Querida
hija no nacida, querida Susana, Lucía, Laura, María, José,
Alberto...., Querida nonata, te amo porque no naciste. Vagas sólo
en aquellas mis fantasías, inconsistente
en ninguna memoria universal, porque las niñas
nonatas apenas llegan a poesía. Quisiera
explicarte las razones y las emociones por las cuales no fuiste ni
fuímos. No
siento peso de culpa ni anhelo, no siento arrepentimiento ni
curiosidad, pero estuviste un día en una posibilidad que ha anidado
en la mente de billones de seres humanos, y en su nombre y en el mío,
vale la pena mencionarte.
Querída
Lucía, decidí
no tenerte por falta de vocación. Uno de los
problemas de las niñas del mundo es nacer a la fuerza, fruto de
violaciones, presiones sociales, chantajes, desamores, aburrimientos,
pánicos de reloj biológico y otras causas alejadas del amor, que es
el único motor de estos asuntos. Tener hijas es una responsabilidad
que otorga todas las obligaciones y ninguno de los derechos, porque
ellas pertenecen
a su propia vida y es esencial comprenderlo. Como
adoptar animales necesitados de casa por
indefensión o incapacidad de valerse por sí mismos,
que es una misión, no un privilegio. De
modo que no naciste porque no te imaginé
en mis brazos, dando mi vida por tí, luego me convencí de
otras razones y emociones sobre esta decisión. Por
no dejarte en herencia conocernos, el encuentro traumático con
nuestra especie y el peso de habitarla desde dentro. Porque quiero un
mundo mejor y no tengo garantías de que tú puedas construirlo.
Quizás hubiera sido noble darte la vida, mimarte, acariciarte, pero
igualmente esta carta existiría para todas las otras potenciales
hijas que jamás tendré, para todas ellas
escribo.
Nos
dícen que es egoísta no procrear, pero ¿
por qué una o dos veces solamente?,
egoísta realmente es no procrear sin pausa
una cifra desaforada de criaturas, hasta
que el cuerpo se extenúe y perezca. ¿ Por qué una hija, o tres, o
treinta ?, ¿ por qué limitarse ?.
Querida
Laia, cuando
fueras apenas un bebé la sociedad te apuntaría con su dedo
genérico, asignándote un sexo biológico y su
constructo correspondiente, desoyendo
tu deseo. Te encadenaría con sus
normas de comportamiento, tentándote con hábitos alimentarios
degenerados que matan la naturaleza, extinguen
especies y roban el espacio a otros seres que tenían tanto
o más derecho que tú a
existir. Conocerías
el sexismo en tus ropas y comportamientos, en el trato por parte de
las adultas, el fardo de arena del patriarcado, la educación
emasculadora y perversa, la programación, las jornadas de trabajo,
el irte partiendo uno a uno los huesos de la voluntad, y
moldearte así a un
destino miserable y mediocre. Ni siquiera yo con todas mis fuerzas y
empeños podría alejarte de la pestilencia de la
mercantilización de la vida.
Querida
Laura, el problema de tener hijas no está en que sea o no es
una decisión personal. Lo personal es político. Cuando se tiene una
hija, se debe pensar en la posibilidad de que
las progenitoras puedan
morir tras el parto y que esa hija
quedara para que la cuiden las demás, imponiéndola
sin preguntar. Porque nadie puede garantizar su propia vida
para cuidar a esa criatura, como las niñas que
nacen por obligación y luego vagan las calles de la pobreza
paupérrima y la miseria económica. Millones de niñas en el mundo
fueron empujadas a nacer para acabar en manos de mafias de
mendicidad, abusos, esclavitud laboral, el mercado de la droga o la
mercantilización del cuerpo. En ese escenario, el acto de
egoismo natural se convierte en un acto
colectivo de cuidado que no ha sido pactado. La sociedad debe
responsabilizarse de cada niña,
y no lo hace, debe asumirla como parte de ella y no como una
carga.
Pero,
querido Alberto, la sociedad no es mamá de nadie, sino un
tejido de voluntades. No existen las madres ni las tutelares
aisladas, no pueden existir más que en la naturaleza libre. La
sociedad humana es un conjunto de relaciones donde los actos
individuales repercuten en el colectivo, y las hijas se dan a la
vida, no a la propiedad de quienes las crean.
Querida
María, el debate sobre la sobrepoblación, la demografía de
la más nociva de las especies, se suma a la negativa habitual de
cada persona que aporta una nueva vida, a vivir con economía de
recursos para que esa nueva vida no sea como la de todas, un virus
más, una consumidora de recursos robados, una vulgar y tóxica
neocolonialista más, una violadora de vidas, una
privilegiada que
promueve las ejecuciones ajenas, una parásita más en un
planeta de parásitas antropomórficas. La
decisión de añadir más sufrimiento al planeta tiene un grave
discurso en sí y ante la sociedad. Y jamás puede considerarse una
decisión exclusivamente
personal. La gente que tiene hijas, explota
esclavas humanas y no humanas y lleva un tren de vida
eurocentrista, existen a expensas de la
gente que no tenemos hijas y nos tomamos la ecologia en serio.
