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martes, 3 de julio de 2018

TRISTE OSITO





Quedan cerca de 22.000 oso polares en el mundo. Algunos de ellos agonizan en las dobles muertes lentísimas de los parques zoológicos del mundo -dobles porque conllevan su previa muerte en vida, antes de su segunda definitiva- y otros sobreviven y sobremueren en sus territorios originales o cazados por inuits o por el “noble” “deporte” del reich de la caza. Los deshielos masivos provocados por el calentamiento global encogen sus territorios vitales y se ven obligados a basurear en el nuevo antropoceno de excrementos que -como un nuevo habitat humano- estamos colonizando en esos sus espacios. Espacios ya plastificados, petroleados, ensuciados como la inmensa montaña de basura en que se está convirtiendo el Everest gracias a megalómanas expediciones, o la isla del plástico del tamaño de Francia en el océano Pacífico, a la altura de la costa oeste de Estados Unidos....

Nos gustan los osos polares, pero más nos gusta viajar a Malasia. El fuego redentor de los combustibles fósiles arde en la hoguera de las pasiones más bajas con bullicioso crepitar, entre selfies en lugares exóticos. Mientrastanto, durante meses de hambre, la madre osa polar se come por desesperación el cadáver muerto de agotamiento e inanición de su segundo bebé, famélica hasta el dolor. Todavía punzada por la tortura del hambre rebusca en las basuras de las nuevas colonas buscadoras del mundo occidental. Buscan combustibles fósiles, minerales, diamantes, tratando inútilmente de satisfacer nuestra enfermiza gula o acaso confirmar que somos la más estúpida y prescindible de las especies, la que propícia la extinción anual de decenas de especies sin siquiera tener que capturarlas con cepos, ejecutarlas a balazos, secuestrarlas de sus hábitats, sino simplemente haciendo desaparecer sus bosques, sus playas, sus ecosistemas, sus acantilados o sus hielos.

Nos gustan los osos polares, son inmensos muñecos de nieve de hocico y mirada negros y licuosos como el légamo de la vida, de patorras anchas y andares graciosos. Sus crías son auténticos peluches que se interpretan en adorables muñecas ...fabricadas con petróleo para regalar a nuestras hijas. Nos gustan tanto que ni siquiera valen la posibilidad de renunciar a nuestro sagrado estilo de vida, porque el amor ególatra vale más que la vida de cualquier animal, por muy mono que nos parezca. Pero los animales no son bonitos, son caminos evolutivos de 3500 millones de años, y nuestra especie es la niña mimada por sí misma, megalómana y antropocéntrica, tanto que, avergonzada, creo a dios para disimular su adoración por sí misma.

Una de las ventajas de la magnífica esfericidad terrestre es que cuanto más te alejas de casa, más te acercas. El arte de huir es, como todo, algo que se aprende con los años mediante el método del error-acierto. El arte de huir se parece al de reir, llorar, odiar, amar, o cualquiera de los verbos de nuestra condición humana. Sociedades ciegas nos empujan a vidas diseñadas donde el riesgo de la espontaneidad queda virtualmente aniquilado. La profunda necesidad de ser alguien desvanece a la más profunda necesidad de simplemente ser y simplemente estar, restando importancia como hacemos a la vida sencilla, aquella que cada una vive cuando deja de simpatizar con la manada. Cuando huyamos, tratemos de no llevar con nosotras aquello de lo que huímos, el secreto de la eterna juventud es huír de lo que daña.

