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sábado, 28 de septiembre de 2019

Todas somos delincuentes

Hará cerca de 20 años que un día organizamos un evento en una plaza pública, no recuerdo bien qué, sería alguna comida popular, mercado de intercambio con actuaciones musicales en el barrio de Gràcia de Barcelona, o algo así. La misión estrictamente política del acto era, como siempre en los ambientes anarquistas, enlazar tejido barrial, mezclando culturas, edades, ¨clases¨ sociales, en algo lúdico. Era lo que hacíamos, y funciona. Empapelamos con un rollo entero de papel de embalar la entrada de un banco -estaba cerrado ese día, pero había cajero automático que clausuramos- para que las crías hicieran un mural con lo que quisieran pintar. Todo transcurría con normalidad, la gente que quería sacar dinero de ese cajero entendía lo que hacíamos y se iba a otro sin mucha tragedia, pero un hombre de unos 50 años, agresivamente, rompió vociferando el papel y dijo que quería sacar dinero, y ya. La cara de las niñas encendió mi ira y fuí – como una imbécil- desde el otro lado de la plaza hacia él, a desafiarle, a increparle y a gritarle si le pareció bien lo que había hecho, mientras me mataba la cara de las niñas, que nos miraban asustadas y que en lugar de avergonzarme, me envalentonaba su tristeza y estupefación. No le habría agredido físicamente, aunque le doblara en tamaño, porque no soy así, pero sí quería enfrentarle a sus actos. Inmediatamente otra persona, compañera suya, casi sinhogar, alcoholizada, de las que andaba por el barrio, se interpuso y trató de dialogar conmigo, exponiéndome que yo no sabía la vida que había tenido aquel tipo, yo le hablé de las niñas (mi empatía con las niñas está a la altura de la que siento por los animales no humanos), y dijo entenderme, pero también que aquel tipo lo había pasado mal. Me abrazó y me desarmó, claro.

Es una de esas lecciones de vida que una aprende, ya entonces se gestaba el veganismo en mí -entonces sólo era vegetariana-, empatizar con el dolor ajeno, ponerse en la piel de quien sufre y no juzgar alegremente. Recuerdo pocas cosas de mi vida, pero ese recuerdo me persigue. Ciertamente no sé cómo vivió esa persona, si fue encarcelada, si fue maltratada, si la dieron palizas desde niña, si la humillaron salvajemente, si nadie la quiso, si no disfrutó de todos los privilegios que yo sí había disfrutado, en un hogar con amor. Se puede juzgar sólo desde la igualdad, no desde la jerarquía de un supuesto Arriba y un supuesto Abajo.

¨La rica nunca entra en la cárcel y la pobre nunca sale¨, todas hemos oído esa frase, certera y dolorosa. Las cárceles son inodoros de venganza donde vertemos lo que consideramos excremento en nuestro concepto de sociedad. Pero todas las presas son políticas y todas somos delincuentes. Los delitos más comunes son de pobreza, las violencias y las agresiones proceden muy a menudo de infancias traumáticas, de fracasos vitales, de sociedades mal hechas, excluyentes y letales. Si alguien nos hubiera pegado o violado sistemáticamente en nuestra infancia podríamos sin problema acabar suicidándonos, matando o delinquiendo... y quién podría juzgarnos. Quién podría aseverar que una injusticia en respuesta a una injustícia no es un acto lógico y desesperado de autoestima herida. Por eso todas las presas son políticas, porque son el resultado del fracaso de la educación y de la cultura del cuidado, donde la violación se erige como respuesta a otra violación previa. Quien esté libre de pecado...

Es dificil -y lo entiendo-, establecer mecanismos de compasión con todo el mundo, a veces el miedo, la rabia, la ira (imbéciles, como la mía en aquella plaza), nos hacen entender el tomar decisiones rápidas como correctas, y acabamos solucionándolo todo con penas de muerte, encarcelamiento a perpetuidad y esas ¨soluciones´tan propias y asociadas al fascismo.

Todas somos delincuentes como todas somos enfermas. No existe NADIE en el mundo que durante su vida no haya enfermado o violado una o varias leyes, en una o varias ocasiones. La ¨justicia¨ oficial es permisiva con esos delitos y los considera faltas, incluso cuando son delitos de carácter estrictamente político. Entonces recibimos una amnistía hecha desde la comprensión y sobretodo desde la imposibilidad de encarcelar a todo el mundo (juezas, magistradas, fiscales y letradas incluídas). Lo demás: multas, embargos, etc, son sólo burdas maneras de engordar el erario público que usa el poder para amedrentarnos. Estrategias coercitivas que -con mayor o menor resultado-, mantienen su orden público.

Acabo de enterarme que ha ingresado en prisión una persona vegana que conozco, por una condena pendiente y diversos delitos, relacionados con su paupérrima infancia y una cadena de malas suertes asociada a su carácter rebelde. No es que fuera mi amiga, pero sí hablé algunas veces con ella y me ha entrado una tristeza grande. Es una persona agresiva, con problemas de orgullo y de resolución de conflictos fuera de la violencia, obstinada como cada cual quien ha sufrido y se ha rebelado a someterse. No le juzgaré por lo que hace mientras no agreda a personas inocentes, que es lo que ha llegado a hacer y es lo que me da rabia. Quizás necesite calmarse de algún modo, pero la prisión no la ayudará demasiado, porque allí se mezclan frustraciones y complejos con impotencias y tristezas. La voluntad de enmendarse y de respetar lo respetable no basta muchas veces. Esta noticia me ha hecho escribir esto para concluir que la cárcel no es una solución a nada.

Del mismo modo que salimos a la calle a protestar contra el cambio climático sin renunciar a nuestros privilegios consumistas y a nuestro histriónico estado de bienestar y despilfarro, así funciona la cárcel, como parte de una estrategia chapucera y capacitista de pretendidas soluciones que no son más que las alfombras que cubren bien nuestra suciedad, cuando esa suciedad no son las personas presas, sino las circunstancias sociales, políticasy económicas que propiciaron la existencia de los crímenes y los delitos.

Por un mundo sin cárceles: revisemos nuestros privilegios, demos la vuelta al pensamiento erróneo, trabajemos la cultura del cuidado y la igualdad.

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