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miércoles, 6 de abril de 2016

LUCHA DE LUCHAS

      

    Cuando tras varios años de dedicarme a los derechos humanos y la ecología decidí trasladarme a Polonia, quise dejarlo todo. Mi primera intención era no profundizar demasiado en el idioma polaco ni siquiera, y trabajar mi huertito y ser feliz, que es a lo que hemos venido al mundo. Harta de luchar por palestinas que trataban a sus mujeres como propiedades y a sus hijas como armas, harta de dedicar mi tiempo a mejorar las condiciones de trabajadoras que iban a usar sus sueldos en esclavizar  a otras, decidí que este mundo mejor por el cual luchaba, no podía manifestarse a corto ni medio plazo, no por falta de leyes justas y aplicaciones de leyes justas, sino porque la ley no es nada sin un ánimo de entender el sentido de las leyes y los derechos, cuya interpretación no se haya en los códices sino en la ética cotidiana, en la ética aplicada, con la cual nuestra protoespecie ha contraido una gran deuda. Dejé de defender a víctimas que querrían ser verdugas, nada que ver con la misantropía.

    Desasosegada sin embargo, no tardé ni unos meses en volver al activismo. No depende de una querer o no querer ser activista, sino de cierta voz interior, cierta presión del corazón dolorido contra la injusticia y la desigualdad que señorean nuestras sociedades. Es como ser artista, no se elige sino que se es, con nuestra aprobación o no, quien es artista lo es aunque no cree arte constantemente. En cualquier caso comprendí que independientemente de si las palestinas ganaban la guerra o las sionistas lo hacían, siempre iban a haber víctimas en sus celebraciones: las no humanas que serían asesinadas para festejar victorias. En todas las luchas hay esa podredumbre, desde la del independentismo catalan o vasco, hasta las zapatistas en México, pasando por las luchas de Tupac Amaru o las Black Panthers, el feminismo mundial, la lucha anarquista, la comunista, aquella por la dignidad del Tibet, por la libertad de amar del colectivo LBGTQ, en contra de la destrucción de la naturaleza,... Todas ellas, cualquiera de ellas, son luchas fascistas y no disimilan con el comportamiento de las nazis, porque la busqueda de la justicia, la igualdad y el respeto posee un nexo común en la ejecución de no humanas. Nelson Mandela y Himmler se darían la mano ante un estofado de cabrito, Goering y Lucio el anarquista se hubieran puesto las botas con un pollo al horno, Rosa Luxemburgo o Emma Goldman con gusto saborearían la misma receta de pescado que hiciera las delicias de las pedófilas y las violadoras de mujeres.... Ante ciertos crímenes, todas las personas son iguales y esa relación arbitraria no parece molestarlas.

    No es cierto que tengamos el derecho a escoger luchar por un mundo mejor o no hacerlo, no es cierto. Nuestros derechos adquiridos, en la sociedad  occidental no han caído del cielo, ni el poder los ha otorgado en su divina magnanimidad, sino que ha sido peleados durante generaciones por otras activistas, en todos los campos. No cumplir con nuestra responsabilidad histórica de aportar talento personal y desvelos por avanzar un paso más por la vida y la libertad, nos convierte en parásitas del trabajo de otras, de las cuales disfrutamos sus logros. Y aunque el poder y la cobardía siempre nos recomienden  no "meternos en líos", una sabe que quedarse en casa no soluciona nada, por mucho que firmemos peticiones, por mucho que clickemos al like en los post que nos emocionan o nos indignan, la verdadera lucha se hace en la calle, en los parlamentos, en los tribunales, en el consumo, en el día a día, y la más básica de las luchas es la de la defensa de la inocencia. Cuando pienso en inocencia no pienso en palestinas que pegan a sus esposas, no pienso en catalanistas atiborrándonse de embutidos, ni en abertzales gritando olé en una plaza, no pienso en las Madres de la Plaza de Mayo celebrando un domingo con churrascos, ni en reuniones de feministas lesbianas picoteando daditos de jamón... Cuando pienso en la inocencia pienso en las niñas y en las no humanas.

    Las niñas son seres frágiles, vulnerables, indefensas ante la maldad adulta, están a nuestra merced, por eso hemos creado una regulación especialmente detallada para no permitir que sean violadas de ningún modo. Existen en espacios de cuidado, pero sobretodo existen en espacios morales de mimo, porque de un modo natural nos inspira ternura no su infantilismo sino su inocencia. Llegarán a ser adultas y horribles, llegarán a matar, pero no son conscientes de su potencial y depende de nosotras en gran manera, que sean adultas justas o... adultas de mierda, como la inmensa mayoría. Pero de la inocencia, desde su fase infantil hasta la vejez, saben mucho más las personas no humanas.

    Las personas no humanas carecen de cualquier derecho vinculante, lo que llamamos a día de hoy derechos aplicados para las no humanas no son sino derechos humanos, destinados a apaciguar nuestras conciencias, y no a establecer verdaderas medidas de protección para las no humanas. El decalogo de la mentira y la perversión que se denomina Derechos Animales (incluso en la Primera Declaración de los Derechos Animales), no es sino un reglamento nazi de trato "humanitario" a judías, en el más generoso de los casos, donde las no humanas son propiedades, y donde se regula el modo en que serán esclavizadas, violadas, ejecutadas y procesadas, un horrendo compendio de fascismo en estado puro pensado por una sociedad podrida hasta la médula.

    Luchar por las no humanas es luchar por una sociedad mejor, tanto como todas las luchas por los derechos humanos y por la ecología a las que me he referido antes. Sin embargo una lucha justa como la feminista se ensombrece ante el comportamiento depredador contra las inocentes, y la persona que lucha por la mujer con trozos en carroña en el estómago pierde legitimidad y credibilidad ante la ética, tanto como la Madre Teresa de Calcuta cuando aceptaba dinero para las misiones proveniente de dictaduras sangrientas, tanto como el Vaticano firmando pactos de no agresión con el regimen nazi.

    El animalismo no es cuidar los gatos y perros que el sistema comercial deja caer con su superpoblación (y que debería ser subsanado con moratorias a la venta de animales), así como una sociedad vegana no exige hacer nada que precise de tiempo, dinero o energía, pues se basa en la renuncia a la explotación. El veganismo no se basa en hacer sino en dejar de hacer, dejar de comprar muerte, porque con ese dinero se alimenta el genocidio.

    No hay excusas para rechazar el veganismo. Ninguna persona carnista posee apoyo ético en insultar a otra llamándola nazi, cuando ella misma se comporta como tal. No hay excusas para despreciar la lucha feminista, ni la antiracista, ni cualquiera de las otras luchas, porque todas son justas y necesarias, y el veganismo las abarca. La sociedad vegana será humanista o no será, hemos traspasado la barrera absurda de las especies y no podemos discriminar a la nuestra propia. Veganismo es humanismo, justicia, respeto e igualdad.

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