!!
SIEG HEIL, DEMOCRACIA!!
Siendo
el ser humano un frágil animal
emocional, capaz de dar lo más valioso
que posee (vida y libertad), por una idea, una bandera o
unos papeles
moneda, la estrategia del poder siempre ha
sido doblegar y manipular
su libre albedrio mediante la fuerza bruta o mediante el chantaje.
¿Pero qué mejor estrategia que conseguir que, voluntariamente,
la gente elija su muerte
y elija sus cadenas?.
Hoy hablaré de democracia.
La
democracia, la elección popular, el sufragio universal, fué un
invento de las clases fascistas patriarcales de la Grecia Antigua,
donde las mujeres, consideradas semiseres humanos ( todavía hoy día
en muchas culturas), así como las esclavas, no tenían derecho a
manifestarse en ella. La democracia nació fascista y es un rasgo que
merece la pena señalar, porque se ha
mantenido durante los milenios. A
pesar del pensamiento de grandes eruditas y demócratas,
que supieron
aportar algunos
valiosos
conceptos al
pensamiento crítico y
a las estructuras sociales, no se alteraron
mediante la herramienta
democrática ciertos trágicos estados de la población
de uno u otro país, la
esencia de la jerarquía siempre se mantuvo, por lo cual es
importante remarcar que la democracia no es una herramienta al
servicio de la igualdad, sino de los intereses de una reducida élite:
la elegida democráticamente. El
esqueleto de la infamia que sostiene la civilización occidental sólo
fue cuestionado o cambiado temporalmente mediante
sangrientas revoluciones de características patriarcales, es decir,
explosiones súbitas con argumentos de poca perdurabilidad y a costa
de millones de muertas, en lugar de
procesos revolucionarios sustradados en objetivos comunes.
El
hecho de que actualmente cada ciudadana en estado de legalidad pueda
votar, sólo garantiza que los métodos de presión por
parte de la clase dominante, (con
objeto de la población ejerza el voto
adecuado al sistema),
deben ser variados, creativos, falaces,
populistas y a veces realmente verbeneros, hasta tal grado de
chabacanería que los procesos de
elecciones no disimilan apenas de un partido de fútbol, condenando
a mantener una parte de la población satisfecha, otra descontenta y
una mayoría, simplemente desatendida. La
democracia ha sido nominada como garante de la justicia, sin embargo
la sociedad es tremendamente injusta, en beneficio siempre
de las personas con menos empatía
y escrúpulos y con
más tendencias fascistoides. Si
los procesos democráticos llegaran de algún modo a poner en peligro
el regular avance del sistema capitalista, la población,
simplemente, sería diezmada.
Para
que la población no sea diezmada y se pierda con ello mano de obra y
consumidoras, (además
de legitimar los órganos gestores del sistema),
se utiliza la
codificación e
interiorización del
sistema capitalista dentro de
cada individua, de modo que no necesite estímulos exteriores para
considerarlo el mejor sistema, porque
actúa en el subsconsciente y en la necesidad social de aceptación,
por aclamación popular.
Ese método es el
mismo que se utiliza para fines más positivos como el rechazo a la
pederastia o considerar los parques públicos como algo bueno. Dentro
de cada pastel ofrecido por el fascismo a la ciudadanía siempre
hay sabrosas chocolatinas y trozos de excrementos. Aunque mucho más
de lo segundo.
La
competitividad patriarcapitalista -sugerida quizás desde la
competitividad natural por la supervivencia, pero
llevada a escenarios
absurdos-, recae en la
santidad de la individualidad de la
ciudadanía, hasta tal punto que en los programas electorales de cada
uno de los equipos de esta partitocracia, se observan propuestas
contrarias, o disimiles hasta extremos tales
que llegan a vulnerar
los derechos humanos, como ahora el
panorama político español. Ciertos
partidos (nunca mejor nombre para una facción, pues
significa quebradura), pueden
proponer expulsar
a las personas migrantes o discriminar a las diversas opciones
sexuales mientras
otro partido aboga por lo opuesto. Las ciudadanas, cada una de ellas,
vota a lo que se ajusta a su individualidad, sin tener en cuenta un
bien común, sino tratando de satisfacer su egocentrismo. Democracia
es egocentrismo, demagógicamente bautizado
individualidad. Hasta tal punto llega la democracia que permite que
personas como Trump amenacen llegar al poder
por la misma vía con la cual llegó
Hitler. Democracia es fascismo.
