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sábado, 21 de enero de 2017

ESPECIES POLÍTICAS




El ser humano es una especie bipolar en permanente estado de subdesarrollo moral. Aparecida en el planeta como presa natural si advertimos nuestra torpeza física, combatimos nuestras carencias naturales mediante un celo constante y megalomanía, fruto de ella los dioses existen. Dios es un superlativo antropocentrista, y capitalismo el hijo más amado del patriarcado.
Durante la época de abundancia, las ardillas entierran mucho más fruto del que necesitan para el invierno. Es un comportamiento que podríamos llamar capitalista, basado en acumulación excesiva. Durante el frío, el roedor recupera la mayoría de su despensa, para alimentarse, aunque su falta de memoria extravíe parte del alimento disperso por el bosque. A esos olvidos la primavera los llama germinaciones, y cientos de árboles nacen gracias a ese capitalismo de las ardillas. Es un capitalismo bueno, no destruye, sino que fructifica. El otro capitalismo, el patriarcal humano, es todo lo contrario. En esta sociedad de usar y tirar que creamos y aprobamos sin rechistar con estulta connivencia, llena de objetos de satisfacción efímera, utensílios de un sólo uso envasados al vacío, o consumiendo vidas de usar y tirar en días monótonos de usar y tirar, no nos debería extrañar que seamos para el sistema solamente eso, individuas de usar y tirar.

Por definición, el poder se ejerce desde la verticalidad. Para que exista un poder, debe existir un no poder; para que exista quien controla, debe existir quien sea controlada; para que exista mandar, debe existir obedecer. Siendo el humano animal emocional y tendente a la mezquindad, capaz de dar lo más valioso que posee (vida y libertad), por una bandera o un billete, la estrategia lógica del poder fue doblegar la disidencia a sus intereses mediante la fuerza bruta. Es el mismo método patriarcal usado contra las mujeres para controlarlas y seguir usándolas en la producción de seres humanos, el cual va derivando poco a poco a estrategias cosméticas como el chantaje de la inclusión o exclusión de individuas en la normalidad establecida. Durante la Edad Media el castigo a la ciudadana delincuente era la expulsión de la ciudad, fuera de ella, las leyes y el orden perdían vigor y el riesgo a morir crecía ¿Pero, qué mejor para el patriarcapitalismo, que lograr que la gente, voluntariamente, elija su muerte y sus cadenas?. Hablaré de democracia.

La democracia, la elección en sufragio universal, la “voluntad popular”, fué un invento de los patriarcas de la Grecia Antigua, donde mujeres y esclavas -consideradas ciudadanas de segunda como ahora-, no tenían derecho a manifestarse ni a tomar partido. La democracia tuvo cuna fascista y es un rasgo que merece la pena señalar, porque se ha mantenido durante los milenios manteniendo la exclusión. A pesar de las ideas de eruditas y demócratas, que supieron aportar algunos conceptos al pensamiento crítico y a las estructuras sociales, estas sin embargo no se alteraron mediante la herramienta democrática, sino por la conveniencia del mercado. La esclavitud negra se abolió porque las máquinas trabajaban más. Ciertos trágicos estados de degradación de las poblaciones de uno u otro país se solventaron puntualmente mediante la violencia masculina, pero un poder masculino sabe bien como absorver dicha violencia porque vive de ella y es su modus operandi, de modo que poco a poco todo vuelve al orden incial. El esqueleto de la infamia que sostiene la civilización occidental sólo fue cuestionado o cambiado temporalmente mediante sangrientas revoluciones de características patriarcales, es decir, explosiones súbitas y a costa de millones de muertas, en lugar de procesos revolucionarios de resistencia sustratados en objetivos comunes. Una transición modélica en dichos procesos propició el hecho de que las esclavas aceptaran otro modelo de la misma esclavitud bajo las mismas carceleras y en la misma prisión, decidiendo solamente quién las explotaría a partir de ese momento. Pero cualquier fuerza que ejerza poder sobre la voluntad ciudadana es, por definición, fascista, independientemente de si se trata de cumplir la voluntad civil o la de una oligarquía económica, política, religiosa o cultural.

