En
diciembre de 1997 la ecologista vegana ( sin veganismo NO existe el
ecologismo ), Julia ¨Butterfly¨ Hill se encaramó a una sequoya de
55 metros de altura y 1500 años de edad -a la que luego llamaría
cariñosamente ¨Luna¨-, permaneciendo allí casi dos años. Julia y
el resto de apoyo social y mediático salvaron a Luna de la empresa
maderera que quería talarla, y a todos los árboles en un perímetro
de 61 metros. Las sequoyas se consideran los seres vivientes más
altos sobre el planeta, pero son tan importantes como los
microhongos que viven bajo los árboles. Cada ser vivo cumple una
función de reestructuración, nutrición, asociación,
enriquecimiento y funcionalidad en la biosfera. No hay vida
prescindible en la biosfera, salvo la del ser humano, a quien no se
ha atribuído científicamente ninguna función en la vida, salvo la
de exterminación.
Trillones
de animales de unas 30 millones de especies (un cálculo muy relativo
basado en estimaciones que varían desde el millón de especies
catalogadas y los 100 millones que algunas científicas calculan
existen sin ¨descubrir¨) se mueven o no por este planeta. Toda esa
vida late especialmente en los océanos. Desde la misma piel de la
superficie hasta profundidades abisales donde sólo hay plancton
bacteriano y fumarolas hidrotermales con fauna asociada, hasta la
tierra y sus primeros metros de subsuelo, o el aire, soportando
carencias de oxígeno de hasta 9 kilómetros de altura. Hay
tardígrados que toleran temperaturas cercanas al cero absoluto (-273
grados centígrados), hasta los 151 grados de temperatura.
Estamos
interactuando con el universo. Atrapadas
por la atracción del campo magnético terrestre, octillones
de octillones de partículas de objetos
colisionados contra la atmósfera y derivados de
distantes puntos del espacio, se disuelven
en minúsculas motas de polvo, cayendo
como una lluvia constante sobre el planeta. Limpiamos
nuestras casas de ellos, con mil modos, pero aparecen una y otra vez,
se posan sobre los océanos, descienden hasta el fondo en lenta caída
durante decenas
o centenas años
hasta que se depositan en él. Alfombran la tierra y son barridos por
el viento una y otra vez. Una cifra incalculable de ellos abona los
campos de cultivo, los bosques, los desiertos, los pantanos y las
playas. No podríamos pesar ni acaso imaginar los millones de
toneladas de polvo cósmico que la tierra acumuló durante toda su
edad geológica, pero si algo se
puede
afirmar es que una estrella que estalló
hace un millón de años, puede haber ayudado a crecer las judías
que estamos
comiendo hoy. Da qué
pensar.
Podemos
vivir sin animales ni plantas, claro, sin hongos ni paisajes. Podemos
encerrarnos a sobrevivir en nuestro antropocentrismo y el artificio
por él creado. Podemos ser las astronautas que pretendemos, a bordo
de nuestros constructos, aisladas de todo, nutriéndonos
químicamente y felices en una
perfección aséptica y su tecnología, de
la cual somos la cúspide de la pirámide. Pero cuando las
astronautas bajan a la casa original, a la suciedad del prado, de
nuevo tras una misión espacial, saborean la lluvia como por vez
primera, chapotean en los ríos, se echan al sol y degustan un tomate
fresco como si el mundo fuera eso. Y el mundo es eso, y estamos
indisolublemente atadas a este planeta, que no es prescindible como
nosotras sí lo somos. Porque nuestro cuerpo es millones de años más
antiguo que nuestro corrupto pensamiento. El ser
humano es un maldito petulante de
engreídas maneras, y hay que salvarlo para salvarnos. Y salvar a
todas sus especies. O cambiamos o nos extinguimos.
En
la costa cantábrica
de la península ibérica, las vascas se
dice que fueron las inventoras de la caza de ballena con arpón, no
se sabe si paralelamente a las normandas o con poco tiempo de
diferencia, no importa. Se sabe que se
especializaban en la ballena franca, confiada, poco agresiva y con un
peso de hasta 60 toneladas, cuya grasa se usaba para los candiles,
sus barbas para mangos de cuchillo o corses, y los huesos para
mobiliario o construcción. Una de las técnicas
para asesinar cetaceos era matar a la cría
y arrastrarla hasta la playa, sabiendo que la madre jamás
se separaría
de ella, para después
matarla también.
Ya no hay ballenas francas en el atlantico norte, las exterminamos
con la gracia que nos caracteriza, la última
asesinada en tierras vascas fue el 14 mayo de 1901.
Con invención
del arpón de dinamita en 1954, la caza de ballenas se
convirtió en su sentencia de extinción y a sus ejecutoras, en
mero pelotón de fusilamiento, porque la caza es eso, gente
subdesarrollada éticamente ejecutando inocentes. Esta
es una historia de las historias, en la doctrina de la nostalgia
del asesinato, de la artesania del mal, como
museos de caza y pesca que reproducen la
tecnocracia del crímen, como nostálgico
sería reproducir las técnicas
sofisticadas de tortura y exterminio de las nazis o
los gulags. Mientras los parques zoológicos, gettos
pseudocientíficos, hablan de sus habitantes como "colección de
ejemplares", como si fueran sellos...
El
83 % del suelo cultivado está contaminado de pesticidas, las abejas
y
muchos otros insectos polinizadores o no, son
así fumigadas
por millones.
