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lunes, 4 de noviembre de 2019

PLANETA DE LLUVIA





En diciembre de 1997 la ecologista vegana ( sin veganismo NO existe el ecologismo ), Julia ¨Butterfly¨ Hill se encaramó a una sequoya de 55 metros de altura y 1500 años de edad -a la que luego llamaría cariñosamente ¨Luna¨-, permaneciendo allí casi dos años. Julia y el resto de apoyo social y mediático salvaron a Luna de la empresa maderera que quería talarla, y a todos los árboles en un perímetro de 61 metros. Las sequoyas se consideran los seres vivientes más altos sobre el planeta, pero son tan importantes como los microhongos que viven bajo los árboles. Cada ser vivo cumple una función de reestructuración, nutrición, asociación, enriquecimiento y funcionalidad en la biosfera. No hay vida prescindible en la biosfera, salvo la del ser humano, a quien no se ha atribuído científicamente ninguna función en la vida, salvo la de exterminación.

Trillones de animales de unas 30 millones de especies (un cálculo muy relativo basado en estimaciones que varían desde el millón de especies catalogadas y los 100 millones que algunas científicas calculan existen sin ¨descubrir¨) se mueven o no por este planeta. Toda esa vida late especialmente en los océanos. Desde la misma piel de la superficie hasta profundidades abisales donde sólo hay plancton bacteriano y fumarolas hidrotermales con fauna asociada, hasta la tierra y sus primeros metros de subsuelo, o el aire, soportando carencias de oxígeno de hasta 9 kilómetros de altura. Hay tardígrados que toleran temperaturas cercanas al cero absoluto (-273 grados centígrados), hasta los 151 grados de temperatura.

Estamos interactuando con el universo. Atrapadas por la atracción del campo magnético terrestre, octillones de octillones de partículas de objetos colisionados contra la atmósfera y derivados de distantes puntos del espacio, se disuelven en minúsculas motas de polvo, cayendo como una lluvia constante sobre el planeta. Limpiamos nuestras casas de ellos, con mil modos, pero aparecen una y otra vez, se posan sobre los océanos, descienden hasta el fondo en lenta caída durante decenas o centenas años hasta que se depositan en él. Alfombran la tierra y son barridos por el viento una y otra vez. Una cifra incalculable de ellos abona los campos de cultivo, los bosques, los desiertos, los pantanos y las playas. No podríamos pesar ni acaso imaginar los millones de toneladas de polvo cósmico que la tierra acumuló durante toda su edad geológica, pero si algo se puede afirmar es que una estrella que estalló hace un millón de años, puede haber ayudado a crecer las judías que estamos comiendo hoy. Da qué pensar.

Podemos vivir sin animales ni plantas, claro, sin hongos ni paisajes. Podemos encerrarnos a sobrevivir en nuestro antropocentrismo y el artificio por él creado. Podemos ser las astronautas que pretendemos, a bordo de nuestros constructos, aisladas de todo, nutriéndonos químicamente y felices en una perfección aséptica y su tecnología, de la cual somos la cúspide de la pirámide. Pero cuando las astronautas bajan a la casa original, a la suciedad del prado, de nuevo tras una misión espacial, saborean la lluvia como por vez primera, chapotean en los ríos, se echan al sol y degustan un tomate fresco como si el mundo fuera eso. Y el mundo es eso, y estamos indisolublemente atadas a este planeta, que no es prescindible como nosotras sí lo somos. Porque nuestro cuerpo es millones de años más antiguo que nuestro corrupto pensamiento. El ser humano es un maldito petulante de engreídas maneras, y hay que salvarlo para salvarnos. Y salvar a todas sus especies. O cambiamos o nos extinguimos.

En la costa cantábrica de la península ibérica, las vascas se dice que fueron las inventoras de la caza de ballena con arpón, no se sabe si paralelamente a las normandas o con poco tiempo de diferencia, no importa. Se sabe que se especializaban en la ballena franca, confiada, poco agresiva y con un peso de hasta 60 toneladas, cuya grasa se usaba para los candiles, sus barbas para mangos de cuchillo o corses, y los huesos para mobiliario o construcción. Una de las técnicas para asesinar cetaceos era matar a la cría y arrastrarla hasta la playa, sabiendo que la madre jamás se separaría de ella, para después matarla también. Ya no hay ballenas francas en el atlantico norte, las exterminamos con la gracia que nos caracteriza, la última asesinada en tierras vascas fue el 14 mayo de 1901. Con invención del arpón de dinamita en 1954, la caza de ballenas se convirtió en su sentencia de extinción y a sus ejecutoras, en mero pelotón de fusilamiento, porque la caza es eso, gente subdesarrollada éticamente ejecutando inocentes. Esta es una historia de las historias, en la doctrina de la nostalgia del asesinato, de la artesania del mal, como museos de caza y pesca que reproducen la tecnocracia del crímen, como nostálgico sería reproducir las técnicas sofisticadas de tortura y exterminio de las nazis o los gulags. Mientras los parques zoológicos, gettos pseudocientíficos, hablan de sus habitantes como "colección de ejemplares", como si fueran sellos...