Una de las asignaturas pendientes de la lucha de clases, ha sido siempre convencer al pueblo de que lo es, de que lo acepte y renuncie a los delirios de grandeza y las infulas megalómanas -prestadas por intereses de dominación y división de las resistencias-, para ser pueblo como todas somos y para ser, naturalmente ante ese hecho de conciencia, de izquierdas. La gente que se cree de derechas, no son más que gente con un supuesto derecho autoimpuesto sobre las demás, la soberbia de mirar desde la altura para fingir no verse donde están: precisamente debajo, donde no hay dignidad, bajo la bota de su propio miedo y su propia cobardia.

El hecho de que actualmente cada ciudadana en estado de legalidad pueda votar, sólo garantiza que los métodos de presión por parte de la clase dominante, (con objeto de la población ejerza el voto benigno al sistema), deben ser variados, creativos, populistas y a veces vergonzosamente verbeneros, hasta tal grado de chabacanería que los procesos de elecciones políticas -mera partitocracia-, no disimilan de un estúpido partido de fútbol entre dos equipos, o tres como máximo, condenando a mantener una parte de la población satisfecha, otra descontenta y una minoría mayoritaria, simplemente, desatendida. La democracia ha sido nominada garante de la justicia, sin embargo la estructura social es injusta, en beneficio siempre de las personas con menos empatía y escrúpulos, manipuladoras y con más tendencias fascistoides. La cúspide de la pirámide. Los valores éticos y la cultura de la vida adolecen de expectativas reales en la toma de decisiones, pues si los procesos democráticos llegaran de algún modo a poner en peligro el regular avance del sistema capitalista, la población, simplemente, sería diezmada.

Para que la población no sea diezmada -y no perder la mano de obra y consumo que legitima con su participación los órganos gestores del sistema-, se utiliza la codificación del sistema capitalista dentro de cada individua, como una policía interior, de tal modo que no necesite estímulos exteriores para genuflexarse al sistema, porque actúa en el subsconsciente y en la necesidad social de aceptación propia del rebaño. A consecuencia de ello, castas de intocables etiquetadas como losers vagan la sociedad occidental mendigando trabajo o meramente sobreviviendo y sobremuriendo. Este es un método psicológico de codificación de los parámetros que funciona igual para fines más positivos como el rechazo a la pederastia o considerar los parques públicos como algo bueno. Dentro de cada pastel ofrecido por el fascismo a la ciudadanía, hay sabrosas chocolatinas pero también trozos de excrementos. El éxito democrático ha consistido en lograr que la gente saborée ambos productos, convencida de que son manjares.

Habiendo sobrevivido al fascismo de las fiestas navideñas, entramos en el paroxismo pirotécnico de Año Nuevo para de inmediato caer de bruces en las rebajas de enero, que preceden al Carnaval de febrero y el Día de las Enamoradas. Paulatinamente, el calendario de la estupidez consumista delinea la biografía social en la agenda, en un goteo semanal de compras mientras se acepta el sistema esclavista que las permite. Año tras año, a la esclavitud voluntaria se suman las propuestas, Halloween, Black Friday, o cualquier otra nueva chucheria que -lejos de sustituir a las viejas imbecilidades-, sume lobotomía a la submente colectiva. El pan nuestro de cada día devino un recurso lingüístico desclasado, desintegrado del asunto de la alimentacion. La ingesta de alimentos en el mundo expoliador es una farsa, un espectáculo deprimente de carnes ajenas especiadas hasta la caricatura, verduras y frutas infladas por químicos y envasadas en plastico, vendidos como productos de tercera necesidad, bajo el mismo criterio que la estética corporal o la moda. Hordas de saborizantes, espesantes y conservantes, de los emulgentes y los estabilizadores y de los residuos de otras industrias como la lactosa, son deglutidos por una masa adicta a la doctrina del shock culinario, dondo cada bocado se mide en explosiones de sabor y textura, y no en valores nutricionales. Una alimentación show que cobra su entrada en cánceres y enfermedades digestivas, en arritmias y en vidas ajenas, en tensiones cardiacas desequilibradas y otras muchas degeneraciones propias del exceso y la dinámica del sorprender, como si la dieta fuera la vida. Mientras, seres sintientes inflados con preparados alimenticios hipercalóricos de la misma calidad que aquellos que las humanas ingurgen, son torturados para su asesinato posterior. La demencia en la nevera, la soledad enlatada, la muerte al vacío. A la personas consumidora y a la persona ladrona las une un vínculo común en el desprecio; la una desprecia el propio tiempo de vida que invirtió ganando dinero y dilapidándolo compulsivamente, y la ladrona desprecia el tiempo ajeno hurtándolo bajo el lema "¿qué hace mi dinero en tu bolsillo?".

