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miércoles, 25 de septiembre de 2019

Las Otras


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LAS OTRAS



Pero pronto exclamó, con solemne y triste entusiasmo: moriré, y lo que ahora siento no durará mucho. Pronto cesará este fuego abrasador. Subiré triunfante a mi pira funeraria, y exultaré de júbilo en la agonía de las llamas. Se apagará el reflejo del fuego, y el viento esparcirá mis cenizas por el mar. Mi espíritu descansará en paz; o, si es que puede seguir pensando, no lo hará de esta manera. Adiós.

Con estas palabras saltó por la ventana del camarote a la balsa que flotaba junto al barco. Pronto las olas lo alejaron, y se perdió en la distancia y en la oscuridad”.

Estos son los últimos párrafos de Frankenstein, manuscrito en 1816 de la autora inglesa Mary Shelley, cuando el monstruo huye atormentado por la sociedad y desahuciado de su comprensión. Más allá de una obra literaria considerada del género de terror gótico, Frankenstein aborda un tema que me obsesiona desde hace décadas, el de la Soledad del Monstruo, el de la situación emocional de alguien discriminada por motivos derivados de su ruptura con la sociedad. Dichos motivos varían en cada época si hablamos de los seres humanos (por ejemplo, millones de personas odiaron a Hitler, muchos otros millones también le adoraban), aunque no es sobre sociopsicología que quiero hablar. El destino de los monstruos lo definió perfectamente el replicante Nexus-6 de la legendaria película Blade Runner en sus dos últimas frases: ¨Todos esos momentos se perderán, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir¨, antes de desconectarse. Porque morir es el destino del monstruo, excluírlo de nuestro concepto de sociedad, marginarlo para que no moleste, desacreditarlo, burlarlo, vilipendiarlo, relevarlo de mil modos, destruirlo y -en el caso de los animales no humanos, como monstruos a nuestro ojos- también explotarlo, despedazarlo e incluso devorarlo. Para que no quede nada de él, para que nunca haya existido.

La figura del monstruo encarna el papel de La Otra, la que no es nosotras.

Pero el concepto de ¨la otra¨ es una falacia asociada intrínsecamente a nuestro primer boceto de cultura. En el momento en que una cultura consideraba diferente -y por lo tanto una amenaza-, a otra cultura, dejaban de ser dos culturas paralelas ejerciendo sus genuínos derechos a ser, para pasar a ser enemigas declaradas, y por lo tanto odiadas uni o bilateralmente. La diferencia, que debiera ser riqueza y ejemplo en muchas ocasiones, se deformaba hacia algún tipo de riesgo para nuestro estilo de vida. Considerar a ¨otra¨, una alguien sujeta a nuestro juicio -siempre subjetivo-, es una actividad mayoritariamente masculina, al menos desde que tenemos documentación escrita, así que la discriminación tiene un orígen eminentemente patriarcal y macho.

La figura de la ¨Otra¨ es un elemento de conflicto, en lugar de un elemento de diversidad, como en el caso de las personas migrantes, las personas LBGTQ+, las pobres paupérrimas, las desheredadas, por lo tanto, el primer paso a la hora de cosificar a los animales no humanos, por ejemplo, consistió y consiste en otorgarles Otredad. Al negarles cualquier paridad con nosotras, entendemos el nosotras como un grado de beneficio con acceso a ciertos privilegios superiores a los suyos, y a menudo si no siempre, a costa de ellas. Y para relegarlas a esa otredad de segunda categoría nos basamos en baremos intelectuales sobretodo.

Pero la inteligencia humana no es uniforme. Hay mentes más propensas a lo tecnológico, otras al pensamiento abstracto, o a la creatividad espontánea, entre muchos ejemplos, y todas ellas resuelven brillantemente cada reto o conflicto. Con métodos que incluyen la casualidad o el acierto-error. La inteligencia de los animales no humanos funciona de modo similar, bien entre individuas o incluso a nivel de especie. Muchos animales no humanos descifran con facilidad enigmas que la mayoría de seres humanos jamás lograría (casos de memoria visual de personas con asperger o autismo), poseyendo inteligencias emocionales muy variadas, preventivas, simplificadoras -que no simples, en absoluto-, tan o más complejas que las humanas, y con una capacidad de solvencia y resolución en experimentación altísima, comparativamente a la nuestra. Por lo tanto cabe afirmar, que NO hay inteligencias menores o mayores, hay inteligencias variadas y variables, tipos de inteligencia, que evolucionan a distintos escenarios -que no a distintos niveles- cualitativos y cuantitativos.



