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domingo, 15 de octubre de 2017

¿ DOMESTICADOS ?



Existen divisiones inverosimiles en nuestra visión de la animalidad terrestre, una de ellas es la que segrega a ciertos animales para comida y otros para acariciar, otra división es simplemente entre “los animales” y la especie humana, pretendendiendo quizás que somos alguna especie de hongo o vegetal y no -lo que somos- animales todos. Una tercera división pretende que hay animales “salvajes” y animales “domésticos”.

La pretensión del antropocentrismo de crear una naturaleza dócil y sumisa a sus caprichos, fantasea con el delirio de la “domésticación” como un gran éxito de la superioridad humana. Los animales así “domesticados” se ordenan en la categoría de indisolubles a la voluntad del ser humano, al espacio que les queramos otorgar, a nuestra benevolencia y buen hacer, así como a la instrumentalización que hacemos de ellos, olvidando la genética, que se desarrolló durante millones de años, a fuego lento, en los crisoles del acierto-error, en las optimizaciones y las mejoras del tesoro de las células, los aminoácidos y las cadenas genéticas.

Animales como el caballo por ejemplo, proceden de antepasados que datan de 55 millones de años, pero cuya “domesticación” por el ser humano apenas se remonta a los 3600 años. Sucede lo mismo con el lobo, que ha sido encontrado en fósiles de 38 millones de años y de cuya rama ha surgido esa subespecie que llamamos perro, con apenas 14000 años de convivencia entre humanas, un poco más que el cerdo o la oveja, con sus 13000 y 9000 años bajo nuestra tiranía. El gato “doméstico” procede -como todos los felinos- de un antepasado común, un depredador similar a la pantera habitante del sudeste asiático y datado en 10,8 millones de años, pero sólo convive entre nosotras desde hace 9500 años. Todas estas y muchas otras diferencias temporales entre la realidad genética de los animales y su supeditación a los intereses humanos, delatan errores de interpretación antropocéntricos, claramente unilaterales, los cuales explican las vidas de dichos animales según nuestro filtro y nuestra conveniencia.

La literatura al respecto de los animales que explotamos para comida, vestimenta, trabajo, etc, parte de la base de la “domesticación” como punto de partida, invisibilizando los millones de años pretéritos de la existencia de tal o cual especie vinculada a nosotras. De hecho todos los animales “domesticos” reciben su nombre a raíz del uso que de ellos hacemos, reduciendo su historia a la genuflexión a la nuestra. Hemos eliminado el pasado de los animales “de uso” (es decir, de abuso), hemos extinguido sus culturas, sus formas de vida ancestrales, sus instintos... para doblegarlos a nuestra voluntad. Sin embargo, la naturaleza es mucho más poderosa, y la genética sigue enviando al perro al bosque, haciendo indomable al gato y haciendo huir a las aves enjauladas.

La “domesticación” en la mayoría de los casos no es más que el miedo del animal a ser pegado. La confianza basada en la búsqueda de interacción, alimento o ayuda por parte de algunas individuas de “animales salvajes” (esta expresión es una redundancia) hacia los animales humanos, y sustratada probablemente en una cierta ingenuidad, condena a los animales a la posesión inmediata que ejercimos sobre ellos por el hecho de acercarse. Nuestra especie es perversa y posesiva. Incluso en los casos en que una humana ama a “su” animal “de companía” o “mascota”, existe una cierta dependencia con visos de sometimiento, donde la humana interpreta un papel jerárquico, dado que sujeta la vida de esos animales a sus intereses. Una cría de animal “domesticado”, educada fuera de un ambiente de esclavitud y dependencia del ser humano, tendrá un comportamiento salvaje inmediato, porque lo lleva en los genes, cuya inercia y eficacia se remonta a varios millones de años, y no a los miserables miles que hace que los poseemos.

     El animal no humano jamás reconoce la superioridad del humano, ni se pliega a su inteligencia -resulta espeluznantemente megalómana esa teoría-, sino que se doblega y somete por terror, incapaz de comprender la maldad y falta de escrúpulos, ingredientes jamás encontrados en ninguna otra especie con tanta saña y enfermiza obsesión como en el homo sapiens. Nuestra especie alimenta y cuida a los animales llamados “de consumo”, y de un día para otro los degüella, estableciendo una “relación” de mentira, traición, engaño y crimen. No hay cooperación entre el caballo obligado a arrastrar un carro y la mano que lo alimenta (únicamente para que no se muera y poder seguir explotándolo), no hay pacto entre las gallinas y quienes roban sus huevos y sus vidas, no hay simbiosis entre la vaca y la gente que la viola y exprime, no hay armonía ni amistad y mucho menos amor. Todos esos argumentos son subterfugios y falsías, detrás de ellos queda, desnudo, el crimen.

En los ambientes rurales hay quienes cuidan más su coche que los animales no humanos que tienen bajo custodia. La brutalidad es el método de relación más habitual entre seres humanos explotadores y animales no humanos. El discurso perverso de la armonía rural entre granjeras y vacas o gallinas felices y cerdos agradecidos termina su romance... bajo el cuchillo. Nadie mata lo que ama. Nadie... que no esté enferma.

La fábula de la domesticación se difumina definitivamente cuando el perro nos muerde, el caballo nos cocea, el gato nos araña o la cabra nos embiste. La domesticación es algo fictício y antropocéntrico, que pretende solamente someter a los animales interponiendo en sus voluntades, las nuestras, extendiendo para ello una alfombra de argumentos absurdos, bien gruesa e insonorizada para que no escuchemos sus gemidos de agonía y sufrimiento. Sobre esa alfombra se pretende que la persona explotadora sabe más de los intereses de la esclava que cualquier otra persona, siendo ello como si las guardianas de los campos nazis fueran por ello expertas en comportamiendo de las presas que tienen secuestradas. Los animales así esclavizados no ejercen una conducta libre, sino sometida al miedo a las consecuencias de su rebeldía. Los animales insumisos, de especies consideradas “domésticas”, son ejecutadas por rebelarse, castigando la libertad natural, quizás porque somos una especie condenada a funcionar en manada y no soportamos la idea de la libertad...

Todos los animales somos salvajes, los instintos son la base de nuestra supervivencia. Nadie nace para nadie, y todas las relaciones se basan en pactos y contratos tácitos. Si una de las personas no desea participar en una relación, mantenerla a la fuerza es secuestro, si esa otra persona -humana o no humana- desea esa relación, no la convierte en domesticada.







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