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jueves, 5 de enero de 2017

SERÍAMOS CERDOS

Fuera de nuestra indiscutible cercanía -hasta incluso casi paridad genética- con los primates, la especie fisiológicamente más cercana a la humana es el cerdo, en cualquiera de las doce especies conocidas. La disposición y tamaño de sus órganos, la adaptación alimentícia y otras muchas similitudes, han condenado al cerdo a ser objeto de millones de experimentos médicos y militares a la largo de la historia. Hasta realizarse incluso xenotransplantes de órganos porcinos a cuerpos humanos en la medicina contemporánea.



Psicológicamente somos también muy parecidas unas con otras, personas sociales con lazos emocionales de por vida, de manada, oportunistas, con capacidad de digerir la carroña hasta cierto punto, pero mayormente veganos, con una piel fina que sufre las temperaturas extremas y un color como el muscular, casi idéntico. Las dos especies disfrutamos con las carícias no solamente desde un punto de vista neurológico, sino también afectivo, como modo de interactuación social. Los baños de barro (en los cerdos es una protección, al no poseer glándulas sudoríparas), tumbarnos al sol, juegos con el agua, tendencia a hacernos la cama, el alejarnos de los lugares donde excretamos, la diurnidad, el miedo, el sufrimiento a la soledad, o cabrearnos cuando algo no nos sale bien. Todo ello son comportamientos asociados al proceder de ambas especies.



Si no fuéramos primates, seríamos cerdos. En ciertas culturas se considera el comer cerdo tan repugnante, como la antropofagia en la nuestra. Quienes se dedícan a su cría reconocen que son inteligentes y sensibles, y quienes los matan saben que chillan, huyen y se defienden con aterrador parecido a los humanos, pues presienten el dolor y la muerte como todos los animales, debido a su alto cociente intelectual.



La intelectualidad del cerdo está siendo estudiada y contrastada. No podemos compararla a la nuestra, por supuesto, porque sus valores logísticos son más desarrollados que los de nuestra especie. Un cerdo no perdería tiempo en esa mayoría de actividades grotescas a las que se entrega la humana. La literatura o los viajes aeroespaciales son una tontería soberana desde el punto de vista de la vida, por lo tanto cuando los seres humanos dedican su existencia entera a esos y otros entretenimientos, los cerdos y la totalidad del resto de las faunas se ríen de ellos ( suponiendo que acaso quisieran perder su valioso tiempo en reírse de la especie humana ). Motivos para hacerlo, hay, porque damos bastante risa, la verdad, pero en todo caso la inteligencia porcina ofrece en los estudios una respuesta de calidad y compleja, llena de mutualidad y cooperación. Llena de personalidad, comprensión abstracta, resolución individual de situaciones, así como creatividad.






Si criáramos a personas humanas en las condiciones sanitarias y espaciales en las cuales se crían a las personas cerdos, acabaríamos sin duda admitiendo la antropofagia como parte de nuestro menú. La degradación moral y fisiológica de la estabulación de animales no humanos no es sólo un método económico de abaratar costos, sino una estrategia de legitimación para poder después matarlos sin tener sensación de estar ejecutando a alguien. Reducir a alguien a un número -en el más generoso de los casos-, a una forma apestosa y gruñiente que tiembla de miedo en un rincón de un establo, lo adecúa a su denigración. Degradando a una persona con un trato vejatorio, tenemos en su sumisión y enajenación la coartada para hacernos dueñas de su vida y de su muerte sin cargos de conciencia. La supuesta inteligencia “inferior” de un cerdo en comparacion a un humano -lo llamamos instinto” para negársela-, o su escasa inteligibilidad son sólo mesurables desde nuestra miopía lúdica, pues no contempla muchos otros baremos intelectuales en los que el cerdo supera ampliamente al humano, como podrían ser sus sentidos o su capacidad de prever accidentes naturales. Dado que nuestra complexión anatómica nos impide aplicar la nariz a nuestro propio ano, preferimos olisquear el de las demás.



En las granjas, un tiro en la cabeza es la idea más extendida de medicina paliativa. O apretar con el talón fuerte la cabeza de las bebés a eliminar por enfermedad o debilidad, hasta notar que el cráneo cruje y los ojos y el cerebro se hacen una pasta común, o tomar de las patas traseras a la enferma y estamparla contra una pared y lanzarla al suelo, para verla después convulsionarse unos minutos en agonía. Una medicina paliativa sorprendentemente similar a la de los campos nazis... La veterinaria hoy día considera el trato humanitario a las prisioneras como algo que se deja a elección de las criadoras, eludiendo que se trata de personas sintientes e inteligentes, enajenadas y encerradas por millares en cubículos de hormigón. Dichas cárceles son su nuevo nicho ecológico desde que decidimos hacernos cargo de la evolución de los cerdos, para poder tener sus descuartizamientos listos en la nevera y seguir ostentando el título de más alto rango en nuestra megalómana cadena trófica.


Lo que sucede entre el miedo y la muerte es algo crudamente insoportable. Al entrar en una granja industrial sin mono preventivo, el hedor del lugar se impregna en la ropa y apesta durante días. Son lugares infectos con una ventilación obligatoria sin la cual en un lapso de tiempo entre media hora y dos horas, todas las personas no humanas secuestradas allí, morirían asfixiadas. El hedor de las factorias de cerdos, pollos “de engorde” o gallinasponedoras” incuban infecciones y anomalias en las vías respiratorias y otros órganos. Pero dichas enfermedades no importan, dado que el tiempo que permanecen allí es corto, así que no las desarrollan hasta el punto de matarlas. Si los cerdos, pollos o gallinas estabulados permanecieran en dichos focos infecciosos indeterminadamente, morirían lentamente de insuficiencias bronquiales y pulmonares, pero eso no ocurre porque son ejecutados en estado infantil o siendo bebes. Su muerte es como la de todas las personas de cría, prematura. En libertad el cerdo vive 15 años.



Básicamente, matamos cerdos porque no andan verticales, no se ponen zapatos elegantes ni disfrutan con peinados atrevidos. Nuestras corbatas y nuestro internet nos legitiman ante nosotras mismas para matar como cosas a alguienes, que en lo sustancial se comportan mucho mejor que nosotras. El debate del derecho animal se ha centrado en el cómo cometer los crímenes, sin cuestionar al propio crímen. Se habla de formas crueles o humanitarias de matar, y no del propio hecho de matar.

Si no fuéramos antropomorfas, seríamos cerdos. Y nos iría mucho mejor (el orgasmo del cerdo dura hasta media hora...). Quien pretende amonestar a otra persona humana poco higiénica llamándola cerdo desconoce los comportamientos sanitarios loables de dicha especie, superiores a los de la especie humana, productora de resíduos que permanecen durante cientos de miles de años. Quien pretende insultar llamando cerdo a alguien por un comportamiento brutal o invasivo, debería comparar la historia de las dos especies para darse cuenta sin demasiado escarbar, de cuánto la especie humana supera en mezquindad, necedad, suciedad, criminalidad, genocidios, falsedades, violaciones y brutalidad en general a la especie Sus scrofa domestica.



Ojalá supiéramos ser cerdos, comportarnos como tales, o acaso seguir las pautas del lobo, las de las ratas o las de cualesquiera de los animales que decidímos que eran inferiores para poder exterminarlos por capricho. Ojalá sepamos algún día aprender de sus códigos de conducta, de su bendita inhumanidad.

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