Sin embargo es partidista interponer argumentos antropocentristas - a cuál más complejo- entre el corazón desnudo del cerdo y el de la humana. Quien necesita que le expliquen por qué no se debe matar o esclavizar, sin echar mano de la emoción, la empatía, la compasión o el amor (el más poderoso argumento), facilmente volverá a rechazar la conexión entre los animales. Utilizando cualquier subterfugio, cualquier simulacro. El pensamiento NUNCA sustituirá al sentimiento, pese a que creamos que la inteligencia es nuestra única o mejor herramienta, hay que usar la simpatía empática en positivo.


La Soledad del Monstruo, la fosa de silencio a la que arrojamos a los animales no humanos, el desprecio que sólo confirma nuestra minusvalía ética, es sin embargo un excelente escenario para la empatía. A veces basta con que todas odien a alguien, para que debamos amarla. Por eso cuando conozco a una persona humana noble, generosa, buena e inocente siempre me pregunto qué animal la habrá enseñado a ser así. La popularidad de la expresión ¨Tratar como a un animal¨ nos confirma que toda la gente sabe muy bien cómo son tratados los animales no humanos, y pese a ello, siguen haciéndolo, o creyendo que se puede ejecutar a alguien de un modo benévolo. Sólo hay que hacer ver a la sociedad que, aunque ella no maltrate directamente, cualquier uso de animales es brutal y cruel, siempre. El animal no humano es considerado el viejo monstruo a despreciar, a temer y a combatir, como en aquel prisma absurdo en que la naturaleza se convierte en enemiga a la que someter, en lugar de cooperante con la cual coexistir.

Todos los animales nos comunicamos, incluso las plantas lo hacen. Unas usamos el habla, otra el maullido, el mugido, el barrito o lo que sea. Unas usan las lenguas corporales, las químicas, los sonidos inaudibles a nuestras frecuencias, los ecos y las ondas, ... y muchas que desconocemos. Todo ser vivo existe para sí mismo y para interactuar con el entorno, proyectar su individualidad al exterior o a otro ser vivo. La coooperación y las herramientas para hacerlo son la esencia de la vida. No estamos solas, nadie vivo lo está. No existe un Nosotras y un Vosotras. Existe un Todas.

La culpa es un dolor que nadie quiere sufrir. En la sociedad analgésica a la que nos dirigimos, donde todo puede solucionarse con pastillas que anestesien pero no curen, la indiferencia y la omisión son píldoras ideales para no enfrentarse a la responsabilidad de nuestros actos, como remedios contra un cáncer de pulmón que no exijan dejar de fumar. Acusar de radicalidad o extremismo al veganismo, a quienes nos señalan las culpas, es quemar las analíticas del hospital porque no nos gustan, o matar a la mensajera. La culpa sigue ahí, viva y sensata. Cualquier píldora que eluda la existencia de la culpa y la urgencia de renunciar a lo que nos hace culpables, será colaboracionismo con la opresión. Cualquiera, sean alusiones a la universalidad del crimen, a su antigüedad, pretendido derecho a cometerlo o banalidad del mal, o a la monstruización de las Otras. La culpa existe porque existe el crimen. Es demasiado fácil matar a alguien como para dejarlo solo en manos de la ley evitarlo. Y el dejar de hacerlo no supone ningún mérito, porque toda heroicidad es simple sentido común y altruísmo, lo que debiera ser la base de la sociedad.

El odio a la Otra es una forma del miedo. El negocio más rentable del mundo es el miedo. El miedo llena las tiendas, las universidades, los templos, las oficinas, los talleres, las camas, las corporaciones. Detrás de cada mujer sin miedo, hay cientos de mujeres valientes. Delante de cada mujer dubitativa hay cientos de mujeres valientes empoderándola. Y debajo de todas ellas hay siempre machos cobardes y violentos haciendo el ridículo. El odio y el desprecio a lo que no entendemos o a lo que nos quita privilegios, es una lacra a erradicar en un proyecto de sociedad común horizontal. Incluír a las ¨otras¨ en nuestro nosotras, abrazar la animalidad ajena y la nuestra, forma parte del proceso de eliminación de las soledades y de los monstruos que las habitan. Las soledades de los cerdos dejándose morir de pura pena en naves de hormigón, la soledad del pollo agotado que no pasará su segunda semana de vida en inmensos barracones sin nada que envidiar a Auschwitz, la soledad de la vaca a quien robaron y mataron a su propia hija, la soledad del perro encadenado sin fuerzas para querer seguir viviendo.

Contra esas soledades existe el veganismo, un mínimo de cordura en la lógica de la discriminación global.







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