Existen porque millones de personas mueren y
agonizan para compensar su exceso, existen porque existe el dolor
ajeno, el encierro a perpetuidad y la muerte prematura de las demás.
Tener hijas en Europa es un exceso, sobretodo porque probablemente
van a ser educadas en el despilfarro, quemando cientos de veces más
recursos que los necesarios para criar a una hija en continentes o
regiones afortunadamente menos desarrolladas industrialmente
-y donde se cultivan más otros
valores como la cooperación y la mutualidad-.
No se trata de regresar a las cuevas, sino de reconocer que hemos
fracasado con el modelo de sostenibilidad propuesto, y que estamos
destruyendo las condiciones naturales para nuestra propia existencia
-y decidídamente la de otras-. El
calentamiento global, miles de ríos contaminados, islas de plástico,
espesas humaredas tóxicas, playas petroleadas, bosques enfermos o
talados, turismo, asfaltización
de todo territorio, consumo de lejanía,
políticas cada vez más violadoras con la naturaleza (a quien
pertenecemos y no al revés)... sintomatología de un mundo ulcerado
por millones de cánceres, donde el diagnóstico es pesimista y la
cura a ello puede incluir nuestra extinción.
Querido
José: un comportamiento ecológico y procrear hijas son
antítesis,
oximorones, porque al mismo
tiempo que se destruye el planeta, tambien se echan
innecesarios seres humanos, condenados a un futuro incierto. ¿Amas
a tus hijas?, entonces cuida el planeta.
Ese debiera ser el
postulado y NO lo es.
Sin embargo, en lugar de ello las educan en el carnismo, cuyas
consecuencias sobre los ecosistemas y el calentamiento global son
DESASTROSAS. El tren de vida occidental de
viajes absurdos, compras absurdas, pensamientos absurdos y códigos
de valores absurdos acrecenta la deuda ecológica y
se está extendiendo a países productores de población.
El
problema del natalismo no es que una familia de una aldea angoleña
tenga 15 hijas
(si eludimos por un momento el fuerte componente patriarcal de tal
comportamiento), porque los recursos energéticos y materiales
precisos para mantenerlas son los mismos que los de una sola hija en
una ciudad europea. El problema del natalismo es que cada vez más
personas se apuntan al despilfarro capitalista, y ese ritmo de
manutención de nuevas hijas, a nivel de recursos, es un completo
suicídio de nuestra especie y un deterioro grave del planeta y
del bienestar de miles de millones de personas.
Desde los pañales de un sólo uso hasta toda la gama de innecesarios
complementos que el sistema ha juzgado imprescindibles para criar a
las niñas en la desquiciada dinámica de los países enriquecidos.
Si nosotras, que no tenemos
hijas, practicamos una dieta vegana,
eludimos cualquier despilfarro, huímos
del consumo superfluo, tratamos de llevar
una existencia ecologista de reciclaje, reutilización y de
austeridad, en benefício del negro presente pero del aún mucho más
negro futuro que heredarán las hijas que no tendré,... entonces,
esas personas que llevan
una vida que condenará a vivir más penosamente a sus
hijas, alimentándolas con productos de origen animal,
aleccionándolas
a los viajes de placer, codificando la normalidad de una huella
ecológica destructiva basada en las posibilidades económicas y no
en los principios éticos, no pueden dar lecciones
de moralidad y cultura de la vida.
La
cultura de la vida es cuidarla, no generarla sin pensar. Los
orfanatos atestados de hijas no queridas confirman la triste
realidad. Dejemos
de mirar hacia otro lado.
Querída
Susana, siento tanto no darte la vida..., tan hermosa por otro lado,
tan excepcional en la norma de la nada... Pero es hora de que nos
responsabilicemos de nuestra individualidad y de nuestra
colectividad. Compartimos
este bellísimo planeta con 30 millones de especies animales, y cada
una tenemos derecho a vida, libertad y dignidad. Liberémoslas
de nuestra carga, aliviémos la huella ecológica que supone nuestra
conducta diaria, salvémonos de la infamia
de llamarnos seres humanos.
Amor
mío, no nacerás jamás, te
amo en esa posibilidad con un gesto de amor
también para
esta preciosa esfera de agua y de volcanes. Volcaré
mi cuidado con todas las hijas que no tuve pero existen y quieren
vivir, a las que nadie quiere porque mugen, cloquean, gruñen,
ladran, maúllan o balan. Porque al fin y
al cabo defender la inocencia es el gran
triunfo de nuestra existencia. El logro más
noble del humanismo, el altruísmo.
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