Gogol
llamaba al
abedúl
“dama del bosque”, considero personalmente ese
árbol, el
más hermoso de la flora autóctona polaca. Me conmocionó el roble
de 1500 años de Stelmužė,
o
los dos milenos del olivo
¨Lo
Parot¨, y en general tengo fascinación por los árboles. Poseen
derecho a la vida, un derecho intrínseco, no basado exclusivamente
en su cantidad de madera, en ser fuente de alimento de muchas
especies o los litros de oxígeno que generan, sino en ser un ser
vivo y no una cosa. En ser y no solamente en estar. Ser talados en
caso de necesidad, no de capitalismo, ni de celebraciones rituales
tontas como la navidad. Tienen derecho a la vida aunque no sientan.
Un árbol no es una cosa.
El
sensocentrismo es un prisma argumental que pretende otorgar derechos
fundamentales a todos los seres poseedores de sistema nervioso
central (SNC) -y sólo a ellos-, excluyendo toda exención o
argumento fuera de lo neurológico. Sin embargo está lejos de ser
una filosofía absoluta, y los árboles son un ejemplo. Un baobab de
4000 años tiene menos derechos que una persona pederasta y asesina,
o incluso que Rudolf Hëss, sin embargo perder ese baobab es una
tragedia para la biología, y la pérdida de esas personas (con todo
su sistema nervioso central a cuestas) es un alivio para la
humanidad. El biocentrismo ( o en cualquiera caso sus nociones
básicas ), como forma de entender con más amplitud de miras la
lucha animalista, comienza a presentarse como un imperativo, habida
cuenta de que el planeta no es un recipiente, sino -fuera de los
minerales- un ser vivo de octillones y octillones de seres vivos que
interactúan y cooperan, se mezclan y depredan, se parasitan y
regalan, se comensalizan y asocian, se altruízan y sinergizan, se
comunican y simbiotizan,... y un largo etcétera, y sin ese inmenso
abanico de asociaciones, simplemente no existiríamos. Nada existiría
sin los enlazamientos, y ese principio vale igual para la comunidad
humana.
Desbancar
el sensocentrismo como fuente única de discurso es tan fácil como
desbanzar la arrogancia de una ciencia en pañales que pretende
epatarnos con tecnologicismos para hacernos comprender sus verdades
provisionales. La ciencia es una herramienta, no un altar donde
inmolar todos los corderos que considere oportuno, como siempre hacen
las religiones. La ciencia es la inteligencia, por eso debemos usarla
con cautela, con precaución, porque sin ello, todo es la vieja
charlatanería y mercadería de unguentos. El sensocentrismo -en una
línea antropocentrista de comparación con nosotras como modelo a
seguir-, es sin embargo una buena estrategia de concienciación para
acabar con la explotación de animales no humanos. Primero porque
surge de la empatía y segundo, porque la mayoría de ellos son
ejecutados con dolor y viven vidas de miserias. Todo lo que sufre
merece compasión y respeto, pero no sólo todo lo que sufre
neurobiológicamente merece compasión y respeto. Existen incluso
otros apartados éticos fuera de la compasión y el respeto. En el
marco de la sintiencia construímos los mundos de empatía hacia
otras especies animales, basadas en la proximidad con nuestro sistema
nervioso central -encargado de establecer mecanismos de dolor y
placer psíquicos y físicos, que reaccionan a estímulos externos e
internos-, y armamos entorno a él una pirámide de jerarquías donde
los seres humanos seguimos por supuesto en la cúpula, dentro de las
dinámicas invasivas macho, propias de la cobardía y la egolatría
con las cuales seguimos escribiendo a fuego nuestra relación con
quienes nos rodean.
Los
casos más evidentes de que el sensocentrismo no es un camino
definitivo para determinar a quiénes nos comemos o qué forma parte
de nuestro menú es que muchos bibalvos, insectos y otras faunas
consideradas carentes de sistema nervioso central -tal y como
funciona en nosotras y hasta lo que sabemos de ellas, que es bien
poco- son incluidas en las dietas de algunas ¨veganas¨, incluso ya
en los supermecados europeos, donde antes no existían. Es la
globalización de lo horrendo, que promueve el patriarcapitalismo.
Cada vez más estudios científicos demuestran que los insectos
tienen personalidad y sistemas nerviosos primitivos tan eficaces como
los de las jirafas o los conejos, y que les sirven para lo mismo que
a ellos: para huir del dolor y la muerte y para sentir placer. A eso
hay que añadir la razonable duda de lo que no sabemos, que es
inmensamente superior a los que conocemos.
No
comer animales no humanos sólo porque poseen SNC significa que sí
podemos comer animales atropellados encontrados en la carretera
(lamentablemente no faltan sobre el asfalto), inertes e insensibles,
a los perros y gatos que fallecen en nuestro hogares tras una vida de
cariño y respeto, a nuestros familiares o carne humana en general
(un inmenso desperdicio de comida, si lo miramos desde el punto de
vista sensocentrista), o personas humanas en coma sin una vida más
que rozando lo vegetativo. Son algunos ejemplos de que el
sensocentrismo NO es el único argumento para explotar o no explotar
otros seres vivos, y que existen argumentos mucho más antiguos y
arraigados que la ciencia moderna para permitir o abolir ciertas
prácticas, como son la ética o la inteligencia emocional. Saber que
no sabemos nada es un modo muy alto de sabiduría.
La
filosofía se fundamenta en el tradicional mito arrogante masculino
de que todo se puede pensar, la ética en cambio es un mecanismo
vinculante imperativo que obliga a las ciudadanas a que sus actos o
palabras no participen en una opresión o discriminación por activo,
pasivo o normalizativo. Fuera de la ética todo es burda ley y caos.
Y no podemos olvidar que la justicia
humana, en el mejor de los casos, es un compendio de leyes falibles
aplicadas por gente falible. Lo que hoy es interpretado como justo,
horrorizará a nuestras bisnietas.
No
puedo ser sensocentrista porque respeto a una persona en coma o
parapléjica, aunque no sienta, incluso siento cierto respeto por las
muertas, especialmente si las conocía. La ignorancia nos obliga
moralmente a ser cautas, y no ser cautas es el comportamiento típico
del capitalismo, invasivo y macho. Erradicas un hongo y esa pérdida
rompe los lazos que tenía con otros y con los árboles con los que
coopera y que hacen de ese hongo alimento y materia orgánica para
otros seres vivos ( sobretodo muchos animales), de manera que existe
un efecto dominó (constatado por la biología) que puede acabar y
acaba con un animal, un ecosistema, un equilibrio. No hay nada
romántico ni mágico, es pura ciencia, puros movimientos
suficientemente antiguos y esenciales para que nos planteémos
nuestra relación con el entorno. El planeta es en cierto modo un ser
vivo, y no entenderlo es antropocentrista y nos lleva a la extinción.
Extinguirnos está bien, pero antes está llevando a la extinción a
millones de especies, decenas de miles cada año. La información que
recibimos es mucho menos importante que las conclusiones que
extraigamos de ella. La información da el poder que la
sobreinformación quita, por eso el veganismo no es una meta de
llegada, sino apenas un punto de partida.
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