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martes, 19 de diciembre de 2017

Patriarcado especista

         Al márgen de un discurso feminista que no me compete mostrar por poseer un cuerpo leído macho por la sociedad, vehicularé el siguiente texto según una visión del feminismo aplicada a la explotación de los animales no humanos Conceptos dolorosamente idénticos en demasiados casos, así como tendencias y carácter de una instrumentalización que opera para someter lo mismo que para rentabilizar. No se pretende en el texto sustituir a ninguna mujer, ni hacer una educación feminista, sino tan sólo transversalizar y visibilizar unos paralelismos y modus operandi entre la explotacion a los animales no humanos y la cosificacion a la mujer por parte del patriarcapitalismo.

             La cultura del miedo y la violación, de la guerra, de la invasión, de la rentabilidad a toda costa, del beneficio sobre la vida, son algunas de las caracteristicas del libre mercado neoliberal, que involuciona desde el capitalismo, excretado a su vez por un padre dominante y acomplejado. Milenios de sometimiento patriarcal en ámbitos políticos, economicos, socioculturales y religiosos, sitúan a la hembra humana en una posición de reponedora de otras humanas, de autómata expendedora de vida para fines de perpetuación específica. La figura de la madre, glorificada por las religiones mayoritarias, no es ensalzada por sí misma, en su valor intrínseco, sino como sagrado cáliz de lo importante: el profeta nacido, siempre macho. Durante las dictaduras y las guerras en la historia, las mujeres cumplían una funcion fundamental de productoras de nueva carne de cañón, nuevas trabajadoras, nuevas soldadas, y nuevas acólitas del pensamiento imperante en cada determinado regimen. Este modelo a interpretar se presenta tan ubicuo como obtuso, por la limitación de perspectivas que adjudica a la hembra humana, cuya infancia es un adoctrinamiento de la fertilidad y la obligación del cuidado, del participación pasiva en los acontecimientos sociales que se desarrollan. Después, su vejez será la memoria de aquella madre que fue. A las hembras no se las otorga valor en sí mismas para el patriarcapitalismo -acaso reducidas a meras consumidoras-, sino que son la pieza clave para perpetuarlo.

              La explotación de los animales necesita de madres, miles de millones de animales son nacidos y ejecutados en centros de reproducción y extermínio, y las hembras son consideradas como poco mas que un sistema reproductor, matricial y uterino, tratado como un engranaje más de la cadena del carnismo. Los machos reproductores no tienen un destino muy disímil, pero su función es la producción de esperma para fecundar -violar- a las hembras, la concepción y el parto es delegado a las hembras.

               Nadie que no sea una imbécil ética puede negar que los animales no humanos sienten, piensan, desean vivir y necesitan su libertad para hacerlo. Discriminar animales por su especie es una conducta fascista y por ende, patriarcapitalista. Ni siquiera un ciencia que confirma desde hace décadas la personalidad animal, la sintiencia y la complejidad de las vidas animales puede ser tan elocuente como la propia observación de los animales que tenemos cerca, donde vemos sus intereses, sus deseos de decidir y su idiosincrasia personal, exactamente igual que la de los seres humanos.


           Nada tan patriarcal como la cultura de la invasión y la dominación. La lectura de una naturaleza depredadora-depredada donde el parasitismo y la competitividad dominan el discurso ambientalista, obvian flagrantemente la mucho más vigente cultura de la cooperación, la sinergia, la simbiosis, el comensalismo o el altruismo. Así, los comportamientos invasivos y jerárquicos o la magnificación del concepto de macho alfa, niegan otras formas de convivencia.

        La persona violadora y la persona carnista comparten una visión meramente instrumental de sus presas, considerándolas como meros trozos de carne, dentro de una dinámica de lucha y sometimiento donde una gana y otra pierde. La mirada de alguien sobre otra alguien reducida a un trofeo, unos kilos de carne, un placer o una satisfacción unilateral es exactamente igual en una canibal, una violadora, una pederasta o una consumidora de porno, prostitutas, carne y productos de origen animal. Ese mismo rol de verdugaje actua en la esclavitud y el secuestro mediante la fuerza bruta o el chantaje que ejercen los machos sobre las mujeres sumisas, sometidas o alienadas, donde la víctima deja de tener identidad e intereses, para convertirse en cosa al servicio de alguien. La cosificación de las mujeres y animales no humanos es la base de la cosificación de la vida, y ninguna sociedad puede avanzar mientras haya seres sintientes de primera clase y seres sintientes “intocables” o de castas inferiores, destinados a servirnos.

            Las abejas son insectos con personalidad y vida compleja, según resultados de estudios realizados en diferentes países por diversas científicas. En el panal productor de miel, polen, jalea real o cera, la reina es sometida a un proceso de violación sexual repetida hasta que su vida productora se reduzca, entonces sera ejecutada. En Israel y en muchas explotaciones apicultoras del planeta, las reinas son decapitadas sistemáticamente cada año, con fines de aumento de las puestas de huevos. Las trabajadoras son aplastadas durante la recogida de los productos del panal, que se hace en granjas industriales con aire comprimido y que les produce amputaciones de patas y alas y muerte por inanición o por aplastamiento de las celdas meleras manipuladas. La sobreexplotación en el robo de los productos de la abeja lleva a panales enteros a la destrucción, y la cría de abejas es un mero ejercicio de sometimiento de hembras, casi exclusivo.

