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miércoles, 21 de septiembre de 2016

PURISMOS




Una de las consecuencias negativas de haber considerado el veganismo como un producto más a vender, es que, dentro de la lógica capitalista, se ha hecho y se hace cada vez más asequible a todos los bolsillos, sin reparar en el coste social de ello. Esa asequibilidad ha traspasado las vertientes habitualmente económicas del termino, para llegar a niveles adquisitivos -desde un punto de vista netamente social- anéticos, incompatibles al veganismo, y que derivan desde comportamientos homofobos y racistas de supuestas veganas, hasta el fascismo directo, el machismo despiadado y la imbecilidad ética a todos los niveles, que son muchos si observamos a nuestra especie. La dieta gastrovegana ha sometido y noqueado al concepto de veganismo, que no es más que una filosofía y una actitud posthumanista, la cual incluye -por biológica pura-, a las individuas de nuestra especie. Si alguien no respeta a su propia especie, no es vegana, simplemente, por mucho tofu del que una se atiborre.

Entre las consecuencias positivas de esta promoción gastrovegana a destajo es haber llegado a unas cuantas cientos de miles de personas que, incluso sin haber pasado por una etapa perrigatista mascotista, han hecho suya la idea -más femenina a mi entender, no en vano el animalismo es eminentemente hembra-, de que los animales no humanos no son mercancías, cosas, ni siquiera seres animados de menor valía, sino que son iguales en términos de sintiencia, personalidad o derechos fundamentales y merecedores por tanto de respeto por nuestra parte e inclusión en nuestro círculo de compasión. Sin embargo existe una mayoría diletante que deambula entre la ambigüedad de carne ecológica, gallinas felices, taurofilia gallinófoba y otros subproductos de la nueva moral asociada al animalismo, y que están tomando parte activa de la vida pública, pretendiendo representar al animalismo. Dichas diletancias obtienen cobertura mediática suficiente para confundir a la sociedad, la cual abraza con golosía su simplicidad, para no perder privilegios.

El proceso de comprensión no es nocivo en sí, aprendemos a correlacionar, a sentir los avances y a asumir un proceso personal y colectivo en el tema de los cambios sociales derivados y derivantes de la veganización, a diferentes ritmos y por diferentes vías. Pero cuando sin haber concluído ese proceso, omitiendo en el discurso el punto de vista de la víctima, emitimos veredictos, juzgamos, y nos abanderamos en la defensa animal siendo a su vez explotadoras, no ayudamos a la liberación de las no humanas, sino a lo contrario, a mantener en perpetua latencia el proceso de cambio, lo cual estalla en situaciones de un vegetarianismo prolongado durante décadas o durante toda la vida, como si el camino fuera la meta, como si ello fuera el fin. Y el fin no es que los animales no humanos sufran menos, regular la explotación o sentirnos satisfechas como sociedad sin renuncias, sino la abolición total de su sufrimiento en nuestras manos, simplemente.

El veganismo es un movimiento radical porque afecta a las raíces civilizatorias, cuestionando nuestro derecho a dominar la naturaleza, arrogándonos por conveniencia la superioridad o el saber suficiente para encaminarla por los caminos de nuestros intereses personales como individuas, como especie o como sistema económico, cuyas consecuencias son letales en la mayoría de los casos. Teóricamente hemos logrado asumir socialmente la culpa por invadir, violar y exterminar a individuas de nuestra propia especie, pero las excepciones son cuantiosas y cotidianas, mlamentablemente. Se creó la ley ingenuamente pretendiendo que modelos coercitivos de aviso, castigo, venganza y educación (todo en una peligrosa mezcla), iban a solventar nuestras carencias racionales y reconducir los métodos con los cuales resolvemos los conflictos, pero no atendemos a la estructura que nos hace sacar lo peor de cada una, reaccionando a las consecuencias y no a las causas, recogiendo agua en cubos de las goteras en lugar de reparar el tejado. Siendo el especismo una discriminación la cual -con el inapreciable apoyo del capitalismo, como modo de cosificación y rentabilización de otras especies-, esclaviza y ejecuta a billones de animales no humanos para satisfacer una inercia económica y recanalizar las frustraciones de las ciudadanas, hablar de un veganismo capitalista, de una frivolización de tal filosofía degradándola a su dieta, o aceptar que la preferenciación de unas especies para el sometimiento de otras es aceptable en su terminología, resulta abiertamente una falacia.

Un veganismo que no incluya a todas las especies animales es una falacia, un veganismo que excluya a nuestra especie es una falacia, un veganismo que acepte la cosificación de los territorios naturales para extracción de recursos (y por tanto la cosificación de la mayoría de la fauna que habita dichos territorios y se dispensa de dichos recursos) es una falacia. El veganismo se vale del animalismo para diseñar una estrategia coherente en la defensa de toda la fauna, pero toda la retórica y los modus operandi deben tender a la liberación animal, paulatina si se quiere, parcial si no queda otro remedio, pero no obstaculizadora ni discriminativa. Ante las acusaciones de purismo por parte de la incapacidad de ir más deprisa, responderíamos que tales no son sino pretextos para no caer en frustraciones. El veganismo y el animalismo pretenden liberar a las personas -independientemente de su especie- y ello no va a ser fácil mediante la concienciación, hay luchas mucho más antiguas que no han logrado sus objetivos (igualdad racial, feminismo, anticlasismo, antihomofobia...), y no por ello dejan de insistir en la “pureza” de sus postulados, porque saben que ese y no otro es el camino. El veganismo animalista no puede declinar ni flaquear en sus exigencias, porque no se trata de un movimiento en defensa de nuestro criterio, sino en el de las víctimas, las que son exterminada por millones cada minuto, y de cuyo sufrimiento somos directamente responsables, por activo o por pasivo.






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