LA
VIDA EN UN MINUTO
Por
unos segundos, el camión se detiene en la retención. El sol inunda
el contenedor en un precioso día
de septiembre. Un delicioso hocico rosado y unos somnolientos ojos
dulces asoman buscando esos rayos benignos. Aspira el aire fresco, lo
goza, le llena una plenitud jamás
antes conocida,
y se baña
placentero
en
el radiante
amarillo solar.
El
azar ha concedido apenas
unos centímetros
de sol, pero su hocico brilla y se balancea respirando ese sol y ese
aire. Es su segundo
viaje, el
primero fue de lechón, hacia la granja de engorde.
Es su último
viaje. A pocos kilómetros el matadero de porcino espera su cuerpo
provisionalmente vivo, le esperan gente que vive de matar y
para matar, asiendo la pistola que penetrara en su cerebro. Su
vida se escapará
definitivamente por la reja del alcantarillado.
En
su cerebro molido por las esclavitudes, disfruta el rayo de sol en
una triste asociación de derechos fundamentales y exterminio. Luego
la nada. No habrá nada más. Nada de absurdos karmas de regreso para
su asesina, nada de otras vidas, nada de muertes amables o crueles.
Le espera la nada, como a todas. Pero esta es una nada injusta, por
prematura. De momento la hermosa criatura saborea ese rayo de sol
como si no existiera nada mejor en el mundo. No conoció el amor, ni
el derecho a ser él mismo, ni la belleza de la libertad. Sólo es un
peso en kilos en un camión, llevado a la muerte.
Cuando
escribo esto
él
ya no existe. No pude hacer nada. No me rogó por su vida, no tembló
ante mí
pidiendo ayuda. Y
yo no hice nada.
Disfrutó
ese sol con su triste biografia, ignorante de su destino, incapaz de
comprender la nauseabunda perversión de sus verdugas y
la gente que compró
al día siguiente
su cuerpo descuartizado, para
deleitarse
unos minutos a costa de su vida. Carne es asesinato, se puede decir
más
alto pero no más
claro. Carne
es violaciones, dolor, tortura, esclavitud, y ningún
tipo de carne ha sido hecha de otro modo, por más
pretexto
que le pongan.
Todas las peliculas de terror, todas nuestras más
horrendas pesadillas y
pánicos
imaginarios que no
llegarán,
son la vida de millones de personas no humanas. Carne es asesinato,
cualquier otro modo de decirlo es pactar con la
mentira.
A
veces los animales nos morimos por hemorragias internas. A veces de
ser matados a golpes, nos rompen por dentro, nos revientan órganos y
morimos de ser matados. Parecemos dormidos porque no se ven heridas
ni sangre, pero los infringimientos están
por dentro y duelen igual, y matan igual. Nos las provocan los golpes
de un marido celoso, de una ganadera colérica,
de una policía
soberbia, de una neonazi. Somos
las hemorragias internas del mundo y morimos sin sangrar
visiblemente, en los habitats de hormigón que nos inventaron
nuestras verdugas, en las jaulas de la leche, en
comisarías y
campos de concentración, en la vulnerabilidad de pernoctar en un
parque
o
ser fémina,
en la vulnerabilidad de ser considerada inferior. Los animales nos
morimos de ser inferiores ante los ojos de otras.
La
peor muerte es aquella de ver morir a quien se ama. El
amor no pacta, igual que la muerte. Por eso no podemos poseerlo,
porque el amor es por definición, libre. Nadie pertenece
a
nadie, pero todas somos de la muerte. Y
de la vida. Cuando
creas que tu vida es un fracaso y cuando tu infelicidad te domine,
piensa en los pollos que ven el sol por primera y última vez cuando
son transportados al matadero...
