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jueves, 11 de abril de 2019

CARTA ABIERTA A LA HIJA QUE NO TENDRÉ





Querida hija no nacida, querida Susana, Lucía, Laura, María, José, Alberto...., Querida nonata, te amo porque no naciste. Vagas sólo en aquellas mis fantasías, inconsistente en ninguna memoria universal, porque las niñas nonatas apenas llegan a poesía. Quisiera explicarte las razones y las emociones por las cuales no fuiste ni fuímos. No siento peso de culpa ni anhelo, no siento arrepentimiento ni curiosidad, pero estuviste un día en una posibilidad que ha anidado en la mente de billones de seres humanos, y en su nombre y en el mío, vale la pena mencionarte.

Querída Lucía, decidí no tenerte por falta de vocación. Uno de los problemas de las niñas del mundo es nacer a la fuerza, fruto de violaciones, presiones sociales, chantajes, desamores, aburrimientos, pánicos de reloj biológico y otras causas alejadas del amor, que es el único motor de estos asuntos. Tener hijas es una responsabilidad que otorga todas las obligaciones y ninguno de los derechos, porque ellas pertenecen a su propia vida y es esencial comprenderlo. Como adoptar animales necesitados de casa por indefensión o incapacidad de valerse por sí mismos, que es una misión, no un privilegio. De modo que no naciste porque no te imaginé en mis brazos, dando mi vida por tí, luego me convencí de otras razones y emociones sobre esta decisión. Por no dejarte en herencia conocernos, el encuentro traumático con nuestra especie y el peso de habitarla desde dentro. Porque quiero un mundo mejor y no tengo garantías de que tú puedas construirlo. Quizás hubiera sido noble darte la vida, mimarte, acariciarte, pero igualmente esta carta existiría para todas las otras potenciales hijas que jamás tendré, para todas ellas escribo.

Nos dícen que es egoísta no procrear, pero ¿ por qué una o dos veces solamente?, egoísta realmente es no procrear sin pausa una cifra desaforada de criaturas, hasta que el cuerpo se extenúe y perezca. ¿ Por qué una hija, o tres, o treinta ?, ¿ por qué limitarse ?.

Querida Laia, cuando fueras apenas un bebé la sociedad te apuntaría con su dedo genérico, asignándote un sexo biológico y su constructo correspondiente, desoyendo tu deseo. Te encadenaría con sus normas de comportamiento, tentándote con hábitos alimentarios degenerados que matan la naturaleza, extinguen especies y roban el espacio a otros seres que tenían tanto o más derecho que tú a existir. Conocerías el sexismo en tus ropas y comportamientos, en el trato por parte de las adultas, el fardo de arena del patriarcado, la educación emasculadora y perversa, la programación, las jornadas de trabajo, el irte partiendo uno a uno los huesos de la voluntad, y moldearte así a un destino miserable y mediocre. Ni siquiera yo con todas mis fuerzas y empeños podría alejarte de la pestilencia de la mercantilización de la vida.

Querida Laura, el problema de tener hijas no está en que sea o no es una decisión personal. Lo personal es político. Cuando se tiene una hija, se debe pensar en la posibilidad de que las progenitoras puedan morir tras el parto y que esa hija quedara para que la cuiden las demás, imponiéndola sin preguntar. Porque nadie puede garantizar su propia vida para cuidar a esa criatura, como las niñas que nacen por obligación y luego vagan las calles de la pobreza paupérrima y la miseria económica. Millones de niñas en el mundo fueron empujadas a nacer para acabar en manos de mafias de mendicidad, abusos, esclavitud laboral, el mercado de la droga o la mercantilización del cuerpo. En ese escenario, el acto de egoismo natural se convierte en un acto colectivo de cuidado que no ha sido pactado. La sociedad debe responsabilizarse de cada niña, y no lo hace, debe asumirla como parte de ella y no como una carga.

Pero, querido Alberto, la sociedad no es mamá de nadie, sino un tejido de voluntades. No existen las madres ni las tutelares aisladas, no pueden existir más que en la naturaleza libre. La sociedad humana es un conjunto de relaciones donde los actos individuales repercuten en el colectivo, y las hijas se dan a la vida, no a la propiedad de quienes las crean.

