Seguidores

lunes, 13 de febrero de 2017

CISNES MUERTOS, CARNE FRESCA



Cuando alguien revela su nacionalidad en un ambiente de gente poco neuronada, no falta quien hecha mano del recurso del estereotipo para poder hacerle preguntas triviales y manidas, o para suponer realidades. Así, una persona española fuera de su país natal sería considerada una aficionada al flamenco o a los toros, del mismo modo sería ofensa grave molestar a una inglesa a las cinco en punto, porque es obvio que está bebiendo té, o el acto de invitar a comer a una china implica hacer una buena olla de arroz, que es lo que las gusta... En la misma dinámica perezosa de pensamiento sabemos que las árabes son terroristas, que las judías quieren conquistar el mundo, que las cazadoras entienden de medio ambiente o que las veterinarias aman a los animales.

La versión masculina del amor romántico tiende a valorar nuestros actos positivos y a esconder bajo la alfombra nuestras supuestas imperfecciones, aquello que no concuerde con un ideal preestablecido, por mor de un ideal amoroso; asociando en la mimsa línea, que aquellas personas que hacen algo, lo realizan por vocación, por tenacidad heróica o por simple y puro amor. Un macho que asesine a su esposa es de suponer que habrá sido sometido a una presión tan increíble que lo ha sobrepasado y no ha tenido otra opción más que estrangular a su pareja, presentándolo como víctima de las circunstancias, y evitando una realidad más simple, como la de que era una persona violenta, adicta a la carne y mezquina hasta el punto de no valorar la vida. Un peligro para la sociedad, como vemos. Esa suposición tóxicamente ingenua se aplica al amor de la persona aficionada a las corridas de toros por los animales a quien disfruta viendo ejecutar, o el amor de la veterinaria a sus clientas no humanas.

En el año 2006 un brote de gripe aviaria de cepa H5N1 obligó a las siervas especistas del capitalismo a ejecutar sumariamente a 140 millones de aves, las cuales amenazaban según versión oficial, con contagiar a seres humanos, a poblaciones salvajes de otros animales y sobretodo al grueso de la mercancía: las millones de las “cosas cárnicas provisionalmente vivas” en que el mercado ha transformado a los animales no humanos. Todos los controles, las inmensas dosis de preventivos químicos, las miles de toneladas de antibióticos, precedentes en la rama, métodos de tratamiento garantizados, aislamientos estrictos, exigentes protocolos de bioseguridad internacional y actuación eficaz ante pandemias... simplemente se esfumaron en un instante para ir tirando de la solución rápida del exterminio. Era su modo de demostrar lo habitual: el fracaso, la impotencia, la ineptitud y de paso tratar de detener lo imparable. Lo hacen cada vez que la naturaleza decide demostrar quién manda y señalar a la más estúpida de la especies, capaz de considerar que la artificialidad puede tener algún éxito en un mundo hecho por y para la biología.


En Toruñ (Polonia), por ejemplo, aquella primavera del 2006, 39 cisnes fueron capturados, analizados, “aislados”, declarados positivos en dicha enfermedad. Unas semanas despúes, fueron ajusticiados de una inyección de veneno en el cerebro, pese a nuestras quejas. Tuve oportunidad de asistir al lamentable proceso, un exceso de provincianismo tan pésimo como habitual, anclado en el temor que esas aves infectadas contagiaran a otras aves, a seres humanos y demás animales. La inspección veterinaria, las expertas en pandemias y etología, las biólogas y las tecnócratas hicieron lo que mejor saben hacer: firmar sentencias de muerte. Tras ser “saneados” los plumíferos obstáculos del afán carnista, el ayuntamiento -en compensación-, erigió un modesto monumento en memoria de las víctimas.

No, los cisnes no cantaron antes de morir, su cerebro ardió y eso fue todo.

La pandemia secuencial es algo muy grave, pero es como recoger agua del océano, esperando vaciarlo, porque los virus se hacen más fuertes, encuentra el modo de reincidir, mutan, se reinventan, y surgen de nuevo aquí y allá, demostrándonos que nuestros sistema de seguridad nacen obsoletos, estando dirigidos únicamente a apaciguar el terror de las consumidoras. Únicamente a eso: a no perder dinero. Por otro lado pude tomar algunas fotos del lugar donde tenían encerradas a las aves, a escasos 400 metros del centro histórico de la población, en un espacio abierto aunque vallado en el cual los cisnes tenían contacto físico directo con algunos miembros libres de su família que habían dado negativo en las pruebas y había sido de nuevo liberados. A través de las rejas, las aves condenadas por el régimen especista, se olisqueaban y frotaban sus picos con sus compañeras libres, mimándose, acariciándose, preguntándose y demostrando una vez más la negligencia que caracteriza los protocolos veterinarios, meras payasadas pseudocientíficas destinadas a un teatro de apariencias mercantil y despiadado.

Estética sin ética es como ciencia sin conciencia. Creer saberlo todo es el modo más elocuente de decir “no quiero saber nada más”, y mi experiencia con los cisnes es apenas una gota en el persistente goteo de las enfermedades contagiosas de la industria de explotación animal. Los accidentes suceden cada día, y las veterinarias ( que son, salvo muy raras excepciones, mera servidumbre genuflexada a la industria cárnica) simplemente no están capacitadas numérica ni fácticamente para controlar pandemias de otro modo que no sea como se hace hoy día, habiendo un número tan limitado de trabajadoras ante la desproporcionada cifra de animales explotados para la gula de patriarcapitalismo.


Al planeta le sentamos mal, somos su cáncer, con millones de tumores y metástasis en cada país, en cada región, en cada población. Resulta paradójico que un mundo donde jamás antes hubo tantos medios para comunicarnos, nos haga tan aisladas y tan prestas a no entendernos. Una sociedad más segura es aquella donde las personas violadoras no salen de noche ni acechan a mujeres solas. Una sociedad más segura es aquella donde las personas pederastas se encierran en su caverna de miserias y no salen de allí. Una sociedad más segura es la del fin del carnismo, como agente emisor de pandemias, no la de ir parcheando con tiritas, la gangrena de las inevitables fugas de esa sopa de virus llamada granja industrial.


No hay comentarios:

Publicar un comentario