La estrategia democrática es la misma que la patriarcapitalista, consiste en manipular los deseos y esperanzas de la gente, deformar sus miedos y sus mezquindades, dirigiéndolos hacia la enemiga elegida mediante un voto o hacia el objeto material de deseo mediante una compra. La incapacidad de renunciar a placeres efímeros y superfluos -sobretodo si estos causan víctimas-, delata la pobreza de vida interior. La competitividad patriarcapitalista y el concepto ganadora/perdedora -adoctrinada en Darwin y confirmada en el Mein Kampf-, remarca la santidad de la individualidad de la ciudadanía como método de construcción social, hasta tal punto que en los programas electorales de cada uno de los equipos politicofutbolísticos de esta partitocracia, se observan propuestas contrarias. Disimiles hasta extremos tales que llegan a vulnerar los derechos humanos. Por ejemplo, ciertos partidos proponen expulsar a las personas migrantes, cerrar las puertas a refugiadas y otras castas de intocables, o discriminar a las diversas opciones sexuales, mientras otro partido aboga diametrálmente por lo opuesto. Cada una de las ciudadanas vota a lo que se ajusta a su individualidad, con criterios banales a la altura de las opiniones en las redes virtuales sociales, y sin tener en cuenta un bien común. Votan tratando de satisfacer su egocentrismo. Democracia es fascismo porque democracia es egocentrismo, y quien posee el pene más grande y el mayor quorum de apoyo, posee la razón, permitiendo que personas como Trump lleguen a un poder gestor por la misma vía con la cual llegó Hitler. Democracia es fascismo.

Pero ¿cómo salir de esta espiral de odio, enfrentamientos, avaricia y egolatría en el término político?. ¿Cómo desbancar la doctrina del Yo mezquino y del necio Más de los asuntos comunes?. ¿Cómo -en suma- empezar a crear una cultura de la vida contra la cultura de la violación, en dirección a una sociedad sin víctimas?. Las buenas intenciones no hacen nada y el voto es universal. La solución no es la democracia. No, esta democracia no. Las violadoras no condenadas votan, las extremistas votan, las odiadoras votan, las neonazis votan, las machistas votan, las asesinas votan, gente con capacidades mentales mermadas votan, las especistas votan, las clasistas, las racistas, las homofobas votan... Millones de personas que no pretenden o no pueden alcanzar en su estulta imaginación un ideal de sociedad inclusiva, plural y común, o que desprecian la cultura de la vida, votan en desperfecto de esta, para satisfacer su propia credulidad ante el discurso de tal o cual personaje político, sin pensar las consecuencias de su voto. El voto se ha banalizado en la medida proporcional en que las candidaturas a ostentar un poder jerárquico y dominante se han banalizado. Los votos son mercancía, un producto de consumo, un fetiche sexual.

