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domingo, 5 de noviembre de 2017

El desafío catalán

En su lecho mortal, enjuto y moribundo, el viejo dictador susurró al oído del sucesor de su imperio “preserva la unidad de España”. Sonaba como la voz macilenta de un zombie, pero se trataba de una orden concreta, sobre la naturaleza de la cual ya mostró obsesión enfermiza durante su mandato a sangre, represión, cárcel y fusilamientos, y la cual quedó grabada en el cerebro del joven nuevo monstruo. Otro parásito de sangre azul, acusado de matar en su juventud al propio hermano en un accidente de caza para heredar el trono, y que recibíría la corona real de las própias trémulas manos del asesino, restaurando aquella ridícula -como todas- realeza, que la república sanamente había erradicado de España hasta el golpe de estado de 1936 y la guerra consiguiente que costaría un millón de muertas. La monarquía española es un resíduo pegajoso de la dictadura, como el excremento que queda pegado al inodoro y no se va sin ayuda de escobilla.

    Murió por fín el asesino, sin cargos de mala conciencia, sin las uñas manchadas de la tinta con que firmaba las sentencias de muerte, sin las canas enredadas de los aullidos de las torturadas en sucias comisarías, plagadas de fascistas sin escrúpulos ni más patria que el dolor ajeno. Pálido murió, como las ciento cincuenta mil muertas que su dictadura dejó, personas sin una tumba donde llorar a un padre, y la impunidad más absoluta recargada de chulería por parte del poder, tanto del de derechas como del de “izquierdas” que hubo, una mera pantomima que llenó el país de armamento de la Otan, centrales nucleares, bases americanas y profunda corrupción. Se especula que España es uno de los países con más corrupción estatal del mundo.

    Camboya ha sido la dictadura más sangrienta de la historia contemporánea, después de ella, España es el país con más desaparecidas del mundo. Triste récord. Yacen en cunetas olvidadas, 80 años con las manos atadas, un tiro en la nuca y ninguna intención por parte de las administraciones de la España actual de exhumar dichos cadáveres, por ser de antifascistas, por ser de segunda clase. Mientras en muchísimas ciudades de España todavía lucen nomenclaturas con símbolos franquistas, nombres de sangrientos generales o del propio caudillo Franco. A nadie se le ocurriría legalizar una asociación en honor a Adolf Hitler, como sucede lamentablemente en España con la Fundación “Francisco Franco”, que recibe fondos públicos del estado y organiza eventos y apoya iniciativas parlamentarias. El saludo romano del imperio nazi está severamente prohibido y castigado en Alemania, no en España.

    Esa basura es España, neofranquismo en estado puro, con su sol, sus playas, su alcohol barato, sus paellas y más de 60 mujeres e hijas ejecutadas sólo este  año por terrorismo machista. Un cuadro menos pintoresco que el que la industria turística vende a la incauta visitante. Es por ello que Catalunya ha querido huír de esa España.

     Cuando el presidente catalán Lluís Companys en 1940 declarara la independencia de la República Catalana, y después de ser detenido por la Gestapo en Francia, a petición de la policía franquista y fuera fusilado por soldados en el castillo de Montjuich de Barcelona, se inició un intento de destrucción de la cultura catalana. El idioma catalán (uno de los cuatro idiomas oficiales del estado español junto con el gallego, el euskera y el castellano, porque el “español” NO existe) estuvo prohibido en las escuelas franquistas, donde “sólo se hablaba cristiano”. Quien aquí escribe debió aprender catalán en casa como miles de niñas, y como miles de niñas, el abuelo de quien aquí escribe estuvo tres años en la cárcel por republicano. Las cárceles durante el franquismo siempre estuvieron llenas.

