Al
márgen de un discurso feminista que no me compete mostrar por poseer
un cuerpo leído macho por la sociedad, vehicularé el siguiente
texto según una visión del feminismo aplicada a la explotación de
los animales no humanos Conceptos dolorosamente idénticos en
demasiados casos, así como tendencias y carácter de una
instrumentalización que opera para someter lo mismo que para
rentabilizar. No se pretende en el texto sustituir a ninguna mujer,
ni hacer una educación feminista, sino tan sólo transversalizar y
visibilizar unos paralelismos y modus operandi entre la explotacion a
los animales no humanos y la cosificacion a la mujer por parte del
patriarcapitalismo.
La
cultura del miedo y la violación, de la guerra, de la invasión, de
la rentabilidad a toda costa, del beneficio sobre la vida, son
algunas de las caracteristicas del libre mercado neoliberal, que
involuciona desde el capitalismo, excretado a su vez por un padre
dominante y acomplejado. Milenios de sometimiento patriarcal en
ámbitos políticos, economicos, socioculturales y religiosos, sitúan
a la hembra humana en una posición de reponedora de otras humanas,
de autómata expendedora de vida para fines de perpetuación
específica. La figura de la madre, glorificada por las religiones
mayoritarias, no es ensalzada por sí misma, en su valor intrínseco,
sino como sagrado cáliz de lo importante: el profeta nacido,
siempre macho. Durante las dictaduras y las guerras en la historia,
las mujeres cumplían una funcion fundamental de productoras de nueva
carne de cañón, nuevas trabajadoras, nuevas soldadas, y nuevas
acólitas del pensamiento imperante en cada determinado regimen. Este
modelo a interpretar se presenta tan ubicuo como obtuso, por la
limitación de perspectivas que adjudica a la hembra humana, cuya
infancia es un adoctrinamiento de la fertilidad y la obligación del
cuidado, del participación pasiva en los acontecimientos sociales
que se desarrollan. Después, su vejez será la memoria de aquella
madre que fue. A las hembras no se las otorga valor en sí mismas
para el patriarcapitalismo -acaso reducidas a meras consumidoras-,
sino que son la pieza clave para perpetuarlo.
La
explotación de los animales necesita de madres, miles de millones de
animales son nacidos y ejecutados en centros de reproducción y
extermínio, y las hembras son consideradas como poco mas que un
sistema reproductor, matricial y uterino, tratado como un engranaje
más de la cadena del carnismo. Los machos reproductores no tienen un
destino muy disímil, pero su función es la producción de esperma
para fecundar -violar- a las hembras, la concepción y el parto es
delegado a las hembras.
Nadie
que no sea una imbécil ética puede negar que los animales no
humanos sienten, piensan, desean vivir y necesitan su libertad para
hacerlo. Discriminar animales por su especie es una conducta fascista
y por ende, patriarcapitalista. Ni siquiera un ciencia que confirma
desde hace décadas la personalidad animal, la sintiencia y la
complejidad de las vidas animales puede ser tan elocuente como la
propia observación de los animales que tenemos cerca, donde vemos
sus intereses, sus deseos de decidir y su idiosincrasia personal,
exactamente igual que la de los seres humanos.
Nada
tan patriarcal como la cultura de la invasión y la dominación. La
lectura de una naturaleza depredadora-depredada donde el parasitismo
y la competitividad dominan el discurso ambientalista, obvian
flagrantemente la mucho más vigente cultura de la cooperación, la
sinergia, la simbiosis, el comensalismo o el altruismo. Así, los
comportamientos invasivos y jerárquicos o la magnificación del
concepto de macho alfa, niegan otras formas de convivencia.
