Quedan
cerca de 22.000 oso polares en el mundo. Algunos
de ellos agonizan en las dobles muertes
lentísimas de los parques zoológicos del mundo
-dobles porque conllevan su previa muerte
en vida, antes de su segunda definitiva- y
otros sobreviven y sobremueren en sus territorios originales o
cazados por inuits o por el “noble” “deporte” del reich de la
caza. Los
deshielos masivos provocados por el calentamiento global encogen sus
territorios vitales y se ven obligados a basurear en el nuevo
antropoceno de excrementos que -como un nuevo habitat humano- estamos
colonizando en esos sus espacios. Espacios
ya plastificados,
petroleados, ensuciados como la inmensa montaña de basura en que se
está convirtiendo
el Everest gracias a megalómanas
expediciones, o la isla del plástico del tamaño de Francia en
el océano Pacífico,
a la altura de la costa oeste de Estados Unidos....
Nos
gustan los osos polares, pero más nos gusta
viajar a Malasia. El fuego redentor de los
combustibles fósiles arde en
la hoguera de las pasiones más bajas con bullicioso
crepitar, entre selfies en lugares
exóticos. Mientrastanto,
durante meses de hambre, la madre osa polar se come por desesperación
el cadáver muerto de agotamiento
e inanición de
su segundo bebé, famélica hasta el dolor. Todavía
punzada por la tortura del hambre rebusca
en las basuras de
las nuevas colonas buscadoras del
mundo occidental. Buscan
combustibles fósiles, minerales,
diamantes, tratando inútilmente de
satisfacer nuestra enfermiza gula o acaso
confirmar que somos la más estúpida y
prescindible de las especies, la que propícia la extinción anual de
decenas de especies sin
siquiera tener que capturarlas con cepos, ejecutarlas a balazos,
secuestrarlas de sus hábitats, sino
simplemente haciendo
desaparecer sus bosques, sus playas, sus ecosistemas, sus acantilados
o sus hielos.
Nos
gustan los osos polares, son inmensos muñecos de nieve de hocico y
mirada negros y licuosos como el légamo de la vida, de patorras
anchas y andares graciosos. Sus crías son auténticos peluches que
se interpretan en adorables muñecas ...fabricadas
con petróleo para regalar a nuestras
hijas. Nos gustan tanto que ni siquiera
valen la posibilidad de renunciar a nuestro sagrado estilo de vida,
porque el amor ególatra
vale más que la vida de cualquier animal, por muy mono que nos
parezca. Pero los
animales no son bonitos,
son caminos evolutivos de 3500 millones de años, y
nuestra especie es la niña mimada por sí misma, megalómana y
antropocéntrica, tanto que,
avergonzada, creo a dios para disimular su adoración por sí misma.
Una
de las ventajas de la magnífica
esfericidad terrestre es que cuanto más te alejas de casa, más te
acercas. El
arte de huir es, como todo, algo que se aprende con los años
mediante el método
del error-acierto.
El arte de huir se parece al de reir, llorar, odiar, amar, o
cualquiera de los verbos de nuestra condición humana. Sociedades
ciegas nos empujan a vidas diseñadas
donde el riesgo de la espontaneidad queda virtualmente aniquilado. La
profunda necesidad de ser alguien desvanece a
la más
profunda necesidad de simplemente ser y simplemente estar, restando
importancia como hacemos a la vida sencilla, aquella que cada una
vive cuando deja de simpatizar con la manada. Cuando huyamos,
tratemos
de no llevar con nosotras
aquello de lo que huímos,
el
secreto de la eterna juventud es huír de lo que daña.
Libertad es verse a una misma en el espejo, no las expectativas
ajenas. Veo a mi alrededor gente que viaja a cualquier lugar con la
esperanza de regresar y contar que lo ha hecho. Así,
no viajamos por voluntad propia -por algun tipo de instinto nómada-,
sino por el placer que nos causa ser admiradas o escuchadas en los
relatos de nuestros absurdos viajes a ningun lugar, o la creencia de
que haciéndolo,
vivimos. Veo
gente a mi alrededor que acumula símbolos
de poder, desde absurdos automóviles hasta insufribles alfombras,
como si la posesión de dichos objetos garantizara algún
tipo de sosiego a las injusticias de jornadas laborables esclavas a
cambio de dinero. Somos felices realizando las labores del gentío,
incluso las más
repugnantes como disfrutar con trozos de personas en los platos, con
la esclavitud de otras para hurto de sus fluidos y sus
menstruaciones, o añadiendo
a la
necesidad de alimentarse, innecesarios
frutos
traídos
desde el otro lado del mundo en
condiciones de esclavitud,
simplemente porque todo el mundo lo hace y su precio es asequible.
