¿Posee
ética la naturaleza? ¿Cuál es su propósito?. ¿Obedece la vida a
un plan premeditado?. Esas y otras preguntas nos las llevamos
haciendo desde hace milenios. Tratando de responder a ellas mediante
la famosa miopía humana. A veces reconocemos nuestra incompetencia
para hacerlo, para delegar posteriormente esa ignorancia a un ente
ficticio llamado dios, que es el balbuceo que suena cuando la ciencia
no puede explicar algo.
Antropomorfizar
a los animales no humanos es tan anticientífico como no hacerlo.
Somos animales entre animales, con
diferencias significativas como cada animal con cada animal, y no por
ello dejamos de ser excepcionales y no por ello, ellos dejan de ser
excepcionales e irremplazables. Lo
antropocentrista es
justificar
nuestra
defensa de la naturaleza y de sus habitantes con la esperanza
de que las futuras generaciones humanas puedan disfrutar de su
riqueza. No, la
defensa de la vida no
tiene ninguna obligación de albergar ventaja alguna para la especie
humana, aunque de un
modo
pasivo pueda hacerlo. Su existencia es independiente de nosotras,
meras parásitas en la biosfera. La
naturaleza no existe para nosotras bajo ninguna ley, ni a nivel
emocional, ni como
almacén de recursos, ni bajo
el victimismo de la
propia supervivencia. La vida tiene sus propios intereses, desligados
de los nuestros, autosuficientes y con un valor intrínseco al margen
de nuestras valoraciones y necesidades. La vida es para sí misma, es
su dueña, dueña de su vida y dueña de su muerte.
Individualmente, todos los
animales anteponemos nuestra vida a la de las demás. Es el ego, que
planea pervivir, la total autonomía, imprescindible para
garantizarnos la existencia. Pretender, sin embargo, que cada
individua sea jerárquicamente superior, o que la especie a la cual
pertenece merezca más privilegios que las otras, es absolutamente
estúpido. Ahí, en esa y otras estupideces, nuestra especie triunfa
tristemente. Todos, absolutamente TODOS los argumentos en beneficio
de cualquier idea de superioridad inter e intraespecífica son
anticientíficos y megalómanos, cuando no directamente fascistas.
Tanto, que no es descabellado concluir que nuestra
pretendida superioridad sea fruto
del visceral terror a compararse ante las demás especies animales;
porque en una cotejación objetiva de virtudes y desventajas, nos
hallamos en claro desfavor.
La
biosfera cicla entorno a relaciones de todo tipo, aunque sólo
algunas conocemos: mutualismo, comensalismo, altruismo, parasitismo,
sinergia, reciprocidad, depredación, cooperación, alianzas,
dependencias interespecíficas e intraespecíficas, afiliaciones,
cuidado,... Relaciones no siempre prosociales y a veces incluso
riesgosas, como es un grooming (acicalamiento), donde quien lo ofrece
pierde atención y vigilancia ante los peligros. Que muchos animales
practiquen altruismo no significa que lo hagan con ética -pueden
tener intereses propios-, aunque también ¨despilfarran¨ energía y
recursos por el mero hecho de ayudar. Las neuronas espejo y las
neuronas fusiformes ayudan a interacturar en positivo, pero ni todas
las relaciones documentadas contienen ética, ni otras no la
contienen. Incluso el mundo de las plantas ofrece perspectivas más
allá de lo meramente funcional o automático. El 99,7 % de las
biomasa terrestre son plantas, sin ellas viviríamos unas semanas,
unos meses, todo lo más. Hay plantas cuyas raíces artrapan
nematodos y los digieren, hay muchas plantas carnívoras, más allá
de las 600 catalogadas. Las hojas de mimosa púdica se retraen cuando
se las toca, no como un reflejo mecanosensible -porque con el viento
o la lluvia no lo hacen-, sino con una cierta ¨voluntad¨ de
hacerlo, y las tipuanas dialogan químicamente con sus vecinas cuando
son atacadas. Lo que desconocemos de la flora es infinitamente más
de lo que conocemos, no en vano son los seres vivos más antiguos del
planeta. No es ya ninguna tontería otorgarle derechos de vida a
ciertas plantas, como a los árboles milenarios, por ejemplo.
Durante
las recientes quemas de bosque originario en la Amazonía, millones
de hectáreas que albergaban a trillones de animales y plantas,
fueron exterminadas para satisfacer la gula de proteína animal
europea. Enmedio de ese horror capitalista, hedonista y brutal como
cualquier genocidio, una imagen me sobrecogió con especial
virulencia; la de un oso hormiguero ciego el cual, con las patas
delanteras abiertas, tanteaba aquel aire viciado por el humo,
buscando escapar a ciegas. Esa visión ciertamente apocalíptica, me
sugirió la de todos los animales salvajes en el planeta, que vagan
en espacios cada vez más reducidos por la antropopresión,
muriéndose lentamente, perdidos. Cada vez que alguien decide
edificar otra innecesaria construcción o construir-ampliar
una absurda carretera, o cultivar otro
ambicioso proyecto agrícola o ganadero, ese terreno terrestre
-limitado cada vez más en todo el mundo-,
deja de pertenecer a sus habitantes originarios -o circunstanciales-,
para ser desahuciados de sus casas, extranjeros en su propia tierra,
descastados. Todas las excusas para no llevar una vida vegana, son
apoyar los hechos que hacen que aquel oso hormiguero siga deambulando
ciego hasta morir lentamente de hambre o accidente. Cuando se come
queso o carne, se matan a millones de animales, por la presión
cinegética, por incendios provocados o por mera reducción de sus
espacios vitales, así que veganismo y decrecimiento son parte de una
estrategia de renuncia que se opone por su propia naturaleza, al
crecimiento sostenible o a cualquier otra estrategia del capitalismo.
La
nuestra, especie autoproclamada ética, adolece de ella
escandalosamente. La
indiferencia al sufrimiento es la modalidad de odio más practicada
en el mundo.
La gente es poco
ecologista ...hasta que tiene dinero para serlo nada, pero
si se despilfarra es porque
se tiene de más, y si se
tiene de más es porque alguien tiene de menos... La
estupidez humana
sólo
piensa cuando quiere justificar estupideces, así
que
rezar por la
extinción humana es más cómodo que renunciar a
nuestros privilegios y caprichos,
luchando
por el
ahora como si fuera el mañana. El
mejor avance
ecologista
es dar pasos atrás.
Con
o sin moral, el bosque lleva siendo bosque sin atentar contra el
planeta, durante cientos de millones de años. Contiene
todas las asociaciones posibles, entre animales, entre plantas y
mutuamente, no me cabe la menor duda de que hay intencionalidad ética
en algunas de ellas.
La
imbecilidad humana
no
es un ser, sino un estar, un momento transitorio que puede desarmarse
cuando regamos el árbol del pensamiento crítico.
Ver
todo lo que ofrece la
sociedad
y no querer comprarlo, eso
es cambiar el mundo. La
más eficaz política de gestión de residuos es no generarlos. Somos
partes éticas de un planeta amenazado y torturado por nuestra
necedad, siendo sin embargo y paradójicamente, una de las especies
más vulnerables desde el punto de vista fisiológico. Somos animales
que reniegan de su animalidad sin poder escapar de ella. Un
mundo más justo se logrará cuando cambiemos la política del miedo
por la de
la noción
de nuestra fragilidad.
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