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domingo, 9 de abril de 2017

La Vida en un minuto

LA VIDA EN UN MINUTO


Por unos segundos, el camión se detiene en la retención. El sol inunda el contenedor en un precioso día de septiembre. Un delicioso hocico rosado y unos somnolientos ojos dulces asoman buscando esos rayos benignos. Aspira el aire fresco, lo goza, le llena una plenitud jamás antes conocida, y se baña placentero en el radiante amarillo solar. El azar ha concedido apenas unos centímetros de sol, pero su hocico brilla y se balancea respirando ese sol y ese aire. Es su segundo viaje, el primero fue de lechón, hacia la granja de engorde. Es su último viaje. A pocos kilómetros el matadero de porcino espera su cuerpo provisionalmente vivo, le esperan gente que vive de matar y para matar, asiendo la pistola que penetrara en su cerebro. Su vida se escapará definitivamente por la reja del alcantarillado.
En su cerebro molido por las esclavitudes, disfruta el rayo de sol en una triste asociación de derechos fundamentales y exterminio. Luego la nada. No habrá nada más. Nada de absurdos karmas de regreso para su asesina, nada de otras vidas, nada de muertes amables o crueles. Le espera la nada, como a todas. Pero esta es una nada injusta, por prematura. De momento la hermosa criatura saborea ese rayo de sol como si no existiera nada mejor en el mundo. No conoció el amor, ni el derecho a ser él mismo, ni la belleza de la libertad. Sólo es un peso en kilos en un camión, llevado a la muerte.
Cuando escribo esto él ya no existe. No pude hacer nada. No me rogó por su vida, no tembló ante mí pidiendo ayuda. Y yo no hice nada. Disfrutó ese sol con su triste biografia, ignorante de su destino, incapaz de comprender la nauseabunda perversión de sus verdugas y la gente que compró al día siguiente su cuerpo descuartizado, para deleitarse unos minutos a costa de su vida. Carne es asesinato, se puede decir más alto pero no más claro. Carne es violaciones, dolor, tortura, esclavitud, y ningún tipo de carne ha sido hecha de otro modo, por más pretexto que le pongan. Todas las peliculas de terror, todas nuestras más horrendas pesadillas y pánicos imaginarios que no llegarán, son la vida de millones de personas no humanas. Carne es asesinato, cualquier otro modo de decirlo es pactar con la mentira.
A veces los animales nos morimos por hemorragias internas. A veces de ser matados a golpes, nos rompen por dentro, nos revientan órganos y morimos de ser matados. Parecemos dormidos porque no se ven heridas ni sangre, pero los infringimientos están por dentro y duelen igual, y matan igual. Nos las provocan los golpes de un marido celoso, de una ganadera colérica, de una policía soberbia, de una neonazi. Somos las hemorragias internas del mundo y morimos sin sangrar visiblemente, en los habitats de hormigón que nos inventaron nuestras verdugas, en las jaulas de la leche, en comisarías y campos de concentración, en la vulnerabilidad de pernoctar en un parque o ser fémina, en la vulnerabilidad de ser considerada inferior. Los animales nos morimos de ser inferiores ante los ojos de otras.
La peor muerte es aquella de ver morir a quien se ama. El amor no pacta, igual que la muerte. Por eso no podemos poseerlo, porque el amor es por definición, libre. Nadie pertenece a nadie, pero todas somos de la muerte. Y de la vida. Cuando creas que tu vida es un fracaso y cuando tu infelicidad te domine, piensa en los pollos que ven el sol por primera y última vez cuando son transportados al matadero...

