Existe
una enfermedad neurológica denominada Insensibilidad congénita
al dolor con anhidrosis o CIPA, y que consiste en
que las personas no sudan ni sienten dolor. Puede parecer practico no
sufrir, pero el no hacerlo deriva en no sentir
molestia a malas posturas corporales, lo
cual a su vez provoca
deformaciones, inflamaciones, infecciones,
etc. La mayoria de bebés nacidas con ella,
no sobreviven a los dos años de edad por esos
motivos. El dolor es nuestro amigo, nuestro escudo, nos
previene de las agresiones y nos defiende
de nuestros errores. El dolor físico o psíoquico
son aliados, pero bajo la condición
de que nos mantengamos alejadas de ellos,
porque supone un deterioro de nuestro bienestar. Por esa misma razón
sabemos que las demas sufren y por lógica no deberíamos provocarlo.
A
diferencia de los campos nazis, el sistema alimentario no puede
ocultar los resultados de su comportamiento. Pueden velarse las crías
intensivas tras altas alambradas en naves anodinas, pueden ocultarse
los transportes con nocturnidad o con ventanas pequeñas,
pueden esconderse los asesinatos, las torturas, el maltrato de la
esclavitud y los campos de trabajo, justificando la cosificación con
muros de palabras, pero el resultado final, el sentido de todo ello,
el llamado producto -un trozo de carroña,
un despelleje curtido,
unos flujos, excretaciones y menstruaciones, eso que la gente compra
como comida-, no puede ocultarse, sólo maquillarse. El proceso de
mentira de los productos de origen no humano debe ocultarse para no
desalentar a las buenas personas que pudieran renunciar a
boicotearlo. Con respecto a las malas personas, simplemente no hay
cura, existen desde hace milenios y harían
locuras
para conseguir dichos productos. La
concienciación no es todo, hay que prohibir, del mismo modo que se
prohiben las violaciones a mujeres o la pederastia.
En
su libro "Memorias de un marchante", Ambroise
Vollard afirmaba con
sarcasmo que un cuadro es lo que más
tonterías
escucha del mundo, sin rebatir dicha
reflexión quisiera enfatizar que no el
cuadro, sino la activista por la liberación animal es
quien más
absurdos oye durante su vida. Terneras asesinas, pepinos
despellejados vivos, ensaladas decapitadas, zanahorias mutiladas,
espinacas degolladas, chimpances
sacaojos,.... el rosario de despropósitos es
demencial. Mientras se preguntan ¨¿qué
hace MI carne pegada al cuerpo de ese cerdo?, ¿qué
hacen MIS huevos dentro de la gallina?, ¿qué
hace MI petróleo bajo tierras de otras?, ¿qué
hace MI leche en la boca de la ternera?, ¿qué
hace MI ropa en las manos esclavas?, ¿qué
hace lo que ME pertenece antes de llegar a mí?.... Demostrando
que la unión sentimental más tóxica de todos los tiempos es
la pareja de hecho entre la Falta de Escrúpulos capitalista y la
Avarícia de la gente de países enriquecidos.
Difundir
los derechos animales mediante la idea de que los animales son
adorables y simpáticos, es como basar el feminismo en que las
mujeres son nuestras madres y hermanas. La fuerza
sirve igual para plantar cien árboles que para pegar a alguien, no
es sinó el sentir pensando, el sentido de nuestros actos. Somos
animales sociales, por eso el ostracismo o la popularidad son dos
extremos de un mismo patrón de conducta. El rechazo o la aceptación
a un comportamiento lesivo a las
demás determina los códigos, aceptándolos
o rechazándolos,
pues forman parte de una pedagogía
en la multitud o
una normalización de esa lesión. La amabilidad, la permisibilidad,
la indiferencia o la comprensión -que pueden ser provisionalmente
estratégicas en
el proselitismo, siempre y cuando veamos
posibilidades de cambio- son un grado de aceptación. No se trata de
creerse superiores, sino de mantenernos
en el lado de la justícia, la igualdad, el veganismo y el respeto.
No es santurronería, sino decencia y justícia. Si aceptamos la
corrupción, corrompemos a quien la comete, porque genera
víctimas. Si aceptamos el carnismo, igual, si toleramos el racismo
en muchos modos lo mimamos. Es fácil
relajarse cuando no es nuestro el sufrimiento, es fácil banalizar el
mal porque en definitiva de él
está hecha la civilización, su material de construcción preferido.
El bien y el mal sólo son relativos cuando no lo sufrimos en la
propia piel.
