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miércoles, 30 de agosto de 2017

Fronteras

La razón por la cual cientos de millones de humanas en el mundo no comemos animales no humanos es la misma por la cual la mayoría de la población humana no se come entre sí. Desde un punto de vista económico y práctico, devorar los cadáveres de nuestras familiares y conciudadanas humanas sería correcto, pues es un despilfarro alimentar y cuidar a alguien durante su vida y luego enterrarla o incinerarla sin aprovechar su carne. Desde el punto de vista económico todo es comprensible -ya lo vimos en Treblinka-, pero hay otros factores. No lo hacemos, por cultura, pero sobretodo por ética. Las razones del veganismo son las mismas que niegan el canibalismo. Contra las muertas y su esclavitud.

Comer cadáveres humanos era una práctica normal hasta finales de la Edad de Piedra y desde 800.000 años atrás, con el homo antecessor, como alternativa gastronómica fruto de ser una especie oportunista. La antropofagia ritual comenzaría más tarde, por diversas creencias y cultos. Hoy día el canibalismo está relegado a situaciones extremas de guerra, hambrunas, o enfermedades psicopáticas criminales, en todo caso está prohibido en el mundo occidental, aunque es ritual en ciertas tribus africanas, meso y sudamericanas y polinésicas. Perseguido y penado, pero actual. En el resto del mundo, nuestra carne se halla bajo amparo legal de no consumo... teóricamente. Sin embargo en Europa se consume carne humana, como carne de otras especies en inminente peligro de extinción, la ley simplemente no es suficiente, y la ética hace lo que puede. Por curiosidad, por morbo, por banalidad del mal, por perversión... Durante un estudio realizado entre jóvenes estudiantes varones en España hace un año, preguntándoles si violarían sexualmente a chicas, sabiendo que no habría ninguna consecuencia legal por ello, el 40% de los encuestados respondió que sí, que lo haría. Prohibir la violación sexual, la pederastia o el canibalismo es sólo el mínimo garante de que dichas acciones no se hagan de un modo masivo y público, pero todo ello, hoy día, sigue existiendo.



Del mismo modo en que es imposible garantizar el bienestar de los animales no humanos explotados, dada la indecente cifra que alcanzan -infraestructura necesaria, personal disponible y costes derivados de tal intención-, también es imposible garantizar el control sanitario y bienestarista de los millones de toneladas de carne en forma de amputaciones o en su forma abstracta de subproductos cárnicos que se consumen o se desperdician en el mundo. Simplemente es imposible, y la industria de explotación animal es un caos desbordado por su propio tamaño, un monstruo incontrolable que produce millones de casos de enfermedades, pandemias, plagas e intoxicación alimentaria, ...e incluye puntuales casos de antropofagia. La estafa y el fraude que acarrea dicha industria, sumada a la corrupción de las inspecciones veterinarias y al propio mundo perversamente especista de tal profesión, imposibilitan ni el más remoto uso de la palabra “humanitario” (entendido en un sentido positivo a mi pesar). Las pandemias y epidemias, las infecciones y virulencias fuera de los muros de los campos de concentración, las alertas sociales y los brotes de enfermedades que afectan -también- a la salud humana, son apenas una punta del iceberg, no lo suficientemente elocuentes para que la población renuncie totalmente al consumo de personas no humanas. El control cárnico es un teatro, una puesta en escena horrible para pretender establecer una división entre “carroña” y “carne”, con el único objetivo de alimentar una adicción y de mantener obeso al patriarcapitalismo. Las mezclas en factorías entre carnes de distintos animales y comerciadas bajo otro nombre para venderlas más caras, el uso de cientos de productos químicos legales e ilegales, accidentes donde seres humanos son molidos y vendidos como carne de otra procedencia, restaurantes donde se sirven carnes humanas sin conocimiento de la consumidora (su sabor no se diferencia de la de vaca), carne de cisne o bisonte vendida en Polonia, gato guisado también consumido en este país, personas desaparecidas que acaban en carnicerías... Todo es comestible, el carnismo es más que un comportamiento, es adicción a la carne, cultura de la violación. La carne fue alguien que no quiso morir, y la frontera entre especies apenas perceptible.

El grueso de la sociedad ha aceptado que comprar una niña es un acto deleznable y mezquino, aunque sea legal o paralegal en muchos países e incluso que al mercado realmente aporte cuantiosos beneficios al comercio mundial. Las personas humanas no son mercancías y -con superlativo- menos lo son las niñas, por su fragilidad e indefensión. Su inocencia e incapacidad de defenderse son valores suficientes para respetar sus vidas. Con fallido intento de exculpación acusamos golosamente complacidas a aquellas culturas que trafican con niñas humanas para diversos usos y placeres, porque nos hace sentir mejores y exculpa nuestros crímenes. Independientemente del hecho de que las niñas humanas sean traficadas diariamente en nuestras sociedades, comprando su silencio, acallándolas con regalos materiales, agasajándolas con bienes o dinero, esclavizándolas a la demencia del consumo, torturándolas a las normativas heteropatriarcapitalistas, comprando su libertad para que no molesten, y convirtiéndolas en esclavas; hay también otras niñas que en idéntico estado de indefensión ante nuestra fuerza bruta y sobretodo nuestra falta de escrúpulos, siguen siendo compradas y vendidas, enteras o descuartizadas, a peso, o vivas para que sean nuestras esclavas emocionales. Son las niñas no humanas, algunas en estado de bebé. Bebés no humanas son asesinadas a las pocas horas de nacer para el tráfico de carne. Bebés de un día de vida son trituradas vivos para la industria del huevo, niñas no humanas de una edad comparable a nuestras niñas de seis años, son atravesadas por el ano por un hierro, que emerge por el orificio de su cuello decapitado, para denominarse pollo al ast. Billones de muertes prematuras, un constante goteo de sangre, dolor, agonía y esclavitud de bebés, que la mayoría de una sociedad corrupta e idiotizada por la gastronomía, mata o manda matar. Mientras no erradiquemos el infanticidio en nuestras sociedades, no podremos tener legitimidad para juzgar lo que otras sociedades hacen. Ninguna legitimidad. La gastronomía humana es primitiva, subdesarrollada, a la altura moral de procurarse placer sexual a costa de no voluntarias menores de edad. El carnismo es pederastia.

Como activista de calle he podido escuchar de la gente en no pocas ocasiones "si pudiera comería carne humana", refiriéndose sin duda al impedimento legal que no transige tales prácticas, más que al freno moral que lo inhibe. Las fronteras de nuevo son maleables y elásticas. En todo caso se delata una situación existente en la actualidad de vulneración de las normas básicas de convivencia en Occidente, y que esclarece que la ética y la educación no son suficientes para erradicar el consumo de carroña. El canibalismo existirá mientras exista el carnismo. Mientras las personas sean vistas como carne, existirá la mirada violadora de alguien sobre alguien. La jerarquía, la desigualdad y la depredación.


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