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miércoles, 22 de enero de 2020

CONTROL DE POBLACIÓN




En 1957, Ed Gein, una persona vecina de Plainfield (USA), fue detenida tras hallarse en su casa el cadáver decapitado de su última víctima colgando bocabajo de una viga de madera. El hallazgo coincidía en plena época de caza de osos en los bosques locales, donde docenas de hombres estaban acribillándolos, o en garajes desollando a sus víctimas. Legales, eso sí. El cuerpo de la víctima de Gein fue hallado en la posición en que se trocea y desuella a los animales llamados de caza. En su casa la policía encontró también, un cinturón hecho con pezones humanos alineados, tazas hechas con cráneos, objetos hechos con labios de mujer, una lámpara y un sillón de piel humana, máscaras de rostros humanos arrancados colgados de las paredes y una cabeza de otra mujer desaparecida hacía 3 años... Gein vestía a veces un chaleco con tirantes hecho con el torso despellejado de una mujer, así como unas polainas hechas con piel de piernas de mujer o cubría su rostro con rostros de mujeres muertas exhumadas del cementerio de Plainfield. La noticia conmocionó a todo el país y Ed Gein recibió el nombre de ¨El carnicero loco de Plainsfield¨. Su historia se traduciría a guiones de películas tan renombradas e inquietantes como psicosis de Alfred Hitchcock o ¨La matanza de Texas¨, así como la novela y conocido film ¨El silencio de los corderos¨. La sed de sangre de Gein, sin embargo, no era tan excepcional, si lo enfocamos según el prisma antiespecista. La sociedad humana está sustratada en que la vida y los cuerpos de las demás, nos pertenecen.

Nos electriza la piel saber que existen personas aparentemente inofensivas capaces de cometer actos semejantes, y nos apacigua pensar que se trata sólo de alteraciones a un mundo ordenado y armonioso, de nuestro mundo, donde hemos creído que somos capaces de respetarnos. Nos conmociona esa brutalidad, indiferencia, frialdad y falta de escrúpulos en traspasar ciertas líneas, pero no asociamos que lo que hacía Ed Gein con cadáveres es lo que se hace cotidianamente en restaurantes, curtidoras, casas particulares, mataderos o granjas: matar por placer, es decir, necrofilia. Un placer que llamamos psicopatía cuando el ser humano decide no asesinar a cualquiera de las millones de especies animales existentes, para hacerlo con una sóla, la sagrada, la exclusiva, la intocable: la suya propia. O tal vez con aquellas que hemos decidido que no se comen en nuestra cultura, como perros o gatos, y que por ello decidimos que quien sí lo hace, hace mal. La hipocresía como placebo.

Muy pocas veces he visto jabalíes vivos, pero documentando granjas peleteras, una tarde, pude ser testiga del jabali más grande que ví en mi vida. Estaba oculto en la maleza y de repente huyó con nuestra presencia como una exhalación, como una tormenta oscura y monstruosa. Maravillosamente monstruosa. Durante unos segundos pude escuchar el sonido denso de sus pezuñas empujando su inmensa animalidad sobre la hojarasca, con la cresta erizada como un grito de vida, mientras otras hembras corrían en su misma dirección. Son imágenes imposibles de olvidar, la memoria las retiene obsesivamente porque pertenecen a una modalidad de belleza insoportablemente bella. Los jabalies poseen algo mítico, son extrañas criaturas de pelo duro y aspero, ojos vivamente inteligentes y dulces, hocico húmedo y pinceles en la punta de las orejas. Son inmóviles estatuas de piedra cuando temen, en ese segundo ulterior son silencio, luego estampida y después, ni siquiera huellas. Desaparecen como sombras, como peces en el vasto océano del bosque polaco. Raramente los veo, pero dejan sus huellas y los rastros de su presencia muy cerca de mi casa, que es su casa.

Asociar históricamente la relación del jabali con el ser humano mediante el nexo de sus ejecuciones, es como justificar la existencia de las niñas con el la de la pederastia, como si los jabalíes o las niñas no existieran para sus propios fines, sino para servir a los degenerados placeres de personas enfermas. Me aburre soberanamente ese pesado Pan Tadeusz con el que el sistema educativo polaco ha torturado a las alumnas durante generaciones, un libro como tantos, lleno de patriarcado, asesinatos, impiedad, paternalismo, nacionalismo y sangre, que espero sea algún día relegado a las zonas polvorientas de cada biblioteca. La caza es la mayor expresión de la incapacidad de los machos humanos -y de algunas hembras aleccionadas en asesinar- para vivir en paz en tiempos de paz. Parece como que no estuvieran felices sin su guerra, sin su violencia. Sin olvidar que la caza es el pendón de la industria militar, tanto en armas como en municiones. Otro negocio de machos, como el de la maldita pirotecnia.