Pero
¿cómo salir de esta espiral de odio, enfrentamientos, avaricia y
egolatría en el término político?. Las buenas intenciones no hacen
nada y el
voto es universal, las violadoras no
condenadas votan, las neonazis votan, las suicidas no consumadas
votan, las machistas votan, las asesinas votan, gente
con capacidades mentales mermadas votan, las
especistas votan, las clasistas, las racistas, las homofobas votan...
Millones de personas no
pretenden o
no pueden alcanzar un ideal de sociedad
plural y común, votando
en desperfecto de ella para satisfacer su
credulidad ante el discurso de tal o cual personaje político,
sin pensar las consecuencias de su voto. El
voto se ha banalizado en la medida proporcional en que las
candidaturas a ostentar un poder jerárquico y dominante se han
banalizado también.
La
ciudadanía suele entender dos caminos para
solventar esta disyuntiva: la dictadura o
el anarquismo. La primera se debe rechazar de plano (al menos como
dictadura abierta,
dado que la
velada existe con
la democracia), y la segunda es muy recomendable... para una
sociedad que sepa el precio y el significado de la palabra libertad,
pero ello no
sucede en la
nuestra, a juzgar por el nivel de
dependencia de la ciudadanía a las chucherías del
patriarcapitalismo. La esclavitud
contemporánea reina la sociedad occidental, la servidumbre a los
objetos, a los viajes, a los bienes materiales, al dinero, al trabajo
alienante,... han conquistado mentes y corazones de la gente,
anhelando un ideal inalcanzable, repetido
enfermizamente en todos los medios, hasta
el punto que morirían por defender su modelo
de esclavitud. Y
de hecho mueren, trabajando hasta que el cuerpo se colapsa sin haber
recibido el descanso, la libertad y el disfrute de la vida que el
patriarcapitalismo prometió a cada una de las esclavas.
Existen
modos paulatinos de construir sociedades más justas al
margen de la democracia. Los seres humanos
tenemos unos requerimientos
vitales que jamás y bajo ninguna circunstancia normatizada deberían
vulnerarse, y que abarcan a todo el abanico
cultural, social y racial. Techo y vivienda
digna, alimentos, calidad de agua y aire, educación
no discriminatoria, igualdad intergenérica, previsiones
favorables para construir futuros y garantía de calidad de vida,
entre otros. En
este modelo se debe ya incluír a todos los animales sintientes, por
afinidad de intereses con el proyecto vital y de libertad.
Todos esos requisitos se están flagrantemente incumpliendo en una
crisis ecológica global sin precedentes, donde todos los gobiernos
y partidos del
mundo apuestan por modelos de economía y política insostenibles
desde lo material y desde lo ético. Por
tanto no debe tolerarse que existan partidos disputando tronos de
poder con distintos discursos, sino que todos ellos debieran trabajar
para reunir esas exigencias vitales, porque son lo único para lo que
construimos sociedades, no para crecer cada vez más en una dinámica
que ignora la finitud de los recursos. La
política necesita de un programa común dirigido a garantizar
igualdad social, no disputas entre equipos rivales.
Otro
mecanismo es la democracia por objetivos, donde los politicas que no
cumplan a rajatabla su programa electoral sean inhabilitadas, o la
democracia participativa, asamblearia y de diálogo. La política es
un acto de gestión de la cotidianeidad, nada más y nada menos, y
está al servicio de la gente y JAMÁS al revés.
El
tiempo de la democracia al uso ha caducado, es obligatorio un
proyecto común dirigido a satisfacer la cultura del cuidado y el fin
de las discriminaciones. Toda estructura basada en la opinión
personal excluyente debe ser erradicada.
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