El
consumo de carne crece exponencialmente al nivel de frustración de
la sociedad, que halla
en los placeres rápidos, intensos e
irreflexivos, un marco de exhaltación de
la juventud. Los placeres rápidos (sin importar si alguien
los sufre), hacen olvidar a esas víctimas
y olvidar al tiempo los propios problemas y nuestra responsabilidad
de luchar contra ellos. El capitalismo es la fiesta del anonimato
criminalizado y la santificación de la egolatría como modo de
ahuyentar el miedo a la muerte o la exclusión social. La sociedad
capitalista nos hace arrojarnos por barrancos, siempre y cuando todas
nos arrojemos. El capitalismo es el virus que se come el cuerpo donde
se aloja sabiendo bien que morirá con él, es Nerón engolando la
voz al pulsar su lira cuando Roma y su
propia casa ardían, es millones de personas endulzando su extinción,
como bobas que se
acarician los comportamientos en las calles y en las redes sociales.
El consumo de carne ya no es el lujo de hace 100 años, sino la
determinación de la falta de escrúpulos, el altar de la
indiferencia y el despilfarro.
¨Comer carne es un derecho humano¨, nos chillan mercaderes y
hedonistas, cuando en realidad asienta el orígen de todas las
desigualdades: la de pensar que alguien es inferior a alguien.
Pero
el carnismo es una patología que se cura
sintiendo. El idioma castellano la contempla bien en la disimilitud
de los verbos “ser” y “estar” (en su equivalente polaco “być”
i “przybywać”),
los cuales acertadamente nominan dos
situaciones diferentes, como son “ser una borracha”, o “estar
borracha”, o por ejemplo, lo que coloquialmente llamamos “estar
negra” (harta) o “ser negra” (raza). No es lo mismo. El idioma
inglés no hace distinciones, es “to be”, y hay que matizarlo con
expliciones posteriores, lamentablemente. En esta dinámica
lingüística, el carnismo no se concibe como una condición sine
qua non,
donde la persona que lo sufre no
puede vivir sin carne o productos animales, sino que se trata de un
condicionamiento cultural sólidamente apoyado en el placer de comer.
No se ES
carnista, sino que se ESTÁ
carnista, del mismo modo que se ES
zurda o se ESTÁ
sufriendo de cataratas. Es muy importante diferenciarlo para poder
tratarlo, y un buena parte del activismo animalista se dirige a
corregir esta patología, pero no debemos olvidar que hay mucha gente
profundamente enferma de carnismo y de falta de empatía. Para ellas
la sociedad algún día usará
las leyes, porque en definitiva a veces parece que la coerción es el
único argumento eficaz.
El
espíritu de la renuncia es
incómodo en tanto cuestiona la legitimidad de ciertos
comportamientos injustos que hemos llamado derechos -o ¨daños
inevitables¨, en el más pomposo de los casos-, y
que deben
desaparecer para
la construcción de una sociedad sin víctimas. Antes de comprender
incluso por qué renunciamos (reflexión sometida a la capacidad de
juicio y pensamiento crítico de cada cual, las cuales no siempre
alcanzan el nivel de comprensión necesario), hay que ponerse en la
piel de las víctimas. Nuestra hambre no justifica el sacrificio o
la esclavitud de una vida que sintió, tuvo
miedo y quiso seguir viviendo como cada cual. El deseo sexual o la
urgencia del afecto no legitiman la invasión contra
otra persona que no late a nuestro ritmo o sencillamente, no vibra
con nosotras. Las ganas de algo no son nada más que las ganas de
algo, meras pulsiones fisiológicas que a menudo entran en conflicto
con un comportamiento decente y correcto -es decir armónico-, para
maximizar nuestro impacto emocional durante la vida y minimizar el
desastre material de nuestra existencia. Culpar a la sociedad para
acreditar el derecho a hacer a nuestro antojo es el triunfo de la
banalidad del mal, y aducir los pretendidos
benefícios de una acción -mientras persiste el victimario producido
por esta-, es un insulto a quien sufre, a quien castiga, a la
sociedad y a todo el proceso civilizatorio. ¨No querer es poder¨,
dijo Pessoa, y ahí está la verdadera fuerza personal, contra la
inercia de una masa adicta que se precipita a un acantilado sin poder
dejar de correr hacia él, o silbándose músicas ligeras para fingir
que no sabe lo que está sucediendo.
Un
posible decálogo sobre nuestras relaciones con los animales (humanos
y no humanos), podría ser:
1-
Todos los animales sufrimos al ser explotados
2-
No existimos animales felices de su
esclatitud
3-
El mito de esa “felicidad” surge del
privilegio de quienes esclavizan
4-
Ninguna raza animal existe naturalmente
5-
Todos los animales sufrimos
la muerte, independientemente del modo
6-
Toda explotación y ejecución humana de
otros animales surge del capricho
7-
Toda explotación animal tiene un alto
coste ecológico
8-
La explotación de recursos mata muchos
más animales que la propia dieta
9-
Toda explotación animal frustra sus
intereses vitales
10-
El veganismo es moralmente superior porque trata de evitar todo lo
anterior
Debemos
actuar, legislar y pensar teniendo
en cuenta esas situaciones y realidades.
Con los animales y no contra ellos, con la
naturaleza y no contra ella.
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