La carne no habla. Por eso no sabemos que el cuerpo vivo que la creó se asfixió durante minutos, antes de que su corazón colapsara y pudiera ser troceado. La carne es muda. El dolor de una infección de oídos en un cerdo no medicado porque iba a ser ejecutado en breve, no le cuenta a aquella persona que compró su carne, el intenso sufrimiento de esa infección. Los días de transporte en abrasadora sed, o la ceguera de un ternero que se clavó durante el trayecto algún perno de la caja del camión. O aquel caballo que se atascó la pata en el remolque y quebró su hueso, obligado a viajar así, colgando de la fractura, durante horas y días antes del matadero. La carne calla, finge ser producto, por eso podría proceder de una refugiada, de una niña huérfana, de una trabajadora que cayó en la máquina trituradora y se hizo hamburguesa o gelatina para subproductos. Porque la carne es neutra. La carne es cosa, la carne es nada. Cuerpos derrumbados sobre las baldosas resbaladizas de la sangre fresca. Ojos en midriasis, mandíbulas desencajadas y dientes rotos por la violencia del golpe. Se desploman como pesados fardos, como montañas de vida en shock sobre la cual llueven manoseos y cuchillos, cadenas que lo alzan de una pata para descuartizarlo, todavia vivo. En cuestión de minutos los metales entran hincándose en el sagrado cuerpo, lo separan, lo desencajan, lo descoyuntan, desollan la piel pegada, lo desordenan. Toda una biografía ha sido reducida a despojos y pedazos enormes de carne cuyos músculos aún tienen espasmos automáticos, como si esa carne aún fuera consciente. Es la apoteosis de la crueldad, es el máximo exponente del crímen, es el climax de toda violación. No hay imagen más explícita para definir a nuestra especie que la mecanización de la muerte y el desgarro horroroso de los cuerpos. Esos cuerpos calientes y llenos de posibilidades, deseos, ganas de paz, han sido reducidos a mercancías. Ningún dios ha sido tan cruel como el patriarcado especista.

Pero la carne fue. Febrilmente vida, fue. Fue músculos y tendones tensados en un salto de juego o en una convulsión. Fue tuberías dúctiles por donde entró hierba u oxígeno y alimentó la suprema rotundidad de la vida. La carne fue vida, esperanzas, amor, ternura, miedo, dolor, estrés, ansiedad, risa, timidez, mezquindad, sensibilidad, inteligencia, personalidad, paz, desasosiego, individualidad, unicidad, un universo perfecto... destruído por placer. La carne es violación, ejecuciones sumarias, egolatría perpetuada, soledad, terror, por más que la miremos como trozos de nada. Fueron alguien. La carne fue alguien que quiso vivir. Y en realidad, la conducta omnívora no disimila de la violación sexual: hay un trozo de carne fresca a conseguir, y no se repara en medios para hacerse con él.

Pero el veganismo no es suficiente, hay que actuar. La lucha es económica, claro, y politica, pero sobretodo ética, por lo tanto no admite indiferencia. Hay que protestar, resistir, chillar, causar verdaderos problemas y visualizar a todos esos hocicos en la sombra, a todos esos picos en la penumbra, a todas esas niñas enjauladas. Combatiendo la superestructura de un sistema de muerte mecanizada insufrible al humanismo. El antropocentrismo debe extinguirse por el bien de la naturaleza y de nuestra propia especie. El veganismo es un proceso eticofilosófico sin precedentes en la historia de la humanidad porque por vez primera actua en beneficio de seres no pertenecientes a nuestras especie, aunque sea por razones aplicables a nuestra especie (inteligencia, personalidad, sentimientos, sintiencia...).
Las violaciones sexuales a mujeres, la brutalidad en los mataderos y granjas, el terrorismo machista, el comercio de carroñas, la crueldad infinita con las niñas,... no son cometidas por monstruas despiadadas y babeantes. Las nazis compraban el pan y cantaban nanas también. Todo ello es realizado por gente aparentemente normal, en el seno de famílias y hogares conyugales. O es considerado trabajo normal del cual dependen las economías nacionales. La normalidad y la frivolidad del horror caracteriza la indiferencia, por eso hay que romper la normalidad, reinventarla, construir una nueva normalidad de cultura de cuidado, que erradique cualquier escena cotidiana, donde el hocico de una inocente asomando por una prisión conducida a su exterminio, simplemente, no suceda.
Se lo debemos, después de miles de años de horror, se lo debemos. Y lo sabemos.


1 comentario:

  1. Es duro vivir entre tanta maldad...pero no hay que rendirse, hay que hacer el cambio y luchar por ello así lo tachen a uno de extremista......

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