La tauromafia es cosa de
hombres. Sus mujeres están, sí, haberlas haylas, sí, pero las
llevan sólo para adornar el cotarro y les sirven para excitar la
bravía en celo del animal antiguo y fiero, que se frota la huevada
admirado de sí mismo en el espejo de ella. La mujer taurofóbica es
como la tonta del bote en la tauromafia, aquel florero un poco
alelado pero buena chica que no ha leído aún el manifiesto scum ni
las obras completas de Wolf o Goldman, pero que se lee de un tirón a
Coelho y a Javier Marías mientras moja los churros pringosos en el
té ingerido con el meñique a 45 grados. Ya no quedan toros de
verdad, ni hombres de verdad, de pelambrera alfombrera, machotes los
cuales de lejos ya embisten con su aura de testosterona, perfumados
de exquisitas aguas de colonia a euro el litro, de esos que te cantan
a Sabina con el riego sanguíneo en do mayor mientras parten un
ladrillo con el pene fláccido, porque trempados ya ni les cabe en la
toda Castellana... Por eso esas aberraciones genéticas se van a la
plaza a resudar su caspa, para exponer sus pollas. La tauromafia es
cosa de hombres.
La tauromafia es cosa de
hombres, se cuelan las maricas aterrorizadas de liberarse del
esquema, para que no digan que no son tolerantes los taurófobos de
siglos XXI, para que luego el público exigente se monde y el
monosabio de repeinado flequillo prestado con gomina industrial,
pueda echarse unas risas con atragantes nasales. Se carcajean con su
complejo de pene, tras su maloliente puro empapado en chinchón y
carajillo, pues el macho de verdad debe heder y ser repugnante. El
macho de plaza debe maldecir en íbero rancio, de casta, y peinarse
la huevada siempre hacia la derecha, con uñas nicotinadas y dedos
regordetes. La tauromafia es cosa de tarugas e inspectores torrentes,
como mucosa seca heredada del franquismo, como un sobaco resudado y
con churretes, como una mezcolanza hecha con mucho de asco y otro
demasiado de nauseabundez, como el chorrito pegajoso de diarrea que
queda entre el calzoncillo y la nalgatoria cuando en plena plaza de
agosto a las 18:12 horas, algunos de esos machirulos de almanaque se
tiran el pedo con sorpresa, producto de los callos a la bilbaína de
la taberna castiza donde se atiborraron antes del espectáculo,
empujados con un marqués de cáceres, que lástima de buen hombre si
viera su caldo así despilfarrado.
El
toreo es cosa de hombres, de vidas sexuales arruinadas tras vidas
intelectuales inexistentes, y la plaza se llena de violadores
frustrados, de
violadores de cónyuges,
de basura ética anhelante de tripa eviscerada, armados de su derecho
a, de su instinto básico, de sus soñados homicídios y su miseria
moral, que
celebra un asesinato como celebra un gol.
Son las
mejores siervas del fascismo, porque
poseen unánimemente el perfil de una falta absoluta de espítiru
crítico, estultez
inconsciente sumada
a un cerebro lo suficientemente aireado y esponjoso para que
cualquier idea compleja accidental entre y salga de él sin rozarlo.
Creen
que su
modo de ser imbéciles
éticas
es
menos imbécil
que los modos de hacer imbecilidades que utilizan las demás.
Sois
una raza elegida, anunció
Yahvé a las judías.
Sois unos seres superiores soflamaba
Hitler a las arias. Somos una unidad de destino en lo universal,
arengó
Franco a las ejjjpañolas.
Somos superiores a las no humanas, esputa el ser humano a sí mismo,
como
quien aplana la tierra o atribuye inferioridad intelectual a la raza
negra.
La singularidad grupal dominante decidida por elección propia, sin
elementos de cotejación, es simple megalomanía, es decir, una
disfunción de mayor a menor gravedad en función de los actos
derivadas de ella. Sólo
quien practica el mal no ve nada malo en ello.
La
tauromafia es la matanza
del cerdo en su versión palurda rural y doméstica,
en su versión capitalista sin escrúpulos
de la linea de desmontaje de
un ser vivo sintiente, es
un hecho irrebatible en la incultura europea. La europea integrada se
arroga algun tipo de superioridad moral para anatematizar la
incultura islamica y su masacre de corderos anual, pero defiende los
valores y las traadicciones
del descuarrinje de porcinos o
toros local, como algo
incuestionable por "muy nuestro", "muy arraigado"
y muy muy muy.
Y no estoy hablando sólo de dichos actos cometidos por la lerda
tontesillana, protohumana violadora, sino de la catedrática
universitaria que paga esos comportamientos cuando asépticamente
compra en el supermercado su mutilación envasada al vacio o
su entrada de sombra.
Desengańemonos,
no hay diferencia.
Provenimos
de una generación de mapadres estupidizada y amedrentada por el
franquismo, que delegaron su dignidad a cambio de tres comidas
diarias y no ser señaladas por la calle. Para mantener ese estatus
iban a la iglesia en las fechas inexcusables, se lustraban los
zapatos y se atusaban el vello subnasal con exquisitez premeditada.
Provenimos de una herencia de náuseas contenidas, apenas compensadas
con abuelas republicanas, mojadas por las lluvias del olvido en las
cunetas de Ejpañistán.
En
las plazas, protohumanas histéricas, sacos de ignorancia, babean sus
arengas a la acojonada torera, que está ahí por falta de
coeficiente suficiente para poner ladrillos uno encima de otro, y que
se va a morir quizás, abierta por un animal inocente y millones de
veces más hermosísimo que quien lo puso ahí, desde la cuadrilla de
ignorantes, hasta la ganadera inmisericorde, hasta todas y cada una
de las personas que por activo o pasivo aplauden, conniven o condonan
ese moco de exterior seco e interior de pus, esa diarrea insufrible,
ese crímen de lesa humanidad y de lesa animalidad, denominada
“corrida de toros”. Infamia que vamos a lograr erradicar sin
duda, pero cuyo hedor va a torturarnos durante el resto de las vidas.
Nacerán
mejores generaciones sin tauromafia, vendrán niñas al mundo que
vean las postales descoloridas de las asesinas y vomiten sobre ellas,
incrédulas de que sus abuelos disfrutaran con ello, vendrán
generaciones de muchachas liberadas de los machos de mierda que
abarrotan las plazas. Todo eso llegará, entretanto soportamos y
resistimos. Entretanto, luchamos.
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