La
razón por la cual cientos de millones de humanas en el mundo no
comemos animales no humanos es
la misma por la cual la mayoría de la
población humana no se come entre sí. Desde un
punto de vista económico y práctico, devorar los cadáveres de
nuestras familiares
y conciudadanas humanas sería correcto,
pues es un
despilfarro alimentar y cuidar a alguien
durante su vida
y luego enterrarla
o incinerarla sin
aprovechar su carne. Desde
el punto de vista económico todo es comprensible -ya
lo vimos en Treblinka-, pero hay otros
factores. No
lo hacemos, por cultura, pero
sobretodo por ética. Las razones del veganismo son las mismas
que niegan el canibalismo. Contra
las muertas y su
esclavitud.
Comer
cadáveres humanos era
una práctica normal hasta
finales de la Edad de Piedra
y desde 800.000 años atrás, con el homo
antecessor, como
alternativa gastronómica fruto de ser una especie oportunista. La
antropofagia ritual comenzaría más tarde, por diversas creencias y
cultos. Hoy día el canibalismo está
relegado a situaciones extremas de guerra,
hambrunas, o enfermedades psicopáticas criminales, en todo caso está
prohibido en el mundo occidental,
aunque es ritual
en ciertas tribus africanas, meso y
sudamericanas y polinésicas.
Perseguido y
penado, pero actual.
En el resto del mundo, nuestra carne se
halla bajo amparo legal de no consumo... teóricamente. Sin
embargo en Europa se consume carne humana,
como carne de otras especies
en inminente peligro de extinción, la ley simplemente no es
suficiente, y la ética hace lo que puede. Por
curiosidad, por morbo, por banalidad del mal, por perversión...
Durante un estudio realizado entre jóvenes
estudiantes varones en España hace un año, preguntándoles si
violarían sexualmente a chicas, sabiendo que no habría ninguna
consecuencia
legal por ello,
el 40% de los encuestados respondió que sí, que
lo haría. Prohibir la violación sexual,
la pederastia o
el canibalismo es sólo el
mínimo garante de que dichas acciones no se hagan de un modo masivo
y público, pero
todo ello, hoy día, sigue existiendo.
Del
mismo modo en que es imposible garantizar el bienestar de los
animales no humanos explotados, dada la indecente cifra que alcanzan
-infraestructura necesaria, personal disponible y costes derivados de
tal intención-, también es imposible garantizar el control
sanitario y bienestarista de los millones de toneladas de carne en
forma de amputaciones o en su forma abstracta de subproductos
cárnicos que se consumen o se desperdician en el mundo. Simplemente
es imposible, y la industria de explotación animal es un caos
desbordado por su propio tamaño, un monstruo incontrolable que
produce millones de casos de enfermedades, pandemias, plagas e
intoxicación alimentaria, ...e incluye puntuales casos de
antropofagia. La estafa y el fraude que acarrea dicha industria,
sumada a la corrupción de las inspecciones veterinarias y al propio
mundo perversamente especista de tal profesión, imposibilitan ni el
más remoto uso de la palabra “humanitario” (entendido en un
sentido positivo a mi pesar). Las pandemias y epidemias, las
infecciones y virulencias fuera de los muros de los campos de
concentración, las alertas sociales y los brotes de enfermedades que
afectan -también- a la salud humana, son apenas una punta del
iceberg, no lo suficientemente elocuentes para que la población
renuncie totalmente al consumo de personas no humanas. El control
cárnico es un teatro, una puesta en escena horrible para pretender
establecer una división entre “carroña” y “carne”, con el
único objetivo de alimentar una adicción y de mantener obeso al
patriarcapitalismo. Las mezclas en factorías entre carnes de
distintos animales y comerciadas bajo otro nombre para venderlas más
caras, el uso de cientos de productos químicos legales e ilegales,
accidentes donde seres humanos son molidos y vendidos como carne de
otra procedencia, restaurantes donde se sirven carnes humanas sin
conocimiento de la consumidora (su sabor no se diferencia de la de
vaca), carne de cisne o bisonte vendida en Polonia, gato guisado
también consumido en este país, personas desaparecidas que acaban
en carnicerías... Todo es comestible, el carnismo es más que un
comportamiento, es adicción a la carne, cultura de la violación. La
carne fue alguien que no quiso morir, y la frontera entre especies
apenas perceptible.
El
grueso de la sociedad ha aceptado que comprar una niña es un acto
deleznable y mezquino, aunque sea legal o paralegal en muchos países
e incluso que al mercado realmente aporte cuantiosos beneficios al
comercio mundial. Las personas humanas no son mercancías y -con
superlativo- menos lo son las niñas, por su fragilidad e
indefensión. Su
inocencia e
incapacidad de defenderse son valores suficientes
para
respetar sus
vidas. Con
fallido intento de exculpación acusamos
golosamente complacidas a aquellas
culturas que trafican
con niñas humanas para diversos usos y placeres, porque
nos hace sentir mejores y exculpa nuestros crímenes.
Independientemente del hecho de que las niñas humanas sean
traficadas
diariamente en nuestras sociedades, comprando su silencio,
acallándolas con regalos materiales, agasajándolas con bienes o
dinero, esclavizándolas a la demencia del consumo, torturándolas
a las normativas heteropatriarcapitalistas,
comprando su libertad para que no molesten, y convirtiéndolas
en
esclavas; hay
también
otras
niñas que en idéntico estado de indefensión ante nuestra fuerza
bruta y sobretodo nuestra falta de escrúpulos, siguen siendo
compradas y vendidas, enteras o descuartizadas, a peso, o vivas para
que sean nuestras esclavas emocionales. Son las niñas no humanas,
algunas en estado de bebé. Bebés
no humanas son asesinadas a las pocas horas de nacer para el tráfico
de carne. Bebés de un día de vida son trituradas
vivos para la industria del huevo, niñas no humanas de una edad
comparable a nuestras niñas de seis años, son atravesadas por el
ano por un hierro, que emerge por el orificio de su cuello
decapitado, para denominarse pollo al ast. Billones de muertes
prematuras, un constante goteo de sangre, dolor, agonía y esclavitud
de bebés, que la mayoría de una sociedad corrupta e idiotizada por
la gastronomía, mata o manda matar. Mientras no erradiquemos el
infanticidio en nuestras sociedades, no podremos tener legitimidad
para juzgar lo que otras sociedades hacen. Ninguna legitimidad. La
gastronomía humana es primitiva, subdesarrollada, a la altura moral
de
procurarse placer sexual a costa de no voluntarias menores de edad.
El
carnismo es pederastia.
Como
activista de calle he podido escuchar de la gente en no pocas
ocasiones "si
pudiera comería
carne humana", refiriéndose
sin duda al impedimento legal que no transige tales prácticas,
más
que al freno moral que lo inhibe. Las
fronteras de nuevo son maleables y elásticas.
En
todo
caso se delata una situación existente en
la actualidad de
vulneración de las normas básicas
de convivencia en Occidente, y que esclarece que la ética
y la educación no son suficientes para erradicar el consumo de
carroña.
El
canibalismo existirá mientras exista el carnismo. Mientras las
personas sean vistas como carne, existirá la mirada violadora de
alguien sobre alguien. La jerarquía, la desigualdad y
la depredación.
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