Una
de las consecuencias negativas de haber considerado el veganismo como
un producto más a vender, es que, dentro de la lógica capitalista,
se ha hecho y se hace cada vez más asequible a todos los bolsillos,
sin reparar en el coste social de ello. Esa asequibilidad ha
traspasado las vertientes habitualmente económicas del termino, para
llegar a niveles adquisitivos -desde un punto de vista netamente
social- anéticos, incompatibles al veganismo, y que derivan desde
comportamientos homofobos y racistas de supuestas veganas, hasta el
fascismo directo, el machismo despiadado y la imbecilidad ética a
todos los niveles, que son muchos si observamos a nuestra especie. La
dieta gastrovegana ha sometido y noqueado al concepto de veganismo,
que no es más que una filosofía y una actitud posthumanista, la
cual incluye -por biológica pura-, a las individuas de nuestra
especie. Si alguien no respeta a su propia especie, no es vegana,
simplemente, por mucho tofu del que una se atiborre.
Entre
las consecuencias positivas de esta promoción gastrovegana a destajo
es haber llegado a unas cuantas cientos de miles de personas que,
incluso sin haber pasado por una etapa perrigatista mascotista, han
hecho suya la idea -más femenina a mi entender, no en vano el
animalismo es eminentemente hembra-, de que los animales no humanos
no son mercancías, cosas, ni siquiera seres animados de menor valía,
sino que son iguales en términos de sintiencia, personalidad o
derechos fundamentales y merecedores por tanto de respeto por nuestra
parte e inclusión en nuestro círculo de compasión. Sin embargo
existe una mayoría diletante que deambula entre la ambigüedad de
carne ecológica, gallinas felices, taurofilia gallinófoba y otros
subproductos de la nueva moral asociada al animalismo, y que están
tomando parte activa de la vida pública, pretendiendo representar al
animalismo. Dichas diletancias obtienen cobertura mediática
suficiente para confundir a la sociedad, la cual abraza con golosía
su simplicidad, para no perder privilegios.
El
proceso de comprensión no es nocivo en sí, aprendemos a
correlacionar, a sentir los avances y a asumir un proceso personal y
colectivo en el tema de los cambios sociales derivados y derivantes
de la veganización, a diferentes ritmos y por diferentes vías. Pero
cuando sin haber concluído ese proceso, omitiendo en el discurso el
punto de vista de la víctima, emitimos veredictos, juzgamos, y nos
abanderamos en la defensa animal siendo a su vez explotadoras, no
ayudamos a la liberación de las no humanas, sino a lo contrario, a
mantener en perpetua latencia el proceso de cambio, lo cual estalla
en situaciones de un vegetarianismo prolongado durante décadas o
durante toda la vida, como si el camino fuera la meta, como si ello
fuera el fin. Y el fin no es que los animales no humanos sufran
menos, regular la explotación o sentirnos satisfechas como sociedad
sin renuncias, sino la abolición total de su sufrimiento en nuestras
manos, simplemente.
El
veganismo es un movimiento radical porque afecta a las raíces
civilizatorias, cuestionando nuestro derecho a dominar la naturaleza,
arrogándonos por conveniencia la superioridad o el saber suficiente
para encaminarla por los caminos de nuestros intereses personales
como individuas, como especie o como sistema económico, cuyas
consecuencias son letales en la mayoría de los casos. Teóricamente
hemos logrado asumir socialmente la culpa por invadir, violar y
exterminar a individuas de nuestra propia especie, pero las
excepciones son cuantiosas y cotidianas, mlamentablemente. Se creó
la ley ingenuamente pretendiendo que modelos coercitivos de aviso,
castigo, venganza y educación (todo en una peligrosa mezcla), iban a
solventar nuestras carencias racionales y reconducir los métodos con
los cuales resolvemos los conflictos, pero no atendemos a la
estructura que nos hace sacar lo peor de cada una, reaccionando a las
consecuencias y no a las causas, recogiendo agua en cubos de las
goteras en lugar de reparar el tejado. Siendo el especismo una
discriminación la cual -con el inapreciable apoyo del capitalismo,
como modo de cosificación y rentabilización de otras especies-,
esclaviza y ejecuta a billones de animales no humanos para satisfacer
una inercia económica y recanalizar las frustraciones de las
ciudadanas, hablar de un veganismo capitalista, de una frivolización
de tal filosofía degradándola a su dieta, o aceptar que la
preferenciación de unas especies para el sometimiento de otras es
aceptable en su terminología, resulta abiertamente una falacia.
Un
veganismo que no incluya a todas las especies animales es una
falacia, un veganismo que excluya a nuestra especie es una falacia,
un veganismo que acepte la cosificación de los territorios naturales
para extracción de recursos (y por tanto la cosificación de la
mayoría de la fauna que habita dichos territorios y se dispensa de
dichos recursos) es una falacia. El veganismo se vale del animalismo
para diseñar una estrategia coherente en la defensa de toda la
fauna, pero toda la retórica y los modus operandi deben tender a la
liberación animal, paulatina si se quiere, parcial si no queda otro
remedio, pero no obstaculizadora ni discriminativa. Ante las
acusaciones de purismo por parte de la incapacidad de ir más
deprisa, responderíamos que tales no son sino pretextos para no caer
en frustraciones. El veganismo y el animalismo pretenden liberar a
las personas -independientemente de su especie- y ello no va a ser
fácil mediante la concienciación, hay luchas mucho más antiguas
que no han logrado sus objetivos (igualdad racial, feminismo,
anticlasismo, antihomofobia...), y no por ello dejan de insistir en
la “pureza” de sus postulados, porque saben que ese y no otro es
el camino. El veganismo animalista no puede declinar ni flaquear en
sus exigencias, porque no se trata de un movimiento en defensa de
nuestro criterio, sino en el de las víctimas, las que son
exterminada por millones cada minuto, y de cuyo sufrimiento somos
directamente responsables, por activo o por pasivo.
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