Fuera
de nuestra indiscutible cercanía -hasta incluso casi paridad
genética- con los primates, la especie fisiológicamente más
cercana a la humana es el cerdo, en cualquiera de las doce especies
conocidas. La disposición y tamaño de sus órganos, la adaptación
alimentícia y otras muchas similitudes, han condenado al cerdo a ser
objeto de millones de experimentos médicos y militares a la largo de
la historia. Hasta realizarse incluso xenotransplantes de órganos
porcinos a cuerpos humanos en la medicina contemporánea.
Psicológicamente
somos también muy parecidas unas con otras, personas sociales con
lazos emocionales de por vida, de manada, oportunistas, con capacidad
de digerir la carroña hasta cierto punto, pero mayormente veganos,
con una piel fina que sufre las temperaturas extremas y un color como
el muscular, casi idéntico. Las dos especies disfrutamos con las
carícias no solamente desde un punto de vista neurológico, sino
también afectivo, como modo de interactuación social. Los baños de
barro (en los cerdos es una protección, al no poseer glándulas
sudoríparas), tumbarnos al sol, juegos con el agua, tendencia a
hacernos la cama, el alejarnos de los lugares donde excretamos, la
diurnidad, el miedo, el sufrimiento a la soledad, o cabrearnos cuando
algo no nos sale bien. Todo ello son comportamientos asociados al
proceder de ambas especies.
Si
no fuéramos primates, seríamos cerdos. En ciertas culturas se
considera el comer cerdo tan repugnante, como la antropofagia en la
nuestra. Quienes se dedícan a su cría reconocen que son
inteligentes y sensibles, y quienes los matan saben que chillan,
huyen y se defienden con aterrador parecido a los humanos, pues
presienten el dolor y la muerte como todos los animales, debido a su
alto cociente intelectual.
La
intelectualidad del cerdo está siendo estudiada y contrastada. No
podemos compararla a la nuestra, por supuesto, porque sus valores
logísticos son más desarrollados que los de nuestra especie. Un
cerdo no perdería tiempo en esa mayoría de actividades grotescas a
las que se entrega la humana. La literatura o los viajes
aeroespaciales son una tontería soberana desde el punto de vista de
la vida, por lo tanto cuando los seres humanos dedican su existencia
entera a esos y otros entretenimientos, los cerdos y la totalidad del
resto de las faunas se ríen de ellos ( suponiendo que acaso
quisieran perder su valioso tiempo en reírse de la especie humana ).
Motivos para hacerlo, hay, porque damos bastante risa, la verdad,
pero en todo caso la inteligencia porcina ofrece en los estudios una
respuesta de calidad y compleja, llena de mutualidad y cooperación.
Llena de personalidad, comprensión abstracta, resolución individual
de situaciones, así como creatividad.
Si criáramos a personas humanas en las condiciones sanitarias y espaciales en las cuales se crían a las personas cerdos, acabaríamos sin duda admitiendo la antropofagia como parte de nuestro menú. La degradación moral y fisiológica de la estabulación de animales no humanos no es sólo un método económico de abaratar costos, sino una estrategia de legitimación para poder después matarlos sin tener sensación de estar ejecutando a alguien. Reducir a alguien a un número -en el más generoso de los casos-, a una forma apestosa y gruñiente que tiembla de miedo en un rincón de un establo, lo adecúa a su denigración. Degradando a una persona con un trato vejatorio, tenemos en su sumisión y enajenación la coartada para hacernos dueñas de su vida y de su muerte sin cargos de conciencia. La supuesta inteligencia “inferior” de un cerdo en comparacion a un humano -lo llamamos “instinto” para negársela-, o su escasa inteligibilidad son sólo mesurables desde nuestra miopía lúdica, pues no contempla muchos otros baremos intelectuales en los que el cerdo supera ampliamente al humano, como podrían ser sus sentidos o su capacidad de prever accidentes naturales. Dado que nuestra complexión anatómica nos impide aplicar la nariz a nuestro propio ano, preferimos olisquear el de las demás.
En
las granjas, un tiro en la cabeza es la
idea más extendida de
medicina paliativa. O apretar con el talón
fuerte la cabeza de las bebés
a eliminar por enfermedad o debilidad,
hasta notar que el cráneo
cruje y los ojos y el cerebro se hacen una pasta común,
o tomar de las patas traseras a la enferma y estamparla contra una
pared y lanzarla al suelo, para verla después
convulsionarse unos minutos en agonía.
Una medicina
paliativa sorprendentemente similar a la de
los campos nazis... La
veterinaria hoy
día considera el
trato humanitario a
las prisioneras como algo que se deja a
elección de las criadoras, eludiendo
que se trata de personas sintientes e inteligentes, enajenadas
y encerradas por millares en cubículos de
hormigón. Dichas cárceles son
su nuevo nicho ecológico desde que decidimos hacernos cargo de la
evolución de los cerdos, para poder tener sus descuartizamientos
listos en la nevera y seguir ostentando el
título de más alto rango en nuestra megalómana
cadena trófica.
Lo que sucede entre el miedo y la muerte es algo crudamente insoportable. Al entrar en una granja industrial sin mono preventivo, el hedor del lugar se impregna en la ropa y apesta durante días. Son lugares infectos con una ventilación obligatoria sin la cual en un lapso de tiempo entre media hora y dos horas, todas las personas no humanas secuestradas allí, morirían asfixiadas. El hedor de las factorias de cerdos, pollos “de engorde” o gallinas “ponedoras” incuban infecciones y anomalias en las vías respiratorias y otros órganos. Pero dichas enfermedades no importan, dado que el tiempo que permanecen allí es corto, así que no las desarrollan hasta el punto de matarlas. Si los cerdos, pollos o gallinas estabulados permanecieran en dichos focos infecciosos indeterminadamente, morirían lentamente de insuficiencias bronquiales y pulmonares, pero eso no ocurre porque son ejecutados en estado infantil o siendo bebes. Su muerte es como la de todas las personas de cría, prematura. En libertad el cerdo vive 15 años.
Básicamente,
matamos cerdos porque no andan verticales, no se ponen zapatos
elegantes ni disfrutan con peinados atrevidos. Nuestras corbatas y
nuestro internet nos legitiman ante
nosotras mismas para
matar como cosas a alguienes, que en lo sustancial se comportan mucho
mejor que nosotras. El debate del derecho animal se ha centrado en el
cómo cometer los crímenes,
sin cuestionar al
propio
crímen. Se
habla de formas
crueles o humanitarias de
matar,
y no del propio hecho de matar.
Si
no fuéramos antropomorfas, seríamos cerdos. Y
nos iría mucho mejor (el orgasmo del cerdo
dura hasta media hora...). Quien
pretende amonestar
a otra persona humana poco higiénica
llamándola cerdo desconoce los
comportamientos sanitarios loables de dicha especie, superiores a los
de la especie
humana, productora de
resíduos que permanecen
durante cientos de miles de años. Quien pretende insultar llamando
cerdo a alguien por un comportamiento brutal
o invasivo, debería comparar la historia de las dos especies para
darse cuenta sin demasiado escarbar, de cuánto la especie humana
supera en mezquindad, necedad, suciedad, criminalidad, genocidios,
falsedades, violaciones y brutalidad en general a la especie Sus
scrofa domestica.
Ojalá
supiéramos ser cerdos, comportarnos como tales, o acaso seguir las
pautas del lobo, las de las ratas o las de
cualesquiera de los animales que decidímos que
eran inferiores para poder exterminarlos
por capricho.
Ojalá sepamos algún día aprender de sus
códigos de conducta, de su bendita
inhumanidad.
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