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lunes, 18 de julio de 2016

MEA CULPA





Que la gente es imbécil ya hace mucho tiempo que lo sabemos, que la tauromafia es un crimen, también. Si unimos los dos conceptos, nos suma que los crímenes son cometidos por imbéciles. Es lo que tiene nuestra especie, bipolaridad, por un lado personas con capacidad de autoinducirse comportamientos pacíficos y objetivos, y por el mismo, gente que no puede o no sabe hacerlo, y hay que ayudarla o neutralizar en la sociedad las posibilidades de que sigan ejerciendo su verdugaje. La imbecilidad ética, la vulneración de una persona a otra (y entendemos como persona a todo animal sintiente con capacidades cognoscitivas desarrolladas, personalidad, individualidad y consciencia de sí mismo y de su entorno, como puede ser cualquier mamífero, pez o ave), puede ser algo educacional o genético. Pero cuando un crimen es legal, se puede y se debe acusar al estado que permite que la gente mate o muera cometiendo dichos crímenes, a las leyes que lo avalan, a las economías que los subvencionan y, en última instancia, las imbéciles que disfrutan con ella, tristes imbéciles, tóxicas e inconscientes como cada una de nosotras somos o fuimos. No seamos ingenuas, las culpables también fuimos nosotras hasta que despertamos.

Los gobiernos matan a las ciudadanas. No podemos confiar en la gente habida cuenta de que es imbécil, y de que muchas veces somos imbéciles aún con buena voluntad y con una información más o menos verosímil, o imbéciles de máster y doctorado, pero siempre imbéciles. No podemos confiar en la gente, por eso no podemos recomendar a las mujeres vestirse anafrodisíacamente que no las violen sexual ni psicológicamente (entre otras violaciones), sino prohibir y perseguir a quienes cometen tal crimen, no podemos recoger firmas para que no le revienten el esfínter a una niña en una sacristía, sino aplicar TODO el peso de la ley contra quien lo hace, mientras presionamos más y más a la sociedad para que dichas cosas paulatina pero firmemente no sucedan. Conscientes de que el castigo no es el remedio, sino la educación, la ausencia de herramientas morales y físicas para que el mal actúe y el fin de la cultura de la violación. En toda instancia, el fin del patriarcado, el más omnipresente culpable de todos los males humanos.

No podemos confiar en el buen salvaje, Rousseau no contaba con la picaresca española, con la estultez humana, con el aburrimiento o con la simple y pura perversidad. No podemos rezar ni encomendarnos a algo tan absurdo como el karma, la confianza no sirve, sirven las estrategias, y las actuaciones. La confianza en las políticas construyó Auschwitz, la confianza en las ecologistas al uso condena a millones de no humanas a la extinción individual y prematura, no podemos confiar en que las personas sin escrúpulos de repente los adquieran, no hay que criminalizar, pero tampoco hay que ser ingenuas, imprimiendo folletos contra la tauromafia en lugar de erradicarla de la sociedad y condenarla a los archivos. Tauromafia es asesinato, como carne lo es, como capitalismo lo es, como patriarcado lo es. No podemos confiar en las personas, porque acaban muriendo de su propia estupidez, como el torero Victor Barrios, víctima del terrorismo del estado español, como la adolescente que se cayó del puente cazando pokemones, víctima del terrorismo capitalista, como la cazadora que se dispara su propia arma o que mata a su hija por accidente, víctimas de la machista carrera armamentística y de las políticas al respecto de ella. Lo que sí podemos hacer es restringir el uso de armas para cometer crímenes, bien sean de fuego, de patrimonios inmateriales defendiendo la tauromafia, o de drogas que suiciden a gente.

Luego están las víctimas, es decir, antes. Porque que una persona acabe perdiendo la vida por su propia estupidez es inocuo para las demás, aunque una pérdida para la sociedad, como cada persona muerta lo es. La muerte gana siempre, no hay que ayudarla a vencer, ella hace su trabajo impecablemente durante los millones de años de la vida y, desde luego, no la vamos a pisar la plana. Antes están las víctimas, los toros aterrados asfixiándose en su propia sangre, las palestinas abrasadas con fósforo blanco sionista, los cerdos bocabajo mirando inauditos el suelo con la garganta abierta, los pollos y las terneras huérfanas, las muchachas destripadas por las balas occidentales en Niza, Irak, Turquía, Acteal o Tiannamen, los tristes cadáveres de Atocha y Orlando, las adolescentes desangradas por abortos ilegales y chapuceros... Tantas y tantas y tantas muertes absurdas provocadas por la legalidad de las costumbres, por el miedo, por la gula y por la imbecilidad ética en última y primera instancia.

El estado que permite que sus ciudadanas mueran es un peligro para la salud pública. Los toros son asesinados y todo está bien, pero basta que alguien celebre que una desgraciada haya muerto queriendo matar, para que las asesinas crean tener derecho a la crítica. Ninguna asesina pasiva o activa posee licencia moral para desprestigiar a nadie, las asesinas son imbéciles éticas activas, y sus hipócritas desgañitamientos sólo pretender ocultar la brutalidad de sus comportamientos.

Nuestra lucha es siempre contra el estado, contra las leyes injustas que no cumplen la misión de cuidar la vida, el único objetivo de estar vivas. Contra los veredictos que miman la avaricia de unas mientras condenan a muerte a las menos afortunadas, contra el machismo institucional que sigue blindando su privilegio asesino y violador, contra todas las vulneraciones, contra la cultura de la muerte ajena y a favor siempre siempre de todas las víctimas, incluso cuando estas han sido verdugas, porque todas lo fuimos también.









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