Dependiendo del territorio y de su historia, la ciudadanía suele entender dos caminos para solventar esta disyuntiva: la dictadura o el anarquismo. La primera se debe rechazar de plano (la oficial, dado que la extraoficial existe con la democracia), y la segunda es muy recomendable... pero sólo para una sociedad que sepa el precio y el significado de la palabra libertad, lo no sucede en la nuestra a juzgar por el nivel de dependencia de la ciudadanía a las chucherías del patriarcapitalismo. La esclavitud contemporánea, la servidumbre de la submente colectiva señorea la sociedad occidental, la adoración a los objetos, el evangelio de los viajes, el dogma a los bienes materiales, al dinero, el terror pánico al diablo del desempleo y los altares al trabajo alienante,... han conquistado mentes y corazones hasta el punto que morirían por defender su modelo de esclavitud. Y de hecho mueren, trabajando hasta que el cuerpo se colapsa sin haber recibido el descanso, la libertad y el disfrute de la vida que el patriarcapitalismo prometió a cada una de las esclavas.

Existen modos paulatinos de construir sociedades más justas al margen de la democracia, incluso teniendo en cuenta que la humana es una protoespecie sin el camino evolutivo básico, en lo alto de su cadena trófica a fuerza de falta de escrúpulos y no de intelecto, como sugiere el antropocentrismo. Los seres humanos tenemos unos requerimientos vitales que jamás y bajo ninguna circunstancia pueden vulnerarse, y que abarcan a todo el abanico fisiológico, cultural, social y fenotípico. Techo y vivienda digna, sanidad universal, alimentos sanos, calidad de agua y aire, educación objetiva no discriminatoria, igualdad intergenérica, interseccionalidad de los asuntos colectivos, premisas mínimas para construir futuros y garantía de calidad de vida, entre otros. Todos esos requisitos se están flagrantemente incumpliendo en un escenario de crisis ecológica global sin precedentes, donde todos los gobiernos y partidos del mundo apuestan por modelos de economía y política insostenibles desde lo material y desde lo ético, en la dinámica de la Sexta Extinción en la que ya estamos inmersas, al borde del colapso ecológico. Una extinción que afortunadamente se dirige a la nuestra.

Por todo esto, no debe tolerarse que existan partidos disputando tronos de poder con distintos discursos, sino que las prioridades humanas, y no los intereses personales o sectoriales debieran trabajar para reunir esas exigencias vitales, porque son lo único para lo que construimos sociedades, no para crecer cada vez más en un proceso ególatra e imbécil que ignora la finitud de los recursos. La política necesita de un programa común dirigido a garantizar igualdad social, no grotescas disputas entre equipos rivales. Por ejemplo el hecho de que un 80 % de población votara o pensara que las mujeres son meras herramientas de sexo y trabajo doméstico no significa que las leyes deban adaptarse a ese grueso de población y considerar de ese modo a las mujeres, regulando su esclavitud y sometiendo sus voluntades a las de la mayoría. Incluso aunque dicha mayoría fuera compuesta también por mujeres desempoderadas. Cuando leyes discriminatorias o totalitarias cumplen los requisitos de una minoría oligarca, lo llamamos fascismo, cuando esas mismas leyes son la voluntad de una mayoría, lo llamamos democracia. Ambos nombres son el mismo fascismo, pero satisface a más o a menos personas, incapaces del ejercício de imaginación que les supondría trabajar el cambio de paradigma. La Mayoría es una ridícula cuestión numérica en el mundo abrasador de cifras al cual hemos sido sometidas sin pedirlo ni saberlo.

Las propuestas alternativas a la democracia son varias, la democracia participativa, la democracia por objetivos (donde los partidos que no cumplan a rajatabla su programa electoral sean inhabilitados), la libertad individual que no coarte los derechos básicos ajenos, y por supuesto detener el crecimiento económico e industrial, eliminando para la cultura de la vida, las absurdas bisuterías que como cristales de colores atontan a nuestra protosespecie, sólo grande ante sí misma, alejada cada minuto más del modelo humanista al cual debíeramos dirigirnos.






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