Se
usa el hambre humana del
mundo -provocada por el reparto injusto y el neocolonialismo, no
por la falta de comida-, como método para promocionar los
GMO. Las posibilidades, la fe, las promesas y las esperanzas que nos
venden entorno a la tecnología de la transgenia
forman parte de credos, de chamanismos dentro de la dinámica de una
ciencia no neutral que come de la mano del capital. El problema
principal del GMO es que te adentras en el gen, en la célula, y eso
no se hizo JAMÁS, por lo tanto las
consecuencias son simplemente IMPREDECIBLES, por más charanga que
vendan arrogantes y avariciosas irresponsables.
En un mundo macho capitalista donde decenas de
guerras están en marcha, el cambio climático, billones de personas
sin necesidades básicas cubiertas, la Sexta extinción de especies,
la crisis ecológica brutal e irreversible, amenazadas como estamos a
la propia extinción en poco tiempo ¿realmente podemos permitirnos
el lujo de ser tan ignorantes? ¿Se puede
arriesgar modificar la esencia de la vida en beneficio del
capitalismo?. ¿Para qué queremos aumentar la producción de
alimento cuando la mitad se despilfarra en una gestión meramente
mercantilista? ¿Para qué aumentar la oferta gastronómica cuando el
capitalismo que nos la ofrece se está encargando de destruir la
soberanía alimentaria y la riquísima variedad de semillas del
planeta?.
La
historia del feminismo o de la literatura, el avance de la demolición
de la barreras entre especies, la odisea aeroespacial, la
colonización de la galaxia, los incunables, la primera clepsidra, la
fauna circumpolar, la cibernética, la criogenización, el dominio de
los genomas, ... nada de ello servirá de nada cuando las herederas
humanas de este mundo se empiecen a despedazar entre sí por la falta
de comida y agua que nuestro despilfarro las provocará. No es una
fantasía, hoy día se están matando por agua o alimento, existen
refugiadas y migradas climáticas o por la guerra de los recursos,
lejos de tu casa, y llegan hinchadas y azules a nuestras playas
preferidas de las vacaciones...
Hay
quien tiene frio y se pone un jersey, y hay quien calienta toda la
casa para poder seguir yendo en camiseta por ella. Esa es la metáfora
del calentamiento global por el antropoceno. Demasiada gente se
identifica con las luchas en la medida en que no menoscaben sus
privilegios. Tan
absurdo como no comer animales porque ¨son nuestros amigos¨, !!
vaya tontada!!, como si el derecho a la vida dependiera de la amistad
y no del intrínseco derecho biocentrista. Pero
hay
sólo dos tipos de capitalismo: al contado y a plazos. Lo demás son
sueños de locura. Somos demasiado grandes, demasiado machos,
abarcamos territorios desmesurados, aspiramos a metas absurdas y
megalómanas, hay que volver a pensar en pequeño. Porque
cuando se
viaja de vacaciones a 5 o 10.000
kms se promueve
la fantasía de que todo el mundo tiene ese derecho, y esos
viajes
cuestan vidas de
gente por el control del petróleo que lo hizo posible. Nuestro
poder económico no es nuestro
poder real, el
poder real es No
Querer. El querer
es un mero reto que el patriarcado acepta, excitado porque ama la
competición. El
capitalismo vive de la esclavitud y de
malvender el tiempo de
vida que tenemos, de ese querer, del
suicídio diario para conseguir comprar lo que se
vende. Y nadie NUNCA
logra satisfacerse.
NUNCA. Por eso hay que volver a
pensar en pequeño, en cosas sencillas y comprensibles, en
velocidades que podamos controlar y frenar sin traumas, si es
necesario, aunque sólo sea para no atropellar. Ninguna vida vale una
gula, ningún dolor merece un deseo, ningún
sueño ajeno merece el sacrificio de nuestra
identidad. Hay que recuperar la belleza de lo sucio y salvaje.
No
tenemos plan B, no hay otro planeta tan perfecto, tan hermoso, o un
poco menos, o un poco más, que este. Todas las fantasías de
colonias en otro planetas feos quedan en el mundo fictício del cine
infantil y en las megalómanas expediciones astronáuticas a costa de
guerras petrolíferas y niñas sin agua. Y es esa vacuidad la que
destruye al mundo y mata a las niñas.
No queremos ser realistas en el sentido onanista
y depredador que nos inculcaron, porque nuestra paranoia la pagan las
demás. Luchemos por este planeta. Contra las mercaderes: renuncia y
humildad. Contra la estupidez popular: mundos comunes abarcables y
respirables. Contra la egolatría de lo insalvable: el pragmatismo
del deseo de la vida. Por
un sólo árbol cambiaría toda la historia del pensamiento humano.
Por una flor, la de todas las religiones.
La
lluvia es el lujo de las sedientas, el consuelo del polvo, el aire de
la fruta. La lluvia es la respuesta del cielo a la respiración de la
tierra evaporando sus alientos hacia arriba. “Toma”, dice el
cielo
goteando
lluvia,
“te devuelvo lo tuyo”. La lluvia es una diosa de benevolencia,
voluble e impredecible. La lluvia es la causante de nuestro
pan. Los bosques de nuestro territorio es nuestro Amazonas, los
parques
de la ciudad, el pulmón de sus habitantes y el nido de otros
habitantes emplumados con todo derecho a vivir allí. Los
espacios naturales, sean reservas o no, constituyen el único tesoro
realmente valioso del lugar donde vivamos. Todo
lo
normal ahora
fue atípico en su momento,
podemos empezar a decrecer ahora o lo haremos abruptamente cuando
la realidad pinche nuestra estúpida burbuja. Hay una vida más
humilde que abandonamos hace unas décadas, debemos volver a la vida
de antes, a las necesidades de antes... con la ética de mañana. El
veganismo y el ecologismo están indisolublemente asociados en la
necesidad de salvar vidas individuales, vidas colectivas y los
lugares donde existen. Es
un reto urgente y depende de tí y de mí.
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