Libertad es verse a una misma en el espejo, no las expectativas ajenas. Veo a mi alrededor gente que viaja a cualquier lugar con la esperanza de regresar y contar que lo ha hecho. Así, no viajamos por voluntad propia -por algun tipo de instinto nómada-, sino por el placer que nos causa ser admiradas o escuchadas en los relatos de nuestros absurdos viajes a ningun lugar, o la creencia de que haciéndolo, vivimos. Veo gente a mi alrededor que acumula símbolos de poder, desde absurdos automóviles hasta insufribles alfombras, como si la posesión de dichos objetos garantizara algún tipo de sosiego a las injusticias de jornadas laborables esclavas a cambio de dinero. Somos felices realizando las labores del gentío, incluso las más repugnantes como disfrutar con trozos de personas en los platos, con la esclavitud de otras para hurto de sus fluidos y sus menstruaciones, o añadiendo a la necesidad de alimentarse, innecesarios frutos traídos desde el otro lado del mundo en condiciones de esclavitud, simplemente porque todo el mundo lo hace y su precio es asequible. Asediadas por la pereza y por el fantasma de la carencia, la humana concentró toda su energia vital y sus objetivos en la acumulación incesante. Tal fue su obsesión, que no sólo pretendía garantizar su bienestar, sino incluso pretender vencer a la muerte mediante su poder adquisitivo o la fama derivada de él. 

 

El viaje siempre es interior, debe serlo por una mera cuestión vital, quien viaja a un país enriquecido y sólo ve su lujo y caprichos satisfechos es como quien viaja a la India para ver el Taj Majal, o a Centroáfrica para ver las ceremonias rituales que ejecutan las tribus locales a cambio de dinero. Son viajes sin sentido, arbitrarios, colonizadores y evangelizadores, que no aportan nada sólido a la persona visitadora ni a la visitada. El viaje de placer se convierte en un lujo inservible porque se basa en el compartir fotografías y experiencias, y no en enriquecerse personalmente. Entonces no es un viaje, sino el mero desplazamiento de un cuerpo. Mi ejemplo de turismo más elocuente es el safari cinegético: Ir, Matar, Volver. Viajes de destrucción y colonización, turismo “agonic class”. Así mueren también los osos polares.

La injusticia es reprobable, siempre, pero hay pobrezas etíopes y pobrezas noruegas, no son las mismas. No podemos dirigirnos a un modelo de sociedad basado en una igualdad de coche, piso, trabajo de 8 horas, restaurante el sábado, vacaciones transatlánticas, etc. Ese modelo de vidas ha caducado o debe hacerlo, por el bien del planeta, de las demás,.. de los osos polares. Ese modelo de despilfarro insulta a quienes mueren ahora en el Mediterráneo global, tan nostrum, tan fosa común de refugiadas y niñas, por huir justísima y lógicamente de pobrezas, patriarcados y guerras o por querer acceder a nuestro modelo de despilfarro. El ejemplo que las exportamos es incorrecto. Lo indigno es la desigualdad, siempre, eso sí, pero este ejemplo de igualdad occidental que vendemos es el de niñas mimadas que patalean sin su chocolatina. Los derechos sociales deben revisarse, el nivel de vida debe desvincularse de lo material, la riqueza de los territorios debe atesorarse en su exhuberancia medioambiental, la justícia debe contemplar a todas las especies, la armonía social debe profundizar su discurso y ampliarlo al espectro de todas las víctimas. Hay que deconstruir el poder invasivo y excluyente y construir culturas de renuncia y diálogo. No importa la raza, sexo, clase o ideología que tenga alguien, siempre habrá otra alguien que halle razones para discriminarla. No importa la especie a la que pertenezca alguien, siempre habrá quien encuentre el modo de explotarla. Los animales tienen nombres nominativos y apellidos de cosificación como perros cazadores, gallinas ponedoras, caballos de tiro, vacas lecheras o animales de caza. Ese ordenamiento fascista del mundo debe concluir.

Con premeditación y alevosía, el otoño envía a sus cuervos a sobrevolar el prado. Los metálicos graznidos de amor de las más oscuras aves cantoras, tiemblan en sus gargantas contra el ventoso día. Dejaron la timidez y la cautela del resto del año, se sienten hermosos y exigen la mirada del mundo, del prado, del bosque inmediato, agrupándose, exhibiéndose y reconociéndose, felices del reencuentro. La belleza humana es la renuncia individual y decrecimiento colectivo. A partir de una propuesta de modelo social que parta de esas premisas, valiente para cuestionar toda nuestra historia pasada y presente, se podrá organizar un mundo sencillo y para todas. Para Todas. La ignorancia es esa mala poeta que escribe sus versos sin actos, solo con palabras. Los osos polares no hablan, sólo actúan. Su belleza merece la nuestra.

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