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sábado, 27 de abril de 2019

TODOS ESOS RÍOS






Si viéramos por unos cristales a la gente presa en las cárceles, mientras pasean por el patio, leyendo o charlando, e incluso riéndose o haciendo ejercício, nos parecería que están bien, pero no cuesta mucho imaginar que no son felices. Esa apariencia falsa de paz es la que nos hace fantasear injustamente con que los animales explotados en granjas, en zoos, en circos, en acuarios... son también felices. Y es ese mismo espejismo lo que nos hace decir que quien explota animales los ama, porque ningún amor lleva explotación, ningún encierro es agradable, ninguna esclavitud es voluntaria.


Ciñéndonos estrictamente a los postulados del veganismo original, bien es cierto que se refiere estrictamente a un movimiento de liberación donde las únicas beneficiarias son las faunas no humanas (en detrimento de otras especies, como las plantas, lo cual delata lo incorrecto del término ¨especismo¨). Sin embargo, la evolución lógica de la empatía, el deseo de justícia y la intención de igualdad, requieren ampliar ciertos conceptos. Si hilamos un poco más fino veremos que un veganismo que excluya a una sóla especie animal (un veganismo que no respete a los canguros, los colibríes o a la especie humana, por ejemplos), no puede en esencia ser denominado Movimiento de Liberación, porque conlleva la posibilidad de cometer fascismo con otras especies animales, además de ser una puerta de justificación para pretendidos ¨veganismos¨ racistas, supremacistas o excluyentes.

El feminismo es un movimiento social emancipatorio que sólo actúa en favor de la igualdad hombre-mujer (si aceptamos el binarismo reproductivo), y que obedece a sus propios fines, abogando asímismo por la destrucción del patriarcado y el constructo de macho. Pretender pedirle que solucione todos los problemas del mundo o traiga regalos para todas, como si fuera dios o Papá Noel, es excederle funciones. Aunque, por la profundidad y el alcance de su discurso podamos desprender del feminismo un beneficio en todos los aspectos y para toda la sociedad y el planeta -al exigir el fin de la cultura de la violación y la violencia gratuíta-, no tiene en realidad ninguna responsabilidad de hacerlo. En sí, el feminismo tampoco tiene por qué ser vegano. Sin embargo entendemos el especismo como una jerarquía construída por machos, en el marco de un mercado enloquecido que ha tratado tradicionalmente a los animales no humanos del mismo modo que ha tratado a la mujeres: como herramientas, como carne, como esclavas. Así que -por simpatía y coherencia- el feminismo está muy relacionado con el veganismo, movimiento el cual es esencialmente femenino, siendo esto último no casual, sino causal. El veganismo y el feminismo están íntimamente relacionados, en forma y en esencia, y aunque sean distintas luchas, y aunque persigan agentes de beneficio diferentes, en resumen y en lo primordial están formados de los mismos materiales.

Ningún ¨ismo¨ debe exigirse a sí mismo más que los postulados en base a los cuales hace proselitismo, no obstante no existe una sóla persona humana en el mundo que luche por un sólo ¨ismo¨, o que proteste sólo contra una discriminación. Refugiarse en la pureza de los conceptos es sospechosamente endogámico y fantasioso. Inoperante y ambiguo, cuanto menos. Es importante ampliar la esfera de un movimiento de igualdad seccional para enlazarlo con otro, como unos ríos se enlazan con otros por la sencilla razón de la gravedad natural, fluyendo y sumando fuerza y verosimilitud, actuando con sinergia en un caudal mayor, donde la metáfora se traduce al apoyo mútuo, la colaboración, la simbiosis, el altruísmo y muchas otras virtudes, alejándonos del vetusto ¨divide y vencerás¨, que sentenció el fascista Julio César.

Para que funcione, la Cultura del cuidado debe ser recíproca. El deporte preferido del ser humano consiste en echar la culpa a las demás, en una conducta propia de ese infantilismo humano proveniente de no hacerse cargo de sus errores, para poder repetirlos sin rubor. El poder es un espejo que refleja al pueblo, nada hay en él que no haya en la gente, por eso cuando la gente librepensadora imparcial y neutral quiso reaccionar a lo que sucedía en aquella Alemania de 1940, ya respiraban zyklon B en la cámara de gas. Demasiado tarde aprendieron que la voluntad de dominar es siempre sólamente una, buscando diferentes recipientes para actuar. Es el mismo fascismo quien discrimina indígenas, mujeres, animales no humanos, gente anciana, migrantes o disidentes a la heteronormativa... No hay inmigrantes o emigrantes, solo migrantes. No hay blancas o negras, sólo personas. No hay unas y otras, sino todas nosotras. Idénticamente diferentes porque el concepto de ¨otra¨ es excluyente, si entiende la diferencia como peligro, y no como riqueza.

