Algunas
veces en la vida
he sentido instantes de tal intensidad, que nada humano me
los podría haber
proporcionado. Instantes de amar, o de
complicidad entre humanas no han sido tan íntimos. Tanto,
que el hecho de escribir acerca de
ellos requiriera una lucha interior con
el pudor y la vergüenza ante
tanta felicidad. Son instantes que aparecen estando, por ejemplo hace
algunos años, junto al roble de Stelmužė,
en Lituania, con arrugas y encorvaduras de
mil quinientos años, o dentro del hueco formado en el tronco del
olivo “Lo Parot”, al sur de Catalunya, y
sentada sobre sus retorcidas
inmensas raíces,
que crecieron en pleno tiempo de las romanas. Son instantes de
choque, absolutamente inhumanos, donde una no
quiere compartir, sino recogerse
sobre sí misma, desoir a las estridencias
de la civilización y responder
a todas las
preguntas importantes.
Paseando
una ladera con musgo de 30 centímetros, entre riachuelos color cobre
en el parque nacional de Góry Stolowe (el
bosque de todos los cuentos, el cuento de todos los bosques),
o acaso andando en la noche durante una acción por un bosque
abarrotado de luciérnagas, una no se atreve a romper el silencio
-que es el lenguaje de la naturaleza, aunque le pese al trueno y al
volcán-, y se limita a liberar la catarsis de las emociones. Son
momentos de felicidad pornográfica, tan intensa que, como decía
Henry Miller, más valdría pegarse un tiro y acabar ahí mismo,
porque más allá no hay estadio superior, ni meta más alta.
Sólo
he estado una vez en el Bosque Primitivo de Bialowieza, en Polonia,
hace cerca de 20 años. Se podía visitar sólo el cinco por ciento
de su superfície, el resto era reservado a científicas y personas
no profanas, y está bien que así sea, porque a ese bosque hay que
llamarlo de usted, andarlo en silencio sin más explicaciones que sus
olores y humedades. El perfume intenso de la madera podrida y las
turberas exhalando densos aromas, el goteo de los líquenes en verde
vivo, laciamente abandonados sobre las ramas muertas. Es un espacio
único y quería hablar de él.
Nadie
se espante, no voy a aburrir con la historia del bosque, no me
interesa cuándo y cómo fue declarado de interés natural, ni mucho
menos por quién, lo ignoro y quiero seguir ignorándolo, no importan
las circunstancias humanas que lo rodean. Lo que voy a hablar es del
bosque no como zona de interés económico, sino como espacio
liberado, como extensión ajena a las leyes del homo economicus.
En pleno antropoceno, cuando somos responsables de la Sexta Extinción
de especies vivas, hablar de lugares intactos o de intervención cero
por parte de nuestra corrupta especie, se vuelve prioritario.
Biotopos
sanos
en ecosistemas intactos y multitudinarios, abarrotados de vida, son
imprescindibles para la riqueza amenazada. Los bosques en Polonia
ocupan un porcentaje relativamente alto del
territorio, aunque constantemente amenazados por la excesiva
superproducción de cultivos. Son
bosques domesticados,
plantaciones donde se entra con máquinas a arrasarlo todo cuando
llega su edad a los árboles, del mismo modo que se llega
la hora de ejecutar a
los animales esclavizados en las granjas: la hora que decidimos que
les llegó.
Llegan
las máquinas y talan, deforestan, aplastan, dejan miles de pequeñas
faunas muertas y cargan los cuerpos mutilados del árbol en sus
camiones.
Un
árbol vale menos que una persona humana, eso está claro, pero si el
árbol es un baobab de 4000 años y la humana es un violador
reincidente, los valores se pueden invertir, por mucho escándalo que
arme la persona antropocéntrica. Pocas cosas delatan la estupidez
humana tanto como juzgar a la Naturaleza como inoperante y necesitada
de nuestra ayuda, cuando no se doblega a los intereses humanos. La
Naturaleza siempre acierta, pero se halla en constante proceso de
reinvención. La plaga son esa gente que dicen que algunas especies
son plagas.
El
bosque de Bialowieza es un planeta aparte al cual no tenemos acceso y
deberíamos observarlo a la distancia, con los ojos que no lo ven ni
tienen la intención de poseerlo, como los animales que son para sí
mismos y no para la mirada carnista, como la niña es para sí misma
y no para la intencion pederasta. El bosque es el refugio de aquellos
corazones salvajes hartos de asfaltos, leyes económicas, ruido y
charlatanería humana. Yo vine a Polonia por los árboles y por la
lluvia, y mi corazón respira sabiendo que ese bosque existe, lejos
de las leyes patriarcapitalistas garabateadas en sucios libros, por
los viejos y decrépitos machos avariciosos del poder.
La
excusa que se esgrime para su tala profiláctica es que está siendo
atacado por la carcoma, pero las máquinas harwester que lo hacen,
descortezan los árboles (la mayoría en buen estado de salud, sin
carcoma), y la dejan ahí, sobre el bosque, en lugar de enterrarlas o
quemarlas, como harían si de verdad quisieran “acabar con la
carcoma”. De este modo, el año que viene todas esas larvas
volverán a otros árboles y tendrán más pretextos para seguir
destruyendo Polonia.
A
mi me cae bien la carcoma de Bialowieza, es simpática, no pasa nada
si mata el árbol, se seca, o cae y es colonizado por cientos de
millones de bactérias, microorganismos, artrópodos, roedores,
pájaros..., cuya abundancia garantiza la abundancia de otras formas
de vida, más grandes o pequeñas en la cadena trófica, desde
grandes mamíferos hasta numerosas especies de hongos, líquenes,
musgos y floras y faunas de diversa funcionalidad en los ritmos y
necesidades del bosque. La madera que se derrumba sobre el suelo
boscoso es un aporte indispensable de comida y refugio a miles de
animales y plantas, así como a generaciones de ellas. Y de eso va el
bosque primitivo, de abundancia de recursos, de la naturaleza
haciendo lo mejor que sabe hacer: ciclar.
El
bosque es un organismo vivo que respira, come, bebe, defeca, escupe,
vomita y transpira. Un conjunto vivo, un monstruo gigantesco formado
a partes proporcionales de animales, plantas y hongos, asentados
sobre un suelo excepcional hecho de una estructura única en Europa.
Las características del suelo del Bosque Primitivo de Bialowieza son
las mismas que las de Europa hace miles de años. Se diría que el
tiempo -ese constructo humano destinado a medir nuestra fragilidad-,
haya decidido tener su propia forma y medida en el bosque de
Bialowieza. Los bosques primitivos son los superlativos de la palabra
bosque, y deben apartarse de nuestra mediocre mirada de la vida, de
nuestra fascista mirada.
Con
una mentira tras otra, con un abuso de poder tras otro, con un
genocicio tras otro, los granjeros de la vida salvaje han invadido
con sus leyes económicas los bosques polacos, ejecutando a sus
animales cartucho a cartucho, destripamiento a destripamiento,
talando y criando árboles a la conveniencia de las leyes del mercado
internacional y a la conveniencia de su falta de escrúpulos y su
avarícia. Las fronteras de ese tesoro excepcional europeo deben ser
agrandadas, sus perímetros controlados y dejar que el tiempo se
derrame a su tiempo en esa isla hirviente de vida. No podemos
permitirnos el lujo de permitir que la destruyan.
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