    Esto es sólo un contexto de la situación actual en Catalunya. Hay muchos más prolegómenos, mucho más dolor, represión, chillidos y lágrimas. Y sucedió algo similar en Euskalherria, donde surgió una formación político-militar llamada ETA, y que asesinó a quien fuera el presidente franquista, primer sucesor elegido por Franco, almirante Luis Carrero Blanco, llamado popularmente “el ogro” por su aspecto brutal y tosco, y que acabó con cincuenta kilos de dinamita bajo el coche y lo mandó a 30 metros de altura hacia el cielo que anhelaba. ETA fue tristemente famosa por sus 800 asesinatos pero la violencia es una herramienta fácilmente neutralizable por el poder. Con más violencia, claro, el pasatiempo preferido de los machos. Casi era un placer para el aparato represor franquista y postfranquista -lleno de machos bien cebados con carne y sedientos de sangre ajena- poder acusar a ETA durante los últimos 40 años de neofranquismo, de todos los males habidos y por haber, y justificar todas las actuaciones del gobierno central y regional en cualquier aspecto de la esfera pública, utilizando sus muertes como cortina de humo para desvalijar las arcas públicas, establecer sistemas de encubrimiento de corrupciones, creación de grupos terroristas sicarios estatales, hacer presas políticas, prolongar la tortura, el terrorismo de estado,... instalando una justícia visceralmente partidista, asesinatos de detenidas, presas políticas postdictadura... y creando ese cocktail mafioso entre la cultura del miedo y la cultura de la violación tan popular en el mundo patriarcal. España no tiene nada que envidiar a las repúblicas bananeras, peor, porque es una monarquía bananera.

    Las dictaduras encubiertas funcionan en casi toda América latina, y en España por supuesto, con sus leyes opresoras (la famosa “Ley mordaza” que inhibe muchas formas de protesta en la península ibérica, o las leyes antiterroristas que permiten criminalizar y linchar mediáticamente a la gente acusada de actividades “terroristas” -existen decenas de casos de cadenas perpetuas encubiertas, así como presas políticas sin cargos-. La impunidad de las apologías a la dictadura o la prepotencia de un gobierno que, tras los años de la llamada Transición  -comenzada tras la muerte física del dictador en 1975 y que costó 600 asesinatos-, mantuvo en cargos de poder y gestión de estamentos gubernamentales a todas las figuras políticas del franquismo y a sus familiares; en un nepotismo de manual que garantizaba que poco iba a cambiar y que todo quedaba -en palabras del propio Franco- “atado y bien atado”.

    La Constitución Española se firmó en 1978, el artículo 2 dice “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles", negando por arte y magia de la voluntad del dictador el derecho a la soberanía de aquellos territorios que, democráticamente, quisieran no pertenecer a la sangrienta España cuya tradición más conocida es la de ejecutar a los toros ante cientos de espectadoras. Durante décadas los pueblos vasco y catalán, como partes más activas en un deseo de desligarse de la toxicidad neofranquista, se toparon con ese muro constitucional. Era una constitución que, como todas, debía revisarse y adaptarse a la realidad social de cada territorio. Durante su historia, Alemania ha reformado su constitución en 80 ocasiones, por poner un ejemplo, pero la española sólo ha sido reformada para benefício de la oligarquía política y la monarquía, la trama de una mafia hondamente corrupta.