Asediadas por la pereza y por el fantasma
de la carencia, la humana concentró toda su energia vital y sus
objetivos en la acumulación incesante. Tal
fue su obsesión, que no sólo pretendía
garantizar su bienestar, sino incluso pretender
vencer a la muerte mediante su poder adquisitivo o la fama
derivada de él.
El
viaje siempre es interior, debe serlo por una mera cuestión vital,
quien viaja a un país enriquecido y sólo ve su lujo y caprichos
satisfechos es como quien viaja a la India para ver el Taj Majal, o a
Centroáfrica para ver las ceremonias
rituales que ejecutan las tribus locales a cambio de dinero. Son
viajes sin sentido, arbitrarios, colonizadores y evangelizadores, que
no aportan nada sólido a la persona
visitadora ni a la visitada. El viaje de placer se convierte en un
lujo inservible porque se basa en el compartir fotografías y
experiencias, y no en enriquecerse personalmente. Entonces no es un
viaje, sino el mero
desplazamiento de un cuerpo. Mi ejemplo de turismo más
elocuente es el safari cinegético: Ir,
Matar, Volver.
Viajes de destrucción y colonización, turismo
“agonic class”. Así mueren también
los osos polares.
La
injusticia es reprobable, siempre, pero hay pobrezas etíopes y
pobrezas noruegas, no son las mismas. No podemos dirigirnos a un
modelo de sociedad basado en una igualdad de coche, piso, trabajo de
8 horas, restaurante el sábado, vacaciones transatlánticas, etc.
Ese modelo de vidas ha caducado o debe hacerlo, por el bien del
planeta, de las demás,.. de los osos polares.
Ese modelo de despilfarro insulta a quienes mueren ahora en el
Mediterráneo global, tan nostrum, tan fosa común de
refugiadas y niñas, por huir justísima y lógicamente de
pobrezas, patriarcados y guerras o por querer acceder a nuestro
modelo de despilfarro. El ejemplo que las exportamos es incorrecto.
Lo indigno es la desigualdad, siempre, eso sí, pero este ejemplo de
igualdad occidental que vendemos es el de niñas mimadas que patalean
sin su chocolatina. Los derechos sociales deben revisarse, el nivel
de vida debe desvincularse de lo material, la riqueza de los
territorios debe atesorarse en su exhuberancia medioambiental, la
justícia debe contemplar a todas las especies, la armonía social
debe profundizar su discurso y ampliarlo al espectro de todas las
víctimas. Hay que deconstruir el poder
invasivo y excluyente y construir culturas de
renuncia y diálogo. No importa la raza, sexo, clase o ideología que
tenga alguien, siempre habrá otra alguien que halle razones para
discriminarla. No importa la especie a la que pertenezca
alguien, siempre habrá quien encuentre el modo de explotarla. Los
animales tienen nombres nominativos y apellidos de cosificación como
perros cazadores, gallinas ponedoras,
caballos de tiro, vacas lecheras o animales
de caza. Ese ordenamiento fascista del mundo debe concluir.
Con
premeditación y alevosía, el otoño envía a sus cuervos a
sobrevolar el prado. Los metálicos graznidos de amor de las más
oscuras aves cantoras, tiemblan en sus gargantas contra el ventoso
día. Dejaron la timidez y la cautela del resto del año, se sienten
hermosos y exigen la mirada del mundo, del prado, del bosque
inmediato, agrupándose,
exhibiéndose y reconociéndose, felices del reencuentro. La
belleza humana es la renuncia individual y
decrecimiento colectivo. A
partir de una propuesta de modelo social que parta de esas premisas,
valiente para cuestionar toda nuestra historia pasada y presente, se
podrá organizar un mundo sencillo y para todas. Para Todas. La
ignorancia es esa mala poeta
que escribe sus versos sin actos, solo con palabras. Los
osos polares no hablan, sólo actúan. Su
belleza merece la nuestra.
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