El 83 % del suelo cultivado está contaminado de pesticidas, las abejas y muchos otros insectos polinizadores o no, son así fumigadas por millones. Se usa el hambre humana del mundo -provocada por el reparto injusto y el neocolonialismo, no por la falta de comida-, como método para promocionar los GMO. Las posibilidades, la fe, las promesas y las esperanzas que nos venden entorno a la tecnología de la transgenia forman parte de credos, de chamanismos dentro de la dinámica de una ciencia no neutral que come de la mano del capital. El problema principal del GMO es que te adentras en el gen, en la célula, y eso no se hizo JAMÁS, por lo tanto las consecuencias son simplemente IMPREDECIBLES, por más charanga que vendan arrogantes y avariciosas irresponsables. En un mundo macho capitalista donde decenas de guerras están en marcha, el cambio climático, billones de personas sin necesidades básicas cubiertas, la Sexta extinción de especies, la crisis ecológica brutal e irreversible, amenazadas como estamos a la propia extinción en poco tiempo ¿realmente podemos permitirnos el lujo de ser tan ignorantes? ¿Se puede arriesgar modificar la esencia de la vida en beneficio del capitalismo?. ¿Para qué queremos aumentar la producción de alimento cuando la mitad se despilfarra en una gestión meramente mercantilista? ¿Para qué aumentar la oferta gastronómica cuando el capitalismo que nos la ofrece se está encargando de destruir la soberanía alimentaria y la riquísima variedad de semillas del planeta?.

La historia del feminismo o de la literatura, el avance de la demolición de la barreras entre especies, la odisea aeroespacial, la colonización de la galaxia, los incunables, la primera clepsidra, la fauna circumpolar, la cibernética, la criogenización, el dominio de los genomas, ... nada de ello servirá de nada cuando las herederas humanas de este mundo se empiecen a despedazar entre sí por la falta de comida y agua que nuestro despilfarro las provocará. No es una fantasía, hoy día se están matando por agua o alimento, existen refugiadas y migradas climáticas o por la guerra de los recursos, lejos de tu casa, y llegan hinchadas y azules a nuestras playas preferidas de las vacaciones...

Hay quien tiene frio y se pone un jersey, y hay quien calienta toda la casa para poder seguir yendo en camiseta por ella. Esa es la metáfora del calentamiento global por el antropoceno. Demasiada gente se identifica con las luchas en la medida en que no menoscaben sus privilegios. Tan absurdo como no comer animales porque ¨son nuestros amigos¨, !! vaya tontada!!, como si el derecho a la vida dependiera de la amistad y no del intrínseco derecho biocentrista. Pero hay sólo dos tipos de capitalismo: al contado y a plazos. Lo demás son sueños de locura. Somos demasiado grandes, demasiado machos, abarcamos territorios desmesurados, aspiramos a metas absurdas y megalómanas, hay que volver a pensar en pequeño. Porque cuando se viaja de vacaciones a 5 o 10.000 kms se promueve la fantasía de que todo el mundo tiene ese derecho, y esos viajes cuestan vidas de gente por el control del petróleo que lo hizo posible. Nuestro poder económico no es nuestro poder real, el poder real es No Querer. El querer es un mero reto que el patriarcado acepta, excitado porque ama la competición. El capitalismo vive de la esclavitud y de malvender el tiempo de vida que tenemos, de ese querer, del suicídio diario para conseguir comprar lo que se vende. Y nadie NUNCA logra satisfacerse. NUNCA. Por eso hay que volver a pensar en pequeño, en cosas sencillas y comprensibles, en velocidades que podamos controlar y frenar sin traumas, si es necesario, aunque sólo sea para no atropellar. Ninguna vida vale una gula, ningún dolor merece un deseo, ningún sueño ajeno merece el sacrificio de nuestra identidad. Hay que recuperar la belleza de lo sucio y salvaje.

No tenemos plan B, no hay otro planeta tan perfecto, tan hermoso, o un poco menos, o un poco más, que este. Todas las fantasías de colonias en otro planetas feos quedan en el mundo fictício del cine infantil y en las megalómanas expediciones astronáuticas a costa de guerras petrolíferas y niñas sin agua. Y es esa vacuidad la que destruye al mundo y mata a las niñas. No queremos ser realistas en el sentido onanista y depredador que nos inculcaron, porque nuestra paranoia la pagan las demás. Luchemos por este planeta. Contra las mercaderes: renuncia y humildad. Contra la estupidez popular: mundos comunes abarcables y respirables. Contra la egolatría de lo insalvable: el pragmatismo del deseo de la vida. Por un sólo árbol cambiaría toda la historia del pensamiento humano. Por una flor, la de todas las religiones.

La lluvia es el lujo de las sedientas, el consuelo del polvo, el aire de la fruta. La lluvia es la respuesta del cielo a la respiración de la tierra evaporando sus alientos hacia arriba. “Toma”, dice el cielo goteando lluvia, “te devuelvo lo tuyo”. La lluvia es una diosa de benevolencia, voluble e impredecible. La lluvia es la causante de nuestro pan. Los bosques de nuestro territorio es nuestro Amazonas, los parques de la ciudad, el pulmón de sus habitantes y el nido de otros habitantes emplumados con todo derecho a vivir allí. Los espacios naturales, sean reservas o no, constituyen el único tesoro realmente valioso del lugar donde vivamos. Todo lo normal ahora fue atípico en su momento, podemos empezar a decrecer ahora o lo haremos abruptamente cuando la realidad pinche nuestra estúpida burbuja. Hay una vida más humilde que abandonamos hace unas décadas, debemos volver a la vida de antes, a las necesidades de antes... con la ética de mañana. El veganismo y el ecologismo están indisolublemente asociados en la necesidad de salvar vidas individuales, vidas colectivas y los lugares donde existen. Es un reto urgente y depende de tí y de mí.

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