La
persona violadora y la persona carnista comparten una visión
meramente instrumental de sus presas, considerándolas como meros
trozos de carne, dentro de una dinámica de lucha y sometimiento
donde una gana y otra pierde. La mirada de alguien sobre otra alguien
reducida a un trofeo, unos kilos de carne, un placer o una
satisfacción unilateral es exactamente igual en una canibal, una
violadora, una pederasta o una consumidora de porno, prostitutas,
carne y productos de origen animal. Ese mismo rol de verdugaje actua
en la esclavitud y el secuestro mediante la fuerza bruta o el
chantaje que ejercen los machos sobre las mujeres sumisas, sometidas
o alienadas, donde la víctima deja de tener identidad e intereses,
para convertirse en cosa al servicio de alguien. La cosificación de
las mujeres y animales no humanos es la base de la cosificación de
la vida, y ninguna sociedad puede avanzar mientras haya seres
sintientes de primera clase y seres sintientes “intocables” o de
castas inferiores, destinados a servirnos.
Las
abejas son insectos con personalidad y vida compleja, según
resultados de estudios realizados en diferentes países por diversas
científicas. En el panal productor de miel, polen, jalea real o
cera, la reina es sometida a un proceso de violación sexual repetida
hasta que su vida productora se reduzca, entonces sera ejecutada. En
Israel y en muchas explotaciones apicultoras del planeta, las reinas
son decapitadas sistemáticamente cada año, con fines de aumento de
las puestas de huevos. Las trabajadoras son aplastadas durante la
recogida de los productos del panal, que se hace en granjas
industriales con aire comprimido y que les produce amputaciones de
patas y alas y muerte por inanición o por aplastamiento de las
celdas meleras manipuladas. La sobreexplotación en el robo de los
productos de la abeja lleva a panales enteros a la destrucción, y la
cría de abejas es un mero ejercicio de sometimiento de hembras, casi
exclusivo.
Las
miserables vidas de las gallinas llamadas “ponedoras” son
desperdiciadas encerrándolas en jaulas del tamaño de una hoja
din-a4, no pudiendo ver el sol o abrir siquiera las alas.
Descalcificadas por el esfuerzo de poner un número de huevos diez o
quince veces superior al estado natural, se despluman por el roce
continuo con barrotes. Ese sangriento forzado de sus condiciones
sexuales naturales hasta el extremo, les provoca infecciones en la
vulva y tumores en la vagina y el sistema reproductor, muchas mueren
por huevos atascados en sus conductos, picoteadas y canibalizadas por
el estrés en sus compañeras de jaula, las cuales, excitadas por la
visión de sus vaginas llagadas, picotean agrandando las heridas en
infecciones raramente vistas en hembras humanas pero que presentan
una apariciencia tan altamente dolorosa como similar. La vida de la
gallina depende de su producción, pero no suele pasar de 1,5 meses,
cuando en libertad podría alcanzar los 6 y 8 años), la
descalcificación y desvitaminado de tan enorme producción de
menstruaciones que serán robadas, las deja en un estado deshechable
del que se recuperarán.... siendo trituradas para subproductos
cárnicos. Los pollitos destinados a cría nacen en incubadoras, sin
más contacto que sus hermanos y compañeros, caminando sobre fetos
muertos y huevos sin eclosionar, son sexados y lanzados a tolvas
gigantes donde según la finalidad que vayan a tener
(hembras-gallinas “ponedoras”, machos-carne) son triturados vivos
(para la indústria cárnica) o no, gaseados vivos o no, o metidos en
bolsas de basura a razón de cientos hasta que se mueran aplastados
por el peso o asfixiados en lenta y horrible muerte. Son los llamados
“pollitos de un día” y son eliminados varios cientos de millones
cada año, sólo en la UE. La industria del huevo es explotación de
cientos de millones de hembras por el hecho fisiológico de serlo.
