Seguidores

domingo, 29 de diciembre de 2019

LA MORAL DEL BOSQUE


¿Posee ética la naturaleza? ¿Cuál es su propósito?. ¿Obedece la vida a un plan premeditado?. Esas y otras preguntas nos las llevamos haciendo desde hace milenios. Tratando de responder a ellas mediante la famosa miopía humana. A veces reconocemos nuestra incompetencia para hacerlo, para delegar posteriormente esa ignorancia a un ente ficticio llamado dios, que es el balbuceo que suena cuando la ciencia no puede explicar algo.

Antropomorfizar a los animales no humanos es tan anticientífico como no hacerlo. Somos animales entre animales, con diferencias significativas como cada animal con cada animal, y no por ello dejamos de ser excepcionales y no por ello, ellos dejan de ser excepcionales e irremplazables. Lo antropocentrista es justificar nuestra defensa de la naturaleza y de sus habitantes con la esperanza de que las futuras generaciones humanas puedan disfrutar de su riqueza. No, la defensa de la vida no tiene ninguna obligación de albergar ventaja alguna para la especie humana, aunque de un modo pasivo pueda hacerlo. Su existencia es independiente de nosotras, meras parásitas en la biosfera. La naturaleza no existe para nosotras bajo ninguna ley, ni a nivel emocional, ni como almacén de recursos, ni bajo el victimismo de la propia supervivencia. La vida tiene sus propios intereses, desligados de los nuestros, autosuficientes y con un valor intrínseco al margen de nuestras valoraciones y necesidades. La vida es para sí misma, es su dueña, dueña de su vida y dueña de su muerte.

Individualmente, todos los animales anteponemos nuestra vida a la de las demás. Es el ego, que planea pervivir, la total autonomía, imprescindible para garantizarnos la existencia. Pretender, sin embargo, que cada individua sea jerárquicamente superior, o que la especie a la cual pertenece merezca más privilegios que las otras, es absolutamente estúpido. Ahí, en esa y otras estupideces, nuestra especie triunfa tristemente. Todos, absolutamente TODOS los argumentos en beneficio de cualquier idea de superioridad inter e intraespecífica son anticientíficos y megalómanos, cuando no directamente fascistas. Tanto, que no es descabellado concluir que nuestra pretendida superioridad sea fruto del visceral terror a compararse ante las demás especies animales; porque en una cotejación objetiva de virtudes y desventajas, nos hallamos en claro desfavor.


La biosfera cicla entorno a relaciones de todo tipo, aunque sólo algunas conocemos: mutualismo, comensalismo, altruismo, parasitismo, sinergia, reciprocidad, depredación, cooperación, alianzas, dependencias interespecíficas e intraespecíficas, afiliaciones, cuidado,... Relaciones no siempre prosociales y a veces incluso riesgosas, como es un grooming (acicalamiento), donde quien lo ofrece pierde atención y vigilancia ante los peligros. Que muchos animales practiquen altruismo no significa que lo hagan con ética -pueden tener intereses propios-, aunque también ¨despilfarran¨ energía y recursos por el mero hecho de ayudar. Las neuronas espejo y las neuronas fusiformes ayudan a interacturar en positivo, pero ni todas las relaciones documentadas contienen ética, ni otras no la contienen. Incluso el mundo de las plantas ofrece perspectivas más allá de lo meramente funcional o automático. El 99,7 % de las biomasa terrestre son plantas, sin ellas viviríamos unas semanas, unos meses, todo lo más. Hay plantas cuyas raíces artrapan nematodos y los digieren, hay muchas plantas carnívoras, más allá de las 600 catalogadas. Las hojas de mimosa púdica se retraen cuando se las toca, no como un reflejo mecanosensible -porque con el viento o la lluvia no lo hacen-, sino con una cierta ¨voluntad¨ de hacerlo, y las tipuanas dialogan químicamente con sus vecinas cuando son atacadas. Lo que desconocemos de la flora es infinitamente más de lo que conocemos, no en vano son los seres vivos más antiguos del planeta. No es ya ninguna tontería otorgarle derechos de vida a ciertas plantas, como a los árboles milenarios, por ejemplo.


Durante las recientes quemas de bosque originario en la Amazonía, millones de hectáreas que albergaban a trillones de animales y plantas, fueron exterminadas para satisfacer la gula de proteína animal europea. Enmedio de ese horror capitalista, hedonista y brutal como cualquier genocidio, una imagen me sobrecogió con especial virulencia; la de un oso hormiguero ciego el cual, con las patas delanteras abiertas, tanteaba aquel aire viciado por el humo, buscando escapar a ciegas. Esa visión ciertamente apocalíptica, me sugirió la de todos los animales salvajes en el planeta, que vagan en espacios cada vez más reducidos por la antropopresión, muriéndose lentamente, perdidos. Cada vez que alguien decide edificar otra innecesaria construcción o construir-ampliar una absurda carretera, o cultivar otro ambicioso proyecto agrícola o ganadero, ese terreno terrestre -limitado cada vez más en todo el mundo-, deja de pertenecer a sus habitantes originarios -o circunstanciales-, para ser desahuciados de sus casas, extranjeros en su propia tierra, descastados. Todas las excusas para no llevar una vida vegana, son apoyar los hechos que hacen que aquel oso hormiguero siga deambulando ciego hasta morir lentamente de hambre o accidente. Cuando se come queso o carne, se matan a millones de animales, por la presión cinegética, por incendios provocados o por mera reducción de sus espacios vitales, así que veganismo y decrecimiento son parte de una estrategia de renuncia que se opone por su propia naturaleza, al crecimiento sostenible o a cualquier otra estrategia del capitalismo.

La nuestra, especie autoproclamada ética, adolece de ella escandalosamente. La indiferencia al sufrimiento es la modalidad de odio más practicada en el mundo. La gente es poco ecologista ...hasta que tiene dinero para serlo nada, pero si se despilfarra es porque se tiene de más, y si se tiene de más es porque alguien tiene de menos... La estupidez humana sólo piensa cuando quiere justificar estupideces, así que rezar por la extinción humana es más cómodo que renunciar a nuestros privilegios y caprichos, luchando por el ahora como si fuera el mañana. El mejor avance ecologista es dar pasos atrás.

Con o sin moral, el bosque lleva siendo bosque sin atentar contra el planeta, durante cientos de millones de años. Contiene todas las asociaciones posibles, entre animales, entre plantas y mutuamente, no me cabe la menor duda de que hay intencionalidad ética en algunas de ellas.

La imbecilidad humana no es un ser, sino un estar, un momento transitorio que puede desarmarse cuando regamos el árbol del pensamiento crítico. Ver todo lo que ofrece la sociedad y no querer comprarlo, eso es cambiar el mundo. La más eficaz política de gestión de residuos es no generarlos. Somos partes éticas de un planeta amenazado y torturado por nuestra necedad, siendo sin embargo y paradójicamente, una de las especies más vulnerables desde el punto de vista fisiológico. Somos animales que reniegan de su animalidad sin poder escapar de ella. Un mundo más justo se logrará cuando cambiemos la política del miedo por la de la noción de nuestra fragilidad.








No hay comentarios:

Publicar un comentario