             Las miserables vidas de las gallinas llamadas “ponedoras” son desperdiciadas encerrándolas en jaulas del tamaño de una hoja din-a4, no pudiendo ver el sol o abrir siquiera las alas. Descalcificadas por el esfuerzo de poner un número de huevos diez o quince veces superior al estado natural, se despluman por el roce continuo con barrotes. Ese sangriento forzado de sus condiciones sexuales naturales hasta el extremo, les provoca infecciones en la vulva y tumores en la vagina y el sistema reproductor, muchas mueren por huevos atascados en sus conductos, picoteadas y canibalizadas por el estrés en sus compañeras de jaula, las cuales, excitadas por la visión de sus vaginas llagadas, picotean agrandando las heridas en infecciones raramente vistas en hembras humanas pero que presentan una apariciencia tan altamente dolorosa como similar. La vida de la gallina depende de su producción, pero no suele pasar de 1,5 meses, cuando en libertad podría alcanzar los 6 y 8 años), la descalcificación y desvitaminado de tan enorme producción de menstruaciones que serán robadas, las deja en un estado deshechable del que se recuperarán.... siendo trituradas para subproductos cárnicos. Los pollitos destinados a cría nacen en incubadoras, sin más contacto que sus hermanos y compañeros, caminando sobre fetos muertos y huevos sin eclosionar, son sexados y lanzados a tolvas gigantes donde según la finalidad que vayan a tener (hembras-gallinas “ponedoras”, machos-carne) son triturados vivos (para la indústria cárnica) o no, gaseados vivos o no, o metidos en bolsas de basura a razón de cientos hasta que se mueran aplastados por el peso o asfixiados en lenta y horrible muerte. Son los llamados “pollitos de un día” y son eliminados varios cientos de millones cada año, sólo en la UE. La industria del huevo es explotación de cientos de millones de hembras por el hecho fisiológico de serlo.

              Las cerdas de cría son encerradas en cubículos poco más anchos que su cuerpo, que no las permiten girarse, sólo derrumbarse para dormir o para alimentar a las pequeñas cerditas que serán separadas de ella para ir a las naves de engorde. Muchos bebés mueren aplastados por la propia madre, que no puede ver dónde se tumba dentro de su angosta cárcel. Cuando dejan de ser productivas, se llevan al matadero o se ejecutan ahí mismo, en la granja, si no se hallan en estado de caminar por su propio pie. Es frecuente encontrar en los contenedores de cadáveres de las granjas de explotación, inmensas madres muertas que han colapsado del esfuerzo, sobre ellas, docenas de cadáveres de sus cerditos, reventados contra el hormigón por las trabajadoras de la factoría de carne, o dejados agonizar de hambre sobre el cuerpo de la madre muerta.

                 Las vacas consideradas lecheras han sido genéticamente seleccionadas y estimuladas mediante hormonas con el fín de producir diez veces más leche que sus antecesoras, ello conlleva a una extenuación física y psíquica de sus cuerpos, descalcificados, que en ocasiones no pueden sostenerse sobre sus patas, que se rompen y deben ser arrastradas al matadero. La vaca es inseminada, violada mediante un brazo humano introducido hasta el fondo de su vagina y acompañado de una cánula seminal para fecundarla,. Es habitual hacerlo poco después de haber parido, de manera que si deja de producir leche es enviada prematuramente al matadero con el feto dentro. El 25 % de las vacas llegan al matadero embarazadas, y se las ejecuta a ellas y a sus fetos. El continuo parir las genera infeccionesde vagina y vulva, evisceraciones de intestinos por músculos incapaces de contenerlos y todo tipo de enfermedades de orden sexual. Sus hijas son secuestradas al poco de nacer y ejecutadas o engordadas para carne o producción lechera lejos de la madre

              En la relación patriarcal la evolución de la fuerza bruta ha derivado al chantaje del amor romántico, donde un destino superior enlaza indisolublemente a la mujer con el hombre posesivo, disfrazando de belleza la esclavitud. Las granjas con gallinas “felices” de obsequiar con sus huevos a la persona explotadora, las vacas contentas de “dar” su leche o a sus hijas al cuchillo, el “amor” de la persona granjera hacia sus esclavas, la supuesta relación consentida entre el animal no humano extorsionado y secuestrado con la persona que lo posee en un supuesto agradecimiento mutuo... Una nauseabunda escenografía la cual forma parte de una tétrica obra de falsía y mentiras, como los mitos de amor romántico, idealizado en el cine, la literatura, el arte y la cultura en general, la religión y la sociedad; donde la posesión, la indisolubilidad, la pertenencia y el vínculo obligatorio tiene un aire benévolo que contrasta con la realidad de los maltratos, las palizas, los celos, los controles y la coerción ejercida por el macho hacia la hembra, en el seno de una cotidianeidad que mima ese concepto y niega a la víctima de su libertad de elección. Incluso la aplicación de las leyes contempla el “buen trato” como algo abstracto y delegado a la voluntad de la persona explotadora. En el caso animal no humano sus voces son inaudibles puesto que son considerados bienes muebles, y en el caso de las mujeres maltratadas, se cierne una sombra inmensa de duda sobre los casos de denuncias hechas por mujeres, que son sometidas a riguroso examen de credulidad, hasta que en muchos casos la mujer resulta asesinada. El amor romántico resulta tóxico porque formaliza el maltrato y lo embellece con un discurso brutalmente patriarcal, donde el macho interpreta un rol activo y la hembra-animal no humano, ejerce un rol pasivo.

                      Lo personal es político. Ningún maltrato, violencia o explotación cometido por alguien contra alguien puede quedar en el campo de las decisiones personales. Las dinámicas de dominación patriarcal abarcan mucho más que el sometimiento directo a las mujeres, son un sistema brutal y violento que debe ser erradicado por el bien de la ética y la construcción de una sociedad sin víctimas.









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