Las
cerdas de cría son encerradas en cubículos poco más anchos que su
cuerpo, que no las permiten girarse, sólo derrumbarse para dormir o
para alimentar a las pequeñas cerditas que serán separadas de ella
para ir a las naves de engorde. Muchos bebés mueren aplastados por
la propia madre, que no puede ver dónde se tumba dentro de su
angosta cárcel. Cuando dejan de ser productivas, se llevan al
matadero o se ejecutan ahí mismo, en la granja, si no se hallan en
estado de caminar por su propio pie. Es frecuente encontrar en los
contenedores de cadáveres de las granjas de explotación, inmensas
madres muertas que han colapsado del esfuerzo, sobre ellas, docenas
de cadáveres de sus cerditos, reventados contra el hormigón por las
trabajadoras de la factoría de carne, o dejados agonizar de hambre
sobre el cuerpo de la madre muerta.
Las
vacas consideradas lecheras han sido genéticamente seleccionadas y
estimuladas mediante hormonas con el fín de producir diez veces más
leche que sus antecesoras, ello conlleva a una extenuación física y
psíquica de sus cuerpos, descalcificados, que en ocasiones no pueden
sostenerse sobre sus patas, que se rompen y deben ser arrastradas al
matadero. La vaca es inseminada, violada mediante un brazo humano
introducido hasta el fondo de su vagina y acompañado de una cánula
seminal para fecundarla,. Es habitual hacerlo poco después de haber
parido, de manera que si deja de producir leche es enviada
prematuramente al matadero con el feto dentro. El 25 % de las vacas
llegan al matadero embarazadas, y se las ejecuta a ellas y a sus
fetos. El continuo parir las genera infeccionesde vagina y vulva,
evisceraciones de intestinos por músculos incapaces de contenerlos y
todo tipo de enfermedades de orden sexual. Sus hijas son secuestradas
al poco de nacer y ejecutadas o engordadas para carne o producción
lechera lejos de la madre
En
la relación patriarcal la evolución de la fuerza bruta ha derivado
al chantaje del amor romántico, donde un destino superior enlaza
indisolublemente a la mujer con el hombre posesivo, disfrazando de
belleza la esclavitud. Las granjas con gallinas “felices” de
obsequiar con sus huevos a la persona explotadora, las vacas
contentas de “dar” su leche o a sus hijas al cuchillo, el “amor”
de la persona granjera hacia sus esclavas, la supuesta relación
consentida entre el animal no humano extorsionado y secuestrado con
la persona que lo posee en un supuesto agradecimiento mutuo... Una
nauseabunda escenografía la cual forma parte de una tétrica obra de
falsía y mentiras, como los mitos de amor romántico, idealizado en
el cine, la literatura, el arte y la cultura en general, la religión
y la sociedad; donde la posesión, la indisolubilidad, la pertenencia
y el vínculo obligatorio tiene un aire benévolo que contrasta con
la realidad de los maltratos, las palizas, los celos, los controles y
la coerción ejercida por el macho hacia la hembra, en el seno de una
cotidianeidad que mima ese concepto y niega a la víctima de su
libertad de elección. Incluso la aplicación de las leyes contempla
el “buen trato” como algo abstracto y delegado a la voluntad de
la persona explotadora. En el caso animal no humano sus voces son
inaudibles puesto que son considerados bienes muebles, y en el caso
de las mujeres maltratadas, se cierne una sombra inmensa de duda
sobre los casos de denuncias hechas por mujeres, que son sometidas a
riguroso examen de credulidad, hasta que en muchos casos la mujer
resulta asesinada. El amor romántico resulta tóxico porque
formaliza el maltrato y lo embellece con un discurso brutalmente
patriarcal, donde el macho interpreta un rol activo y la
hembra-animal no humano, ejerce un rol pasivo.
Lo
personal es político. Ningún maltrato, violencia o explotación
cometido por alguien contra alguien puede quedar en el campo de las
decisiones personales. Las dinámicas de dominación patriarcal
abarcan mucho más que el sometimiento directo a las mujeres, son un
sistema brutal y violento que debe ser erradicado por el bien de la
ética y la construcción de una sociedad sin víctimas.
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