Que la gente
es imbécil ya hace mucho tiempo que lo sabemos, que la tauromafia es
un crimen, también. Si unimos los dos conceptos, nos suma que los
crímenes son cometidos por imbéciles. Es lo que tiene nuestra
especie, bipolaridad, por un lado personas con capacidad de
autoinducirse comportamientos pacíficos y objetivos, y por el mismo,
gente que no puede o no sabe hacerlo, y hay que ayudarla o
neutralizar en la sociedad las posibilidades de que sigan ejerciendo
su verdugaje. La imbecilidad ética, la vulneración de una persona
a otra (y entendemos como persona a todo animal sintiente con
capacidades cognoscitivas desarrolladas, personalidad, individualidad
y consciencia de sí mismo y de su entorno, como puede ser cualquier
mamífero, pez o ave), puede ser algo educacional o genético. Pero
cuando un crimen es legal, se puede y se debe acusar al estado que
permite que la gente mate o muera cometiendo dichos crímenes, a las
leyes que lo avalan, a las economías que los subvencionan y, en
última instancia, las imbéciles que disfrutan con ella, tristes
imbéciles, tóxicas e inconscientes como cada una de nosotras somos
o fuimos. No seamos ingenuas, las culpables también fuimos nosotras
hasta que despertamos.
Los
gobiernos matan a las ciudadanas. No podemos confiar en la gente
habida cuenta de que es imbécil, y de que muchas veces somos
imbéciles aún con buena voluntad y con una información más o
menos verosímil, o imbéciles de máster y doctorado, pero siempre
imbéciles. No podemos confiar en la gente, por eso no podemos
recomendar a las mujeres vestirse anafrodisíacamente que no las
violen sexual ni psicológicamente (entre otras violaciones), sino
prohibir y perseguir a quienes cometen tal crimen, no podemos recoger
firmas para que no le revienten el esfínter a una niña en una
sacristía, sino aplicar TODO el peso de la ley contra quien lo hace,
mientras presionamos más y más a la sociedad para que dichas cosas
paulatina pero firmemente no sucedan. Conscientes de que el castigo
no es el remedio, sino la educación, la ausencia de herramientas
morales y físicas para que el mal actúe y el fin de la cultura de
la violación. En toda instancia, el fin del patriarcado, el más
omnipresente culpable de todos los males humanos.
No podemos
confiar en el buen salvaje, Rousseau no contaba con la picaresca
española, con la estultez humana, con el aburrimiento o con la
simple y pura perversidad. No podemos rezar ni encomendarnos a algo
tan absurdo como el karma, la confianza no sirve, sirven las
estrategias, y las actuaciones. La confianza en las políticas
construyó Auschwitz, la confianza en las ecologistas al uso condena
a millones de no humanas a la extinción individual y prematura, no
podemos confiar en que las personas sin escrúpulos de repente los
adquieran, no hay que criminalizar, pero tampoco hay que ser
ingenuas, imprimiendo folletos contra la tauromafia en lugar de
erradicarla de la sociedad y condenarla a los archivos. Tauromafia es
asesinato, como carne lo es, como capitalismo lo es, como patriarcado
lo es. No podemos confiar en las personas, porque acaban muriendo de
su propia estupidez, como el torero Victor Barrios, víctima del
terrorismo del estado español, como la adolescente que se cayó del
puente cazando pokemones, víctima del terrorismo capitalista, como
la cazadora que se dispara su propia arma o que mata a su hija por
accidente, víctimas de la machista carrera armamentística y de las
políticas al respecto de ella. Lo que sí podemos hacer es
restringir el uso de armas para cometer crímenes, bien sean de
fuego, de patrimonios inmateriales defendiendo la tauromafia, o de
drogas que suiciden a gente.
Luego están
las víctimas, es decir, antes. Porque que una persona acabe
perdiendo la vida por su propia estupidez es inocuo para las demás,
aunque una pérdida para la sociedad, como cada persona muerta lo es.
La muerte gana siempre, no hay que ayudarla a vencer, ella hace su
trabajo impecablemente durante los millones de años de la vida y,
desde luego, no la vamos a pisar la plana. Antes están las víctimas,
los toros aterrados asfixiándose en su propia sangre, las palestinas
abrasadas con fósforo blanco sionista, los cerdos bocabajo mirando
inauditos el suelo con la garganta abierta, los pollos y las terneras
huérfanas, las muchachas destripadas por las balas occidentales en
Niza, Irak, Turquía, Acteal o Tiannamen, los tristes cadáveres de
Atocha y Orlando, las adolescentes desangradas por abortos ilegales y
chapuceros... Tantas y tantas y tantas muertes absurdas provocadas
por la legalidad de las costumbres, por el miedo, por la gula y por
la imbecilidad ética en última y primera instancia.
El estado
que permite que sus ciudadanas mueran es un peligro para la salud
pública. Los toros son asesinados y todo está bien, pero basta que
alguien celebre que una desgraciada haya muerto queriendo matar,
para que las asesinas crean tener derecho a la crítica. Ninguna
asesina pasiva o activa posee licencia moral para desprestigiar a
nadie, las asesinas son imbéciles éticas activas, y sus hipócritas
desgañitamientos sólo pretender ocultar la brutalidad de sus
comportamientos.
Nuestra
lucha es siempre contra el estado, contra las leyes injustas que no
cumplen la misión de cuidar la vida, el único objetivo de estar
vivas. Contra los veredictos que miman la avaricia de unas mientras
condenan a muerte a las menos afortunadas, contra el machismo
institucional que sigue blindando su privilegio asesino y violador,
contra todas las vulneraciones, contra la cultura de la muerte ajena
y a favor siempre siempre de todas las víctimas, incluso cuando
estas han sido verdugas, porque todas lo fuimos también.
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