    Cansadas de darse de bruces contra el muro del círculo vicioso burocrático y la antigua estupìdez del gobierno fascista español, que impedía hablar de independencia, las asociaciones, partidos políticos y entidades independentistas de toda Catalunya formaron con el gobierno la propuesta de un referendum para la soberanía catalana, que fue inmediatamente rechazado por el gobierno central español, como siempre, pero que se mantuvo firme a pesar de las amenazas y las represalias ante un presunto delito de sedición. Ante la inminencia del 1 de octubre de este año ( fecha elegida para el sufragio catalán, la pieza crítica de su desafío ), el gobierno neofranquista español envió a 10.000 unidades de un cuerpo policial-militar para impedirlo, confiscando para ello el material propagandístico de la votación, papeletas de voto y buscando por toda Catalunya las urnas -escondidas en Francia-, desarticulando páginas webs informativas al respecto y otras medidas represivas que las catalanas ya esperaban e iban contratacando con páginas nuevas e información renovada y actualizada cada hora. Las papeletas se imprimían en casas privadas, la policía havía revisado imprentas buscándolas. La noche previa al día 1-O cientos de miles de catalanas, trabajadoras, estudiantes, jubiladas y pueblo puro durmieron en las escuelas, pequeños ayuntamientos y lugares destinados a las votaciones, con sus termos, sus mantas, sus abrazos y su esperanza. La solidaridad y sincronización de la gente fue espectacular, la firmeza y la cooperación, así como un ambiente de pacificidad total invadieron toda la lluviosa jornada. Por la madrugada, miles de agentes policiales equipados con material antidisturbios y en algunas ocasiones bajo los efectos de narcóticos, entraron por las malas a todos los lugares donde se había o se estaba votando. Rompieron puertas, destruyeron vidrieras, tumbaron vallas, arrancaron cerraduras, patearon y apalearon personas, aporrearon ancianas, dejando una persona ciega y cerca de mil heridas, además de cientos de magulladas de levedad. Las gestionadoras de las votaciones llevaban un control de los votos digital que impedía a la misma persona votar dos veces, gente envuelta con las diferentes banderas votaban sí o no, o lo que quisieran, líbremente, como en cada sufragio, votaron jóvenes, ancianas de más de cien años, barrios trabajadores, gente común. Las urnas llenas o en peligro de incautación eran desaparecidas rápidamente por la gente cómplice en una desobediencia civil histórica en la línea de Thoreau y llevadas a un lugar seguro por personas que corrían mientras las hacían pasillos humanos. Las urnas eran colgadas de los árboles fuera de la vista de las mercenarias, disimuladas aquí y allá de mil creativas maneras hasta lograr que pudieran contabilizarse en sitio seguro, en un ejercício de astucia y burla a una autoridad que no reconocían, sin precedentes en la historia contemporánea catalana. Las agentes de la policia catalana desobedecieron los mandatos del gobierno y no actuaron contra la población civil, las bomberas catalanas formaron cordones de protección de la población ante las robocops fascistas. Miles de votos se perdieron, secuestrados por la antidemocracia española, pero aún así se contaron más de 2 millones de síes para la independencia, casi 180.000 noes y unos 65.000 blancos o nulos. El referèndum se logró. Catalunya dijo SÍ, queremos autodeterminación.

    Ese día la gente formó la República Catalana, eso ya está decidido en un mundo donde realmente el pueblo sea soberano. Pero la formalidad exige otros procedimientos, exige legalidad, declaraciones oficiales, y para ello estaba la figura del presidente, que en el parlamento catalán, el 10 de octubre debía declarar oficialmente ese nuevo estado. El problema radicaba en que la Guardia Civil (el cuerpo policial dependiente del estado español encargado de secuestrar las urnas), tenía órdenes de detener de inmediato al presidente catalán si declaraba la independencia,  entonces la maniobra del presidente fue declarar la República Catalana PERO suspender sus efectos provisionalmente, buscando en ese lapso de tiempo un espacio de negociación, o bien con el estado (improbable) o con la comunidad internacional, que apoyara y presionara al gobierno español. Muchos países se posicionaron a favor, entre ellos Eslovenia -con un pasado similar de independentismo-, y otros en contra. Desde ese día han sido citados a juício el jefe de la policía catalana (Mossos d´Esquadra), y han sido detenidos y encarcelados Cuixart y Sánchez, presidentes de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, entidades promotoras de las elecciones, y los cuales llevan en prisión más tiempo que ufanos y reconocidos torturadores de la policía franquista, como “Billy, el niño”. España quiere aplicar el artículo 155 de la Constitución que permite asumir el mando de la autonomía catalana, delegar al presidente y a la clase política para sustituirla con la suya, tomar las fuerzas policiales a su mando, intervenir el sistema de finanzas e incluso los medios informativos catalanes, mucho mucho más objetivos que el circo completamente imbécil del informativo español, tan similar al del régimen de Franco. La administración catalana niega esa asunción y responde que sólo escuchará la voz del pueblo elegido democráticamente.