Las luchas contra plagas provocadas por la cría intensiva de cerdos, pollos, vacas, etc, señalan sin embargo también al consumo masivo de proteína animal (carne, pescado, queso, leche, huevos...) de la gente, como causantes de enfermedades. Carne y enfermedades son sinónimo. Y las instituciones -necrófilas estructurales- recurren al fascismo de masacres y exteriminios poblacionales por cientos de miles, de jabalíes, corzos, alces, bisontes, liebres, faisanes, y todo lo que se mueva en el bosque, incluídos perros y gatos u otros seres humanos (que llaman ¨accidentes¨, todavía no entiendo por qué, siendo tan previsibles), además de criminalizar al movimiento animalista que quiere impedirlo.

Que alguien pueda ser considerado “carne” legitima todos los crímenes que cometamos posteriormente. Aceptar que el destino del toro es la plaza o el del pollo ser carne, es aceptar que el fusilamiento es el destino de las disidentes a los regímenes dictatoriales o la violación la consecuencia de que una chica vista ¨provocativamente¨. El concepto de “carne” es el exponente radicular del fascismo. Templos, parlamentos, batidas de caza... son los lugares preferidos de los hombres para medirse la fe y la avarícia, y ver quién la tiene más grande. Todo poder es corrupto, todo mandamiento es degenerado, desde la aparente inocencia de mandar sentarse a un perro, el entrenamiento de animales o la propia educación de las niñas según un patrón jerárquico, hasta el hecho de tener empleadas a sueldo -la base de la esclavitud-, gestionar una empresa o dirigir un país. Cuando llamamos ¨mascota¨ a un perro, legitimamos llamar ¨comida¨ a un cerdo. Todo poder es fascismo y abuso de poder, todo ordenamiento es perverso, toda sumisión es vomitiva. Y en esas bases está hecho el mundo, en el poder y en la obediencia, por la fuerza bruta o la del chantaje, por la de un proyecto de bien común o a punta de pistola. Somos animales enfermos de poder sádico. Toda la civilización está mal construída. Y el bosque nos echa de menos.

El nazismo se fue, pero dejó su más preclara escuela: la caza.

No obstante, la realidad del equilibrio nos revela que el lobo debe volver como antaño a los bosques polacos, el es el gran controlador de los ecosistemas, las cazadoras humanas son tristes asesinas legales, cobardes francotiradoras al servicio de sus complejos, su envidia de pene y su megalomania infantil. Quienes alertan de la maldad del lobo son la misma gente que violan a vacas para robar su leche durante toda su vida, y luego ejecutarlas, mientras ejecutan a sus hijas. Las profesionales del odio, mediocres en todo menos en la mezquindad, que, aterradas por la sublime altitud del lobo, por su infinita ternura y pureza, difaman y eliminan al enemigo con quienes no pueden compararse en belleza. Debemos recuperar los códigos de cooperación con la naturaleza, permitirla regenerarse y regularse según sus necesidades, y no según nuestra avaricia. El parque de Białowieza debe ser ampliado considerablemente, debemos salvar el bosque original para que sus trillones de habitantes dispongan de materia vegetal en descomposición en abundancia, y que el ser humano deje de manosear y dibujar el mapa de la tierra como quien ordena un armario. Un gobierno que destruye los tesoros naturales y trata al 55 % de su población humana -las mujeres y la sistemática negación de sus intereses- como ciudadanas de segunda categoria, es un gobierno totalitario. Y en ese escenario, nada tan horrendamente patriarcal como la caza, la cual contiene predación, invasión, acoso, derribo y destrucción. Si los objetivos de la civilización fueran velar por la libertad, la vida, el respeto y el cuidado, la caza sería su antítesis, así que debe ser prohibida total y urgentemente. A menos que aceptemos que el asesinato pueda formar parte de la civilización, la caza debe ser erradicada.

Mientrastanto, en demasiados lugares del bosque, una de las bravuconadas más celebradas de la gente que caza, es la de ejecutar a una hembra preñada, o a una que esté amamantando y haya dejado sus crías en la madriguera. Además de la madre matada, la camada agoniza durante días de hambre y sed, lentamente, una a una, esperando a una mamá que jamás llegará. Esto no importa a la protohumana cazadora, está muy ocupada digiriendo cadáveres y usando todo su cociente intelectual en defender su derecho a asesinar. Nada más corrupto que la expresión “muerte humanitaria”, aunque ciertamente la humanidad está íntimamente asociada a la muerte prematura.

Actuar sin pensar es tan inútil como pensar sin actuar. Todo lo que compramos, hacemos o decimos son decisiones políticas. Solo el pensamiento es libre y neutro. Matar animales nos hace miserables, justificar esas muertes, repugnantes. Que adoremos o que despreciemos al animal que condenamos a muerte, como a menudo se usa como argumento en defensa de los asesinatos y concretamente en lo referente a la cinegética, al animal no le importa lo más mínimo. Porque el animal quiere vivir, y nuestro acto lo mata, no la palabra. El deseo de la vida es más poderoso que todos nuestros balbuceos sobre tradición, necesidad, gastronomía o deporte. Sólo quien entiende por qué defender a la infancia, entiende por qué defender a los animales. Matar es lo más fácil del mundo, mantener la vida, lo más dificil. Pero también lo más noble, necesario y urgente.

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