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martes, 24 de mayo de 2016

CONFLUENCIAS

                      


    Todas las constituciones de los estados contemporáneos recogen en sus preceptos la condena y la contención de las discriminaciones humanas, desde el racismo o el clasismo hasta el sexismo o el homodesprecio (leído fobia). Es un princípio mínimo de convivencia pactado en beneficio de las personas históricamente marginadas, el cual si bien aplicado a las leyes y a las actitudes cotidianas no se refleja tan sólidamente, representa sin embargo la base de una protección. Podríamos llegar a afirmar que la sociedad ha codificado de algún modo que discriminar está simplemente mal, que es erróneo incluso para el cuerpo y la armonia social.

    Dado el desencuentro que las diversas luchas por los derechos humanos sigue tomando en algunas situaciones, por ejemplos aceptando conductas sexistas en ambiente tradicionalmente libertarios o comprendiendo discriminaciones de carácter racial en frentes de lucha animalista, nos cabe sin demora cuestionarnos qué está sucediendo en el movimiento animalista, al tiempo que preguntarnos por qué aceptamos como no-nuestra la lucha por otras discriminaciones. El alejamiento causa-efecto del cual adolecen ciertas lecturas de la lucha animalista se manifiesta bochornosamente cuando grupos de extrema derecha fascista organizan eventos con simbología vegana, o cuando colectivos tradicionalmente libertarios, recaudan fondos con el comercio de mutilaciones y ejecuciones de animales no humanos. La catarsis de la desconexión y del animalismo low-quality alcanza su cúspide cuando entidades animalistas dedicadas a una o dos especies se dedican al tráfico y mercadería de órganos de unos ciertos animales, para beneficio de otros... Eso sería como involucrarse en una red de secuestro de mujeres africanas para la prostituición, con objeto de financiar la integración del colectivo gitano. Demencial.

    El veganismo está creciendo exponencialmente en la sociedad. Los frutos de la inmensa labor que individuas y colectivos de diferentes sensibilidades y estrategias, están recogiéndose, bien sea en el debate social, en la visualización de las víctimas o en una acepción moderada pero persistente de la dieta de las veganas. Básicamente las viejas activistas de la liberación animal que hoy día siguen activas, proceden de la lucha por los derechos del animal humano y del movimiento verde, por ello el problema del veganismo contemporáneo -menos meditado, más impulsivo-, es que hemos obviado el paso previo de respetar a nuestra especie antes de pasar a defender a otras, bien por motivos de decepción de todo el sufrimiento que nuestra especie causa, bien sea por motivos de pura y nauseabunda misantropía.

    Los poderes dominantes han usado desde siempre la cohesión a menudo involuntaria entre sus objetivos para hacer frente común a sus detractoras, desde pactos entre dictaduras, asociaciones corporativas o meras políticas comunes de capitalismo. Contra toda oposición a sus postulados, la oligarquía ha empleado la división y la búsqueda del conflicto entre dichas detractoras dentro del clásico divide et impera. Para resistir a ese comportamiento tan efectivo, no nos queda más defensa que propuestas de interseccionalidad, es decir, el encuentro en los puntos de confluencia que todas las luchas tienen, porque la base de la discriminación es siempre la misma: desprecio, odio, burla y violencia. La discriminación siempre tiene dos aliadas fieles y amorosas: la avarícia y la soberbia, ambas dos cualidades las encontramos en el sistema monetario actual, en la estructura patriarcal, donde prevalecen la jerarquía y la dominación con intenciones de beneficio. Las características principales del especismo.

    Quien insulta a una persona discapacitada, no se distingue en nada a nivel de intención de quien degüella un pollo para luego comérselo, quien muestra su repugnancia a los diversos modos de amar, decidiendo que el suyo es el "normal", repite el comportamiento de quien canaliza el recipiente de su asco en una rata o una cucaracha. La lista es infinita, y no se trata de una actitud basada en los gustos personales, sino un comportamiento de imbecilidad ética y banalización del mal que mantiene un clima social de discriminación, ideal para la posterior justificación de conductas o políticas fascistas, simplemente observando que la discriminación es la sagrada base del fascismo. Y como ya he dicho, incluso algo tan primitivo como la constitución, prohibe el fascismo.

    El veganismo no consiste en concentrar los esfuerzos en mostrar QUÉ hay que comer y la estética del asunto, sino en señalar insistentemente en A QUIÉN no hay que hacerlo, y los motivos de ello. El veganismo low-quality genera dinámicas tales como las fiestas veganas del Hogar Social de Madrid (iniciativa xenófoba, racista y profundamente totalitaria), o el uso amenazante y machista de la violencia como propone el Chatarras Palace, el cual insiste en presentarse a armar una batalla campal en Tontesillas, cuando la vía administrativa ya está trabajando el asunto de la prohibición. Ese animalismo, ese supuesto veganismo no es un veganismo real sino un simple "fascismo que no consume productos de origen animal" de un modo simbólico, testimonial y susceptible de confusión por parte de la sociedad.

    El animalismo selectivo y especista, así como el veganismo low-quality desvirtuán el principio humanista de aquella filosofía vegana la cual debe obligatoriamente rechazar toda construcción de sociedades basadas en la generación de víctimas o su invisibilidad, desvertebrándolo asimismo de los principios de altruismo y empatía. El veganismo se centra en el respeto a todas la especies animales, mediante la garantía de sus vidas, sus libertades personales y colectivas y la garantía de su intocabilidad. No sirve de mucho a la hora de pretender arraigar nuevas bases de construcción de social, mantener lacras y conductas discriminatorias contra otras individuas y colectivos, de otras especies animales o de la nuestra propia.



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