La
carne no habla. Por eso no sabemos que el cuerpo vivo que la creó se
asfixió durante minutos, antes de que su corazón colapsara y
pudiera ser troceado. La carne es muda. El dolor de una infección de
oídos en un cerdo no medicado porque iba a ser ejecutado en breve,
no le cuenta a aquella persona que compró su carne, el intenso
sufrimiento de esa infección. Los días de transporte en abrasadora
sed, o la ceguera de un ternero que se clavó durante el trayecto
algún perno de la caja del camión. O aquel caballo que se atascó
la pata en el remolque y quebró su hueso, obligado a viajar así,
colgando de la fractura, durante horas y días antes del matadero. La
carne calla, finge ser producto, por eso podría proceder de una
refugiada, de una niña huérfana, de una trabajadora que cayó en la
máquina trituradora y se hizo hamburguesa o gelatina para
subproductos. Porque la carne es neutra. La carne es cosa, la carne
es nada. Cuerpos
derrumbados
sobre las baldosas resbaladizas de la sangre fresca. Ojos
en midriasis, mandíbulas
desencajadas
y dientes
rotos
por la violencia del golpe. Se desploman
como pesados
fardos,
como
montañas
de vida en shock sobre la cual llueven manoseos y cuchillos, cadenas
que lo alzan de una pata para descuartizarlo, todavia vivo. En
cuestión de minutos los metales entran hincándose en el sagrado
cuerpo, lo separan, lo desencajan, lo descoyuntan, desollan la piel
pegada, lo desordenan. Toda una
biografía ha sido reducida a despojos y pedazos enormes de carne
cuyos músculos aún tienen espasmos automáticos, como si esa carne
aún fuera
consciente.
Es la
apoteosis de la crueldad, es el máximo exponente del crímen, es el
climax de toda violación. No hay imagen más explícita para definir
a nuestra especie que la mecanización de la muerte y el desgarro
horroroso de los cuerpos. Esos cuerpos calientes y llenos de
posibilidades, deseos, ganas de paz, han sido reducidos a mercancías.
Ningún dios ha sido tan cruel como el patriarcado especista.
Pero
la carne fue. Febrilmente vida, fue. Fue músculos y tendones
tensados en un salto de juego o en una convulsión. Fue tuberías
dúctiles por donde entró hierba u oxígeno y alimentó la suprema
rotundidad de la vida. La carne fue vida, esperanzas, amor, ternura,
miedo, dolor, estrés, ansiedad, risa, timidez, mezquindad,
sensibilidad, inteligencia, personalidad, paz, desasosiego,
individualidad, unicidad, un universo perfecto... destruído por
placer. La carne es violación, ejecuciones sumarias, egolatría
perpetuada, soledad, terror, por más que la miremos como trozos de
nada. Fueron alguien. La carne fue alguien que quiso vivir. Y
en
realidad, la conducta omnívora no disimila de la violación sexual:
hay un trozo de carne fresca a conseguir, y no se repara en medios
para hacerse con él.
Pero
el
veganismo no es suficiente, hay que actuar. La lucha es económica,
claro, y politica, pero sobretodo ética,
por lo tanto no admite indiferencia.
Hay que protestar, resistir, chillar, causar verdaderos problemas y
visualizar a todos esos hocicos en la sombra, a todos esos picos en
la penumbra, a todas esas niñas
enjauladas. Combatiendo
la superestructura de un sistema de muerte mecanizada insufrible al
humanismo. El antropocentrismo debe extinguirse por el bien de la
naturaleza y de nuestra propia especie. El
veganismo es un proceso eticofilosófico sin precedentes en la
historia de la humanidad porque por vez primera actua en beneficio de
seres no pertenecientes a nuestras especie, aunque sea por razones
aplicables a nuestra especie (inteligencia, personalidad,
sentimientos, sintiencia...).
Las
violaciones sexuales a mujeres, la brutalidad en los mataderos y
granjas, el terrorismo machista, el
comercio
de carroñas, la crueldad infinita con las niñas,... no son
cometidas por monstruas
despiadadas
y babeantes. Las nazis compraban el pan y cantaban nanas también.
Todo ello es realizado por gente aparentemente
normal,
en el seno de famílias y hogares conyugales. O
es considerado trabajo normal del cual dependen las economías
nacionales. La normalidad y la frivolidad del horror caracteriza la
indiferencia, por
eso hay que romper la normalidad, reinventarla, construir una nueva
normalidad de cultura de cuidado, que erradique cualquier escena
cotidiana, donde el hocico de una inocente asomando por una prisión
conducida a su exterminio, simplemente, no suceda.
Se
lo debemos, después de miles de años de horror, se lo debemos. Y lo
sabemos.
Es duro vivir entre tanta maldad...pero no hay que rendirse, hay que hacer el cambio y luchar por ello así lo tachen a uno de extremista......
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