Querida María, el debate sobre la sobrepoblación, la demografía de la más nociva de las especies, se suma a la negativa habitual de cada persona que aporta una nueva vida, a vivir con economía de recursos para que esa nueva vida no sea como la de todas, un virus más, una consumidora de recursos robados, una vulgar y tóxica neocolonialista más, una violadora de vidas, una privilegiada que promueve las ejecuciones ajenas, una parásita más en un planeta de parásitas antropomórficas. La decisión de añadir más sufrimiento al planeta tiene un grave discurso en sí y ante la sociedad. Y jamás puede considerarse una decisión exclusivamente personal. La gente que tiene hijas, explota esclavas humanas y no humanas y lleva un tren de vida eurocentrista, existen a expensas de la gente que no tenemos hijas y nos tomamos la ecologia en serio. Existen porque millones de personas mueren y agonizan para compensar su exceso, existen porque existe el dolor ajeno, el encierro a perpetuidad y la muerte prematura de las demás. Tener hijas en Europa es un exceso, sobretodo porque probablemente van a ser educadas en el despilfarro, quemando cientos de veces más recursos que los necesarios para criar a una hija en continentes o regiones afortunadamente menos desarrolladas industrialmente -y donde se cultivan más otros valores como la cooperación y la mutualidad-. No se trata de regresar a las cuevas, sino de reconocer que hemos fracasado con el modelo de sostenibilidad propuesto, y que estamos destruyendo las condiciones naturales para nuestra propia existencia -y decidídamente la de otras-. El calentamiento global, miles de ríos contaminados, islas de plástico, espesas humaredas tóxicas, playas petroleadas, bosques enfermos o talados, turismo, asfaltización de todo territorio, consumo de lejanía, políticas cada vez más violadoras con la naturaleza (a quien pertenecemos y no al revés)... sintomatología de un mundo ulcerado por millones de cánceres, donde el diagnóstico es pesimista y la cura a ello puede incluir nuestra extinción.

Querido José: un comportamiento ecológico y procrear hijas son antítesis, oximorones, porque al mismo tiempo que se destruye el planeta, tambien se echan innecesarios seres humanos, condenados a un futuro incierto. ¿Amas a tus hijas?, entonces cuida el planeta. Ese debiera ser el postulado y NO lo es. Sin embargo, en lugar de ello las educan en el carnismo, cuyas consecuencias sobre los ecosistemas y el calentamiento global son DESASTROSAS. El tren de vida occidental de viajes absurdos, compras absurdas, pensamientos absurdos y códigos de valores absurdos acrecenta la deuda ecológica y se está extendiendo a países productores de población.
El problema del natalismo no es que una familia de una aldea angoleña tenga 15 hijas (si eludimos por un momento el fuerte componente patriarcal de tal comportamiento), porque los recursos energéticos y materiales precisos para mantenerlas son los mismos que los de una sola hija en una ciudad europea. El problema del natalismo es que cada vez más personas se apuntan al despilfarro capitalista, y ese ritmo de manutención de nuevas hijas, a nivel de recursos, es un completo suicídio de nuestra especie y un deterioro grave del planeta y del bienestar de miles de millones de personas. Desde los pañales de un sólo uso hasta toda la gama de innecesarios complementos que el sistema ha juzgado imprescindibles para criar a las niñas en la desquiciada dinámica de los países enriquecidos. Si nosotras, que no tenemos hijas, practicamos una dieta vegana, eludimos cualquier despilfarro, huímos del consumo superfluo, tratamos de llevar una existencia ecologista de reciclaje, reutilización y de austeridad, en benefício del negro presente pero del aún mucho más negro futuro que heredarán las hijas que no tendré,... entonces, esas personas que llevan una vida que condenará a vivir más penosamente a sus hijas, alimentándolas con productos de origen animal, aleccionándolas a los viajes de placer, codificando la normalidad de una huella ecológica destructiva basada en las posibilidades económicas y no en los principios éticos, no pueden dar lecciones de moralidad y cultura de la vida.

La cultura de la vida es cuidarla, no generarla sin pensar. Los orfanatos atestados de hijas no queridas confirman la triste realidad. Dejemos de mirar hacia otro lado.

Querída Susana, siento tanto no darte la vida..., tan hermosa por otro lado, tan excepcional en la norma de la nada... Pero es hora de que nos responsabilicemos de nuestra individualidad y de nuestra colectividad. Compartimos este bellísimo planeta con 30 millones de especies animales, y cada una tenemos derecho a vida, libertad y dignidad. Liberémoslas de nuestra carga, aliviémos la huella ecológica que supone nuestra conducta diaria, salvémonos de la infamia de llamarnos seres humanos.

Amor mío, no nacerás jamás, te amo en esa posibilidad con un gesto de amor también para esta preciosa esfera de agua y de volcanes. Volcaré mi cuidado con todas las hijas que no tuve pero existen y quieren vivir, a las que nadie quiere porque mugen, cloquean, gruñen, ladran, maúllan o balan. Porque al fin y al cabo defender la inocencia es el gran triunfo de nuestra existencia. El logro más noble del humanismo, el altruísmo.

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