador, es viable, es positivo. Sin embargo, actuar entendiendo lo racional como orden superior colisiona una vez más con otro “orden” que lleva miles de millones de años funcionando con éxito, el de la Naturaleza, la cual -recordemos- no es cruel ni maravillos, sino eficaz.

La pregunta salta de inmediato: ¿es entonces la Naturaleza “ordenada”? ¿obedece a sus propias reglas o hace de ellas un códice, condición sine qua non de su funcionamiento?. Pues en realidad no sabemos -tampoco- responder con certeza, pero todo apunta a que sigue pautas y “anomalías” a través de los eones, con cambios exponenciales y regenerativos. La reacción de las materias y las energías así como los intereses y asociaciones de todos los organismos vivos, desde bacterias hasta grandes vertebrados que -a pesar de las cinco extinciones anteriores-, ha sabido recrearse a sí misma con éxito una y otra vez.

En el Ordovícico Superior, hace 443 millones de años una edad de hielo acabó con el 60-70 % de todas las especies animales, entonces oceánicas, se trataba de la Primera Gran Extinción. La Segunda llegaría hace 360 millones de años, en el Devónico Superior (250 millones de años), la cual extinguió al 70 % de las especies. La Tercera, en el Pérmico-Triásico y asociada a actividad volcánica en Siberia, acabó con el 95 % de las especies, incluídos trilobites e insectos gigantes. La del Triásico-Jurásico hace 200 millones de años se llevó al 75 % de las especies, y dió paso a los dinosaurios. Y la Quinta, en el Cretáceo-Terciario, un meteorito caído en lo que ahora es México, junto a vulcanismo en lo que hoy es India, extinguió a los dinosaurios y los amonitas, dando paso a los mamíferos. Todas esas extinciones prehistóricas tuvieron en común la accidentalidad y la geotectónica, en catástrofes masivas de acción global repentina irremediable. Sin embargo -y llegamos al punto crucial- la Sexta Extinción en la que estamos inmersas y somos responsables, sucede en el Antropoceno con nuestra especie como dominante y tóxica, por nuestra culpa y por motivos irracionales de avaricia y falta de escrúpulos. La naturaleza está sufriendo un ataque indiscriminado por activo y pasivo con consecuencias mortales.

Y esa especie, la cual está acabando con cien mil millones de animales cada año para cubrir su capricho monetario-gastronómico y su vanidad, esa especie que extingue otras a un ritmo de 50.000 cada año, esa especie... ¿es la más adecuada para diseñar programas intervencionistas?. La pregunta se responde sola.

En caso de intervención ¿quién llevaría a cabo la realización de los proyectos de ayuda? ¿biólogas que catalogan especies asesinándolas? ¿carnistas en especies consideradas como carne también? ¿vivisectoras con una visión antropocéntrica de los animales no humanos? ¿cazadoras que salvan, sólo para poder disparar después? ¿expertas en ignorar que actuar sobre una especie siempre arroja consecuencias imprevisibles y a veces desastrosas en otras?. En el intervencionismo, como en toda actuación en terrenos que desconocemos, existe el riesgo del ecologismo al uso, es decir, del no ver, de desoir los lenguajes en que la naturaleza se comunica, las asociaciones, los lazos a nivel biológico y bacterial o de otros modos que descubrimos cuando el mal ya está hecho, tan insensato como destruir las cepas de enfermedades que extinguen unos animales para fortalecer a otras.

En breve gestionará la sociedad aquella infancia que creció jugando con la moda de los dinosaurios. Sospecho que, al integrarlos en su imaginario y su emocionario, pudieron normalizar también que los animales extintos son divertidos, que la extinción no es tan mala y que se puede sobrevivir en ella. La extinción, como la muerte, sólo es mala cuando sucede a las demás. Ese es el triunfo del neoliberalismo en pleno antropoceno.

La naturaleza no es machista, ni fascista, sino neutra, no obedece a una interpetación, ni a la miope capacidad de juicio humana, inapta por su condición parásita, para definir bueno o malo. Sólo sigue patrones de pervivencia y eficacia. Comparar a un animal atrapado en el hielo con un ser humano en la misma situación no es lícito, porque los animales viven en su medio original, y nosotras hemos construído nuestro artificio, creando de esa artificialidad un bienestar. No se trata de salvar a un corzo atrapado en el hielo como si fuera un ser humano -que lo haríamos a nivel individual, sin duda-, sino plantearse si el supuesto NO especismo de salvar a ese corzo es realmente especismo cuando ignoramos a todos los animales que vivirán con su cadáver. En este momento están muriendo de causas naturaleza millones de animales, y todas esas muertes son necesarias al ciclo de la vida.

Cuando se talan los árboles, se altera el ph de la tierra, se tocan sistemas radiculares y fúngicos establecidos a veces durante milenios. Cuando se erradica una planta de un ecosistema, el sistema se desequilibra, y lo pagan también los animales que viven en ese lugar, en ese equilibrio y no otro inventado por nuestra inteligencia subdesarrrollada. Cuando se mueven animales a nuestro capricho, se rompen cadenas, cuando se eliminan o se añaden faunas, se alteran relaciones antiguas que están porque funcionan, no porque sea indiferente su presencia. Llevamos estropeando todo desde hace cientos de miles de años, pero especialmente desde la Revolución Industrial

La violencia natural se incrementará exponencialmente tanto, cuanto más limitados sean los recursos de que dispongan los animales no humanos cuando nosotras expropiamos sus territorios. Más presión humana, más tensión, más violencia... El escenario ideal para que el ser humano venga a ¨salvar¨, con la metodología que lo caracteriza... Sobran palabras a cómo nos está yendo gracias a los métodos paliativos de la crisis ecológica planetaria, agravada hasta la masiva extinción de especies.

Ayudar por ayudar. No sólo a humanas, no en el nombre de dios, no porque la ley obligue, no porque el intelecto lo sugiera. Ayudar por ayudar, porque el corazón tiene sus exigencias. No todo puede ser decidido por el pensamiento. El amor, la bondad, el deseo de paz o el mero altruismo no cuantificable... ellos van a construir otro mundo menos mercantilista. El precio de una vida humana es incalculable, como la del ratón, pero la naturaleza no es un campo de batalla como presenta el mundo leído por los jerarcas machos, existe depredación, lentas muertes de inanición, parasitismo, competitividad, inviernos crudos y veranos tórridos letales, pero también la madre de león marino devorando el saco amniótico de su recién nacida, el cuidado grupal de las crías de muchas especies, la amistad, el amor, la cooperación, la simbiosis, la sinergia, el comensalismo, los pájaros tomando baños de arena, la devoción del macho de pinguïno emperador ayunando tres meses sin moverse con su huevo, las gacelas emborrachándose a proposito con fruta demasiado madura, las nutrias jugando con el barro y la lluvia, la felicidad de las hermanas suricatas persiguiéndose, la pasión de los salmones desobedeciendo la corriente, el mimo a sus frezas de la madre pulpo, las estrategias de engaño de la sepia, los bailes de cortejo de cientos de aves canoras, … el verdadero sentido de la vida, el esplendor de la naturaleza, allá donde nuestra especie no pretende que pueda sustituírla.

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