    El 27 de octubre, el presidente catalán Puigdemont, anunció oficialmente la República Catalana, iniciando los mecanismos del aparato opresor español y la puesta en marcha del artículo 155, en plena crisis jurídica y con la mayoría de cargos del Partido Popular (en el gobierno de España), imputados en delitos de robo, corrupción, prevaricación y finanzas ilegales, así como sospechosas muertes de miembros del partido que debían declarar ante la justicia; así como desaparición, quema y destrucción de pruebas que involucraban a un considerable número de cargos del gobierno. Toda esta trama sugiere que el partido gobernante es una mafia criminal prepotente y arrogante, la cual en connivencia con la oposición política en el senado, han mantenido el carácter neofranquista del estado desde la muerte del dictador. 8 consellers del gobierno catalán se hallan en prisión en este momento y el pueblo organiza manifestaciones, huelgas generales y otros tipos de protesta pacífica y resistencia pasiva, en la línea de la Revolución de Terciopelo eslovaca.

    La República Catalana es un territorio geoeconómico neurálgico de entrada de mercancías a Europa desde el puerto de Barcelona (el segundo más importante, junto al de Hamburgo), además de colindar fronterizamente con Francia y Andorra. Catalunya posee una industria potente (creada en parte por el propio Franco como estrategia para atraer migración española y por mezcla diluir la catalanidad, y lo cual consiguió un efecto contrario como se ve ahora, cuando son las hijas de las migrantes las que reclaman independencia), y representa el 22% del PIB español, además del único modo de pagar la deuda externa de España, cuya patética política interior ha sido inútil a la hora de crear empleo e iniciativas para pequeña empresa en el territorio, o que prohibe por ejemplo captar la luz del sol para consumo propio (equivaldría a la prohibición de recoger agua de lluvia que pretendió el gobierno boliviano en el año 2000 y que acabó en las revueltas populares que tumbaron las intenciónes de privatizar el agua). Catalunya es autosuficiente y la idea de un estado catalán en el marco o no del euro y la UE, es viable e incluso deseable.

    A la pregunta de qué hace una persona anarquista hablando de países, responderé que el conflicto en Catalunya no es una lucha de nacionalismos ni banderas. Las banderas son trapos y los patriotismos, asuntos de gente acomplejada. La República Catalana es el resultado de 300 años de opresión, ataduras, censura y represión que calaron en el rechazo de un pueblo, formado por trabajadoras y por ricas, por activistas y por pasivistas, por abuelas y por adolescentes. El desafío de una tribu al totalitarismo de un imperio, que clama por desvincularse para construir un lugar de autogestión fuera del marco de los macroimperios patriarcales tradicionales y de la monarquía fascista y parásita. Aunque esté sujeto a las leyes del mercado neoliberal, sus gobiernos, de más cercanía con el pueblo, tienen más posibilidades de crear sistemas económicos, políticos, ecológicos, feministas, etc más horizontales y de izquierdas, de un carácter más asambleario. Aún lejos todavía de la justícia y la igualdad, es un paso, un pequeño paso solamente en un mundo humano horrendo, por patriarcapitalista e invasivo.

    Con 200 años de antigüedad, una de las tradiciones más conocidas de Catalunya son sus “castellers”, castillos humanos verticales de diferentes estructuras, pisos y unidades humanas de hasta 10 metros de altura. Representan una disciplina de arte efímero de construcción y deconstrucción inmediata, una instalación metáfora de solidaridad para alzar algo y desmontarlo enseguida, como una respiración, volátil como la vida y la muerte, dejando quizás un rastro documental y una emoción, pero sobretodo el esfuerzo, compenetración, equibrio, cooperación, empoderamiento y un pequeño símbolo, una niña -la “anxaneta”-, que llega a la cúspide, alza su bracito “haciendo la aleta” y vuelve abajo inmediatamente, iniciando el derrame gravitatorio de cuerpos sudados, como una vela que se funde a la parafina original. No hay nada más, ni nada menos, alzándose sin más ayuda que manos, hombros, espaldas, codos, piernas, cinturas, muñecas, clavículas, músculos, cartílagos, huesos, destreza y cohesión. Las cabezas visibles de los “castells” son la niña que está arriba, y las tontas ven sólo eso, pero eso es sólo el final. El proceso, lo que conmueve de esta tradición, considerada Patrimonio Mundial de la Unesco, es toda la gente, el esqueleto, la estructura, los soportes, las costillas y los apuntalamientos en piña de la torre, es decir, el pueblo. La independencia de Catalunya es eso, su pueblo decidiendo decidir.


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