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lunes, 8 de octubre de 2018

SENTIRLO TODO

Gogol llamaba al abedúl “dama del bosque”, considero personalmente ese árbol, el más hermoso de la flora autóctona polaca. Me conmocionó el roble de 1500 años de Stelmužė, o los dos milenos del olivo ¨Lo Parot¨, y en general tengo fascinación por los árboles. Poseen derecho a la vida, un derecho intrínseco, no basado exclusivamente en su cantidad de madera, en ser fuente de alimento de muchas especies o los litros de oxígeno que generan, sino en ser un ser vivo y no una cosa. En ser y no solamente en estar. Ser talados en caso de necesidad, no de capitalismo, ni de celebraciones rituales tontas como la navidad. Tienen derecho a la vida aunque no sientan. Un árbol no es una cosa.

El sensocentrismo es un prisma argumental que pretende otorgar derechos fundamentales a todos los seres poseedores de sistema nervioso central (SNC) -y sólo a ellos-, excluyendo toda exención o argumento fuera de lo neurológico. Sin embargo está lejos de ser una filosofía absoluta, y los árboles son un ejemplo. Un baobab de 4000 años tiene menos derechos que una persona pederasta y asesina, o incluso que Rudolf Hëss, sin embargo perder ese baobab es una tragedia para la biología, y la pérdida de esas personas (con todo su sistema nervioso central a cuestas) es un alivio para la humanidad. El biocentrismo ( o en cualquiera caso sus nociones básicas ), como forma de entender con más amplitud de miras la lucha animalista, comienza a presentarse como un imperativo, habida cuenta de que el planeta no es un recipiente, sino -fuera de los minerales- un ser vivo de octillones y octillones de seres vivos que interactúan y cooperan, se mezclan y depredan, se parasitan y regalan, se comensalizan y asocian, se altruízan y sinergizan, se comunican y simbiotizan,... y un largo etcétera, y sin ese inmenso abanico de asociaciones, simplemente no existiríamos. Nada existiría sin los enlazamientos, y ese principio vale igual para la comunidad humana.


Desbancar el sensocentrismo como fuente única de discurso es tan fácil como desbanzar la arrogancia de una ciencia en pañales que pretende epatarnos con tecnologicismos para hacernos comprender sus verdades provisionales. La ciencia es una herramienta, no un altar donde inmolar todos los corderos que considere oportuno, como siempre hacen las religiones. La ciencia es la inteligencia, por eso debemos usarla con cautela, con precaución, porque sin ello, todo es la vieja charlatanería y mercadería de unguentos. El sensocentrismo -en una línea antropocentrista de comparación con nosotras como modelo a seguir-, es sin embargo una buena estrategia de concienciación para acabar con la explotación de animales no humanos. Primero porque surge de la empatía y segundo, porque la mayoría de ellos son ejecutados con dolor y viven vidas de miserias. Todo lo que sufre merece compasión y respeto, pero no sólo todo lo que sufre neurobiológicamente merece compasión y respeto. Existen incluso otros apartados éticos fuera de la compasión y el respeto. En el marco de la sintiencia construímos los mundos de empatía hacia otras especies animales, basadas en la proximidad con nuestro sistema nervioso central -encargado de establecer mecanismos de dolor y placer psíquicos y físicos, que reaccionan a estímulos externos e internos-, y armamos entorno a él una pirámide de jerarquías donde los seres humanos seguimos por supuesto en la cúpula, dentro de las dinámicas invasivas macho, propias de la cobardía y la egolatría con las cuales seguimos escribiendo a fuego nuestra relación con quienes nos rodean.

Los casos más evidentes de que el sensocentrismo no es un camino definitivo para determinar a quiénes nos comemos o qué forma parte de nuestro menú es que muchos bibalvos, insectos y otras faunas consideradas carentes de sistema nervioso central -tal y como funciona en nosotras y hasta lo que sabemos de ellas, que es bien poco- son incluidas en las dietas de algunas ¨veganas¨, incluso ya en los supermecados europeos, donde antes no existían. Es la globalización de lo horrendo, que promueve el patriarcapitalismo. Cada vez más estudios científicos demuestran que los insectos tienen personalidad y sistemas nerviosos primitivos tan eficaces como los de las jirafas o los conejos, y que les sirven para lo mismo que a ellos: para huir del dolor y la muerte y para sentir placer. A eso hay que añadir la razonable duda de lo que no sabemos, que es inmensamente superior a los que conocemos.

No comer animales no humanos sólo porque poseen SNC significa que sí podemos comer animales atropellados encontrados en la carretera (lamentablemente no faltan sobre el asfalto), inertes e insensibles, a los perros y gatos que fallecen en nuestro hogares tras una vida de cariño y respeto, a nuestros familiares o carne humana en general (un inmenso desperdicio de comida, si lo miramos desde el punto de vista sensocentrista), o personas humanas en coma sin una vida más que rozando lo vegetativo. Son algunos ejemplos de que el sensocentrismo NO es el único argumento para explotar o no explotar otros seres vivos, y que existen argumentos mucho más antiguos y arraigados que la ciencia moderna para permitir o abolir ciertas prácticas, como son la ética o la inteligencia emocional. Saber que no sabemos nada es un modo muy alto de sabiduría.

La filosofía se fundamenta en el tradicional mito arrogante masculino de que todo se puede pensar, la ética en cambio es un mecanismo vinculante imperativo que obliga a las ciudadanas a que sus actos o palabras no participen en una opresión o discriminación por activo, pasivo o normalizativo. Fuera de la ética todo es burda ley y caos. Y no podemos olvidar que la justicia humana, en el mejor de los casos, es un compendio de leyes falibles aplicadas por gente falible. Lo que hoy es interpretado como justo, horrorizará a nuestras bisnietas.

No puedo ser sensocentrista porque respeto a una persona en coma o parapléjica, aunque no sienta, incluso siento cierto respeto por las muertas, especialmente si las conocía. La ignorancia nos obliga moralmente a ser cautas, y no ser cautas es el comportamiento típico del capitalismo, invasivo y macho. Erradicas un hongo y esa pérdida rompe los lazos que tenía con otros y con los árboles con los que coopera y que hacen de ese hongo alimento y materia orgánica para otros seres vivos ( sobretodo muchos animales), de manera que existe un efecto dominó (constatado por la biología) que puede acabar y acaba con un animal, un ecosistema, un equilibrio. No hay nada romántico ni mágico, es pura ciencia, puros movimientos suficientemente antiguos y esenciales para que nos planteémos nuestra relación con el entorno. El planeta es en cierto modo un ser vivo, y no entenderlo es antropocentrista y nos lleva a la extinción. Extinguirnos está bien, pero antes está llevando a la extinción a millones de especies, decenas de miles cada año. La información que recibimos es mucho menos importante que las conclusiones que extraigamos de ella. La información da el poder que la sobreinformación quita, por eso el veganismo no es una meta de llegada, sino apenas un punto de partida.




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