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martes, 2 de agosto de 2016

ASTADOS Y CORNUDOS

La tauromafia es cosa de hombres. Sus mujeres están, sí, haberlas haylas, sí, pero las llevan sólo para adornar el cotarro y les sirven para excitar la bravía en celo del animal antiguo y fiero, que se frota la huevada admirado de sí mismo en el espejo de ella. La mujer taurofóbica es como la tonta del bote en la tauromafia, aquel florero un poco alelado pero buena chica que no ha leído aún el manifiesto scum ni las obras completas de Wolf o Goldman, pero que se lee de un tirón a Coelho y a Javier Marías mientras moja los churros pringosos en el té ingerido con el meñique a 45 grados. Ya no quedan toros de verdad, ni hombres de verdad, de pelambrera alfombrera, machotes los cuales de lejos ya embisten con su aura de testosterona, perfumados de exquisitas aguas de colonia a euro el litro, de esos que te cantan a Sabina con el riego sanguíneo en do mayor mientras parten un ladrillo con el pene fláccido, porque trempados ya ni les cabe en la toda Castellana... Por eso esas aberraciones genéticas se van a la plaza a resudar su caspa, para exponer sus pollas. La tauromafia es cosa de hombres.

La tauromafia es cosa de hombres, se cuelan las maricas aterrorizadas de liberarse del esquema, para que no digan que no son tolerantes los taurófobos de siglos XXI, para que luego el público exigente se monde y el monosabio de repeinado flequillo prestado con gomina industrial, pueda echarse unas risas con atragantes nasales. Se carcajean con su complejo de pene, tras su maloliente puro empapado en chinchón y carajillo, pues el macho de verdad debe heder y ser repugnante. El macho de plaza debe maldecir en íbero rancio, de casta, y peinarse la huevada siempre hacia la derecha, con uñas nicotinadas y dedos regordetes. La tauromafia es cosa de tarugas e inspectores torrentes, como mucosa seca heredada del franquismo, como un sobaco resudado y con churretes, como una mezcolanza hecha con mucho de asco y otro demasiado de nauseabundez, como el chorrito pegajoso de diarrea que queda entre el calzoncillo y la nalgatoria cuando en plena plaza de agosto a las 18:12 horas, algunos de esos machirulos de almanaque se tiran el pedo con sorpresa, producto de los callos a la bilbaína de la taberna castiza donde se atiborraron antes del espectáculo, empujados con un marqués de cáceres, que lástima de buen hombre si viera su caldo así despilfarrado.

El toreo es cosa de hombres, de vidas sexuales arruinadas tras vidas intelectuales inexistentes, y la plaza se llena de violadores frustrados, de violadores de cónyuges, de basura ética anhelante de tripa eviscerada, armados de su derecho a, de su instinto básico, de sus soñados homicídios y su miseria moral, que celebra un asesinato como celebra un gol. Son las mejores siervas del fascismo, porque poseen unánimemente el perfil de una falta absoluta de espítiru crítico, estultez inconsciente sumada a un cerebro lo suficientemente aireado y esponjoso para que cualquier idea compleja accidental entre y salga de él sin rozarlo. Creen que su modo de ser imbéciles éticas es menos imbécil que los modos de hacer imbecilidades que utilizan las demás. 

 

Sois una raza elegida, anunció Yahvé a las judías. Sois unos seres superiores soflamaba Hitler a las arias. Somos una unidad de destino en lo universal, arengó Franco a las ejjjpañolas. Somos superiores a las no humanas, esputa el ser humano a sí mismo, como quien aplana la tierra o atribuye inferioridad intelectual a la raza negra. La singularidad grupal dominante decidida por elección propia, sin elementos de cotejación, es simple megalomanía, es decir, una disfunción de mayor a menor gravedad en función de los actos derivadas de ella. Sólo quien practica el mal no ve nada malo en ello.

La tauromafia es la matanza del cerdo en su versión palurda rural y doméstica, en su versión capitalista sin escrúpulos de la linea de desmontaje de un ser vivo sintiente, es un hecho irrebatible en la incultura europea. La europea integrada se arroga algun tipo de superioridad moral para anatematizar la incultura islamica y su masacre de corderos anual, pero defiende los valores y las traadicciones del descuarrinje de porcinos o toros local, como algo incuestionable por "muy nuestro", "muy arraigado" y muy muy muy. Y no estoy hablando sólo de dichos actos cometidos por la lerda tontesillana, protohumana violadora, sino de la catedrática universitaria que paga esos comportamientos cuando asépticamente compra en el supermercado su mutilación envasada al vacio o su entrada de sombra. Desengańemonos, no hay diferencia.

Provenimos de una generación de mapadres estupidizada y amedrentada por el franquismo, que delegaron su dignidad a cambio de tres comidas diarias y no ser señaladas por la calle. Para mantener ese estatus iban a la iglesia en las fechas inexcusables, se lustraban los zapatos y se atusaban el vello subnasal con exquisitez premeditada. Provenimos de una herencia de náuseas contenidas, apenas compensadas con abuelas republicanas, mojadas por las lluvias del olvido en las cunetas de Ejpañistán.

En las plazas, protohumanas histéricas, sacos de ignorancia, babean sus arengas a la acojonada torera, que está ahí por falta de coeficiente suficiente para poner ladrillos uno encima de otro, y que se va a morir quizás, abierta por un animal inocente y millones de veces más hermosísimo que quien lo puso ahí, desde la cuadrilla de ignorantes, hasta la ganadera inmisericorde, hasta todas y cada una de las personas que por activo o pasivo aplauden, conniven o condonan ese moco de exterior seco e interior de pus, esa diarrea insufrible, ese crímen de lesa humanidad y de lesa animalidad, denominada “corrida de toros”. Infamia que vamos a lograr erradicar sin duda, pero cuyo hedor va a torturarnos durante el resto de las vidas.

Nacerán mejores generaciones sin tauromafia, vendrán niñas al mundo que vean las postales descoloridas de las asesinas y vomiten sobre ellas, incrédulas de que sus abuelos disfrutaran con ello, vendrán generaciones de muchachas liberadas de los machos de mierda que abarrotan las plazas. Todo eso llegará, entretanto soportamos y resistimos. Entretanto, luchamos.




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