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LAS
OTRAS
“Pero pronto exclamó,
con solemne y triste entusiasmo: moriré, y lo que ahora siento no
durará mucho. Pronto cesará este fuego abrasador. Subiré
triunfante a mi pira funeraria, y exultaré de júbilo en la agonía
de las llamas. Se apagará el reflejo del fuego, y el viento
esparcirá mis cenizas por el mar. Mi espíritu descansará en paz;
o, si es que puede seguir pensando, no lo hará de esta manera.
Adiós.
Con estas palabras
saltó por la ventana del camarote a la balsa que flotaba junto al
barco. Pronto las olas lo alejaron, y se perdió en la distancia y en
la oscuridad”.
Estos son
los últimos párrafos de Frankenstein, manuscrito
en 1816 de la
autora inglesa Mary Shelley, cuando el
monstruo huye atormentado por la sociedad y desahuciado de su
comprensión. Más
allá de una obra literaria considerada
del género de terror gótico,
Frankenstein aborda
un tema que me obsesiona desde hace décadas, el de la Soledad del
Monstruo, el de
la situación emocional de alguien
discriminada
por motivos derivados de su ruptura con la sociedad. Dichos
motivos varían
en cada época si hablamos de los seres humanos (por
ejemplo, millones de personas odiaron a
Hitler, muchos otros millones también le adoraban),
aunque no es
sobre sociopsicología
que quiero hablar. El destino de los monstruos lo definió
perfectamente el replicante Nexus-6 de la legendaria película Blade
Runner en sus dos
últimas frases:
¨Todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia. Es
hora de morir¨, antes de desconectarse.
Porque morir es el destino del monstruo, excluírlo de nuestro
concepto de sociedad, marginarlo para que no moleste, desacreditarlo,
burlarlo, vilipendiarlo, relevarlo
de mil modos, destruirlo y -en el caso de
los animales no humanos, como monstruos a
nuestro ojos- también
explotarlo,
despedazarlo e incluso devorarlo. Para
que no quede nada de él, para que nunca
haya existido.
La
figura del monstruo encarna el papel de
La Otra, la que no es nosotras.
Pero el concepto de ¨la
otra¨ es una falacia asociada intrínsecamente a nuestro primer
boceto de cultura. En el momento en que una cultura consideraba
diferente -y por lo tanto una amenaza-, a otra cultura, dejaban de
ser dos culturas paralelas ejerciendo sus genuínos derechos a ser,
para pasar a ser enemigas declaradas, y por lo tanto odiadas uni o
bilateralmente. La diferencia, que debiera ser riqueza y ejemplo en
muchas ocasiones, se deformaba hacia algún tipo de riesgo para
nuestro estilo de vida. Considerar a ¨otra¨, una alguien sujeta a
nuestro juicio -siempre subjetivo-, es una actividad mayoritariamente
masculina, al menos desde que tenemos documentación escrita, así
que la discriminación tiene un orígen eminentemente patriarcal y
macho.
La figura de la ¨Otra¨ es
un elemento de conflicto, en lugar de un elemento de diversidad, como
en el caso de las personas migrantes, las personas LBGTQ+,
las pobres paupérrimas, las desheredadas, por lo tanto, el
primer paso a la hora de cosificar a los animales no humanos, por
ejemplo, consistió y consiste en otorgarles Otredad. Al negarles
cualquier paridad con nosotras, entendemos el nosotras como un grado
de beneficio con acceso a ciertos privilegios superiores a los suyos,
y a menudo si no siempre, a costa de ellas. Y para relegarlas a esa
otredad de segunda categoría nos basamos en baremos intelectuales
sobretodo.
Pero la
inteligencia humana no es uniforme. Hay mentes más propensas a lo
tecnológico, otras al pensamiento abstracto, o a la creatividad
espontánea, entre muchos ejemplos, y todas ellas resuelven
brillantemente cada reto o conflicto. Con métodos que incluyen la
casualidad o el acierto-error. La inteligencia de los animales no
humanos funciona de modo similar, bien entre individuas o incluso a
nivel de especie. Muchos animales no humanos descifran con facilidad
enigmas que la mayoría de seres humanos jamás lograría (casos de
memoria visual de personas con asperger o autismo), poseyendo
inteligencias emocionales muy variadas, preventivas, simplificadoras
-que no simples, en absoluto-, tan o más complejas que las humanas,
y con una capacidad de solvencia y resolución en experimentación
altísima, comparativamente a la nuestra. Por lo
tanto cabe afirmar, que NO hay
inteligencias menores o mayores, hay inteligencias variadas y
variables, tipos de inteligencia, que evolucionan a distintos
escenarios -que no a distintos niveles- cualitativos y cuantitativos.