El optimismo y el pesimismo son lujos que la persona activista no puede costearse. El veganismo debe salir de su gueto, -comprendiendo los tránsitos sin prolongarlos-, y en ello se advierte que sufre de falta de politización. El veganismo adolece de comprensión de los problemas de su propia especie al no incluírlos en sus postulados. La creciente necesidad social contemporánea de amparar a todas las víctimas para construír un mundo sin exclusiones exige cada día más el conocimiento de todas las vulneraciones, y la conciencia de que todas las discriminaciones están asociadas en una idea de jerarquía, la cual degenera en el binomio Oprimida-Opresora. Cómo identificar discriminaciones y por qué beneficia interseccionalizar las luchas contra ellas, forman parte del pensamiento crítico, el cual debe ir acompañado de acto crítico, y antes que todo, de autocrítica.

Cada animal explotado es un dolor. Los animales no humanos, entre otras muchas virtudes, tienen culturas desarrolladas hace decenas o cientos de millones de años de viaje evolutivo, en el curso de las cuales se reconocen, se reinventan, se resuelven y optimizan sus cuerpos y sus entornos para sobrevivir, perpetuarse y ser lo máximo felices posible, con todos los inconvenientes y dificultades. Uno de los modos de exterminarlos es matarlos directamente, otro es encerrarlos en zoos, circos o industria mascotista, para hacerlos dependientes de nuestro capricho, y otro ejemplo es sobrealimentarlos en condiciones de libertad, puesto que así pierden astucia e intuición para diversificar sus fuentes de alimento, haciéndose esclavos de nuestro complejo de salvadoras. Es uno de los principales problemas que veo en el intervencionismo el cual, como invento humano, puede estar sujeto a su imbecilidad. En el otro extremo, el criterio conservacionista del ser humano consiste en algo muy simple: si se come, se caza o sirve para algo, el animal merece ser protegido. Ese mismo postulado se aplica a la naturaleza y al propio ser humano, que desprecia todo lo que no puede parasitar, y que es un concepto eminentemente capitalista. Pretender que el capitalismo sea -siquiera remotamente- aliado del veganismo, es como confiar una guardería de niñas a un pederasta reincidente, confiando que así lo reinsertaremos. El veganismo es el superlativo de la vida, y el capitalismo, exactamente lo opuesto.

La sociedad avanzará hacia el respeto cuando sus habitantes comprendan la enorme diferencia existente entre morir y ser asesinada. Me causa rechazo la idea de un veganismo alentado por una inspiración divina, un miedo al efecto boomerang del kharma, una intención de purgar pecados o algún concepto de iluminación personal ególatra. Todos esos ¨motivos¨ siguen deshechando a la víctima como principal beneficiaria de nuestros actos en su favor, e interponiendo cortinas de humo de colores para desviar la atención de la obligación ética del veganismo para lograr sociedades sin víctimas, recordando que esas víctimas pueden ser humanas también. No podemos detener el sufrimiento de la vida, del mismo modo que no somos señoras de su maravilla, pero sí podemos no aumentar ese dolor con nuestra gula, avarícia o falta de escrúpulos. Esa renuncia contra las expectativas sociales, la educación y la cultura de la violación, es todo el éxito y el mérito de cada cual. Simplemente, dejar en paz a los animales y proyectar nuestra ayuda cuando quien sufre lo necesita, comprendiendo otras realidades, porque no somos más que un tejido de diferentes realidades y circunstancias.

Todas esas luchas, todos esos ríos más o menos caudalosos y vigorosos, dirigidos en una misma dirección de igualdad y justícia, se similan en que persiguen un ánimo común: hacer visibles a unas u otras víctimas con el objetivo de que dejen de serlo, para que se dejen de discriminar. En este escenario moral, la vaca explotada para que la roben su leche sufre igual que la niña de Bangladesh prostituída por su família, el cerdo llevado al matadero va igual que las esclavas congoleñas del coltán a las minas o las niñas soldadas a la guerra. Son las mismas miradas de miedo con la tristeza en los huesos, la misma desesperanza e impotencia.

No podemos permitir que unos sufrimientos valgan más que otros. La transversalidad de la compasión forma parte indivisible de un proyecto de comunidad global, socioeconómica y geopolítica, donde todos esos ríos llenan un océano, una sociedad sin víctimas. Un mundo mejor, sin lugar a dudas.


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