Sin
embargo es partidista interponer argumentos antropocentristas - a
cuál más complejo- entre el corazón desnudo del cerdo y el de la
humana. Quien necesita que le expliquen por qué no se debe matar o
esclavizar, sin echar mano de la emoción, la empatía, la compasión
o el amor (el más poderoso argumento), facilmente volverá a
rechazar la conexión entre los animales. Utilizando cualquier
subterfugio, cualquier simulacro. El pensamiento NUNCA sustituirá al
sentimiento, pese a que creamos que la inteligencia es nuestra única
o mejor herramienta, hay que usar la simpatía empática en positivo.
La
Soledad del Monstruo, la fosa de silencio a la que arrojamos a los
animales no humanos, el desprecio que sólo confirma nuestra
minusvalía ética, es sin embargo un excelente escenario para la
empatía. A veces
basta con que todas odien a alguien, para que debamos
amarla. Por
eso cuando conozco
a una persona humana noble, generosa, buena e inocente siempre me
pregunto qué animal la habrá enseñado a ser así. La
popularidad de la expresión ¨Tratar como a un animal¨ nos confirma
que toda
la gente sabe muy
bien cómo son tratados los animales no humanos, y
pese a ello, siguen haciéndolo, o creyendo que se puede ejecutar a
alguien de un modo benévolo.
Sólo hay que hacer ver a
la sociedad que,
aunque ella no maltrate directamente, cualquier uso de animales es
brutal y cruel, siempre. El
animal no humano es considerado el viejo monstruo a despreciar, a
temer y a combatir, como en aquel prisma absurdo en que la naturaleza
se convierte en enemiga a la que someter, en lugar de cooperante con
la cual coexistir.
Todos
los animales nos comunicamos, incluso
las plantas lo hacen. Unas
usamos el habla, otra el maullido, el mugido, el barrito o lo que
sea. Unas usan las lenguas corporales, las químicas, los sonidos
inaudibles a nuestras frecuencias, los ecos y las ondas, ... y muchas
que desconocemos. Todo ser vivo existe para sí mismo y para
interactuar con el entorno, proyectar su individualidad al exterior o
a otro ser vivo. La coooperación y las herramientas para hacerlo son
la esencia de la vida. No estamos solas, nadie vivo lo está. No
existe un Nosotras y un Vosotras. Existe un Todas.
La
culpa es un dolor que nadie quiere sufrir. En la sociedad analgésica
a la que nos dirigimos, donde todo puede solucionarse con pastillas
que anestesien pero no curen, la indiferencia y la omisión son
píldoras ideales para no enfrentarse a la responsabilidad de
nuestros actos, como
remedios contra un
cáncer de pulmón que no exijan dejar de fumar. Acusar de
radicalidad o extremismo al
veganismo, a quienes nos
señalan las culpas, es quemar las analíticas del
hospital porque no nos
gustan, o matar a la mensajera. La culpa sigue ahí, viva y sensata.
Cualquier píldora que eluda la existencia de la culpa y la urgencia
de renunciar a lo que nos hace culpables, será colaboracionismo con
la opresión. Cualquiera, sean alusiones a la universalidad del
crimen, a su antigüedad, pretendido derecho a cometerlo o banalidad
del mal, o a la
monstruización de las Otras.
La culpa existe porque existe el crimen. Es
demasiado fácil matar a alguien como para dejarlo solo en manos de
la ley evitarlo. Y el
dejar de hacerlo no supone ningún mérito, porque toda
heroicidad es simple sentido común y altruísmo, lo que debiera
ser la base de la sociedad.
El
odio a la Otra es
una forma del miedo. El
negocio más rentable del mundo es el miedo. El miedo llena las
tiendas, las universidades, los templos, las oficinas, los talleres,
las camas, las corporaciones. Detrás de cada mujer sin miedo, hay
cientos de mujeres valientes. Delante de cada mujer dubitativa hay
cientos de mujeres valientes empoderándola. Y debajo de todas ellas
hay siempre machos cobardes y violentos haciendo el ridículo. El
odio y el desprecio a lo que no entendemos o a lo que nos quita
privilegios, es una lacra a erradicar en un proyecto de sociedad
común horizontal.
Incluír a las ¨otras¨
en nuestro nosotras, abrazar la animalidad ajena y la nuestra, forma
parte del proceso de eliminación de las soledades y de los monstruos
que las habitan. Las soledades de los cerdos dejándose morir de pura
pena en naves de hormigón, la soledad del pollo agotado que no
pasará su segunda semana de vida en inmensos barracones sin nada que
envidiar a Auschwitz, la soledad de la vaca a quien robaron y mataron
a su propia hija, la soledad del perro encadenado sin fuerzas para
querer seguir viviendo.
Contra
esas soledades existe el veganismo, un mínimo de cordura en la
lógica de la discriminación global.
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